viernes, 3 de octubre de 2008

Las verdaderas enamoradas


exto de Veronique Maurus; Publicado por "Le Monde"; 28 de agosto de 2004. Traducido por el Profesor Mario Naudon y por María Eliana Barrera.

Olga Ivinskáia era bella, rubia y perseguida por la tragedia. Es por esto que Boris Pasternak la amó, luego la inmortalizó en “El Doctor Zhivago”. Ella lo pagó muy caro.

Ella era de esas mujeres que a las otras mujeres no les gustan. ¿Era su gracia, alegre, muy rubia, muy eslava, su liviandad frente a las cosas serias, su dulzura o merecidamente su femineidad? ¿ O bien hay que creer en ésta “pedazo de mí, eres tú de una perfección absoluta” que describe Boris Pasternak? Olga Ivinskäia a priori no tenía nada de lo que hace a las heroínas. Ni artista, ni disidente, ni verdadera intelectual, no tenía de notable más que una generosidad fuera de lo común. Sin embargo, el poeta la amó y la inmortalizó. Lara, ella permanece para siempre en generaciones de lectores de “El Doctor Zhivago”.

¡Pero a qué precio! Ocho años de gulag, la ruina, la humillación y un final penoso en un miserable departamentito de Moscú, expuesta a los celos, a las venganzas, a las calumnias de toda especie. La familia Pasternak nunca le perdonó su unión con el escritor, dividido, como su héroe, entre dos familias. El régimen soviético no toleraba que ella le hubiera inspirado un fresco “antirrevolucionario”.

Olga pagó por él, por su libro, por todo el mundo en bloque. “Su destino no correspondió a su carácter; ella tenía el corazón ligero, humor, una tolerancia enorme, talvez demasiada”, dice su hija Irina Emelianova, la pequeña Katia de la novela, quién vive hoy día en Paris.

El amor de Pasternak seguramente causó la desgracia de Olga. ¿O es a la inversa? ¿Este destino trágico subyugó a Pasternak? El escritor estaba fascinado por el sentido del final, el presentimiento de la catástrofe. La femineidad estaba en ella indisolublemente ligada al sufrimiento. “El estaba atraído por un tipo de belleza trágica”, asegura Irina. Su primer amor llevaba luto por su prometido. Su segunda esposa había soportado una relación precoz con un primo mayor. Pero, en su campo, Olga las vencía a todas, al punto que su destino, antes y después de Pasternak, se confunde de manera inquietante con el de la heroína.

Como Lara, Olga es una desclasada. Nació en 1912, en una familia de la pequeña nobleza que la revolución barrerá. Su madre, María, se casó a los 18 años con un aristócrata de ojos demasiado azules, Ivinski, rápidamente arrebatado por la guerra civil. Olga no tiene más que 8 años cuando él le dice adiós: “Regresaré cuando haya terminado con el último bolchevique.” María, sin recursos, se vuelve a casar con un intelectual zarista, quién será fusilado durante la depuración de la década de1930-1940. Luego con un antiguo militar, hijo de un pope también perseguido, quién sobrevivió haciéndose zapatero.

De esta infancia, Olga genera un odio tenaz al régimen soviético y un gusto desmesurado por la poesía. “Fue una generación, para la cual la poesía era una bocanada de oxígeno en medio de una vida cotidiana amenazante”, explica Irina. Después de un curso clásico, Olga estudia literatura. En ese tiempo, Boris Pasternak. Veintidós años mayor que ella (él nació en 1890), es ya un ídolo, un gran poeta moderno a la altura de Maïakovski. Aprende sus versos de memoria, lo venera y va a escuchar sus conferencias, perdida en el gentío. Pero el encuentro no se produce. No todavía.

Ella es seductora, con inmensos ojos claros, una naricilla redonda, pómulos salientes, y otros hombres de su edad la cortejan. Muchos otros. Vassam Chalamov, poeta maldito, esperará veinte años para escribirle, del gulag, cartas donde se atreve finalmente a confesar sus sentimientos:” Hay verdaderamente un ideal que sirve de trama a la creatividad del poeta(..) El se encarna en una mujer real. Esta mujer es de esa rara especie que hace de un poeta un poeta, de un artista un artista”.

Como Lara, Olga se casa pronto con un hombre que no le conviene. Emélianov es atractivo, por cierto, en el tipo Gary Cooper, pero es también espantosamente celoso. Prohíbe a Olga maquillarse, salir, ver a sus amigos. La embaraza de un niño y quiere confinarla en la cocina. Ella abomina de todo eso. En resumen, es el fracaso. Y pronto el drama. Olga ha encontrado otro hombre mucho más a su gusto. Redactor jefe de una revista técnica, Vinogradov es brillante, generoso, sociable, todo lo contrario de su austero marido. Ella decide abandonar su hogar.

Desesperado, Emélianov se suicida. Olga, por vez primera afronta la tragedia, el deshonor, el oprobio. Durante las exequias es abucheada. Lo que no le impide casarse pronto con el feliz rival, quién la arrastra en un torbellino de fiestas y le da un segundo hijo.

Pero la felicidad permanente no es para Olga. Al poco tiempo su madre, María, es arrestada y deportada a la llanura del Volga. ¿ Por qué? Misterio. María fue denunciada por hacer comentarios antisoviéticos, talvez por su yerno, talvez por un vecino o por cualquiera. En la URSS de entonces, todo es posible.

Pero los tiempos no están para especulaciones. La segunda guerra mundial acaba de estallar. Rusia está ocupada, los campos bombardeados. Hay que actuar. Olga se pone un capote de soldado, atraviesa el país en un tren de tropas y encuentra milagrosamente a su madre medio muerta de hambre, vagando por un bosque. La trae de vuelta a Moscú, donde se entera que su segundo esposo ha muerto en el frente, a los 36 años. Dos veces viuda, madre de dos hijos, sobrevive dando su sangre para los heridos, a cambio de bonos de alimentos. Terminada la guerra, encuentra un empleo de secretaria de redacción en la revista Novy Mir.

En octubre de 1946, cuando Boris Pasternak la encuentra en las oficinas de la revista, él tiene 56 años, ella 34. Olga Ivinskäia ya no es la muchacha romántica que adoraba Chalamov, pero sí una mujer puesta a prueba por la vida, en todo el esplendor de su madurez. Sombra rubia vestida con una chaquetón de petit-gris comprado antes de la guerra, vive modestamente en el pequeño departamento de su madre, calle Potapov, en Moscú. El es una estrella, un escritor ya clásico a quién el poder dejó de lado. Ya no es publicado, pero ocupa una gran dacha en Peredelkino, la aldea de los artistas, con su segunda esposa y sus hijos.

Es el flechazo. Ella lo llama “mi Dios”. El la compara con la Margarita de Fausto, y la corteja asiduamente. En enero de 1947 él se declara – por teléfono . Ella vacilante, atormentada, le envía una larga carta, en la cual le confiesa su vida pasada, “llena de hechos horribles. Muertes, suicidios”. El se inflama más todavía. El 4 de abril de 1947, en la mañana de su primera noche, él le dedica una recopilación de versos:” Mi vida, mi ángel, te amo infinitamente.”

Es el inicio de una pasión que no se extinguirá sino en 1960, con la muerte del poeta. Una pasión teñida con los colores del otoño que los trasciende a los dos.

Así como Lara salva a Zhivago de la decadencia, así también Olga salva a Pasternak de su esterilidad. Él, que vivía de traducciones recupera el gusto por la creación. Desde hacía tiempo, deseaba escribir una novela. Casi renunció a ello. Olga lo despierta, lo rejuvenece, lo inspira: “Para ellos - y en eso eran la excepción - en los momentos en que el soplo de la pasión se asentaba en sus existencias condenadas, descubrían y aprendían cosas siempre nuevas de ellos y de la vida”, escribe en “El Doctor Zhivago”.

A Olga le toca la parte ingrata. Ha comprendido rápidamente que el poeta no dejará a su mujer, y se resigna a vivir a su sombra – Como Lara. “Los dos tenían sus costumbres, explica Irina. Él planificaba su vida con rigurosidad, mi madre, en lo cotidiano, era más bien caótica”.

En Moscú, el pequeño departamento de la calle Portapov está siempre atestado de amigos, de parientes, de niños, de animales : gatos perdidos, perros heridos….- una pasión de Olga que conmueve pero exaspera a Pasternak. Para verle , ella arrienda un chalecito en Izmakolvo, a diez minutos de marcha de Peredelkino , que acoge con rápidez a un segundo círculo de amigos, al lado del otro, más oficial de la “gran dacha”.

Muy rápidamente también, las nubes se acumulan. Pasternak es vigilado de cerca. La noticia de su unión como la de su libro se propagan e inquietan al poder. El es intocable, protegido por Stalin, por razones hasta hoy inexplicadas – el ogro aprecia talvez la poesía. Es Olga quién va a pagar.

En 1949, es arrestada por un motivo confuso y enviada a un campo. Estaba encinta y pierde el bebé. Pasternak, desesperado, se ocupa de su familia, le envía encomienda tras encomienda. Sobre todo, él escribe, inspirado por la desgracia como lo había estado por la felicidad. Lo más fundamental de “El Doctor Zhivago” es escrito durante este período, el cual se acaba en marzo de 1953, con la muerte de Stalin.

Olga regresa del gulag enflaquecida, la tez bronceada por los trabajos forzados, más enamorada que nunca. Retoma su vida de segunda esposa, repartida entre la calle Potapov y la casa de Izmalkovo cada vez más vigilada. Porque, en 1955, “El Doctor Zhivago” es al fin terminado. Con la lectura del manuscrito, las autoridades saben a qué atenerse: esta novela al contar los sufrimientos de un pueblo arrastrado por la revolución es impublicable. Las críticas oficiales son duras. Ellas lo serán más todavía cuando Pasternak confíe su manuscrito a un emisario del editor italiano Feltrinelli. Amenazas, presiones son inútiles.

El 22 de noviembre de 1957, la traducción italiana es publicada en Milán, rápidamente seguida de las versiones francesa, alemana, inglesa, sueca, etc. El Kremlin rabia pero no puede hacer nada. Pasternak, ídolo en su propio país, es en lo sucesivo saludado en todo el mundo. Olga, ella, tiembla. Ha experimentado la perversidad del sistema y sabe que se vengará tarde o temprano, en uno o en el otro, talvez en los dos.

Ella no se equivoca. El 23 de octubre de 1958, el premio Nobel de literatura es otorgado a Boris Pasternak. Aunque él renuncia a su premio, el poeta es arrastrado por el fango, excluído de la Unión de escritores, y finalmente amenazado con el exilio. Pasternak, responsable de dos familias – como Zhivago -, es arrinconado: ¿cuál escoger? A instancias de Olga, escribe a Jrushov: “La salida fuera de las fronteras de mi patria equivaldría para mí a la muerte”. Él permanece, pero, definitivamente puesto al margen de la sociedad, aislado de todo contacto con el extranjero, acosado sin tregua.

Olga comparte su suerte, con más dificultades aún, teniendo en cuenta su precario status. Ella tiene sombríos presentimientos. Pasternak ha cambiado, se queja de un dolor en el hombro.¿Es la consecuencia de las persecuciones? En la primavera de 1960, el poeta cae enfermo y es obligado a guardar cama en su casa, es decir, lejos de ella. Él muere de un cáncer el 30 de mayo, sin haberla vuelto a ver.

Aquí, la realidad se junta extrañamente con la ficción: como Lara ., en el último capítulo de “El Doctor Zhivago”, Olga no pudo asistir a la agonía de su amante; como Lara, ella le da el último adiós a sus restos mortales, confundida en el cortejo fúnebre. Como Lara, va a desaparecer enseguida, atrapada por los engranajes del imperio.

El día del entierro, una enorme multitud se apiña en Peredelkino, desafiando las prohibiciones. Furioso, el poder se desencadena sobre los menos protegidos. Olga y su hija son arrestadas por “tráfico de divisas”, - ellas han servido de intermediarias a Pasternak para una parte de los derechos de autor, que le enviaba su editor italiano. Todos sus bienes son confiscados, desde la más pequeña taza de té hasta los preciosos manuscritos del poeta. Al término de un proceso inicuo, son enviadas al gulag. Olga se derrumba. “En el campo, sufrió una seria depresión, lloraba sin parar”, cuenta Irina. Cuando ella sale, cuatro años más tarde, en 1964, Olga tiene 52 años, lo ha perdido todo: su amor, sus menores recuerdos, incluso su belleza. Sin embargo, ella sobrevivirá todavía 31 años, sola en una minúscula habitación. Lo bastante como para presenciar, encantada, la perestroika, bastante como para exhibir un gran retrato de Boris Yeltsin en su habitación, luego desgarrarlo en pequeños trozos durante la guerra de Chechenia, bastante como para ser rehabilitada en 1988 ( un año después del poeta), y para perder un último proceso en 1991, contra los herederos Pasternak, que se niegan a restituirle los manuscritos confiscados. Bastante, en fin, como para ver la película de David Lean y juzgar a Julie Christie quién interpreta a Lara: “¡ Vaya, yo era mejor que ella!”

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