I.- Inicio de la carrera profesional y otros sucesos.
Mi carrera profesional comienza verdaderamente en el año 1956, en el
Liceo de Hombres de Valparaíso “Eduardo de la Barra” equivalente, en la época, al
Instituto Nacional de Santiago. Dicho establecimiento era el principal liceo
fiscal de la provincia con tuición sobre importantes colegios secundarios particulares.
Comencé como profesor de Filosofía con 24 horas de clases semanales. En quinto
año de humanidades las materias a enseñar eran Psicología y Lógica y en sexto
año, Historia de la Filosofía.
Curiosamente en el Instituto Pedagógico los estudiantes de Filosofía no
tenían cursos sistemáticos de Psicología, lo que no fue sorpresa para mí toda
vez que yo había dado clases en secundaria mientras estudiaba, lo que
constituyó una especie de entrenamiento preliminar al ejercicio profesional.
Esta descoordinación de la enseñanza universitaria en Pedagogía y la secundaria
era evidente en la Universidad. Ni los profesores ni los alumnos aludían nunca
al ejercicio profesional. A los primeros sólo les interesaba su especialidad y
para los segundos la posibilidad de enseñar en la educación secundaria surgía
como una sorpresa al final de sus estudios. Es cierto que pocos estudiantes de
esta materia asumían esta tarea profesional.
Mi preparación para la docencia la realicé no en la Universidad sino en
el colegio particular en el cual hice clases durante mis estudios. Ahí tomé
contacto con los adolescentes y con el curriculum que debía enseñar. Los
estudiantes secundarios estaban acostumbrados a guiarse por textos de estudio,
pero yo los desconocía y al echarle una mirada me dí cuenta que era imposible
cubrir toda la materia que trataban y que para mí sería penoso atenerme a esos
contenidos, de modo que opté por decirle a mis alumnos del liceo porteño que
ellos quedaban en libertad para consultar (o comprar) cualquiera de los textos
en uso y que yo seguiría un esquema propio. En Historia de la Filosofía, por
ejemplo, reproducía algún texto de los propios filósofos. Recuerdo que así lo
hice con algunos de los presocráticos. La clase consistía en su análisis que
entre todos realizábamos en las sesiones de estudio. Para los jóvenes resultaba
entretenido y motivador, a tal punto que dos de los alumnos más destacados
siguieron los estudios de Filosofía en Santiago a pesar de mis intentos por
disuadirlos. Y otros fueron alumnos míos en la Universidad de Chile, sede
Valparaíso.
Una norma que les resultó original a los estudiantes tuvo que ver por el
tratamiento de la conducta. Lo habitual era que en el libro de clases el
profesor anotara los nombres de los mal portados y, si las faltas eran más
graves, se les mandara a la Inspectoría General donde se entenderían con el
fornido y temido profesor Ramírez, más conocido como el ”mono Ramírez”, hombre estricto
que era la segunda autoridad del Liceo, después del Rector. Mi innovación fue
decir en todos los cursos que el libro no lo usaría nunca así como tampoco
acudiría al expediente de la Inspectoría General. Dado que yo era un joven de,
en muchos casos, cinco o seis años más de edad que ellos de seguro que algunos
fueron escépticos con respecto a este comportamiento. Pero yo había tenido
alumnos realmente difíciles en el colegio privado donde hice mis primeras armas
como docente, la “Academia de Estudios Excelsior” que en Santiago recibía a
jóvenes de mala conducta expulsados de colegios del “barrio alto”, cota mil, es
decir gente de plata. Ahí aprendí que la fina ironía del profesor era un arma
potente para mantener tranquilos a los “diablillos” siempre que se acompañara
con una materia motivadora. Y, en verdad, tanto las nociones de Psicología como
algunos temas filosóficos son atractivos para la mayoría de los adolescentes.
El profesor Ramírez no tuvo trabajo conmigo y siempre me manifestó una especial
deferencia así como lo hizo el Rector, profesor Hernando Albornoz.
El cuerpo profesoral del Liceo era numeroso. La mayoría hombres, aunque
también unas pocas mujeres ya que se trataba de un establecimiento exclusivo
para alumnos hombres. Había, en el cuerpo docente, una marcada división por
edades, también una más sutil por especialidades: ramos humanísticos,
científicos y técnicos/artísticos. Estas divisiones se manifestaban en las
relaciones de amistad y en actividades fuera del Liceo, pero también en el
Consejo de Profesores que se realizaba, si no recuerdo mal, cada trimestre. Muy
implícitamente las especialidades generaban distintos niveles de prestigio,
siendo Matemáticas, Filosofía y Literatura las que ocupaban los escalones
superiores de una invisible escala. Estas diferenciaciones se manifestaban,
ocasionalmente, en criterios diferentes frente a los temas vinculados con los
estudiantes, con los énfasis curriculares, con las normativas generales. Sin
embargo, salvo excepciones emanadas de la rigidez del pensamiento conservador
de pocos colegas, en las discusiones pedagógicas se daban posiciones fluidas,
sin separaciones rígidas.
Los núcleos formados por los más amigos eran de una posición política o
ideológica afín sobretodo entre los más jóvenes, los que habían salido, no
mucho tiempo atrás, de la Universidad. Tal posición tenía que ver, en esos
tiempos, con la visión más general sobre la sociedad, la cultura, la educación.
En un sentido filosófico, con la visión del mundo, lo cual solía corresponderse
con las preferencias políticas en la arena nacional.
El Consejo de Profesores debía analizar un temario que presentaba el
Rector. Ahí surgían temas pedagógicos frente a los cuales se confrontaban
distintas posiciones. Una posición más progresista, de mayor comprensión hacia
los estudiantes, generalmente defendida por profesores jóvenes y otra más
conservadora, partidaria de un mayor rigor disciplinario, defendida por algún
profesor más antiguo. Innovación versus tradición en materias pedagógicas. La
participación en los temas discutidos era escasa. Esas posiciones eran
presentadas y defendidas siempre por los mismos pocos profesores. La mayoría no
participaba. Yo al comienzo me dedicaba a observar, pero había ocasión para
comentar, más tarde, sea en el colegio o en un entretenido bar porteño donde
habitualmente culminaban estos intercambios. Cuando comenzó mi desempeño como
Orientador hube de entrar de modo más frecuente y más concernido en
intervenciones en el Consejo. Ahí estuve más expuesto a las opiniones de los
colegas, especialmente de uno de ellos, el profesor Huerta de Biología, que se
caracterizaba por la defensa de las posiciones más conservadoras y por su
escepticismo acerca de todas las novedades que se iban presentando en el devenir
de la vida de la institución liceo, en particular, y en la educación nacional,
en general. Una de estas novedades era precisamente la aparición de este nuevo
rol pedagógico, el de Orientador como se le llamaba. Yo fui el primero en el
Liceo.
Al segundo año de mi estada, en 1957, fue cuando postulé y obtuve el
desempeño de la función de Orientador. Es así como completé el horario de 36
horas semanales: 24 de Orientación Vocacional y 12 de Filosofía. En ambas funciones
el nombramiento en el cargo fue “en propiedad” ya que me había presentado a los
concursos con el antecedente de poseer los títulos correspondientes otorgados
por la Universidad de Chile, los que muy pocos profesionales poseían. En
efecto, en el caso de Filosofía antes de mí el último que se había recibido, lo
había hecho 15 años antes. En el caso de Orientación Profesional la carrera era
de reciente creación de modo que yo era uno de los primeros en obtener tal
diploma.
No obstante estas ventajas, no iba a durar mucho tiempo en estas
funciones, como se verá más adelante.
Premunido del cargo de Orientador se me asignó una oficina privada para
la realización de mi trabajo, el que consistía en organizar charlas de
distintos profesionales, informar en especial a los sextos años de humanidades
acerca de las diversas profesiones a las podrían acceder y los requisitos para
ello. También recibía a los alumnos que deseaban consultar en la oficina, a la
que concurrían especialmente los que estaban desorientados. A todos los
estudiantes de sexto se les aplicaba un test vocacional. El trabajo era interesante
pero totalmente insuficiente para las necesidades de una masa numerosa de
estudiantes.
La oficina estaba ubicada, patio de por medio, frente a las del Rector, a
la del Inspector General y a la sala de profesores. Poseía, pues, una vista
privilegiada para observar el ir y venir de profesores, inspectores y alumnos
por esos importantes lugares. Aparte de las dos autoridades (Rector e Inspector
General), de los profesores de asignaturas y del Orientador el cuerpo docente
se integraba también con un bibliotecario y un grupo de cinco o seis
inspectores encargados de mantener la disciplina. Varios de ellos también
hacían clases, en especial en los cursos de preparatorias, es decir, de los
niños más pequeños. El bibliotecario era en mis tiempos un egresado de
Castellano del Instituto Pedagógico de Valparaíso que no se había recibido y no
quería hacerlo, a pesar de tener talento demás para ello. Se trataba de Miguel
Espinoza, quién se convertiría en mi amigo más cercano. Hombre de talento y de
opiniones y valores sobre la vida y los acontecimientos bastante originales.
Aparte de su rol de bibliotecario también realizaba clases tanto en cursos
elementales como en los cursos superiores. Era una especie de comodín para las
especialidades humanísticas en casos en que había vacancias. Al dejar yo horas
de Filosofía él las asumió por mientras se llamaban a concurso. Es así como se
convirtió en mi compañero en la comisión del colegio que tomaba los exámenes
del ramo en los colegios particulares de las ciudades de Valparaíso y Viña del
Mar. Los principales de ellos eran el Colegio Alemán, la Scuola Italiana, el
Colegio Rubén Castro de la Universidad Católica de Valparaíso y los Padres
Franceses de la ciudad de Valparaíso y también de Viña del Mar. Esta experiencia
fue muy particular. Los alumnos y los profesores de estos colegios tenían
cierto temor a la actitud de estas comisiones, ya que ellas debían examinar y
calificar a los estudiantes en cada ramo, con una nota (de 1 a 7, siendo 3 la
mínima para aprobar). La actitud de la Comisión de Filosofía, por mi presidida,
fue la de confiar en los maestros de estos cursos cuando ellos tuvieran los
créditos adecuados y examinar directamente a los alumnos cuando no los
tuvieran.
Es así como el Profesor Norman Cortés del Colegio Alemán de Valparaíso,
quién también lo era del Instituto Pedagógico, tenía una participación
igualitaria con la comisión en relación a las materias a examinar, las notas,
etc. Lo mismo sucedía con La Scuola
Italiana. Su director era el Profesor Juan Montedónico que sería posteriormente
diputado por la zona. Era también profesor del Liceo, por tanto, éramos
colegas. La enseñanza de la Filosofía se realizaba de un modo serio y
responsable. Donde sí hubo una situación problemática fue en el colegio para
señoritas de las Monjas Franceses de Viña del Mar. Todas venían presentadas con
notas altas, pero en el examen no respondían nada correcto ni por escrito ni
por hablado. El profesor, un sacerdote, no daba una explicación clara de la
situación. Al colocarles notas bajas en el examen el resultado final era
mediocre, pero con promoción. Una irresponsabilidad pedagógica de parte del
colegio.
Una curiosidad de la cual tomé conocimiento, por desgracia, años más
tarde, cuando ya nada se podía hacer, sucedió cuando mi hermana fue a trabajar
como contable a una importadora de autos en Viña del Mar, la Wal. Ahí se
encontró con una compañera de trabajo egresada del Colegio Alemán de
Valparaíso. Al saber que el examinador de Filosofía, que había tenido años atrás,
era hermano de ella le contó a María Eliana que las hermosas adolescentes del
colegio, en su mayoría descendientes de alemanes, sentían una gran admiración
por el profesor examinador, aunque no en cuanto tal. No sólo no sentían temor,
que era lo común, sino lo contrario, contento. Al profesor lo encontraban
atractivo como hombre y yo a ellas muy bonitas. Pero ninguna dijo nada. Son los
desgraciados desfases de la vida.
Una entretención frecuente después de los días de pago y de los Consejos
de Profesores era concurrir al bar/restaurante “La Puerta del Sol” , en la
calle principal de Valparaíso. Íbamos profesores e inspectores jóvenes que
teníamos amistad. Nos acomodábamos en un reservado, lugar que aísla a los
participantes del resto del público. Ahí tomábamos cerveza o un “arreglado” (vino
con fruta), según la estación del año, comíamos buenos sandwichs y jugábamos al “cacho”, que se juega con una especie de
vasos de cuero grueso y cinco dados. Sigue la lógica del póker, en el que se
usa el naipe. La conversación variaba desde los acontecimientos del Liceo,
comentarios del Consejo de Profesores, acerca de otros colegas menos amigos
nuestros, hasta disquisiciones sobre la política nacional. Eran momentos de
relajo con risas, chistes, “pelambres”, y golpes fuertes en la mesa con el
cacho. A veces se formaban parejas y los que perdían pagaban la cuenta. Son los
instantes en que los hombres desahogan sus frustraciones, evaden el stress,
comunican sus problemas, piden consejos. Por eso, frecuentemente se utilizaba
la expresión “amo la paz del bar” a pesar de las risas, carcajadas a veces, el
ruido del juego, el trajín de los clientes.
Otros inspectores eran uno de apellido Eluani y otro Cleary. Ellos
tuvieron serios problemas con el golpe de Pinochet. Cleary se fue al exilio
según supe por una pariente de él que conocí en Londres cuando me desempeñé
como Profesor Visitante en la Universidad de Oxford. También escuché rumores
acerca de un destino similar de Eluani. Un hijo de Espinoza, Miguel Ángel,
estuvo desaparecido en Argentina, adonde su madre, Gina, fue a buscarlo y lo
encontró en una cárcel. Volvió a Chile no supe ni cuando ni en qué
circunstancias pero, años más tarde, fuimos a verlo con Miguel, su padre, al
Hotel O’Higgins (entonces el más elegante de la zona) donde tenía un importante
cargo y su residencia. Estaba muy cambiado: se había alejado de la familia,
incluyendo su madre, su padre y sus hermanos. Yo los conocí bien a todos porque
cuando alejado ya del Liceo viajaba, los fines de semanas, desde Santiago a
Valparaíso a dar clases, en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile
en ese puerto, pernoctaba en el departamento de esta familia. De Miguel
Espinoza Chiappa, de Gina, su esposa, también con ascendencia italiana, tengo
los mejores recuerdos y mi gratitud porque me brindaron su amistad en una época
muy difícil para mí. De sus tres hijos, dos varones y una niña (Ginita) también
recuerdo que disfrutábamos mucho. Con Miguel Ángel, quizás por ser el mayor, compartíamos
más. Por eso fue penoso e incomprensible para mí saber, por parte de Miguel, su
padre, de su actitud de desapego respecto de su madre incluso en los momentos
de su enfermedad mortal. Gina falleció varios años antes que su esposo. Murió
Miguel el nueve de diciembre del 2003. En ese entonces yo estaba viviendo en
Ginebra, Suiza, de modo que me impuse de esta funesta noticia años más tarde.
En la ocasión de la visita que hicimos a su hijo noté la tristeza de Miguel por
la relación distante y poco afectuosa en que se había convertido el antiguo
cariño entre ambos. Algo parecido, quizás más acentuado, me pasó a mí con mi
hijo Manuel quién de hombre maduro (actualmente de 38 años) tiene, en
ocasiones, un comportamiento insolente y agresivo con su padre de 81 años de
edad.
La relación de padres a hijos ha sido difícil y, a veces, tormentosa en
los casos de padres separados, sobretodo cuando los padres difieren en los
valores que orientan sus vidas. En el caso de mi hijo yo percibo que él
construye su vida asumiendo los valores mercantilistas, en boga en el Chile
actual, donde el dinero y el consumo son la base sobre la cual diseña su forma
de estar en el mundo. Justamente los valores que orientaron y destruyeron la
vida de su madre, también fallecida cuando me encontraba en Suiza, años
después de nuestra separación.
Mi percepción de los adolescentes que fueron mis alumnos en este Liceo
es la de jóvenes más idealistas, más sencillos, menos ambiciosos, más
solidarios y más entusiastas con cosas de la cultura y de la sociedad, que el
acervo valórico economicista que surgió en el país después del golpe militar de
1973, del cual se nutrieron las nuevas generaciones de jóvenes.
La oficina del Orientador miraba hacia el largo pasillo que orillaba,
por un lado, el patio principal y, por otro, oficinas y salas de clase. Su piso
era de coloridas baldosas dibujadas, siempre brillantes. Por ella se desplazaba
con orgulloso caminar la única inspectora mujer del colegio. Una figura que
desde mi oficina se veía esplendorosa que tensionaba mi masculinidad. Era
Yolanda Canessa. Una mujer atractiva, que había estudiado algunos años en la
Universidad Católica de Valparaíso, sin terminar sus estudios pedagógicos. Al
celebrar la Universidad sus 25 años de existencia se organizaron festividades.
Entre otras, una elección de “reina” de las fiestas. Yolanda fue electa. Sus
rasgos de personalidad eran singulares: alegre, un dejo de liviandad, atenta a
las cosas prácticas, sin intereses culturales asentados, muy apegada a la
región. Con ella tuve una relación estrecha, convivencia incluida, de tres a
cuatro años, que no fructificó, por un lado, por lo que he considerado, al paso
de los años, actitudes inmaduras de mi parte. Por otro lado, porque estaba
construida sobre la base de la atracción física y el desconocimiento de los intereses
y valores de cada uno. Todo ello lo he juzgado como una inhabilidad, por mi
parte, para una interrelación inteligente que promoviera una convivencia amable,
cariñosa y alegre. Quizás, porque de joven me faltaba la aptitud para ser feliz
debido a la primacía de mis conflictos internos que no se procesaron sino
tarde en la vida. Ella me atrajo fuertemente en lo físico, el instinto y el
goce estético opacaron, incluso anularon todo examen intelectual de la
relación. Luego me quedó claro que ella no compartía mis inquietudes
intelectuales y que no estaba dispuesta a acompañarme en mi formación superior.
La última vez que hablé con Yolanda fue poco antes de viajar a Estados
Unidos a estudiar a la Universidad de Cornell, en el 1963. En la ocasión le
propuse que fuese conmigo, pero no aceptó y con justa razón ya que hacía tiempo
que no nos habíamos visto. Además, y principalmente, nunca tuvimos ni buscamos
la ocasión de conversar sobre nuestra experiencia de relación y los conflictos
suscitados. Yo hice esta invitación porque no deseaba cargar con un fracaso
sentimental prematuro. No me convencía que eso hubiese ocurrido. Esta
inhabilidad para examinar racionalmente las relaciones con mujeres fue una
constante en buena parte de mi vida. Siempre me dejé guiar por la atracción
estética o, en el caso de la madre de Paula, por una búsqueda precipitada de
compañía y protección.
Naturalmente hubo también tiempos felices. Uno de ellos fue cuando
viajamos con Yolanda, en el año 1959, al Archipiélago Juan Fernández en una
goleta langostera propiedad de la familia Greene que nos invitó a visitarlos en
ese hermoso paraje. El Archipiélago está formado por tres islas. Nosotros
estuvimos sólo en una: la Isla de Robinson Crusoe, la más poblada de las tres. Antes
de 1966 era llamada “Más a Tierra”. Ella está a 670 kilómetros del continente.
Disfrutamos de las aguas transparentes del mar isleño y de los multicolores
peces que jugueteaban en la bahía; del rescate de las langostas atrapadas en
las trampas que los trabajadores les colocan; de los paisajes de la isla y sus
leyendas. Las apetecidas langostas marinas son atraídas a unas cajas que tienen
dentro carnadas de su gusto. Ellas entran, comen y luego no pueden salir. Ahí
crecen. Las langostas, pues, no se pescan, se cazan. Al sacarlas los pescadores
deben medir su tamaño. Si superan el tamaño impuesto por la autoridad la llevan,
de lo contrario la sueltan al mar. Como estas cajas están alejadas de la aldea los
botes llevan lo necesario para cocinar pescados recién cogidos de exquisita
variedad. Comerlos en los botes es una delicia mayor que hacerlo en el más
lujoso restaurante del cualquier ciudad del mundo. A lo menos eso es lo que uno
cree cuando está mecido por las olas en viaje hacia la bahía Cumberland de la
Isla Robinson Crusoe. En esta bahía yace, a unos 70 metros de profundidad, el
crucero alemán Dresden que fue hundido por su tripulación para evitar a la
fuerza inglesa que se acercaba. Los desafortunados se habían quedado sin
carbón. Como es sabido el nombre de esta isla se debe al nombre homónimo de la
novela de Daniel Defoe, según la cual el marinero escocés Alexander Selkirk
vive, solitario, cuatro años en ella. La segunda isla poblada lleva el nombre
de este marinero (Ex Más Afuera). La tercera no tiene población humana, se
denomina Santa Clara y no cambió su denominación.
Todavía conservo las fotos tomadas con Yolanda y los amigos anfitriones.
Estamos todos felices. Sin embargo, cuando arribamos a la isla desde Valparaíso
bajamos con mareo de tierra.
El viaje en la vieja goleta langostera fue más largo que la distancia de
670 kilómetros que la separan el continente. Todo comenzó en el puerto de
Valparaíso al atardecer de un día del término de la primavera. Un bello
atardecer. La tripulación estaba compuesta por cinco muy especiales marineros
y el capitán, no menos raro. Cuando nosotros llegamos a embarcarnos solo estaba
el joven Greene, alumnos mío del Liceo que había promovido la invitación. Al
rato apareció el capitán en una camioneta con lo que parecía ser mercadería
arrumbada en su parte trasera; la tarde oscurecía. El joven se despide y el
capitán empieza a bajar lo que creíamos sacos con papas y otros víveres.
Cuando lanza uno a la goleta nos damos cuenta que se trataba de una persona,
nada menos que uno de los marineros. Luego lanza los otros cuatro aparentes
sacos paperos que resultan ser todos los marineros de la tripulación. Se acerca
el capitán quién nos explica que para consentir en embarcarse, primero deben
emborracharse. El los recluta en las cantinas donde habitualmente se realiza
esta contratación. Plenamente concientes, quizás, no consentirían en ir al
Archipiélago. El capitán se acerca para detener nuestra huída. Nos explica que
siempre es así no solo en las goletas de esta compañía sino en todas. El país,
los restaurantes elegantes quedarían sin langostas, los banquetes oficiales del
Estado no podrían tener la fama que tienen si no se embarcara a los marineros
de Valparaíso de este peculiar vinoso modo. ¿Quién querría viajar 670 o más
kilómetros en una pequeña vieja embarcación que va siempre rompiendo la ola, ya
que Robinson Crusoe queda prácticamente en línea recta frente a Valparaíso?
¿Quién querría hacerlo en el Océano Pacífico que de tal tiene solo el nombre? Sólo
unos ingenuos jóvenes, ignorantes sobre cosas del mar, alucinados por conocer
la isla de Alexander Selkirk, personaje de novela, y comer langostas hasta
quedar hartos y desear comer otras delicias marinas. En efecto, apenas entramos
en alta mar y las luces de los cerros del puerto desaparecieron en el horizonte
comenzó la tormenta. Ella, la terrible, duró tres noches y dos días. Nos llevó
hacia el norte frente a las costas de Coquimbo. El capitán desapareció en su
cabina. Un marinero, ya retornado a medias de su borrachera, nos informó que el
capitán estaba mareado debido al fuerte oleaje. Nosotros, postrados en nuestras
literas sin poder levantarnos. Sin hambre, sin sed. Yo me veía en el fondo del
mar estando dormido o despierto. Entonces, olvidando mi reciente agnosticismo
rezaba el “Padre Nuestro”.
“Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre,
venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad…
Rogaba por nuestra salvación. Sólo en los momentos de gran angustia he
recurrido a la oración. Aunque a veces le pido a Dios que alguna vez me ayude
en la obtención de un premio en alguno de los juegos de lotería. Desde joven he
comprado números y nunca he ganado algo. Claro que sólo en los últimos años
juego sistemáticamente, porque creo que la suerte debiera dejar de ser esquiva
aunque sea una sola vez en mi vida y lo lógico es que ello acontezca de viejo
ya que no fue de joven. Entonces sueño que favorecería a los hijos en el pago
de sus casas y a los nietos en cosas menores. También a mi hermana y, luego, a
vivir algo más holgado y tranquilo.
Recordaba a mi madre que en tierra no sabía de las aventuras en que andaba.
Fue una de las experiencias más dramáticas de todas las vividas, por lo
prolongada, por lo indefenso en que estaba ya que nada podía hacer para salir
vivo de ella. Además, me sentía responsable de Yolanda, cuya familia tampoco
podría imaginarse la situación ya que lo que divulgamos como una gran
oportunidad se había transformado, inesperadamente, en un peligro real. Mal que
mal el mar chileno tiene una profundidad media de 3.500 metros y sus aguas son
terriblemente heladas…
Al amanecer del tercer día el capitán nos avisó que pronto llegaríamos a
la isla, gracias a Dios sin duda. La tormenta había quedado atrás el día
anterior. Habíamos navegado hacia el norte esquivándola. Estábamos a salvo. Al
bajar conocimos lo que llaman el mareo de tierra: de tanto bailotear no
podíamos caminar en tierra firme.
Con alegría vimos que los marineros se habían transformado de sacos de
papas en personas. Con ellos disfrutamos en los botes cuando fuimos a buscar
las langostas, con docenas de ellas vivas volverían al continente, las que irían
en agua de mar en un compartimento especial de la goleta.
Desde el primer día en la isla tuvimos que resolver el tema del regreso
ya que “ni a palos” lo haríamos en la misma embarcación en que llegamos. En la
fecha no existía el aeropuerto, pero iban hidroaviones, los que amarizaban
cerca de la bahía. Sin embargo eran caros, no frecuentes y daban un poco de
temor. Por suerte nuestros amigos averiguaron que pronto pasaría por la isla un
barco de turismo en dirección a Valparaíso. Conseguimos pasajes en él.
Fue una experiencia crucial. El rompimiento de la pareja se fue gestando
poco a poco. La inflexión se produjo cuando Yolanda interrumpió un embarazo. Me
lo comunicó después de realizada la operación en Santiago. Yo había ganado una
beca para realizar estudios de post grado en la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales (FLACSO), un programa de la UNESCO que preparaba sociólogos
para toda la región. El curso de dos años se realizaba en Santiago. Yo viajaba
a Viña del Mar, donde vivíamos, los viernes en la tarde y volvía a Santiago los
domingos. El día Sábado durante toda la mañana hacía clases en la Escuela de
Economía, en Valparaíso. Ella había ido a Santiago en la semana, sin yo
saberlo. Mi reacción fue descontrolada. Después he pensado que nunca habíamos
hablado si queríamos hijos en esos años, si tomar o no precauciones, cómo
planificar la familia. En suma, actitud propia de la inexperiencia, de la
incomunicación sobre lo sexual, de la ignorancia. Quedamos al albur de las circunstancias
que decidieron por nosotros. Había otro punto. Su familia, padres, hermanos,
otros parientes todos eran de la región de Valparaíso. Yolanda, como muchos de
los que ahí han vivido, no quería moverse de esos parajes. Yo venía de
Santiago, madre y hermana vivían ahí. Al estudiar el post grado era my probable
que mi carrera se desarrollara en la capital. Y así fue. Mis sentimientos iban
en esa dirección. Con los años sucedió lo impensado: mi hermana consiguió
trabajo en Viña del Mar, hacia donde se trasladó con mi madre y yo me trasladé
a Santiago. Nunca coincidimos. Mi hermana aún vive en Viña y yo escribo desde
Las Condes, comuna santiaguina. Mi madre falleció en abril del 1976 y está
sepultada en el cementerio de la parroquia de Viña del Mar.
II.- Transitando hacia el
camino universitario
Mi tránsito hacia el trabajo en la Universidad se inició con un viaje a
Europa de mi colega Juan Montedónico, quién entre otras actividades, era
profesor de Sociología en el Instituto Pedagógico, situado al lado del Liceo.
El me pidió que lo reemplazara por un semestre académico. Así lo hice. Puse el
énfasis en sociología educacional y en diversas doctrinas sociales. Recuerdo
que analizamos en detalle las encíclicas sociales de la Iglesia y el Manifiesto
Comunista de Carlos Marx y Federico Engels, concebido a partir de la estada de
ambos en Manchester, la ciudad inglesa cuna de la revolución industrial. Se la
considera la primera ciudad industrializada del mundo, capital de la producción
textil. En el S. XIX se le llamó “cottonópolis” por tener el primado en la
industria del algodón. Los autores del Manifiesto probablemente quedaron muy
sensibilizados por las condiciones de trabajo y vida de los trabajadores que
observaron en esta ciudad. Los estudiantes de pedagogía se mostraron
interesados y contentos con las clases y esparcieron la noticia por la
Universidad en Valparaíso.
Tengo un grato recuerdo del breve paso por esta escuela de pedagogía, en
especial del comportamiento de los alumnos, de su interés por las materias y de
la actitud durante las clases. Una alumna, estudiante de Castellano, era muy
amiga de la familia de un profesor del Liceo. Su nombre: Anita Valenzuela. Nos
reencontramos después de mi relación con Yolanda. Era diferente a ella que no
tenía ningún interés cultural. Entusiasta de la literatura y yo también, en
especial en aquellos años, de la poesía. De toda ella aunque, con mayor
deleite, de la chilena; tanto de los tres grandes: Mistral, Neruda, Huidobro
como de los jóvenes con varios de los cuales tenía relaciones de amistad. Anita
era agraciada de cuerpo, pero no mucho de cara. ¡Qué terrible prejuicio de la
juventud de esos tiempos que de las mujeres sólo se vinculaban con las buenas
mozas! Quizás por ello mi relación con ella fue semi clandestina. Sin embargo,
recuerdo una encantadora semana que pasamos juntos en un pequeño pueblo de la
cordillera de Los Andes. En la parte chilena del camino internacional que une la
ciudad de Los Andes con la argentina Mendoza, existen varios pueblecitos que su
ubican en la ribera del río. Uno de ellos es el Río Colorado. El pueblo toma el
nombre del río que en ese lugar se junta con uno que viene, desde lo alto. En
efecto, el camino internacional corre al lado del río Blanco, desde el pueblo llamado,
sin imaginación, con ese mismo nombre. En el pueblo Río Colorado se unen ambos
afluentes y nace al río Aconcagua, que bajará al valle y atravesará varias
provincias agrícolas para entregar sus aguas finales al Océano Pacífico, en la
playa de Concón, hermoso balneario, hoy en día de moda.
Ahí a orillas del camino, una a un lado y otra en el del frente, existían
dos hosterías, la Alemana y la Gringa. Esta última famosa por la comida que
preparaba su dueña, corpulenta matrona alemana que vivía sin más familia que
sus mermeladas, sus postres y sus recetas culinarias. El local contaba con
pocos dormitorios, un patio algo extenso que iba a dar al río. En ese mismo lugar
existía un puente de cimbra, es decir, balanceante, piso de madera que unía el
cerro separado del camino internacional por el río. Hacia el otro lado del
camino la hostería Alemana inauguraba un sendero también ribereño del río
Colorado que venía a entregar sus aguas para que el Aconcagua las llevara a los
campos, primero, al Pacífico después.
Este afluente bajaba de la montaña en la cual se internaba el camino:
escasas viviendas cuyas terrenos se dedicaban a cultivos de frutales. Hacia los
diferentes senderos que se van apareciendo, caen generosas ramas de higueras
con sus dulces, sabroso frutos. El caminante, si podía sacarlos se los comían,
que para eso estaban sin dueños aparentes. De lo contrario sólo los pájaros
disfrutaban. En la hostería “La Gringa” había estado con Yolanda y ahí estuve
con Anita abusando de la sexualidad joven. Colores de montaña andina, vuelos de
pájaros de altas cumbres, manjares de sabores europeos, canto del agua que baja
presurosa al llano, ensamble de cuerpos entusiastas.
A partir de esas clases milagrosas me contrataron en la Escuela de
Economía, primero como profesor de cátedra, y después que hube obtenido el
diploma de FLACSO, como docente de tiempo completo. En total éramos cinco
“tiempos completos” contando al Director, Ingeniero Comercial Jorge Lehuedé.
Los otros colegas eran: el economista Manuel Achurra Larraín; el Administrador
de Empresas Héctor Guerrero; el economista experto en estadística Guido
Miranda. La escuela estaba recién iniciada de modo que a medida que avanzaban
los años aparecían nuevos ramos que necesitaban profesores. Manuel Achurra se
casaría, pocos años más tarde, con una alumna de la Escuela. Para complementar
mi docencia yo había conseguido que se nombrara a Miguel Espinoza como
ayudante en los cursos que yo realizaba.
Los cinco de tiempo completo tenían la misión central de asegurar el
funcionamiento normal de la institución. Luego se fueron agregando otros
profesionales. Recuerdo a los profesores Quilodrán, Benavides, ambos
economistas. También un joven ingeniero, Sergio Boisier, que haría
posteriormente carrera en CEPAL como experto en desarrollo regional.
De modo que durante un año fui paralelamente profesor del Liceo y de la
Escuela de Economía. Luego empezó el curso de FLACSO en Santiago, de dos años.
Mantuve las clases en la Escuela los días sábados y Miguel realizaba una
ayudantía en días de semana. Y ya no volvería más al Liceo “Eduardo de la
Barra” ni a ningún otro. Así fue como le dije adiós a la Filosofía tanto como
actividad profesional y como vocación intelectual. En verdad, en el futuro sólo
me interesaría por leer filosofía política de tanto en vez, aunque siempre
mantuve a mi lado el “Diccionario de Filosofía” de José Ferrater Mora, al que
en ocasiones consultaba con agrado. También algunos autores como Herbert
Marcuse o Jürgen Habermas. Cuando egresé de los estudios de sociología en
FLACSO, renuncié a las clases de Filosofía en educación secundaria: fue un cambio
de giro.
Me gustó trabajar en esta escuela. El Director fue siempre muy deferente
conmigo podríamos decir que durante los últimos años que trabajé fuimos amigos.
Estuve en su casa en Viña del Mar. Conocí a su señora, muy hermosa y gentil.
Durante mi estada en Cornell me escribió largas cartas relatándome al detalle,
los acontecimientos tanto de la Escuela como de la Facultad y acerca de las
relaciones con la Rectoría de la Universidad, las que yo se las comentaba.
Ninguno de los dos sospechaba, en la época, que a los pocos años yo me
convertiría en yerno del Rector, don Juan Gómez Millas. Sucedió que al regreso
de Estados Unidos y de una gira por Europa encontré que la Escuela había
contratado a María Teresa Gómez Krarup como profesora de Derecho Comercial.
Ella tenía escritorio en la misma sala en que se me ubicó a mi. Nos hicimos
amigos, luego pololos y después de convivir algunos meses en Viña del Mar nos
casamos en Santiago. Yo en mi viaje había renunciado a dos otras relaciones, al
no visitarlas en sus respectivos países: Sylva, de Praga, y Wanda, de San José
de Puerto Rico. Llegaba de vuelta sin compromiso sentimental alguno. En otro
capítulo deberé retomar este paso que conduciría a la procreación de Paula, mi
única hija mujer.
III.- Con los pies firmes
en la Universidad
Al cumplir cinco años la Escuela, el Director organizó una ceremonia
solemne con la presencia de todos los alumnos, los profesores y autoridades de
Santiago. Me pidió que dijese el discurso académico ya que él haría un saludo
formal a modo de apertura del acto y de recepción a los asistentes. Así lo
hice. Posteriormente se publicó un folleto donde aparecían tanto sus palabras
iniciales y mi discurso que, lógicamente, redacté por escrito. En él me referí
a un tema que ahora vuelve a la actualidad de un modo imperativo y avasallador:
nuestro sistema escolar donde, en la época, pocos avanzaban hasta los grados
superiores de la escala educacional, ascenso asociado al status social,
económico y cultural de las familias. Presenté las cifras correspondientes e
hice un llamado a los jóvenes alumnos a asumir sus estudios con la responsabilidad
de quienes constituyen una élite privilegiada en el país.
El Decano de la Facultad era, en la época, el economista Luis Escobar
Cerda, quién más tarde sería Ministro de Economía y representante de Chile y
otros países de América Latina, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID),
en Washington.
A los pocos años de docencia en la Escuela fui incorporado al claustro
de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de
Chile, al cual sólo tenían acceso los profesores titulares. Ello me daba
derecho a votar en las elecciones de Decano de la Facultad y de Rector de la
Universidad. En el claustro se discutía la política académica de la facultad. Es
decir, muy joven había alcanzado el status más alto al que podía aspirar un
profesor o investigador universitario. Ello se correspondía con el grado en la
escala administrativa y con la renta percibida.
Mi participación en la Escuela me dio mayor visibilidad en la política
local. Así fue como la alianza política de izquierda denominada “Unidad
Popular” nos solicitó a dos profesores de la Escuela la elaboración de un
informe sobre la situación económico social de la provincia de Valparaíso, con
la ocasión de una elección presidencial y parlamentaria. El candidato a Presidente
era Salvador Allende, en la última de sus cuatro postulaciones, y a Senador por
la zona el dirigente comunista Volodia Teitelboim, quién se había destacado
también en el campo de la literatura. Fue mi primer contacto con un dirigente
político de nivel nacional, lo que sería frecuente en los tiempos de la
dictadura militar. Elaboramos el documento el economista Federico Quilodrán y
yo. Lo entregamos en una reunión especial con el candidato. Luego se publicó por
la Escuela ya que tenía un valor en sí, al margen de su uso electoral. Después
de varias reuniones con el candidato me quedó una impresión poco grata del modo
de relación que tenía con nosotros y yo entendía que con toda la gente, a lo
menos con toda aquella no militante de su partido. Actitud de superioridad como
de quién mira desde el alto, desde un púlpito invisible a una colección de
fieles devotos. No hubo con él una discusión sobre el contenido del documento
ni, por cierto, un agradecimiento explícito al trabajo voluntario realizado. Al
fin y al cabo fue un dirigente de la época del estalinismo. Yo diría que ésta
fue una experiencia decepcionante.
Estando en la Escuela en Valparaíso se forjó un acuerdo con el Instituto
de Administración de la Facultad, a la sazón denominado INSORA, que tenía la
tuición de la mención de Administración en la carrera de Ingeniería Comercial,
siendo la otra especialización Economía. Además, esta institución realizaba
asesorías en gestión a empresas privadas y a organismos del sector público. El
título profesional otorgado era y es el de Ingeniero Comercial. En virtud de
ese acuerdo yo formaría parte del grupo de jóvenes académicos que viajarían a
realizar estudios de postgrado en la Universidad de Cornell, situada en Ithaca,
al norte del estado de Nueva York. Yo debería partir en el mes de agosto del
1963. A mi regreso debía incorporarme a INSORA en calidad de investigador y
profesor de tiempo completo, aunque manteniendo al comienzo vínculos con la
Escuela porteña, por un semestre hasta el término del año escolar. La estada en
Cornell la relaté anteriormente como también el viaje a Europa realizado al
término de ella.
IV.- Investigador de
tiempo completo en el Instituto de Administración y Profesor de la Escuela de
Economía, en Santiago.
Mi actividad intelectual había sido hasta aquí el estudio de libros y
artículos, y la docencia. El estudio formativo y la docencia en escuelas
secundaria, primero, y universitaria, después. Con mi incorporación a los institutos
de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de
Chile la actividad profesional diaria cambiaría en lo principal. El estudio
sería de temas específicos enfocados a la elaboración de libros y artículos
para revistas especializadas. Es lo que en la universidad se llama la
investigación. La docencia, tanto en cantidad de horas de la jornada como de
preocupación intelectual, tendría una jerarquía supeditada a ella. En el
Instituto de Administración los Ingenieros Comerciales seguían apuntando en su
quehacer a la docencia y las asesorías en gestión en organizaciones públicas y
privadas. Sociólogos, el psicólogo social, el historiador sindical y el abogado
especialista en Derecho Laboral asumían su tarea científica en su especialidad.
Y yo lo hice con particular entusiasmo. Esta dualidad de quehaceres fue motivo
de tensiones. Las asesorías significaban ingresos para la institución; las
publicaciones especializadas significaban prestigio académico. La valoración de
lo uno y otro difería según el rol que cada uno desempeñara. A mí me parecía
que un instituto universitario debía, prioritariamente, investigar sobre
problemas o temas y dar a conocer los resultados de ello. Los administradores
asignaban más importancia a la formación de los futuros ejecutivos de empresas
y a los aportes que pudieran hacer a la gestión de las organizaciones, vía
asesorías. La misión de los profesores norteamericanos de la Universidad de
Cornell, un sociólogo, un historiador y un economista, favoreció la tendencia
más académica. Ellos venían a fortalecer el área de estudios de las relaciones
laborales. Cada uno tenía sus propios intereses académicos. Yo me incorporé a
la investigación sobre los dirigentes sindicales y las relaciones del trabajo
al interior de las empresas chilenas, que lideraba el Profesor de la
Universidad de Cornell Henry Landsberger.
Esta dos tendencias se convirtieron en una permanente tensión. Las
jefaturas, expertos en gestión, eran más inclinados a favorecer esa línea y,
según mi entender, no apreciaban del mismo modo las actividades propiamente
académicas. Difícil de aceptar para mí dado que estábamos en una Universidad. Estas
discrepancias se reflejaban en asuntos aparentemente baladíes. Es así como con
Jorge Barría, historiador del movimiento sindical chileno, compañero mío de
oficina, hubimos de dar una larga pelea a fin de que los nombres de los
autores de las publicaciones de colocaran en la portada de las publicaciones.
La tendencia de los administradores era seguir la práctica de los informes de
las consultarías que indicaban que la entidad consultora era la responsable del
informe y no los que lo redactaron, en tanto en la investigación académica el
autor de ella es el responsable de sus planteamientos y no la entidad en que
ellos trabajan. Las prioridades en el trabajo de secretaría, en el área de
publicaciones, en la adquisición de libros, revistas, etc. también seguían esa
pauta. Cuando INSORA publicó libros de los profesores de la misión de Cornell o
libros sobresalientes de autores norteamericanos en el área de relaciones
industriales el Decano de la Facultad debía escribir un Prefacio. Entonces el
Decano le pedía al jefe del Departamento de Relaciones Industriales de INSORA
que se lo escribieran. Este me pedía a mí que hiciera esta tarea. Es así como
algunos Prefacios firmados por Edgardo Boeninger, Decano, fueron redactados por
mí. Ello reflejaba la prioridad de la jerarquía de mando administrativo por
sobre la especialización científica. Si ello fuese un hecho aislado no habría
tenido importancia, pero estaba dentro de un contexto que era el clima laboral
habitual de la institución. El jefe del Departamento era Roberto Oyaneder, con
quién suelo tomar un café a media mañana en el presente, año 2014. Ahora me
dice que debía defendernos de las quejas de los superiores y sus colegas para
quienes, nosotros, los no ingenieros comerciales éramos los “bárbaros”.
Nosotros pensábamos que ellos no entendían ni podían entender al mundo
académico con sus valores, aspiraciones y actitudes. Percibíamos que,
conceptualmente, no pertenecían a él. Naturalmente que existían matices y que
había quienes compartían algunas de nuestras perspectivas y tenían un
intercambio intelectual con las especialidades más próximas a sus propios
intereses. Es así como habían quienes apreciaban la psicología social como útil
para entender el cambio y el desarrollo organizacional. Más difícil era la
aceptación de los enfoques histórico y sociológico de las relaciones del
trabajo.
Esta situación de tensión me llevó a escribir algunas reflexiones sobre
la administración de los institutos académicos. Las preguntas eran ¿cuál es la
organización más racional de las instituciones que cumplen funciones netamente
académicas? y ¿cómo traducir los principios y las técnicas de la Administración
–principalmente estructuradas teniendo como marco de referencia la actividad
económica- al quehacer universitario? En el cuerpo del artículo señalaba que
los especialistas universitarios en un campo dado constituyen un grupo de
iguales, en cualquier organización o país en que trabajen. Tienen su propio
código de normas y de jerarquías, que opera como control social que si bien en
nuestro medio es a veces difuso, es diferente del ejercido por las
organizaciones burocráticas, en que la fuente normativa es la jerarquía de
autoridad y no el grupo de colegas. Éstos están más interesados en los aspectos
sustantivos de su quehacer que en consideraciones administrativas. Al revés,
los profesionales que tienen menos identificación con su especialidad se
identifican más profundamente con la organización en que están empleados, tanto
en lo que se refiere a los programas o tareas como en cuanto a los
procedimientos. De modo que puede presentarse una situación de tensión entre
hacer una carrera dentro de la organización o hacerla dentro de la
especialidad. Mi amigo Roberto, vecino de barrio y frecuente compañero de café
a media mañana, me dice “yo no soy académico, yo soy universitario”. El llegó
en su carrera bastante lejos. Ocupó el cargo de Vice Rector Económico y
Administrativo de la Universidad de Chile. Pero no tuvo una trayectoria ni en
el campo de la investigación ni en la alta docencia. En tanto que yo no ocupé
en la Universidad de Chile ningún cargo directivo, pero realicé numerosas investigaciones
y libros míos fueron publicados en Chile y Europa, escribí artículos publicados
en las principales revistas de ciencias sociales de América Latina; fui
profesor el programas de graduados. Es decir, mi identificación era y es con
el campo de ideas en el cual trabajé y no con las jerarquías de autoridad
administrativa.
El artículo “El problema de la administración de los institutos
académicos”, publicado en el Boletín de
la Universidad de Chile, julio de 1966, fue previamente reproducido en
INSORA y repartido a todo el personal profesional. Me sorprendió que un
directivo de la institución, Jaime Fuenzalida, se mostrara interesado en su
contenido y tuviera palabras de elogio para el escrito.
No obstante, la situación de efervescencia que vivieron las
universidades en todo el mundo, a fines de la década de los sesentas también
impactó a las chilenas, en especial a la Pontificia Universidad Católica de
Chile y a la Universidad de Chile, mi Alma Mater. La agitación estudiantil en
numerosos países de Occidente había comenzado en los meses de abril y mayo de
1968 en Francia, que puso en jaque al gobierno del General De Gaulle, el que se
vio obligado a llamara a elecciones anticipadas. Dicha agitación se dio en un
contexto de cambio cultural comenzado varios años antes y de protesta por la
guerra de Vietnam. Tuvo un decisivo impacto en varios países. En Chile esa
efervescencia se unió y fortaleció con las contradicciones políticas y sociales
que culminarían con el triunfo de Salvador Allende y la Unidad Popular en la
elección presidencial de 1970. No hubo en el país institución alguna que se restara
la conmoción política de los años previos a dicha elección. El gobierno del
Presidente Demócrata Cristiano Eduardo Frei Montalva había impulsado un reforma
agraria combatida por los dos extremos: la derecha más reaccionaria y la
izquierda más revolucionaria. Desde el gobierno se había apoyado también la
reforma de la Universidad Católica, en especial desde el mismo Ministerio de
Relaciones Exteriores, cuyo titular era Gabriel Valdés Subercaseaux. Ese apoyo informal
ayudó a la expulsión de la Rectoría de Monseñor Silva Santiago, representante
destacado de la concepción tradicional en la dirección de la Universidad,
contra el cual luchaban los estudiantes y profesores renovadores. Asumió la
Rectoría el destacado arquitecto Fernando Castillo Velasco, militante del
Partido Demócrata Cristiano (PDC), lo mismo que Gabriel Valdés. El entonces
Ministro de Educación del gobierno, Juan Gómez Millas, ex Rector de la
Universidad de Chile, impulsor de una progresista reforma educacional, que
elevó la enseñanza básica de seis a ocho años entre otras sobresalientes
medidas, no estuvo de acuerdo con la actitud de Gabriel Valdés toda vez que no
correspondía a sus funciones de Canciller. Ello lo llevó a renunciar. El
Ministro Gómez Millas, aunque cercano a la Democracia Cristiana, era
políticamente independiente. Su reforma educacional constituía una destacada
política pública del sexenio de Frei Montalva. Su percepción de la situación
le indicaba que el movimiento de reforma traería una severa inestabilidad
política en el país, como efectivamente sucedió. El proceso histórico de
rebelión era, en Chile y en todo el primer mundo, absolutamente inatajable. Sectores
sociales y políticos católicos se movieron hacia la izquierda, escindiendo al
PDC y se aliaron con socialistas y comunistas, con los cuales conformaron el gobierno
del presidente Allende. Algunos líderes de estos nuevos izquierdistas
abrazaron con fervor la nueva causa, como corresponde a los recién conversos y
se hicieron ultra revolucionarios. A la larga, sin embargo, esas aguas
volvieron a su cauce de moderación y acomodo político y económico. En la
Universidad de Chile se vivió una época de conflictos y tal como pensaba el
Ministro Gómez Millas. Esos conflictos trajeron graves desórdenes que
condujeron a arreglos administrativos que separaron las unidades académicas
según tendencias ideológicas. A la larga ello facilitó la represión que
ejerció, años más tarde, el gobierno militar, cuando intervino a las
universidades.
Todo esto repercutió en el pequeño mundo de la Facultad de Economía y
Administración, incluyendo a INSORA, usualmente quitado de bulla en el aspecto
político. Numerosos estudiantes de Economía y algunos de Administración de
empresas fueron influidos por agitadores reformistas. Un grupo de ellos se
agruparon en una unidad académica, el Centro de Ciencias Sociales (CESO),
liderados intelectualmente por el sociólogo brasileño Theotonio dos Santos y el
argentino Tomás Vasconi, entre otros académicos marxistas. El sociólogo chileno
Danilo Salcedo asumió el rol de agitador de las ideas reformistas. Esas ideas pusieron
en cuestión la enseñanza de administración y la actividad de INSORA, lo que
condujo a la “toma” del local situado en el centro de la ciudad, vecino al
diario El Mercurio, enemigo del movimiento de rebelión universitaria. Mi
situación se hizo insostenible. En INSORA creyeron que yo estaba en connivencia
con aquellos sociólogos a quienes no conocía, ya que yo venía de Valparaíso y
mi formación como sociólogo no se hizo en ninguna escuela de sociología de
universidades chilenas y, por su ubicación geográfica, INSORA, mi centro de
trabajo diario, estaba lejos de la Escuela de Economía, que era donde se cocían
todos estos guisos. Sin embargo, mi posición política en la escena nacional era
favorable a la izquierda no ultrista aunque, tal como mi suegro, desconfiaba
del desorden universitario, como otros destacados académicos. Algunos de ellos,
como el matrimonio Torretti/Cordua, ambos filósofos claramente izquierdistas
en política, dejaron el país por muchos años. En los últimos tiempos, en
democracia, han obtenido el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades.
Los economistas, que por definición profesional tienen más sensibilidad
política que los administradores, se dividieron. Formaron dos Institutos, los
de derecha uno de Economía y los de izquierda uno de Economía y Planificación. Así
fue como en el año 1970 se produjo una reorganización del personal académico de
la Facultad según tendencias académicas y políticas. En el Instituto de
Economía y Planificación habían dos economistas ajenos a las tendencias de
izquierda y en INSORA tanto el historiador del movimiento obrero y abogado
Jorge Barría como yo éramos ajenos a la tendencia de derecha. En una solución
típicamente chilena se hizo un cambalache. Ellos se vinieron para acá y
nosotros nos fuimos para allá. Todo ello en medio de una reestructuración de
facultades, departamentos e institutos que afectaron a toda la Universidad
como parte de la Reforma. Este cambio, como se verá más adelante, me dejó en
medio del huracán político que azotó a la Universidad de Chile, como al país,
pocos años más adelante.
Así fue como se puso fin a mi pertenencia al Instituto de Administración,
que había durado unos nueve años. Fue un periodo de alta productividad
intelectual, en un medio ambiente en que ello no era clara y directamente bien
entendido. De algún modo tanto Jorge Barría, como yo, no nos sentíamos
realmente incorporados a los valores y metas institucionales. Realicé
investigaciones, publiqué artículos en revistas universitarias, dí conferencias
en Chile y en Universidades extranjeras como la Mayor de San Marcos, de Lima,
Ahí me sucedió lo siguiente. Los dueños de casa nos plantearon a mí y a mi
colega, el abogado laboralista Emilio Morgado, tener una reunión a fin de dar a
conocer nuestras actividades académicas en el campo de las relaciones
laborales. La reunión se programó para una tarde. Llegada la hora nos hicieron
pasar a un gran salón lleno de profesores y estudiantes. De modo que sin
avisarnos, la conversación se transformó en conferencias nuestras. Fue una
pequeña muestra del modo de relación de los peruanos con los chilenos. Yo salí
del paso hablando sobre las tendencias en sociología del trabajo, en especial
todo lo relacionado con la fuerza laboral al interior de las empresas: la
relación con la gerencia, la formación de grupos, las fuentes de satisfacción y
de frustraciones, los estilos de dirección. Mi colega Morgado habló sobre las
novedades en el campo del Derecho del Trabajo. Fuimos aplaudidos y, luego,
agasajados con buen pisco sour peruano que, sin duda, le lleva ventajas al
chileno. Nosotros contentos con haber salido del paso en lo que percibíamos
como una trampita maliciosa de estos académicos peruanos.
Otra ocasión que recuerdo de un curso en el extranjero desde INSORA fue
uno en Uruguay patrocinado por una organización empresarial con la asesoría de
CINTERFOR, organismo de la OIT, con especialización en Formación Profesional. Me
llamó la atención que trabajase como experta una socióloga chilena, egresada de
la Universidad Católica, de la cual nada se había sabido en Chile, pero de una
familia “bien relacionada” en la cerrada sociedad nacional. Años más tarde me
la encontré desempeñando un alto cargo, en las oficinas centrales de la OIT
en Ginebra, nada menos que asesora del Director General. Bueno ahí el misterio
fue aclarado, tenía lazos de parentesco con el Director General, a la sazón un
compatriota nuestro, Juan Somavía. Siempre ocurre en Chile lo mismo, con
dictadura o con democracia. La clase alta y media alta educa a sus hijos en
determinados colegios, que imparte educación de calidad, en relación al resto.
Muchos de ellos van a las mejores universidades del país y, luego, ocupan los
puestos de trabajo que tienen las mejores remuneraciones y perspectivas de
vida, con independencia de si políticamente sean de derecha o de izquierda.
Desde siempre los altos cargos están reservados para la elite social.
Además de las clases de ciencias sociales en la Escuela de Economía, en cursos
de pregrado, me correspondió hacer clases en el programa para Graduados (PAG),
que se realizaban en la misma sede del Instituto en el centro de Santiago.
“Aspectos sociales del desarrollo económico”, curso que derechamente me llevaba
más allá de los límites de la empresa. Tomaban este curso, tendientes a obtener
el grado de magíster, profesionales de distintas disciplinas. Me llamó la
atención la presencia de oficiales jóvenes tanto del Ejército como de la
Marina. Una de las obligaciones del curso que yo impartía era la elaboración de
un “paper” o monografía. A propósito de ello algunos alumnos me visitaban los
fines de semana en mi casa de Augusto Villanueva, en Ñuñoa. Uno de ellos devino
en visitante frecuente, de modo que tuvimos ocasión de compartir más allá de
lo habitual entre profesor y alumno. Se trataba del capitán Claudio López Silva
quién, años después, sería General de Ejército. Instalado el Gobierno Militar
en el edificio hoy conocido como Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM),
construido en tiempos de Allende para la conferencia de la UNCTAD, mi amigo el
General López me invitó a almorzar en los comedores habilitados por la Junta
Militar para el personal que trabajaba ahí, dado que el Palacio de La Moneda
fue destruido por el bombardeo del 11 de septiembre de l973. El almuerzo fue en
una mesa destinada a los generales. Yo ya estaba dirigiendo programas
“alternativos”. Claudio López sabía de mi pensamiento de izquierda de modo que yo
no estaba seguro si finalizado el almuerzo saldría libre o quedaría detenido. Aunque
lo deseaba me pareció impertinente, y peligroso, hacer algunas preguntas sobre
políticas del gobierno militar. No sabía quienes eran los generales sentados
cerca nuestro ni menos cual era su talante. Como dicen en el campo no hay que
meterse en las patas de los caballos y algunos de ellos podrían haber sido,
justamente, de la rama caballería del Ejército de Chile o, peor aún, de los
servicios de inteligencia.
Fueron tiempos, en la segunda mitad de los sesentas, en que el país y
las universidades eran frecuentemente visitadas por profesores europeos y
norteamericanos. Por acá llegaron los jóvenes del Cuerpo de Paz (Peace Corps)
impulsado por el Presidente Kennedy. El gobierno de Frei Montalva había
resumido su política como una de “revolución en libertad”, la que se expresaba
por una reforma agraria, una reforma educacional y una política de promoción
popular que incentivó a las organizaciones populares, sindicatos, juntas de
vecinos, cooperativas y otras. Dado que INSORA tenía un programa de Relaciones
Laborales, que poseía vínculos tanto con asociaciones de administradores de
personal en las empresas como con organizaciones sindicales, se constituyó en
una fuente de información para muchos de ellos. Es así como frecuentemente
tanto mi compañero de oficina, Jorge Barría, como yo mismo éramos entrevistados
por estas visitas sobre la situación social y política en el país. También la
prensa nacional se interesaban por conocer nuestras investigaciones y
opiniones. A modo de ejemplo la Revista “Ercilla”, principal semanario del país
en esa época, realizó un extenso reportaje, publicado en las dos páginas
centrales acerca de la encuesta a dirigentes sindicales, con fotos y todo. Lo
tituló, en forma destacada, “Chile: Sindicalismo sin Marx”. El reportaje se
basó en una entrevista que me hizo el periodista y en el libro publicado por
mí. Y termina así: el investigador Manuel Barrera, a modo de conclusión,
afirma:
“En el análisis realizado de los objetivos y métodos sindicales
comprobamos que la lucha sindical, a nivel de las bases obreras, no tiene ni
una orientación revolucionaria ni siquiera reformista del orden social, sino
que pretende alcanzar leves mejoramientos de la condición económica y social de
los trabajadores. En este sentido, el movimiento sindical expresa los esfuerzos
de los trabajadores, que tienden a disminuir la distancia existente entre su standard
de vida y su nivel de aspiraciones, y se constituye en una de las formas a
través de las cuales se canaliza la presión que dicha diferencia podría ejercer
sobre el conjunto de la estructura social” Santiago: Ercilla; 9 de febrero de 1966; pp. 20-21.
Todo ello influyó, quizás, para que la Rectoría de la Universidad
ocupada en ese entonces por el Profesor, ex Senador de la República y destacado
humanista, Eugenio González Rojas, me ofreciera participar en un programa
doctoral con la Universidad de California. Dado que yo pertenecía al
Departamento de Relaciones Industriales de INSORA, el ofrecimiento se refería
a esa área. Desafortunadamente no pude aprovechar esa oportunidad porque surgió
un problema familiar: el hijo de mi esposa, Gonzalo Rivas, que vivía con nosotros
necesitaba permiso especial de su padre para salir de Chile lo que, según se me
dijo, fue denegado. También debo agregar que yo no me sentía muy confortable
con la perspectiva de estudiar en Estados Unidos, como “major” esa
especialidad, aunque aquello podría atenuarse eligiendo un “minor” en un campo
sociológico más acorde con mis intereses en torno a temas macrosociales. Al
pasar los años el no tener un doctorado me cobró caro, aunque no tanto como el
no militar en un partido político. Los colegas destacados, nacidos diez años
después de mi, todos han necesitado tenerlo. Aunque, curiosamente, en todos los
países de América Latina y del Caribe en que estuve por razones académicas me
trataron de doctor. También en Europa.
V.- El último destino en
la Universidad de Chile: el Instituto de Economía y Planificación
Este Instituto tenía su sede en la calle Condell de la comuna de
Providencia en dos edificios separados por la Escuela de Servicio Social de la
misma Universidad. En el edificio principal, de tres pisos, estaban la
dirección, las oficinas administrativas, la de la mayoría de los investigadores
y la biblioteca. En el anexo, que tenía un amplio antejardín, estaban las
oficinas de algunos investigadores y las salas de clases del programa de
magíster en economía, llamado ESCOLATINA, ya que recibía estudiantes de
diversos países de América Latina. La Escuela de Economía, con alumnos de
pregrado, quedaba más alejada de este Instituto que de INSORA. El barrio era,
obviamente, más tranquilo que el sector central de la ciudad, pero claro que no
contaba con la variedad de cafés, restaurantes, museos, bancos, instituciones
públicas como el Congreso Nacional, La Moneda y diversos ministerios, y el ir y
venir de multitudes que se desplazan a toda hora por las principales calles del
casco central.
Mi trueque por el economista García Vidal me satisfacía ya que
consideraba que los economistas, en tanto profesionales, están más cerca de los
temas sociológicos, toda vez que en algunas de sus versiones la economía está
bien establecida como una ciencia social. Y, a lo menos en el Chile de la
época, el interés, la visión y el trabajo profesional de los economistas en la
Universidad, tenía un carácter académico nítido, lo que no sucedía con los
administradores. De modo que desde el punto de vista del contexto institucional
en el que se desenvolvería mi trabajo, pensaba, que había ganado con el cambio.
El Director del Instituto, además, era un economista muy destacado en el
ámbito nacional y en el continental ya que había dirigido por años una de las
principales divisiones de la Comisión Económica de América Latina (CEPAL). Se trataba
de Pedro Vuskovic. En el ámbito de las ciencias sociales y, en especial entre
los interesados por los temas del subdesarrollo de América Latina, era no sólo
conocido sino respetado. También lo era en los círculos políticos. Cosa que no
sucedió con ningún Director de INSORA mientras yo estuve ahí.
Esto acontecía en el año 1970, año de elecciones presidenciales. El
Instituto estaba definido como un centro de clara orientación izquierdista
tanto por la persona del Director como por la opción de la mayoría de los
académicos. En aquellos tiempos la política chilena se dividía en tres tercios:
derecha, centro e izquierda. La década de los setentas comenzaba en Chile
cuando la conflictividad de los sesentas llegaba a su culminación. Es así como
el principal partido político centrista, la Democracia Cristiana, definía su
opción como la de “revolución en libertad”. En tanto, los partidos de
izquierda, comunistas y socialistas, proponían una senda democrática hacia el
socialismo. La derecha postuló a un ex Presidente, el empresario Jorge
Alessandri. Tanto el candidato de izquierda Salvador Allende, como el
centrista, Radomiro Tomic postulaban la realización de cambios radicales en la
economía y la democracia chilenas. La ley electoral señalaba que si ninguno
obtenía la mitad más uno de los votos válidamente emitidos el Congreso debía
elegir entre las dos primeras mayorías relativas. La tradición nacional era que
el Congreso se decidiera por el candidato que hubiese obtenido la primera de
ellas. Es decir, por la primera minoría.
Una decisión política racional habría sido que los candidatos Allende y
Tomic hubiesen unido sus fuerzas y constituido un bloque mayoritario por los
cambios y la modernización del país. Pero ello no sucedió. Dado que Allende
aparecía como el más probable ganador de los tres candidatos la situación política
se tensionó al máximo. La elección confirmó esta apreciación. Los resultados fueron
Salvador Allende 36,6%; Jorge Alessandri 34,9%; Radomiro Tomic 27,8%. Las
posiciones políticas de Allende y Tomic estaban por realizar profundas
transformaciones al capitalismo tal como existía en el país, con una gran
cantidad de pobreza, desigualdad y marginalización social. De modo que Tomic se
apresuró a reconocer el triunfo de Allende y confirmó que sus partidarios
votarían en el Congreso Nacional por refrendar el triunfo de la primera
minoría. Ello creó una situación de máxima inquietud en los sectores de
derecha, incluyendo al gobierno norteamericano, que creía que se estaba
gestando una nueva Cuba en el continente. Todo lo cual ayudó a crear un clima
de guerra fría en el país.
Pues bien, el Instituto de Economía jugó un papel destacado en la
campaña de Salvador Allende ya que su Director estuvo a cargo de elaborar el
programa económico de la candidatura. Aunque la elección se realizó el 4 de
septiembre, durante todos los meses anteriores del año 1970 esa fue una de las
preocupaciones centrales de los investigadores, en especial de los militantes
comunistas y socialistas. A medida que se acercaba la elección e inmediatamente
después esa preocupación fue creciendo.
Aunque el mandato principal de Vuskovic era el programa económico, sea
por la importancia de la tarea, o por el prestigio del encargado, o por la
inercia de otros actores poco a poco sobre el equipo que se había constituido
en el Instituto recayeron otras responsabilidades. Es así como importantes
personeros médicos, educadores y otros empezaron a concurrir a nuestra sede.,
en la calle Condell de la comuna de Providencia. Después del día de la elección
esto se vio también como un intento de Vuskovic de copar las áreas sociales:
salud, educación, trabajo que él consideraba de importancia para el éxito de la
transformación económica. Y así fue como, inesperadamente, el economista que
estaba a cargo de la elaboración del programa (que posteriormente sería
Ministro de Estado) me solicitó liderar una comisión que avanzara algunos
antecedentes para definir una política educacional acorde con las
transformaciones estructurales de la economía y la sociedad chilenas que
proyecta realizar el gobierno de la Unidad Popular. Para ello se conformó una
comisión de profesionales, cuya coordinación la realizó el funcionario de la
CEPAL Rolando Sánchez. La comisión estaba estuvo formada por Ruth Villafañe,
del Centro de Perfeccionamiento del Magisterio; Miriam Zemelmann, de la Oficina
de Planificación de la Universidad de Chile; por Sergio Arenas, del Centro de
Perfeccionamiento del Magisterio; por Dagoberto Bettancourt, de la Comisión
Técnica del Plan Nacional de Edificios Escolares; por Gastón Díaz, de la
Oficina de Planificación de la Universidad de Chile, por Máximo Neira, de la
Dirección de Educación Profesional; por Darío Osses, del Centro de
Perfeccionamiento del Magisterio; y por Carlos Velasco. La responsabilidad del
conjunto de trabajo estuvo a mi cargo. El documento elaborado reunió los datos
básicos sobre los diferentes niveles educacionales, desde la educación
pre-básica hasta la universitaria. Caracterizó la situación de cada uno de
ellos en términos cuantitativos y cualitativos. Presentó un total de 41 cuadros
con los datos estadísticos; incorporó 4 anexos y dio indicaciones de políticas.
El informe se tituló Aportes para un
plan educacional a corto plazo. Fue publicado en un ejemplar atrasado de la
Revista del Ministerio de Educación (páginas 3 a 24) ya que como explica el
editor “los originales que la componen sólo llegaron a la imprenta a fines de
año, debido a dificultades que no las originó la Revista”. Se trata del año
1970, aunque se mantuvo el número y el mes en que correspondía su normal
aparición. El informe se publicó también en la revista de la Escuela de
Educación de la Universidad de Concepción; PAIDEIA;
diciembre de 1970, Número 10; pp. 41-101.
En su párrafo inicial el documento señala:
“Este trabajo trata sobre todo de
ser útil. No tiene otra pretensión
que la de entregar, con la urgencia de la necesidad,
una visión lo más aproximada posible a la realidad,
de aspectos generales del servicio educacional que
se presta a los niños y jóvenes chilenos. Para ello se hace
un examen cuantitativo que permite apreciar el estado
en que el Gobierno Popular recibe al país en este importante
respecto. Este recuento, que debe ser afinado una
vez que la Unidad Popular se haga cargo del Ministerio, se
ha extendido hacia la situación previsible en 1971 y a algunas
posible líneas de acción que pueden servir para tomar
las decisiones del corto plazo”.
Manuel Barrera y comisión; “Aportes para un
plan educacional
a corto plazo”; Revista de Educación;
Santiago:
Ministerio de Educación; septiembre de 1970; número 30 (nueva época); p. 3.
El programa de la Unidad Popular se detalló entre el 4 de septiembre,
día de la elección, y la asunción al poder de Salvador Allende, el 4 de
noviembre de 1970. De modo que el trabajo se hizo bajo presión del tiempo y en
medio de las negociaciones políticas para la formación del gobierno. Yo me
sustraje totalmente de cualquier reunión u otra iniciativa en dirección a este
último objetivo. El coordinador de la comisión me presionaba para superar el
marco del Instituto y de su director Pedro Vuskovic, quién perdió su batalla
por dejar bajo la responsabilidad del equipo reunido en el Instituto las áreas
no económicas. Ello significó una dispersión de los esfuerzos técnicos y una
descoordinación entre nuestro trabajo que prosiguió hasta el final y los
comités propiamente políticos. Por último, en el caso de educación, nunca se
conoció otro aporte que el nuestro. Las negociaciones políticas culminaron con
el nombramiento de Mario Astorga como Ministro de Educación, en virtud de su
militancia en el Partido Radical y en su calidad de dirigente del gremio del
magisterio de la educación primaria. Yo entregué el informe a la autoridad del
Instituto de Economía y Planificación y no tuve ninguna vinculación con el
liderazgo político. El Ministro designado nunca me contactó para hablar sobre
el tema.
Aquí voy a recordar una curiosa situación. En la preparación del plan
educacional y durante la gestión de Astorga como Ministro nunca hablé con él.
Pero ello no significa que no lo conociese. Nos conocimos siendo alumnos del
liceo Juan Antonio Ríos, en la comuna de Quinta Normal, uno de cuatro liceos de
Santiago en que se realizaba una experimentación educacional, situados todos en
barrios de clase media. El llegó al Liceo a cursar los dos últimos años de
humanidades de los seis que completaban el ciclo. Yo estaba ahí desde el
segundo año. El venía de otro Liceo renovado, como se les llamaba, el Darío
Salas. Según la profesora Inspectora General, que me ha proporcionado la
información, venía trasladado por motivos de mala conducta a nuestro
establecimiento. Había organizado algunos desórdenes confundido, quizás, con la
noción de la autodisciplina que se aplicaba en estos establecimientos. Esta
profesora de matemáticas, con quién hablo regularmente hasta el día de hoy, me
dice que ya tenía ciertas condiciones de líder. En el Liceo de acogida yo era
presidente del “gobierno estudiantil” y recuerdo que me miraba desde lejos con
cara de desconfianza. La profesora me cuenta que tenía una personalidad
agresiva. También su hermano menor llegó al mismo colegio, aunque no expulsado
del Darío Salas.
Al Dr. Salvador Allende tampoco tuve ocasión de verlo “cara a cara” en
este periodo. Sí había asistido a varias concentraciones donde él era el orador
principal, ya que la del 1970 fue su cuarta candidatura a la presidencia. Sin embargo,
en una ocasión, a mediados de los sesentas, tuve el agrado de encontrarme con
él en una consulta médica. Yo estaba siendo tratado por problemas a la columna
por el destacado neurocirujano chileno Dr. Alfonso Asenjo, creador del
Instituto de Neurocirugía de la Universidad de Chile. El diagnóstico era hernia
en el cuarto disco lumbar y otros patologías menores. El tratamiento
medicamentoso no había resultado, de modo que el médico había programado una
cirugía. Sucedió que a una semana de la fecha programada para entrar al
quirófano el Dr. Asenjo me propuso probar unas inyecciones a base de ajo,
recién recibidas por él. Así lo hice. Por varios días el aroma del ajo salía
por todos los poros de mi cuerpo. El ajo me salvó de la operación. Después hube
de hacer diariamente los cuatro ejercicios básicos para fortalecer la
musculatura del estómago que sostiene a nuestra columna, responsable de
sostener cuanta presa cuelga de ella. Dos veces me he olvidado de realizar
tales ejercicios, quizás por algunos meses, a lo largo de los últimos 45 años y
en ambas ocasiones he debido permanecer tres a cuatro semanas en cama. En suma,
en materia de operaciones a la columna estoy aún invicto. En la circunstancia
de constatar el efecto de tales inyecciones me encontraba, de mañana, esperando
al doctor en su consulta cuando aparece, de improviso, el Senador Salvador
Allende tan elegante como acostumbraba a vestir. Me saluda amablemente, arrisca
la nariz y, en buena hora el Dr. Asenjo abre la puerta. Allende de pone de pié
y lo saluda ¿cómo está maestro? y ambos entran a la sala de atención médica.
Tuve la suerte de ser tratado por el Dr. Asenjo a petición de mi suegro,
a la sazón Ministro de Educación y ex Rector de la Universidad de Chile. Ambos
mantenían una estrecha amistad. Por eso me atendía en horas en que no recibía a
otros pacientes y lo hacía gratuitamente. Siempre se lo he agradecido. Y nunca
olvidé la imagen que Salvador Allende proyectaba esa mañana: un hombre alegre y
feliz; lleno de vida y gentil. Un triunfador.
Constituido el gobierno, varios de los economistas del Instituto
accedieron a importantes cargos. Pedro Vuskovic prefirió ser Ministro de
Economía y no de Hacienda, como todos preveían. Jorge Arrate, Gonzalo Martner,
Alban Lataste y otros fueron al gobierno. Los ministros apenas constituido el
gobierno, pero otros en las semanas o meses después. Entre estos últimos estaba
el joven economista Máximo Jeria, hermano de Ängela Jeria, madre de la actual
Presidenta Michelle Bachelet. Yo de Máximo fui bastante cercano en la época,
pero como muchos de los nombrados salió al exilio después del golpe militar.
Algunos años más tarde (quizás 6 ó 7) estaba trabajando en el Banco Mundial o
en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, cuando fui
invitado por The Wilson Center a presentar un trabajo en un seminario, que fue publicado
luego, por dicha organización (Manuel Barrera; Política laboral y movimiento sindical chileno durante el gobierno
militar; Washington: Working Papers; number 66; 1980). Terminado el
seminario me quedé unos días adicionales a fin de visitar otras organizaciones
y algunos de los importantes museos de esa capital. Logré alojamiento en un
hotel en el centro de la ciudad a un precio elevado para mi status de Director de
una ONG santiaguina. En esas circunstancias Máximo me invitó a su casa, donde
me alojé unas tres noches. Estaba casado con una economista argentina, también
funcionaria de uno de esos bancos nombrados. Vivían, como todos estos
funcionarios, a las afuera de la ciudad, en medio de árboles y jardines. Un
lugar muy lindo, de difícil acceso para todo extraño al sector. Ahí tuvimos
ocasión de hacer recuerdos del Instituto y del país. Ahorré los dólares que me
costaba el hotel, pero con la obligación de estar preparado para volver a casa
a las 5:30 de la tarde, la hora de salida del trabajo de los bancos,
renunciando, por tanto, a la vida de la ciudad después de esa hora. Desde
entonces no volví a ver a Máximo y sólo, en ocasiones, supe de él por mis
conversaciones con su hermana Ángela. Sin embargo, hubo una época en que
frecuentemente me acordaba de él por una extraña casualidad. En la década de
los 80’s yo había vendido la casa en que habitamos mis hijos y yo después de la
separación de la mamá de Manuel, Gloria Jones, y de la venta de la casa del
pasaje de José Gabriel Rojas (Malaquías Concha con Avda. Condell). Era una casa
con numerosas piezas y un gran patio en la calle Troncos Viejos, de la comuna
de La Reina, en su sector bajo. Ahí teníamos un extenso jardín y un perro, muy
amigable y querido, el Jack. Cuando mi hija se fue a convivir con el padre de
mi nieto mayor, Sergio Fernández y mi hijo Manuel optó por irse a vivir con su
madre, entonces, quedé solo en esa gran casa. Me mantuve ahí por un tiempo por
temor a no acostumbrarme en un departamento. Al cabo de unos meses llegué a la
conclusión que era demasiado sacrificio vivir solo en ella y muchas las
preocupaciones. Entonces procedí a su venta a través de la oficina de corretaje
que tenía mi amiga Luisa Durán de Lagos. Como no sabía si soportaría la vida en
un departamento dada mi afición por el jardín, los árboles y las flores no
procedí a comprar uno sino a arrendar, a través de la misma empresa de Luisa.
Ella me ofreció uno en la comuna de Ñuñoa, cerca de donde vivía Paula, ya no en
convivencia con el padre de Sergio sino con Alejandro, el padre de Catalina.
Entonces, yo iba los domingos a almorzar con ellos, me iba a pié y tres cuadras
antes de llegar debía caminar por una calle llamada Máximo Jeria. En el mes de
febrero de este año 2014 la hemos atravesado varios días con Emilia en auto.
Una vez le pregunté a mi ex colega y me dijo que el nombre era en recuerdo de
su abuelo. Más aún, mi hija vivía con Alejandro y los dos niños, en la calle
Juan Gómez Millas, nombre en honor del abuelo materno de mi hija. Cuando me
faltaban dos cuadras para llegar llamaba por teléfono y salía a encontrarme mi
nieto Sergio, saliendo ya de la infancia, y apenas lo divisaba le hacia señales
y ambos, felices, nos apurábamos al encuentro.
No volví a Washington hasta septiembre del 2001. El día 10 de septiembre
tomé el avión de vuelta a Ginebra. El 11 fue la fecha fatal. Estaba en mi
oficina cuando Carolina Rosseti nos llama a gritos a ver la televisión a todos
en la embajada. Vimos el impacto del segundo avión en la segunda torre gemela.
Desconcierto y espanto .
Los años que siguieron después de la elección de Allende hasta el 11 de
septiembre de 1973, lo pasé en el Instituto haciendo estudios y publicando. Fui
parte del comité que orientaba las investigaciones que se efectuaban. No
concurría a la escuela de pregrado ya que me dediqué a realizar seminarios en
la sede del Instituto (calle Condell, comuna de Providencia) para la
realización de la tesis de los alumnos que ya habían cursado todos los ramos
del curriculum. No tuve ningún lazo funcional con el gobierno de Salvador
Allende, aunque varios de sus funcionarios economistas concurrían a visitarnos
y conversar sobre la situación política, el trabajo del gobierno y nuestros
estudios. Recuerdo que en los días finales del gobierno, Máximo me dijo que
quedaba escaso abastecimiento de algunos esenciales alimentos para la
población. Tiempo atrás me habían pedido mi curriculum vitae para un
nombramiento en la CORFO. A pesar de que estuvo en el escritorio del
Vicepresidente Ejecutivo las tensiones políticas impedían el fluir de la
maquinaria administrativa.
Representé al Instituto ante el Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales (CLACSO), con sede en Buenos Aires, que realizaba anualmente una
asamblea, en distintos países de todos los centros afiliados en América Latina
y El Caribe y que fuera un apoyo importante para mantener la actividad de las
ciencias sociales en el Chile del gobierno militar. Tuve una larga y fértil
relación con esa organización así como la tuvieron numerosos centros de estudio
independientes que se formaron durante la dictadura militar. Sobre mi
vinculación con CLACSO abundaré más adelante.
Estos años, no obstante la tensión política que los caracterizó, fueron
de gran plenitud en el sentido académico. Entre los años 1970 y 1973 se
publicaron varios estudios. Dos de ellos sobre el tema de la participación
social que interesaba, en la época, a organismos internacionales. El Instituto
de Estudios Laborales (dependiente con la OIT) de Ginebra me encargó un estudio
que se tituló “La participación social y los sindicatos industriales en Chile”,
publicado por dicho Instituto en 1970. Otro estudio también sobre el tema de la
participación social, aunque más amplio en cuanto al contenido, lo realicé en
colaboración con Almino Affonso, un brasileño exiliado en Chile que había sido
Ministro del Trabajo del Presidente Joao Goulart de Brasil. Joao Goulart había
asumido la presidencia en 1961 y fue derrocado por un golpe militar en 1964.
(Murió asesinado por agentes de la Operación Cóndor en 1976 cuando se
encontraba en el exilio, en Argentina. Este golpe sería seguido por varios
otros en el Cono Sur de América Latina). El trabajo realizado con Almino
Affonso se tituló La participación
social en Chile; Ginebra: OIT; 1970; Documento SI/RESEARCH Notas/1970/1. Almino
se encargó del sector rural/agrario que en esos años de la segunda mitad de la
década de los años sesentas, estaba viviendo intensas movilizaciones y cambios
en la propiedad de la tierra. Empezaban a implementarse los planes de reforma
agraria, tendientes a eliminar la economía y la sociedad latifundaria. Yo me
encargué del sector urbano, minero e industrial, también agitado por reivindicaciones
obreras y propuestas de cambios. En la minería del cobre la política de
chilenización implementada por el gobierno del Presidente Frei Montalva no
satisfacía a numerosos sectores nacionales que proponía una más audaz, la
nacionalización de las minas en manos de empresas norteamericanas. Sobre esas
empresas emprendí un trabajo, único en su género, ya que hacía referencia a
las relaciones empresas sindicatos, a la orientación política de los sindicatos
y a la vida en las comunidades mineras.
En efecto, estudiaba la condición de masa aislada de los
trabajadores del cobre que vivían y trabajaban en “ciudades de compañía”, los
campamentos mineros. Ponía énfasis en la conflictualidad obrera en las empresas
norteamericanas de la Gran Minería del Cobre, teniendo como referencia temporal
los diez años que terminan en 1966. Las empresas eran: la “Chile Exploration
Co. , en Antofagasta; la “Andes Copper Co., en Atacama y la Braden Copper Co.,
en la provincia de O’Higgins. Dicha protesta logra, a través del tiempo su gran
objetivo, el mejoramiento de las remuneraciones y de las condiciones de
trabajo. Objetivo que se mantiene y se acrecienta después de la
nacionalización, aprobada por el Congreso Pleno el 11 de julio de 1971. El
Ejecutivo tomó posesión material de los minerales cinco días después.
La incorporación de las compañías cupríferas norteamericanas al país
se realizó en una época de penetración creciente del capital estadounidense en
América Latina, la que tuvo los rasgos típicos del imperialismo económico de su
época. Ello se reflejó en las relaciones que mantuvieron tales empresas con el
Estado chileno, en las ganancias obtenidas, en la explotación de la fuerza de
trabajo.
La reacción obrera se produjo desde el mismo comienzo. La protesta
consistió en huelgas y en la constitución de organizaciones sindicales. En la
década de 1930-1940 se consolidaron los sindicatos, los que agruparon
prácticamente a todos los obreros. En 1951 se constituyó una organización que
unió a los trabajadores de las diversas empresas. A partir de entonces las
huelgas y los paros se acrecentaron. Las causas de ellos fueron principalmente
económicas, económicas-sociales y problemas relativos al manejo del personal.
La protesta obrera también se manifestó con un radicalismo político que significó
la adhesión a los partidos marxistas, tal como lo mostraron las votaciones
sindicales y políticas.
El objetivo sindical principal y permanente fue durante todo el
periodo el mejoramiento de las remuneraciones. Una aspiración lograda: fueron
los obreros mejor pagados del país.
Sin embargo, el descontento obrero fue una constante de la situación
de vida y trabajo de las minas. ¿Por qué? Asocié tal realidad al hecho de los
trabajadores y sus familias constituían una “masa aislada”, en el interior del
desierto o en la cordillera, distante de los centros urbanos. Habitaban,
además, en “ciudades de compañía”, cuyo funcionamiento en los más diversas
aspectos, dependía de las empresas propietarias de las minas y de los
campamentos. Ello facilitó la formación de una conciencia de clase y otorgó al
sindicato funciones y poderes amplios. De modo que el aislamiento se acompaña
con el descontento. Éste favorece la acción sindical conflictiva, lo que
facilita el logro de las aspiraciones. En efecto, comprobamos que la elevación
de las remuneraciones fue un anhelo logrado.
Sin embargo, si el aislamiento deriva en frustración, tensiones,
descontento, la obtención de remuneraciones elevadas no tiene el efecto de
eliminar esas manifestaciones de la alienación obrera. Según nuestra
información mientras más mejoraron los salarios mayor fue la frecuencia de las
huelgas y más fuerte fue la oposición a las compañías. Si la situación de masa
aislada provoca descontento permanente, los cambios en la propiedad de las
empresas tampoco lo eliminarían de por sí.
Lo que sucedió es que, con posterioridad a su nacionalización los
campamentos mineros fueron eliminados. Los trabajadores y sus familias se
trasladaron a vivir a las ciudades más cercanas a cada mineral.
Véase Manuel Barrera; El
conflicto obrero en el enclave cuprífero; Santiago: Instituto de Economía y
Planificación; 1973; 109 pp. Esta investigación también fue publicada por la
Revista Mexicana de Sociología, del Instituto de Investigaciones Sociales de la
UNAM, en su número de abril-junio de 1978, en toda su extensión. Ello porque
este libro, como todas las publicaciones realizadas en el Instituto de Economía
y Planificación, fueron retiradas (¿quemadas?) después del golpe militar.
Retomo estas líneas después de un largo periodo de abandono. Sucedió que
me he interesado por adelantar, en la medida de lo posible, otro capítulo de
este escrito: el cuarto que trata sobre mis vocaciones, la profesional y las
otras, las no profesionales. Al día de hoy creo que lo he terminado, aunque de
eso nunca se está seguro. Sucede que los estados de ánimo me llevan por caminos
que no he planeado caminarlos y, luego, me retrotraen al curso supuestamente
principal.
Además, y de manera decisiva, está la vida real con preocupaciones de
todo tipo. Algunas permanentes, otras coyunturales. Y esas preocupaciones
cuando se refieren a la familia, a veces, copan el total espacio de la
conciencia y no admiten otros pensamientos que no sean acerca de ellas. Y eso
me ha sucedido en estas semanas y meses. Últimamente se han agravado estas circunstancias
por los trágicos acontecimientos de la vida internacional con que nos golpean
las noticias de la prensa y la TV.
Hoy, cuando escribo estas líneas es el 20 de julio de 2014, día Domingo.
Santiago amaneció con frío y niebla baja. Emilia salió a las 9:30 hrs. a misa a
la Iglesia ortodoxa rusa, sita en la comuna de Ñuñoa, la única en la ciudad. Yo
me he quedado en el departamento sin salir a tomar un café, al revés de lo que
hago habitualmente, a alguno de los negocios a fin de caminar en la mañana y
distraerme un tanto. En los días de semana solemos, con Emilia, juntarnos con
uno o dos amigos que también participan de esta ceremonia. Los domingos, sin
embargo, voy solo ya que uno de ellos concurre al cementerio a visitar la tumba
de su hija fallecida años atrás poco después de haber recibido su título de
médico. Ya la conocí de chica porque coincidimos con su padre, Roberto, en la
Universidad de Cornell. El otro amigo concurre cada domingo a misa, aunque al
rito católico. Yo, que iba a misa cada día en los internados católicos en que
estuve de chico, ya no concurro a las iglesias con fines religiosos.
Dos preocupaciones principales han monopolizado mis energías psicológicas
en los últimos meses. Primero, un trámite de Emilia. Ella ha presentado en
enero de este año una solicitud de nacionalización al organismo correspondiente
del Estado chileno. A la fecha no sabemos nada acerca del curso que ha seguido
esta solicitud, a pesar de varias gestiones realizadas y de estar atentos a la
página de Internet a donde los solicitantes son remitidos. Cumple con los
requisitos y sus antecedentes han sido aceptados sin objeción alguna, con fecha
20 de febrero. Segundo, los ires y venires, los altos y los bajos, los acuerdos
y los incumplimientos, que caracterizan las relaciones con los hijos.
Especialmente en estos últimos meses me ha preocupado la actitud del hijo,
después de haberse superado el shock del choque de mi nieto mayor en moto y sus
desacuerdos con su madre, mi hija. Estos dos tipos preocupaciones no me han
permitido avanzar al ritmo en que lo hice antes en la autobiografía. Ya que
como decían los antiguos “primum vivere,
deinde philosophari”. Claro que este vivir no ha consistido en obtener
dinero sino en atender a problemas reales desagradables.
Por otro lado, la política nacional y los trágicos acontecimientos
internacionales nos han preocupado grandemente. En dos de los países en que se
desenvuelven graves conflictos Emilia tiene algún tipo de vínculos. En Israel
vivieron su madre y su hermano hasta hace dos y un años, cuando fallecieron. En
cuanto a Ucrania allí nació su padre y reconoce que las raíces de la cultura
rusa están en Kiev, en especial en cuanto a la religión.
La muerte de inocentes en estos conflictos, cualquiera sea su
nacionalidad, así como las que ocurren a diario en otros países donde impera
una violencia irracional, también hieren nuestra sensibilidad.
Aquí en nuestra patria se viven tiempos de cambio, que si se efectúan
con éxito, pueden ampliar la democracia, mejorar la vida del hombre común,
desarrollar el país con mayor justicia. Es difícil para mí vivir estos procesos
como espectador, después de haber tenido toda una vida justamente ocupada en aportar
a que esos cambios ocurrieran. Los viejos vivimos apartados por la sociedad del
curso principal de los acontecimientos como si ya no estuviésemos en este
mundo.
Retomar, pues, el relato en el punto del
tiempo en que quedó meses atrás requiere un esfuerzo que deberé enfrentar de
aquí en más.
Parafraseando a Fray Luis de León, cuando volvió a su cátedra después de
estar cinco años presos por la Inquisición, yo también digo “como decíamos
ayer”. Sí “ayer” me refería a la investigación realizada sobre el conflicto
obrero en el “enclave cuprífero chileno”.
Siguiendo mis estudios sobre el conflicto obrero en el país emprendí la
tarea de investigar y escribir un trabajo sobre la huelga obrera en Chile de
carácter histórico, a la vez comprehensivo en el tiempo y relativamente breve
en extensión.
Este estudio, escrito y publicado en una
época en la cual las contradicciones sociales y económicas se agudizaron al límite,
culminó en un artículo que publicó una revista perteneciente a la Universidad
Católica de Chile, institución que estaba viviendo una profunda reforma. Uno de
sus frutos fue su apertura a los temas de la realidad social y política del
país. Esta revista, y el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) a
la que pertenecía, eran un producto y una avanzada académica de tal reforma. Con
el golpe militar de 1973 esta universidad también fue intervenida por las
fuerzas armadas y la revista desapareció.
Este artículo, que extravié en una de las tantas
peripecias
sufridas por mi biblioteca personal,
recién lo que recuperado
en una versión digital, gracias
a la gentileza de la bibliotecaria de FLACSO- Chile. Fue escrito con el
propósito de exponer el largo, difícil y heroico camino recorrido por la clase
obrera chilena para ir desde una situación de total marginalidad y
subordinación durante todo el Siglo XIX y gran parte del XX hasta constituirse
en uno de los pilares del desarrollo nacional, económico y político.
Cuando el conflicto social se ha
volcado a las calles en los años
2011 y 12, protagonizado ahora por
los estudiantes es
conveniente recordar la trayectoria
del movimiento sindical
minero, manufacturero y campesino.
Obreros, empleados y
estudiantes han sido los ejes de las
movilizaciones sociales en la
historia chilena.
El artículo está estructurado en
cinco capítulos y contiene quince
cuadros. Los cuadros que se
construyeron recopilan valiosa
información sobre huelgas en las
diferentes regiones del país,
ramas de la producción,
reivindicaciones explicitadas,
participantes y datos generales sobre
los asalariados en las
distintas épocas que se distinguen.
Este estudio fue el primero en
presentar un panorama general de las
huelgas en Chile desde
mediados del siglo XIX hasta 1969.
Después aparecieron estudios
más completos, incluso algunos libros,
que trataron de cubrir el
tema de la huelga como arma de lucha
de los asalariados chilenos,
tanto en su extensión temporal como
en lo sustantivo.
Los capítulos de mi artículo:
1. INTRODUCCION
2. LA PROTESTA DE LOS OBREROS
CHILENOS EN EL PERIODO DE
LA MARGINALIDAD TOTAL
3. LAS HUELGAS EN EL PERIODO DE LA
INCORPORACION DE LA
CLASE OBRERA A LA SOCIEDAD POLÍTICA
4. LAS HUELGAS EN EL PERIODO DE LA
PARTICIPACION
RESTRINGIDA
5. CONCLUSIONES
Véase; Manuel Barrera; “Perspectiva
histórica de la huelga obrera
en Chile”; en Cuadernos
de la Realidad Nacional, núm. 9; Santiago; CEREN; Universidad Católica
de Chile; Septiembre de 1971;
pp. 119-155.
En
este artículo se alude a la crueldad con que los diferente gobiernos
enfrentaron la protesta obrera, incluyendo masacres de cientos de trabajadores.
Ya en 1980 los trabajadores de las oficinas salitreras realizan un petitorio,
que no incluyen alzas de salarios, sino reivindicaciones por mayor libertad
para acceder al comercio, seguridades personales y otros asuntos de la vida
diaria. El petitorio lo encabezaba el siguiente título: “Comité Obrero de la
Pampa al Ministerio del Interior”. Los peticiones se referían derechos
ciudadanos generales propios de un país libre. La respuesta por parte de las
compañías fue violenta. Los trabajadores también respondieron con violencia.
Intervino un regimiento de caballería y se produjo una masacre, numerosos
muertos por fusilamiento. En Valparaíso los trabajadores protestaron por las
muertes de sus compañeros. Fueron reprimidos con un saldo de 50 obreros muertos
y alrededor de 500 heridos. Estos acontecimientos estaban relacionados con la
profunda división de la clase dominante que condujo, pronto, a la Guerra Civil
de l891.
La primera década del siglo XX se caracterizó por un
incremento extraordinario de la actividad huelguística, y ésta por su magnitud
y extensión. Hubo muchos trabajadores comprometidos y cada vez más zonas del país,
desde el Norte Grande hasta Punta Arenas, en el extremo sur. Se destaca en este
periodo la horrible masacre de la Escuela Santa María. En 1907 hubo una huelga
de los mineros de la pampa salitrera, que reiteraban las peticiones de l980. Se
congregaron en Iquique en dicho recinto en gran número. Contaban con la
adhesión de los gremios de la ciudad. Fueron reprimidos por
las armas. Se calcula por los
historiadores en 2.000 los muertos en la masacre en la Escuela, más unos
obreros que habían sido trasladados al Club de Sport, que también fueron
asesinados. En el artículo se describe la trayectoria de la protesta obrera
hasta pasada la primera mitad del siglo XX.
Fue
un trabajo pionero. Por desgracia sólo conocido por los académicos interesados
en estos temas. La revista no sacaba separatas y su director, Manuel Antonio
Garretón, tampoco consintió en su publicación en la Revista Mexicana de
Sociología cuando se lo sugerí.
Qué duda cabe que los años 1970-1973 fueron los más
convulsos en la vida política chilena de los últimos 50 años. Incluso los
cientistas que estaban en el trabajo académico vivieron con intensidad los
conflictos que signaron con fuego ese breve pero intenso periodo de nuestra
historia. El autor de estas líneas fue uno de ellos.
El Instituto de Economía y Planificación (IEP) de la
Universidad de Chile, entidad dedicada a la investigación y a la docencia de
pre y post grado en Ciencias Económicas, había reunido a fines de los años
sesenta a un grupo de los más destacados economistas de la izquierda chilena.
Varios de ellos venían de organismos de Naciones Unidas. Antes del triunfo de
Salvador Allende ellos creían que había llegado la hora de actuar en la
política del país. Lideraba este grupo Pedro Vuskovic, quién había dirigido un
departamento importante de la CEPAL. En 1969 fue nombrado director de dicho
Instituto. Con ocasión de la campaña electoral para la Presidencia de la
República, que tuvo lugar en el año 1970, el Instituto y, en especial, su
director se involucraron con fervor en la preparación de los aspectos más
técnicos del programa económico del candidato de la izquierda Salvador Allende.
En los últimos meses de la campaña el Instituto absorbió también otras áreas.
Es así, por ejemplo, que el autor de este escrito hubo de coordinar la
elaboración de un informe de diagnóstico de la realidad educacional. Informe
que se entregó a la Presidencia y del cual se preparó, luego, una versión para
ser publicada en la Revista de Educación, editada por el Ministerio
respectivo: Manuel Barrera y comisión; “Aportes para un plan educacional de
corto plazo”; Santiago: número 30, 1970 y en PAIDEIA, Revista de la
Universidad de Concepción; núm. 10, 1970.
En las Universidades chilenas se
había producido, a fines de la década 1960- 1969, como en Europa (Francia en
especial) y Estados Unidos un poderoso movimiento de reforma. Especialmente
importante fue ese movimiento en las que hoy se llaman “universidades
tradicionales”: Universidad de Chile (desplegada en ese entonces por todo el
país); Pontificia Universidad Católica; Universidad Técnica del Estado (hoy de
Santiago); Universidad de Concepción, en lo principal. El movimiento de la
Universidad Católica, que culminó antes de 1970 había causado un profundo
impacto cultural y político en el sector más conservador de la sociedad
chilena. El catolicismo nacional, su sector intelectual, se escindió
abruptamente en lo político de modo que una fracción de él se incorporó a la
alianza izquierdista, incluso a sus versiones más extremas.
En este contexto, nacional y universitario, el trabajo en
los institutos de ciencias sociales estaba profundamente influido por la lucha
política. Unos a favor de la Reforma y la transición al socialismo por la vía
democrática y otros defendiendo el statu quo. Numerosos académicos, militantes
de los partidos que componían el conglomerado de la Unidad Popular, se
incorporaron al gobierno, luego de la victoria del Dr. Salvador Allende en la
elección presidencial. En el caso del IEP su Director asumió el cargo de
Ministro de Economía, desde donde se realizarían las profundas reformas
estructurales en el ámbito de la economía que contemplaba el programa de la Unidad
Popular. Otros académicos asumieron en las más importantes instituciones del
sector económico. Un grupo de investigadores, chilenos y nacionales de otros
países latinoamericanos permanecieron, sin embargo, en la Universidad. Ahí hubo
ocasión de realizar investigaciones económicas y sociológicas que estaban
fuertemente ligadas al contexto nacional, tanto en la temática como en las
estrategias metodológicas.
Habiendo asumido el Director Vuskovic el Ministerio de
Economía desde el cual se realizarían los mayores cambios estructurales, la
dirección del IEP fue asumida por Ricardo Lagos Escobar, durante los años 1971
1972. Lagos había sido hasta 1969 Secretario General de la Universidad de
Chile. Deja el cargo de Director del Instituto para asumir como Secretario
General del Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Ricardo ya
había iniciado una maratón que lo llegaría a ocupar una multitud de cargos
directivos, los que culminarían ineluctablemente en la Presidencia de la
República, para la cual estaba predestinado, quizás, desde que vino a este
mundo. Posteriormente, ha llegado a convertirse en una figura internacional
requerida para las más diversas misiones. Después de Lagos asume la dirección
del IEP un economista que, según se decía, había estudiado economía marxista en
Cuba, Carlos Romeo. Había vivido en Cuba prácticamente desde inicios de la
revolución. En Chile era poco conocido, donde estuvo en 1972 y hasta el golpe
militar de 1973. Venía con el aura de experto en economía marxista y de haber
trabajado con el Che Guevara en la isla caribeña.
Yo seguí con mis investigaciones
sobre fuerza de trabajo, sindicalismo y participación popular. Participé en el
Comité de Investigaciones del Instituto y lo representé en varios congresos y
seminarios internacionales. Fue un periodo de alta productividad que me
catapultó a una situación de alto prestigio académico. Por tal motivo tuve así
ocasión de participar en numeroso seminarios latinoamericanos que reunían a los
más destacados investigadores de mi especialidad. Ahí tuve ocasión de
encontrarme con un académico argentino, adscrito a la organización nacional del
Estado argentino que agrupaba a los mejores investigares en cada campo, y que financiaba
sus actividades, con independencia de las universidades en que trabajasen, el
CONICET. Se trataba del economista laboral Julio César Neffa, un gran
emprendedor. Estaba organizando un programa de post grado en esta especialidad
en la Universidad de La Plata, con patrocinio y financiamiento de la OIT. Me
ofreció realizar una cátedra en tal programa, para cuando estuviese en
funcionamiento. Lo acepté. En cuanto a las tareas docentes en Chile dicté
seminarios en el Programa latinoamericano de post grado del Instituto y, en
cuanto al pre grado pasé a realizar seminarios de título para economistas. En
estas circunstancias fui contactado para incorporarme a una iniciativa que
había surgido en la Universidad Católica de Chile. Se trataba de organizar un
grupo que, desde diversas perspectivas intelectuales, realizaran
investigaciones educacionales. Lideraba este grupo la educadora de dicha
universidad Beatrice Avalos Davidson, actualmente Premio Nacional de Ciencias
de la Educación 2013. Junto a ella estaba el académico de la Universidad de
Chile Ernesto Schiefelbein. Habiendo obtenido financiamiento la Universidad,
cuyo Rector reformista era Fernando Castillo Velasco, a través de un grant de la Fundación Ford, se creó el
Programa Interdisciplinario de lnvestigaciones en Educación (PIIE). Dado mi
trabajo de tiempo completo en la Universidad de Chile mi compromiso consistía
en participar en las reuniones en que se discutían resultados de
investigaciones y planes de trabajo. Fue Beatrice quién me solicitó el artículo
sobre las contradicciones del desarrollo de la Universidad chilena en la época,
para el número del aniversario (25 años) de la Revista Mensaje, al que aludiré
en otra sección de este escrito.
Una situación inesperada, que tendría consecuencias
importantes en mi vida personal, surgió cuando la Directora de la Escuela de
Servicio Social de la Universidad, situada, al lado del Instituto en la calle
Condell, solicitó al Director un profesor de Sociología. El Director le
recomendó mi nombre. Dado que no había que desplazarse y que yo seguiría
atendiendo esta obligación en mi oficina acepté realizar estas clases. Este
ramo tenía una ayudante que había realizado sus estudios de Sociología en la
Escuela correspondiente de la Universidad de Chile. Su nombre Gloria Jones
Orellana que sería, al paso de algunos años, la madre de mi hijo.
Por su parte, los estudiantes se movían en torno de los
ideales de la Reforma Universitaria y de las contingencias políticas del país.
El IEP impartía docencia a estudiantes de pre grado de la Escuela de Economía y
de post grado del Programa para Graduados del mismo Instituto, (ESCOLATINA). En
este Programa compartían estudiantes de diversos países de América Latina.
Varios de ellos seguían, luego, su formación doctoral en Universidades de
Estados Unidos o de Europa.
Los estudiantes de pregrado de Economía y de
Administración de Empresas, recibían el título de “Ingenieros Comerciales”, con
su correspondiente mención. Para lograrlo debían realizar una tesis. Una forma
alternativa a la tesis formal era, en esa época, participar en un seminario de
título. En él un grupo de cinco o seis estudiantes asistían a un seminario
dirigido por un investigador del IEP, en el caso de la mención en Economía. El
objetivo era investigar sobre un tema propuesto por el profesor investigador,
al que se integraban los estudiantes interesados en el. El resultado final
debía ser un Informe que tuviera el nivel de un eventual libro especializado.
El autor de este escrito ofreció realizar un seminario de
título sobre el candente tema de la conflictualidad surgida de la experiencia
de los cambios estructurales que promovía el gobierno del Presidente Allende,
en el orden económico. Se conformó el grupo adecuado y se empezó a trabajar en
el tema. Los estudiantes reunían información, daban cuenta en las sesiones de
seminario, ahí se discutía, se hacían indicaciones y de ese modo se avanzaba de
semana a semana. El seminario logró avanzar en las etapas de la definición de
los temas, la recolección de la información pertinente, la discusión acerca de
su relevancia y significado. Pero, quedó interrumpido antes de la redacción del
informe final. En 11 de septiembre del 1973 se produjo el golpe de estado con
el bombardeo de La Moneda, la muerte del Presidente, el estado de sitio y la
consiguiente represión. El director del IEP se asiló tempranamente en una
embajada; los estudiantes extranjeros hicieron lo propio; el Instituto
permaneció algunos días cerrado y fue allanado por militares; los académicos,
en parte, se dispersaron.
Un grupo de académicos y el personal administrativo siguió
trabajando a la espera de la reorganización que vendría. A poco andar la
totalidad de los académicos recibimos de parte de fiscales internos a la
Universidad, que se nombraron para este propósito, un documento (standard) en
el cual se realizaban acusaciones de haber cometido diversas irregularidades,
tanto en el plano de la labor académica como en el administrativo. Cada uno de
los acusados debía defenderse ante los fiscales (profesores de la Escuela de
Leyes). La defensa del suscrito fue fácil toda vez que las acusaciones eran
absurdas. Fue aceptada. No habiendo razones para el despido, la interrupción de
la carrera académica se produjo el año 1976, mediante el expediente de una
jubilación prematura. Cumplió esta ignominia el economista Andrés Sanfuentes en
su calidad, a la sazón, de Director del IEP, quién sería en democracia, con los
gobiernos de la Concertación, Presidente del Banco del Estado, y tendría a lo
largo de los veinte años de dichos gobiernos diversos otros cargos. El hombre
estuvo bien, primero, con el diablo y, luego, con Dios. No fue, por supuesto,
el único.
Había que hacer algo con el rico material acumulado, en el
seminario de título. Surgió la idea de preparar un libro. En esos tiempos
habría sido peligroso y, de seguro, imposible publicarlo en el país. En
conocimiento de esta situación el Director en Chile de la Fundación Friedrich
Ebert, de Alemania, Sr. Karl-Heinz Stanzick, me propuso la idea de editarlo en
Caracas, Venezuela, desde donde la Fundación publicaba una revista para toda
América Latina. La Fundación se encargaría del traslado del material por vía
diplomática y de todo el resto incluyendo, por supuesto, su distribución. Se
tomaron algunos resguardos respecto a fecha de publicación, distribución en
Chile y otros. Yo no intervine en nada después de entregar el manuscrito. En
febrero de 1974 viajé a Argentina como experto de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) para oficiar como profesor en un curso para graduados de la
Universidad de La Plata. Cumplida esa misión regresé a Chile y se reintegré a
la Universidad, donde estuve hasta 1976.
El libro, del cual obtuve un ejemplar tiempo después de su
publicación, es el siguiente: Manuel J. Barrera; Chile 1970-1972: La
conflictiva experiencia de los cambio estructurales; Caracas: Instituto
Latinoamericano de Investigaciones Sociales; ILDIS Estudios y Documentos,
número 25; marzo 1973; 280 páginas. Yo siempre había publicado como Manuel
Barrera o Manuel Barrera Romero. La “J” de mi segundo nombre apareció,
excepcionalmente, sólo en un temprano artículo (1968) en el Journal of
Inter-American Studies, University of Miami. La idea, algo descabellada,
era disimular. En todo caso el libro no se conoció en Chile y tampoco aparece
citado en la bibliografía especializada.
El índice da una idea general y aproximada del contenido
del mismo. Hay que señalar, sin embargo, que no indica nada sobre la riqueza de
las informaciones cualitativas y cuantitativas. Por ejemplo, el Capítulo Sexto
es el resultado de observaciones directas en una empresa. El Séptimo se
construye con el sustento de 21 cuadros de información cuantitativa.
Sobre la base del Capítulo Sexto di una conferencia en el
Centro de Estudios Latinoamericanos de St. Antony´s College, Oxford University,
en mi calidad de Profesor Visitante (1977). Dicha conferencia fue publicada,
con mayor extensión, por el United Nations Research Institute for Social Development
(UNRISD): Manuel Barrera; Worker Participation in Company Management in
Chile: A Historical Experience; Ginebra; 1981. Versiones en Castellano,
Francés e Inglés.
INDICE
CAPITULO PRIMERO
Esbozo de la situación socio-económica chilena en la
década de los sesenta
CAPITULO SEGUNDO
El programa de la Unidad Popular y los cambios
estructurales
CAPITULO TERCERO
Los conflictos políticos-institucionales a propósito de la
aplicación del programa de la Unidad Popular
CAPITULO CUARTO
La constitución del Área de Propiedad Social en la
industria
CAPITULO QUINTO
La participación de los trabajadores en las empresa del
Área de Propiedad Social
CAPITULO SEXTO
La participación de los trabajadores: el caso de una
empresa
CAPAITULO SÉPTIMO
El proceso de cambios en el sector agrario
1 de agosto del 2014. Regreso al presente. La semana que está por terminar ha
sido densa en acontecimientos tanto en relación a la tramitación de Emilia
frente al Estado chileno para lograr la nacionalidad, como peripecias
habitacionales y las temibles, aunque necesarias, visitas al dentista. El
primero muy positivo; el último negativo: la visita cara y uno muy nervioso.
Al revisar el martes la página
web del Departamento de Extranjería y Migración (DEM) del Ministerio del
Interior, nos hemos encontrado con una información largos meses esperada. En
ella se solicitaba que se pagase, en una entidad bancaria, a la Tesorería
General de la República $ 3.233 como cargo para emitir la Carta de Ciudadanía
que Emilia solicitó el 22 de enero de 2014. Ese día envió, por correo, al
DEM todos los documentos señalados en Internet. Como la Orden de Pago que
reprodujimos de la página web venía con una dirección equivocada y la carta que
anunciaban no había llegado a nuestra dirección decidimos ir a la oficina del
DEM en el centro de la capital, tanto para conocer el texto de la carta como
para rectificar la dirección. Temíamos que la carta hubiese sido enviada a la
dirección que aparecía en la Orden de Pago, en la comuna de Ñuñoa en circunstancias
que vivimos en la comuna de Las Condes. Imprimimos dicha Orden, pagamos en el
banco y fuimos a las oficinas centrales del DEM. Ahí nos dieron copia de la
carta enviada y, sorprendentemente, el funcionario nos dijo que no nos
preocupásemos por el error porque siempre se equivocaban al poner la dirección.
El público presente, todos extranjeros, esbozó una sonrisa llena de
preocupación. Constató que en el computador figuraba nuestra dirección
correcta. En la carta enviada por el Director, se decía que esa Jefatura había
aceptado la solicitud de ciudadanía y que se acompañaran varios otros
documentos para redactar el decreto correspondiente. Al otro día volvimos para
entregar los documentos solicitados, previa recopilación en distintas oficinas.
Preguntado el funcionario cuanto duraría el trámite del decreto respondió que
alrededor de seis meses. Mucho para redactar un decreto tipo, habiendo
examinado ya todos los antecedentes y llegado a la conclusión de su aprobación.
Era el día jueves. Hoy viernes llegó a nuestro domicilio la carta enviada por
correo, acompañada de la Orden de Pago, ahora con la dirección correcta. En la
página web aparece ya que el pago se ha incorporado al expediente. Bueno: un
error de la burocracia que llevó a un apuro y acarreó varias preocupaciones.
Paralelamente hemos estado en
los últimos diez días, primero, con una filtración de agua en el edificio, que
provocó un boquete asaz preocupante en el cielo del primer piso (planta baja)
en la vertical en que se ubica nuestro departamento. Se tomaron varias medidas
para tratar de ubicar en cuál de los catorce pisos emanaba el agua. Al cabo de
revisiones y varias pruebas, de lavadoras, calefacción, agua caliente y fría,
etc. se concluyó que la filtración venía de nuestro departamento. Comprobado
esto se ha procedido a romper piso de cocina, retirar muebles, hacer boquetes
en la pared hasta que después de varios días y por el método de ensayo y error,
se dio con un tubo que no fue tapado con material adecuado en el proceso de
construcción del edificio. Este tipo de problemas en los numerosos edificios
construidos en Santiago en los últimos años (el nuestro tiene nueve años) es
bastante frecuente según reporta la prensa en estoa días. Empresas
inmobiliarias han afeado la ciudad, a veces de manera lamentable, como se puede
ver en el centro antiguo de la ciudad.
Mañana lunes 4 de agosto tengo
que cita con un dentista, que tendrá que decidir que conviene reemplazar una
tapadura que se me cayó hace ya unos tres meses. Le tengo temor a estos
profesionales por dos razones. Una, la desagradable situación de estar con la
boca abierta mientras se realizan todo tipo de trajines ahí dentro. Dos, el alto
precio que cobran por someternos a estos sufrimientos. Lo curioso de la Clínica
a la cual vamos es que es necesario pagar el total del tratamiento antes de
concurrir a la primera sesión. Es, a todas luces, uno más de los abusos que las
empresas acostumbran a realizar a sus clientes. Uno no es tratado como paciente
sino que maltratado como cliente. Ya pagué un control y limpieza y otras
maniobras de periodoncia, que empezará a realizarse el próximo miércoles. La
dentista me revisó, hizo el presupuesto y, una vez pagado, me dieron hora. Es
lo que hará mañana lunes otro especialista. Éste decidió que la muela de la
tapadura caída había que extraerla. Me dieron cita para el sábado próximo con
una dentista que, según dijeron aparte de ser muy bonita es, además, bombero.
Cosa inusual en este país. Yo me preocupé de inmediato por si tendría o no la
suficiente fuerza muscular para hacer fácilmente la extracción.
Mi nieto mayor estuvo a almorzar
ayer Sábado. Estudiante de Ingeniería Comercial (Administración de Empresas) en
una de las universidades más prestigiadas en esta materia, está muy motivado
por estos estudios. Empezará mañana 4 de agosto el penúltimo semestre de su
carrera. Desea terminar con los ramos, las dos prácticas requeridas en empresas
y su memoria el próximo año. Necesita tener un trabajo que le provea un salario
que le permita vivir en forma independiente. Ya en la universidad se desempeñó
como ayudante del profesor en una cátedra en el semestre que termina. Es una
materia que resulta difícil para los estudiantes. Fue confirmado en la
ayudantía para el semestre que se inicia. Así lo hacen semestre a semestre.
Buen comienzo querido nieto. Tenemos una discusión acerca del consumo de la
marihuana. Yo lo insto a que la deje, él se resiste.
11 de Agosto de 2014. He amanecido con una situación incómoda. La semana
anterior los dentistas examinaron la situación de un muela averiada y llegaron
a la conclusión que había que extirparla. Me derivaron a la Dra. Paola Lillo
Gómez, anunciada por sus colegas como una mujer hermosa, en lo que no estaban
equivocados, y perteneciente al Cuerpo de Bomberos. lo que no es común
tratándose de mujeres. Pero no aludieron a su juventud. Era la que tenía
disponibilidad más cercana. Me aprensión cuando al verla: si joven y hermosa tendría
la fuerza necesaria para sacar el molar, con mínimos intentos. Respuesta: no es
cuestión de fuerza sino de destreza, de técnica. Lo real: hizo varios intentos,
fue muy piadosa con su temeroso paciente; casi cariñosa aunque me tapó la
vista, lo que me impidió mirarla en el trance de la presión mayor para extraer
la pieza, que era, el contemplarla, mi analgésico estético que transportaría
mis pensamientos a parajes más placenteros que la maquinaria de la clínica. No
dolió. Apreció que no sería necesario poner puntos, es decir coser la herida,
ya que salió poca sangre. Quizás porque antes del reposo absoluto recomendado
fuimos al supermercado a comprar la alimentación conveniente y a la farmacia a
despachar la receta emitida por la doctora, o por lo que fuere, el hecho es que
el sangramiento comenzó esa misma tarde, siguió en la noche del sábado al
domingo y, atenuado, sigue hoy lunes. A las 16 hrs. iré a ver a un doctor de
urgencia.
Hoy toda la mañana esperamos a
los maestros que vendrían a proseguir con el arreglo que empezaron el lunes,
como habían anunciado. Sin embargo, no apareció ninguno. Son arreglos del piso
de madera, de las baldosas, de los hoyos en las paredes, de los estantes y
mesas que sacaron para descubrir el desaguisado que provocó la filtración de
agua. Ahora esos trastos están amontonados en la terraza. Llamé a las 12 hrs. a
la oficina del Administrador del edificio, quedó de devolver la llamada, no lo
hizo. De modo que no podemos planear nuestras actividades para los próximos
días ya que es prioritario tener en funcionamiento normal la cocina que es
donde se concentran los estropicios que hay que subsanar. El maestro apareció,
inesperadamente, a las 13:30. En el edificio no se puede meter ruido entre
determinadas horas, de modo que no pudo hacer todo el trabajo. Total falta de
coordinación. Y así seguiremos con nuestra cocina patas arriba.
Cuando este maestro trabaja lo
hace muy bien. El tema es que la empresa en lo que lo hace realiza arreglos en
varios edificios y en éste en varios departamentos. No todos ellos están
habitados por jubilados como el mío. Entonces hay que combinar diferentes
variables. Hoy 20 de Agosto 2014, ha puesto la última tablita y todo volvió a
la normalidad. ¡Albricias!
En estos días del mes de agosto
hemos tenido en la zona central del país calores inusitados para la temporada
invernal. Se han batido records de muchos años. Ayer en Santiago, 30 grados, en
San Felipe 35 grados de calor. Hoy en Santiago la temperatura máxima bajó a 14
grados, normal para la estación. Fue un drástico bajón. Estas grandes
diferencias traen consigo molestos resfríos y, si no retoman precauciones, algo
más severo. Una creencia popular en Chile es que después de los calores altos
fuera de la estación estival generan la posibilidad de temblores.
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