omado de Alain Ehrenberg; "La fatiga de ser uno mismo. Depresión y sociedad"; Buenos Aires: Nueva Visión; 2000; pp.273-274.
La depresión recuerda muy concretamente que ser propietario de sí mismo no significa que todo es posible –eso que asciende y eso que desciende en nosotros, eso que se contracta y eso que se descontracta. Porque nos detiene, la depresión tiene el interés de recordarnos que nada deja de ser humano, que se sigue encadenado a un sistema de significaciones que lo supera y lo constituye al mismo tiempo. La dimensión simbólica, a la cual en otra época la religión había cargado y otorgado un sentido inexorable para cada uno, impregna a tal punto a la especie humana que no solamente se hace cargo de su propia historia, en la lógica democrática tradicional, sino que también adquiere su propia corporalidad nerviosa, en la lógica tecnológica contemporánea. La depresión diseña para cada uno el estilo de lo incontrolable para cada uno en la época de la posibilidad ilimitada. Podemos manipular nuestra naturaleza mental o corporal, podemos hacer retroceder nuestros límites por múltiples medios, pero esta manipulación no nos libera de nada. Las constricciones y las libertades se modifican, pero “la parte de lo irreductible” no disminuye. Solamente cambia –ni más ni menos- y es este cambio lo que el autor de este libro espera haber contribuido a esclarecer. Si, como pensaba Freud, “el hombre se vuelve neurótico porque no puede resistir el grado de renunciamiento exigido por la sociedad”, termina deprimiéndose porque debe soportar la ilusión de que todo es posible.
A la implosión depresiva le responde la explosión adictiva; a la falta de sensaciones del deprimido le responde la búsqueda de sensación es del drogadicto. La depresión, esta patología crucial, ha servido de plataforma giratoria para diseñar esta modificación de la subjetividad de los modernos, este desplazamiento de la dura tarea de comportarse bien. En un contexto en el que la elección es la norma y la precariedad interna el precio, estas patologías componen la cara oscura de la intimidad con temporánea. Tal es la ecuación del individuo soberano: liberación psíquica e iniciativa individual, inseguridad identitaria e impotencia para actuar.
… Estamos, en consecuencia, enteramente despojados para pensar los nuevos problemas de la persona y esclarecernos a nosotros mismos, para inventar nuestro porvenir en lugar de lamentarnos por los buenos viejos tiempos en que las fronteras eran claras y el progreso una certeza.
….Una sociedad de individuos no está destinada solamente a fabricar mónadas que no se encontrarán nada más que en los mercados, en las negociaciones de contratos de los hombres de ley y en las implosiones o explosiones de las acciones compulsivas. Esta sociedad ve al mismo tiempo que se modifican sus referentes políticos, toman otros giros las formas de compromiso público y se reformulan sus modos de acción.
Depresión y adicción son los nombres que se dan a lo incontrolable cuando ya no se trata de conquistar la propia libertad, sino de convertirse en uno mismo y tomar la iniciativa de actuar. Nos recuerdan que lo desconocido es constitutivo de la persona, hoya tanto como ayer. Se pueden modificar, pero es imposible hacerlas desaparecer- porque jamás dejarán de ser humanas. Esta es la lección de la depresión. La imposibilidad de reducir totalmente la distancia consigo mismo es inherente a una experiencia antropológica en la cual el hombre es propietario de sí mismo y fuente individual de su acción.
La depresión es la pantalla del hombre sin guía, y no tan sólo su miseria; es la contrapartida del despliegue de su energía. Las nociones de proyecto, de motivación o de comunicación dominan nuestra cultura normativa. Son las palabras claves de la época. Ahora bien, la depresión es una patología de los tiempos (el deprimido no tiene futuro) y una patología de la motivación (el deprimido no tiene energía, su movimiento está atascado, y su palabra es lenta). El deprimido formula con dificultad sus proyectos, le falta la energía y la motivación mínimas para realizarlos. Inhibido, impulsivo y compulsivo, se comunica mal consigo mismo y con los demás. Falto de proyecto, falto de motivación, falto de comunicación, el deprimido es el reverso exacto de nuestras normas de socialización. Nos asombramos de ver explotar, tanto en la psiquiatría como en el lenguaje común, el uso de términos depresión y adicción, pues la responsabilidad se asume, en tanto que las patologías se tratan. El hombre deficitario y el hombre compulsivo son las dos caras de este Jano.
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