En estos días de fines del verano e inicios del
otoño, 2014- 2015, a las catástrofes naturales se les ha añadido una severa
crisis de credibilidad respecto del sistema político y de la gran empresa. La
confianza de los ciudadanos en las instituciones y actores del sistema político
y del económico ha llegado a niveles históricos mínimos. Todo ello, catástrofes
y desafección, han traído desazón en la opinión pública y afectado su ánimo. La
crisis de credibilidad, en especial, ha impactado especialmente a la
subjetividad del hombre/mujer común. La desconfianza se ha instalado en gran
parte de la población. La desconfianza es un sentimiento cercano del miedo,
ambos empobrecen el tejido social del país. A ese nivel constituye un proceso que aumenta el
estado de ansiedad, incertidumbre y malestar, muy presentes en esta etapa que
vive, hoy por hoy, no sólo nuestro país sino gran parte de la humanidad.
Las causas objetivas en
Chile, detrás de estos sentimientos, no son nuevas. Se vienen gestando desde
tiempo atrás en nuestra historia reciente: muchas tienen que ver con el tipo de
transición que tuvimos de la dictadura a la democracia. Una transición
concertada con el dictador, ambigua, prolongada en el tiempo. Nuestra
democracia se construyó con las normas constitucionales heredadas del régimen
militar. Con los sectores y personas participantes en el poder dictatorial que
conservaron el poder económico y gran parte del poder político. Con la misma
ley laboral, el mismo régimen previsional, de salud, de educación. Incluso
respecto de los medios de comunicación escritos los sectores opositores al
régimen militar disminuyeron su incidencia en relación a la que tuvieron
durante los años de dictadura. Además, la mayoría de los exonerados de las
instituciones del Estado, como las universidades, siguió fuera de ellas. Los
que se incorporaron fueron, en los substancial, los militantes destacados de
los partidos. El poder político ha sido monopolizado por los partidos políticos
de todas las tendencias. Cuando el Senado debe decidir nombramientos en
instituciones del Estado suele producirse un cuoteo político entre gobierno y
oposición, cualquiera sea la naturaleza y calidad de esas instituciones. Al
interior del Ejecutivo ha habido, a veces, un reparto de posiciones de poder
entre las tendencias que conviven al interior de los partidos. Algunos de ellos
están constituido por neo-tribus, es decir, tribus urbanas, grupos de amistad
que surgen de determinadas familias, de colegios particulares de la élite,
“trenzas” formadas por leales entre sí, que se auto promueven rebasando, a veces,
el marco nacional y proyectándose incluso a las organizaciones internacionales. Como ha dicho Marta Lagos "observo la existencia redes muy cerradas en las que la gente nace, vive y se desarrolla. Hay poca comunicación entre las distintas redes, y desde luego, menos información de cómo funcionan". El Mercurio; Santiago: 19 de septiembre de 2015; p. A2.
A su vez la
economía ha mejorado, pero lo que más ha aumentado es la riqueza de los ricos.
Por su
parte las ciudades son centros de desigualdad, lo que es insostenible para una
sociedad urbana civilizada. Ello facilita el aumento de la delincuencia, lo que
ha agregado mayor ansiedad en una población cada vez más expuesta a los robos y
otros actos de violencia. Frente a la delincuencia en muchas poblaciones de la
capital y en ciudades provinciales la gente tiene la sensación que el Estado
los ha abandonado a su suerte. Que su defensa de la delincuencia corre por su
propia iniciativa. De hecho pareciera que amplios sectores políticos, y la
izquierda muy en especial, no percibieran el drama del ciudadano común que debe
organizar su vida considerando como una de sus prioridades, la defensa personal
y familiar frente a la delincuencia tanto de sus bienes como, incluso, de sus
vidas.
De modo que las causas
objetivas de la desafección política no son nuevas. Lo que es nuevo es que
ahora se manifiesta con fuerza un cambio en la subjetividad de gran parte de la
población. De repente las carencias, frustraciones y dificultades de la
comunidad y las personas han quedado al descubierto. En la misma medida en que
ha quedado al descubierto la vinculación espuria del poder político con el
poder económico.
Cuando ocurren episodios
que afectan la subjetividad de las personas se está en presencia de un fenómeno
que no puede enfrentarse con las herramientas que tradicionalmente usan los
gobiernos para resolver problemas objetivos, situados en el mundo de lo real.
Por ello, si los agentes públicos y privados- gobierno, parlamento,
judicatura, partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones gremiales-
no dan respuesta a estos problemas, aumenta el temor al futuro. Las
instituciones pierden, aún más, su pasada legitimidad por esa falta de
eficacia.
En este proceso de des institucionalización
sólo tres actores, en el mundo globalizado de hoy, tienen el poder suficiente
para crecer fuera de todo control: el capital transnacional; el sistema de
ciencia/tecnología y la opinión pública.
Actualmente es posible
constatar que en las democracias occidentales existe una creciente capacidad de
la opinión pública para erigirse en la institución universal dominante. De ahí
la importancia de ganar la batalla de las ideas, de los sentimientos, de las
expectativas de futuro en la opinión pública que en tiempos de escepticismo
político puede inclinarse hacia sectores no democráticos.
La opinión pública se
está constituyendo, en una primera instancia, en un contrapoder versus las
oligarquías económicas, políticas, mediáticas, culturales y sociales. En el
pasado fueron los sindicatos, la clase obrera, los pobladores los emblemas de esa
oposición. Actualmente lo es la ciudadanía, el pueblo, la gente en su conjunto.
Se refuerzan estas tendencias con una sociedad civil organizada y actuante.
Así se empieza a limitar
el margen de acción de los poderes oligárquicos. Es decir, el poder del dinero
y el consiguiente abuso de las grandes empresas, el control mediático, el
antidemocrático sistema binominal y la composición de las cámaras a que ha
dado origen, todo ello tiende a limitarse por un opinión pública informada y
deliberante.
Es el momento de recordar
que la palabra “crisis”, del griego “krisis” y ésta del verbo “krinein”,
significa “separar” y “decidir”. Designa el momento de tomar decisiones. Quizás
ha llegado el momento, en Chile, de instalar las bases para la vigencia de una
democracia más participativa. De modo que los ciudadanos, los auténticos
titulares del poder, tengan la posibilidad de incidir en las grandes
decisiones. En la situación del país la toma de decisiones tiene un sentido de
urgencia. En el mundo actual la rapidez, promovida por el desarrollo
tecnológico, se ha constituido en una variable fundamental en una variedad de
ámbitos, incluyendo los sociales y políticos. En Chile el cambio tanto de la realidad política como de la social
es evidente. Y está pidiendo a gritos un nuevo paradigma para la
vinculación de los individuos con la sociedad. Uno clave es, sin duda, la
participación democrática.
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