lunes, 9 de octubre de 2017

Cómo superar la desconfianza


                                                                                                                                        Manuel Barrera R.
La confianza de los ciudadanos en las instituciones y actores del sistema político y del económico ha llegado en Chile, en los últimos años, a niveles históricos mínimos. La crisis de credibilidad, en especial, ha impactado especialmente la subjetividad del hombre/mujer común. La desconfianza es un sentimiento cercano al miedo y al malestar, los que empobrecen el tejido social del país.  A este nivel constituye un proceso que aumenta la ansiedad e incertidumbre, muy presentes en esta etapa que vive, hoy por hoy, no sólo nuestro país sino gran parte de la humanidad. Las causas objetivas en Chile y en el mundo, detrás de estos sentimientos, no son nuevas. Se vienen gestando desde las últimas décadas del siglo pasado. En todo caso es una historia relativamente reciente.

Una aproximación desde la perspectiva de las ciencias sociales sobre este fenómeno que ha irrumpido en la sociedad global,  podría rendir  frutos que lo harían mas inteligible. ¿Por qué en las sociedades abiertas, con regímenes políticos democráticos, la confianza se ha vuelto un sentimiento disminuido dando paso a un  inédito descrédito de personas, colectivos sociales e instituciones?
Una investigación amplia sobre este fenómeno debiera referirse, a lo menos, a cuatro temas. Uno, describir los conceptos de confianza y desconfianza. Y los niveles del análisis, si  individual o social. Dos, desentrañar los factores y circunstancias que determinan la existencia y la percepción de la confianza y la de desconfianza en una sociedad dada. Tres, cuáles son los efectos de una y otra sobre tal sociedad. Cuatro, cómo se podría restaurar la confianza en cada uno de los niveles de análisis, si en ellos se ha instalado la desconfianza. No pretendemos hacer un análisis exhaustivo de cada uno de los temas en los límites de este artículo,  aunque los tendremos presentes.

La confianza, o su contraria, es un sentimiento que puede referirse a uno mismo, hacia otras personas o  hacia entes impersonales como las instituciones políticas, jurídicas,  económicas y otras. La confianza es el sentimiento de que algo es real,  verdadero o correcto, y que el futuro será mejor. Se expresa en la conocida frase de los optimistas: “somos nosotros quienes hacemos que las cosas sucedan”. Es un estado subjetivo más emocional que intelectual. La confianza y su contrario la desconfianza, no obedecen necesariamente a causales lógicas verificables empíricamente. Dado lo cual confianza y desconfianza son más “estados de ánimo” teñidos de subjetividad que actitudes basadas en ejercicios racionales acerca del acontecer real. Ánimo que puede estar dirigido hacia un gobierno; hacia el Yo, la identidad personal; o hacia el prójimo, el Otro; o a la sociedad misma. La falta de confianza en un gobierno consiste habitualmente en que la  gente no siente que su políticas sean sabias y convenientes, y/o que sus dichos sean creíbles. La desconfianza en sí  mismo, en el Otro y en las instituciones es una experiencia psicológica y social cada más frecuente en los tiempos actuales, alrededor del mundo.

Es evidente que si la confianza es el sentimiento dominante en una sociedad, sus posibilidades de desarrollo, de paz social,  de bienestar y satisfacción para las personas podrán desplegarse de modo armonioso y grato. Porque el “progreso” al decir del sociólogo Zygmunt Bauman (Modernidad líquida; 2002) no representa ninguna cualidad de la historia sino la confianza del presente en si mismo.” A contrario sensu,  la falta de este sentimiento impide la concreción de aquéllas posibilidades. De modo que  la confianza es condición necesaria, aunque no suficiente, para el crecimiento económico y, más aún, para el desarrollo socioeconómico. Esto que es válido en general para todas lo es especialmente para las economías de mercado. De modo que la confianza en el presente es indispensable para alcanzar metas futuras. De aquí el dicho: “no hay défiance sin confianse, no hay desafío sin confianza. Con razón dirigentes empresariales en Chile han puesto el acento en el tema de la desconfianza. De ello dan cuenta las declaraciones del empresario Bernardo Matte: “recuperar la confianza es el corazón, el primer paso para retomar la senda del crecimiento y revalorizar la contribución de la empresa” (El Mercurio; 9 de Julio 2017; p. B 7).

La confianza de las personas en sí mismas es un sentimiento que se ha visto disminuido por las características de la modernidad avanzada que ha dado origen, al decir del sociólogo alemán Ulrich Beck, a la sociedad del riesgo; (La sociedad del riesgo;2006). El conjunto de la vida económica, social y política ha evolucionado de modo tal que modelan una época incierta y azarosa. En efecto, una característica de nuestras sociedades es que el individuo debe enfrentar, con sus fuerzas y flaquezas, las contingencias de la vida que se presenta plena de incertidumbres. La vida para la persona común está pletórica de riesgos. Muchos de ellos son reales. A los cuales hay que añadir la “percepción de riesgos” que, en esta época de intensa comunicación audiovisual, aumenta la sensación de inseguridad y peligro, aunque dicha percepción no tenga un correlato en la realidad. Riesgos reales y percepción de riesgos, por tanto, no siempre coinciden. Frente a los riesgos, reales o imaginarios, los individuos están cada vez más solos. Con menos protección deben enfrentar más peligros. Es la “jaula del riesgo” como dice U. Beck. Cada uno es responsable de cada uno. En estas circunstancias el individuo tiene menos confianza en sí mismo que la que poseía en las sociedades estamentales o en las sociedades de clases tradicionales. La desconfianza alude a su destino personal, a sus capacidades para enfrentar los eventuales e inesperados desafíos del futuro. Ella es una de las causas de la corrupción, que es un camino torcido que se transita para alcanzar logros materiales que no se alcanzarían por caminos rectos.
Todo lo cual se acentúa cuando el individuo percibe la  sobreabundancia de riqueza en el entorno. Como suele decirse, la economía ha mejorado, pero lo que más ha aumentado es la riqueza de los ricos, en Chile y en el entorno económico exterior. Por su parte las ciudades son centros de desigualdad, lo que es insostenible para una sociedad urbana civilizada.
Con razón el ex presidente del Banco Central Vittorio Corbo se pregunta “¿Pero cuanto pesan las desigualdades socioeconómicas en el clima de desconfianza hacia el sector privado?” (El Mercurio; 9 de Julio de 2017, p. B 7) Es un interrogante a investigar.

El proceso de individualización repercute en la relación   persona y sociedad. Surge una nueva interacción entre el Yo y el Otro. En una sociedad individualista es infrecuente tener seguridad en la solidaridad  del próximo. En Chile las encuestas indican que un porcentaje muy reducido de los entrevistados confía en el Otro.  La desconfianza exagerada puede resultar en una personalidad paranoide que conduce al individuo al aislamiento y a la sociedad a esquemas tribales: una división en grupos pequeños, familiares o no. Son las neo tribus, que tienen sólidas lealtades internas. Neo porque ocurren en escenarios urbanos, al revés de las tradicionales. Son grupos de amistad que surgen de determinadas familias, de colegios particulares de la elite, son “trenzas” formadas por leales entre sí que se auto promueven rebasando, a veces, el marco nacional y proyectándose incluso a organizaciones internacionales. (Entre nosotros suelen encontrarse también al interior de los partidos políticos).

La confianza en el Otro disminuye, además, por la evolución de la vida económica, social y política. En ella se constata la desaparición de las clases y capas sociales en su sentido clásico. La clase obrera minera e industrial, la clase campesina ya no existen y, con ello, su ethos (misión histórica) dejó de tener vigencia no sólo para los obreros sino también para los partidos políticos antaño marxistas (como PC y PS chilenos), anarco sindicalistas y otros. La mayoría de la población en las sociedades avanzadas y también en las que transitan hacia allá, como Chile, nominalmente se adscribe a la clase media, que siendo tan  numerosa y heterogénea, no se identifica con una ideología, con valores o expectativas de clase social tradicional. En ella el proceso de individualización es cada vez más nítido. El individuo, responsable de su destino, debe enfrentar los riesgos que suelen desafiar su actual status, para muchos recién adquirido, o amenazar sus expectativas de ascenso social. Tiene pocas, si alguna, instancias de acogida. Las reivindicaciones planteadas al Estado o a la sociedad son específicas. Aluden a un determinado tema que les concierne a los participantes (educación superior gratuita, No+AFP, sanidad eficiente), que no recuerdan a las antiguas utopías sociales, las “grandes narraciones”, de otrora. Lo más cercano a esto último, pero limitado a un grupo, es la movilización del colectivo LGBT, de por sí acotado. No obstante, su discurso igualitario, que alude a su situación de vida en general, es más cercano a una visión más holística de lo social, que aquéllas reivindicaciones.

Si a esta falta de valores y acciones comunes se añaden las agresiones de grupos delictivos la solidaridad tiende a  desaparecer. Además, en nuestro país la desconfianza en el Otro se ha exacerbado con los escándalos empresariales, eclesiásticos, políticos e institucionales. Las relaciones competitivas, el consumo ostentoso, el trabajo asociado al compadrazgo y a las vinculaciones políticas, forman parte del sustrato en el cual la desconfianza en el Otro se despliega. De modo que  no sólo la lucha individual por la vida favorece la desconfianza en el Otro
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La convivencia cotidiana se ve afectada por estos procesos. En efecto, es notorio el deterioro en las conductas relacionadas con el respeto a los demás. Para muchos el Otro se vuelve invisible de modo que actúan sin considerar su presencia. Sin discreción se  rompe con el precepto que limita la libertad personal hasta donde comienza la libertad de los demás. El irrespeto añade más leña seca a la caldera de la desconfianza.  En situaciones históricas extremas el Otro se ha convertido en un enemigo implacable con el cual el diálogo no es posible, dando paso  a la violencia. Lamentablemente ello sucede actualmente en algunos países.
La falta de confianza en sí mismo y en el Otro facilita la desconfianza en las instituciones sobretodo en épocas de crisis económica y/o política.  Ella aparece cuando las instituciones, en la percepción del ciudadano, funcionan mal. ¿Funcionan o no lo hacen?. Cuando las personas perciben que las instituciones no son eficientes en el cumplimiento de sus tareas la discusión acerca de si funcionan o no, carece de sentido.

Sí, las instituciones funcionan. Tienen ejecutivos, funcionarios, horarios de trabajo, atienden público, etc. Pero su funcionamiento se percibe como ineficiente. Alejado, a veces, de las necesidades de la gente. Por ejemplo, el Poder Judicial funciona. Los delincuentes, en muchas ocasiones, son detenidos por la policía. Esta los lleva al  juzgado correspondiente. Ahí son procesados, pero las penas que se les aplica son tan leves que la ciudadanía se ha vuelto tan escéptica al respecto que declara que en el país “no hay justicia”, que la justicia no sirve para nada. Los jueces dicen que ellos aplican la ley. Es el caso, por ejemplo, de los delincuentes menores de edad, un fenómeno nuevo. Incitados por sus padres niños de sólo doce años participan, armados, en delitos (claro indicador de descomposición familiar). Como son inimputables de acuerdo a la ley quedan en libertad. Gran frustración de las víctimas. Mayor aún porque los Poderes Legislativo y Ejecutivo (que en Chile es co-legislador) no reaccionan prestamente para proteger al ciudadano común de las variadas estrategias delictivas, que cambian con rapidez. Tampoco para proteger a aquéllos menores. En este escenario la percepción pública es que los políticos parecieran vivir en una burbuja bien protegida con altos salarios, numerosas granjerías y dedicados a lo que más les place, la política menor: acusaciones mutuas, candidaturas diversas, querellas insubstanciales aunque mediáticas. Y, por tanto, la opinión pública percibe que una brecha, demasiado ancha, separa a los  políticos de sus electores. Es la crisis de representatividad.

¿Cómo enfrentar y reparar las crisis de confianza?
De partida hay que tener presente que cuando ocurren episodios que afectan la subjetividad de las personas se está en presencia de un fenómeno que no puede enfrentarse con las herramientas que tradicionalmente usan los gobiernos, las empresas y la sociedad para resolver problemas objetivos, situados en el mundo de lo real. El problema es que si los agentes públicos y privados -gobierno, parlamento, judicatura, partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones gremiales- no dan respuesta a estos problemas,  aumenta el temor al futuro. Y las instituciones pierden, aún más, su pasada legitimidad por esa falta de eficacia. Es necesario, entonces, atender cuidadosamente a este desafío.
Sabemos que hay factores estructurales y otros coyunturales, que las han provocado. Desde luego subsanar la falta de confianza en si mismo es una tarea de largo plazo ya que sus causas dicen relación con las características de las sociedades avanzadas y en desarrollo, en esta etapa histórica. Llámese modernización avanzada; aldea global; sociedad digital. En nuestro país esta etapa la empezamos a vivir cuando la concepción neoliberal de la economía y la sociedad se instaló de modo exagerado, lo que ha acentuado los daños para la sociabilidad. Es conocida la afirmación de Margaret Thatcher “La sociedad no existe. Sólo existen hombres y mujeres individuales”. Y aquí tuvimos en Augusto Pinochet un aventajado discípulo de la Dama de Hierro.

Esas características han provocado un extendido sentimiento de malestar social el que no es, por tanto, atribuible a un gobierno o a una política determinada. Dicho sentimiento se vincula con el hecho de que la sociedad se estructura, desde fines de la guerra fría, en el contexto de la globalización, el libre mercado y la innovación tecnológica acelerada y omnipresente. Este cambio potente y avasallador genera una sociedad cada vez más confusa: el sujeto individual carece de normas en ámbitos conductuales cada vez mayores; las personas son colocadas de modo frecuente en situaciones de exclusión y sólo esporádicamente en situaciones de participación y pertenencia. En aspectos importantes para la seguridad personal y familiar el sujeto vive continuamente estas experiencias de cambio; la ambivalencia y la ambigüedad son más comunes que las convicciones claramente positivas o negativas. Todo ello repercute en la subjetividad en la forma de un desamparo que contamina la conciencia toda. Es de la esencia del malestar social el que los juicios que definen la situación, la explicación acerca de las causas y la intelección de las conductas para superarlas no estén elaboradas, que sean muy primarias o simplemente inexistentes. En situaciones extremas la agresividad generada por este malestar se expresa en la vida diaria más bien como agresividad dirigida contra si mismo o contra el entorno social inmediato (suicidios, consumo de antidepresivos, tristeza del ánimo –tristeza del bien interno, como decía Santo Tomás- violencia intrafamiliar, depresión, entre otras. Las personas que experimentan esta desgraciada condición carecen, obviamente, de confianza en si mismos, en el prójimo y en la sociedad. En situaciones extremas  la desconfianza es a veces un recurso para la supervivencia. Aquí estamos en presencia de patologías psicológicas y/o psiquiatras que requieren un tratamiento específico.
En el caso de personas en situaciones normales ellas pueden recuperar la confianza en si mismo en la medida que se conviertan en Sujeto y dejen de ser un mero objeto de fuerzas anónimas que gobiernan los grandes procesos de la economía y la sociedad. Y dejen de identificarse con los antivalores de los pequeños grupos en que estén insertas. El Sujeto dice Alain Touraine, sociólogo francés conocedor de nuestro país, “es la voluntad  de un individuo de actuar y ser reconocido como actor”, es decir, de ser capaz de vivir con libertad personal, ajeno a los prejuicios culturales, afirmando con prestancia sus propias convicciones. (¿Podremos vivir juntos?; 1997) La simbiosis de razón y libertad le permite al Sujeto movilizar su personalidad para enfrentar los riesgos e incertidumbres de la vida. Se correspondería a la personalidad que David Riesman, el psicólogo y sociólogo de Harvard, llama el “carácter autodirigido”, que se contrapone al “carácter dirigido por otros”,   (The Lonely Crowd;1950) Esta conversión en Sujeto por parte del individuo es un desafío para la institucionalidad educacional y para las familias.

La confianza en si mismo posibilita el reconocimiento de parte de los demás como del propio individuo del derecho a llevar una vida que conduzca a su realización personal, aún en épocas en que prevalece el individualismo egoísta por sobre la noción del “bien común”. 

Restaurar la confianza en el Otro es una tarea que puede cumplirse en el mediano plazo. Ello si el Estado atiende con eficiencia a los grupos más vulnerables y la sociedad de clase media desarrolla a niveles local, intermedio y nacional posibilidades de acciones solidarias participativas. La educación, en el sentido griego de “Paideia” (formación del ciudadano culto), más esas iniciativas locales que inserten a los vecinos en actividades solidarias, mucho ayudarían. (La ciudadanía alude al “bien común” ella contrarresta a la individualización que prioriza el personal). Si todo ello se complementa con acciones de organismos estatales se abriría la posibilidad de recomponer el tejido social que el devenir de la economía y la reestructuración de la sociedad han deshilvanado. La participación ciudadana es un antídoto a la carencia de representatividad de  instituciones y autoridades. La realidad política y la social está pidiendo en Chile un nuevo paradigma para la vinculación de los individuos con la sociedad. En estos pueden ayudar muchísimo las TICs, las tecnologías de la información y comunicación con iniciativas inteligentemente diseñadas para tal propósito. En breve, se requiere de una democracia más participativa.

La crisis de confianza en las instituciones es una tarea que puede enfrentarse en el corto plazo. Incluyendo la crisis de confianza en el funcionamiento del mercado. Puede que ello sea difícil, pero es indispensable para el eficaz desempeño de la vida política y de la economía. Además, desde el punto de vista político es muy conveniente que la situación de la confianza  empiece a mejorar pronto, antes que el populismo haga su cosecha. En efecto, en la situación del país la toma de decisiones tienen un sentido de urgencia. En el mundo actual la rapidez, promovida por el desarrollo tecnológico, se ha constituido en una variable fundamental en una variedad de ámbitos, incluyendo los sociales y políticos. Es así, por ejemplo, que en la economía interconectada se menciona que “no es el grande el que golpea al chico, sino el más veloz el que supera al lento”.

No hay que olvidar que el ciudadano común aspira y requiere que sus problemas más acuciantes se resuelvan “aquí y ahora” (hic et nunc). El largo plazo en las áreas del desarrollo y del destino de la sociedad, no obstante ser indispensable, es preocupación casi en exclusividad de algunas élites intelectuales y empresariales. Es cierto que las proyecciones a largo plazo son indispensables para el propósito de reformar la realidad actual. Pero no es menos cierto que para hacerlo se requiere que la sociedad y sus dirigentes tengan, primero, el control del presente.

La institucionalidad chilena no es amigable con proyectos de largo plazo. El periodo presidencial de cuatro años sin reelección inmediata, el sistema bicameral que demora la aprobación de las leyes no estimulan la promoción de iniciativas para un futuro más largo. Convengamos, además, en la existencia de una cultura cortoplacista que determina, en gran parte, nuestro accionar.

Probidad y transparencia; eficiencia institucional de los Poderes del Estado y de todo su aparataje burocrático; regulación y control eficientes de la actividad económica; cumplimiento obligatorio e igualitario de la ley; separación de política y dinero. Muy en especial, un sólido liderazgo político. Además, esfuerzos para disminuir las desigualdades que los procesos de la economía y de la innovación tecnológica actuales acentúan, los abusos derivados del poder y la riqueza, la larga permanencia en altos cargos públicos de algunos privilegiados, el nepotismo y la endogamia en la política. Todo lo cual debería remediarse. Proactividad del sistema educacional en la adecuada formación de las nuevas generaciones en conjunción con las familias. Por último, pero no menos importante, atender al perfeccionamiento de la Constitución, a la actividad y  la gestión de los partidos políticos, considerando que los que gobiernan son personeros suyos. Todo lo cual podría allanar el camino no sólo para superar las desconfianzas actuales sino para construir una sociedad donde la confianza tenga permanente vigencia. Primero confianza en las instituciones, luego ello permitiría el éxito de los esfuerzos por expandirla a los otros dos niveles: la confianza en los demás (el Otro) y la confianza en sí mismo (el Yo).

Santiago, Julio de 2017.
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Sociólogo y Profesor de Filosofía.




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