ara saber cómo se llegó a calcular el peso de la Tierra hay que recordar a dos científicos notables. Uno era un párroco rural llamado John Mitchell, que residía en la solitaria aldea de Thornhill (Yorkshire), quién fue uno de los grandes pensadores científicos del siglo XVIII. El diseñó y construyó una máquina para medir la masa de la Tierra. Ello aparte de muchas otras investigacdiones y hallazgos científicos. Murió antes de poder realizar los experimentos con su máquina. La idea y el instrumento pasaron a manos de otro gran científico inglés llamado Henry Cavendish, quién también realizó numerosos aportes a la ciencia. Cavendish, que era muy distraído, sólo fijó su atención en las cajas con el instrumental de Mitchell a fines del verano de 1747, cuando tenía sesenta y siete años. (Datos tomados de fuente que se cita al final).
"Una vez montado, el aparato de Mitchell parecía más que nada una máquina de hacer ejercicios del Nautilus en versión del siglo XVIII. Incluía pesas, contrapesos, ejes y cables de torsión. En el centro mismo de la máquina había dos bolas de plomo que pesaban 140 kilogramos y que estaban suspendidas al lado de esferas más pequeñas. El propósito era medir la deflexión gravitatoria de las esferas pequeñas respecto de las grandes, lo que permitiría la primera medición de aquella esquiva fuerza conocida como la constante gravitatoria y de la que podía deducirse el peso (estrictamente hablando, la masa) de la Tierra.
Como la gravedad mantiene en órbita los planetas y hace caer los objetos a tierra con un plof, solemos pensar que se trata de una fuerza poderosa, pero en realidad es sólo poderosa en una especie de sentido colectivo, cuando un objeto de gran tamaño como el Sol atrae a otro objeto de gran tamaño como la Tierra. A un nivel elemental la gravedad es extraordinariamente débil. Cada vez que levantas un libro de la mesa o una moneda del suelo superas fácilmente la fuerza gravitatoria que ejerce todo un planeta. Lo que intentaba Cavendish era medir la gravedad a ese nivel extraordinariamente leve.
La clave era la delicadeza. En la pieza en que estaba el aparato no se podía permitir ni un susurro perturbador. Así que Cavendish se situaba en una habitación contigua y efectuaba sus observaciones con el telescopio empotrado en el ojo de la cerradura. Fue una tarea agotadora, tuvo que hacer 17 mediciones interrelacionadas y tardó casi un año en hacerlas. Cuando terminó sus cálculos, proclamó que la Tierra pesaba un poco más de 13.000.000.000.000.000.000.000 libras, ó 6.000 trillones de toneladas métricas, por utilizar una medición moderna. (Una tonelada métrica equivale a 1.000 kilogramos ó 2.205 libras).
Los científicos disponen hoy de máquinas tan precisas, que pueden determinar el peso de una sola bacteria, y tan sensibles que alguien que bostece a más de veinte metros de distancia puede perturbar las lecturas. Pero no han podido mejorar significativamente las mediciones que hizo Cavendish en 1797. El mejor cálculo actual del peso de la Tierra es de 5.972,5 billones de toneladas, una diferencia de sólo un 1% aproximadamente respecto de la cifra de Cavendish. Curiosamente, todo esto no hace más que confirmar los cálculos que había hecho Newton 110 años antes que Cavendish sin ningún dato experimental.
Lo cierto es que, a finales del siglo XVIII, los científicos conocían con mucha precisión la forma y las dimensiones de la Tierra y su distancia del sol y de los planetas. Y ahora Cavendish, sin salir siquiera de su casa, les había proporcionado el peso. Así que se podría pensar que determinar la edad de la Tierra sería relativamente fácil. Después de todo tenían literalmente a sus pies todos los elementos necesarios. Pero no: los seres humanos escindirían el átomo e inventarían la televisión, el nylon y el café instantáneo antes de lograr conseguir calcular la edad de su propio planeta." (Bill Bryson; Una breve historia de casi todo; Editorial Océano; México DF : mayo 2006, tercera edición; pp. 67-68)
Como la gravedad mantiene en órbita los planetas y hace caer los objetos a tierra con un plof, solemos pensar que se trata de una fuerza poderosa, pero en realidad es sólo poderosa en una especie de sentido colectivo, cuando un objeto de gran tamaño como el Sol atrae a otro objeto de gran tamaño como la Tierra. A un nivel elemental la gravedad es extraordinariamente débil. Cada vez que levantas un libro de la mesa o una moneda del suelo superas fácilmente la fuerza gravitatoria que ejerce todo un planeta. Lo que intentaba Cavendish era medir la gravedad a ese nivel extraordinariamente leve.
La clave era la delicadeza. En la pieza en que estaba el aparato no se podía permitir ni un susurro perturbador. Así que Cavendish se situaba en una habitación contigua y efectuaba sus observaciones con el telescopio empotrado en el ojo de la cerradura. Fue una tarea agotadora, tuvo que hacer 17 mediciones interrelacionadas y tardó casi un año en hacerlas. Cuando terminó sus cálculos, proclamó que la Tierra pesaba un poco más de 13.000.000.000.000.000.000.000 libras, ó 6.000 trillones de toneladas métricas, por utilizar una medición moderna. (Una tonelada métrica equivale a 1.000 kilogramos ó 2.205 libras).
Los científicos disponen hoy de máquinas tan precisas, que pueden determinar el peso de una sola bacteria, y tan sensibles que alguien que bostece a más de veinte metros de distancia puede perturbar las lecturas. Pero no han podido mejorar significativamente las mediciones que hizo Cavendish en 1797. El mejor cálculo actual del peso de la Tierra es de 5.972,5 billones de toneladas, una diferencia de sólo un 1% aproximadamente respecto de la cifra de Cavendish. Curiosamente, todo esto no hace más que confirmar los cálculos que había hecho Newton 110 años antes que Cavendish sin ningún dato experimental.
Lo cierto es que, a finales del siglo XVIII, los científicos conocían con mucha precisión la forma y las dimensiones de la Tierra y su distancia del sol y de los planetas. Y ahora Cavendish, sin salir siquiera de su casa, les había proporcionado el peso. Así que se podría pensar que determinar la edad de la Tierra sería relativamente fácil. Después de todo tenían literalmente a sus pies todos los elementos necesarios. Pero no: los seres humanos escindirían el átomo e inventarían la televisión, el nylon y el café instantáneo antes de lograr conseguir calcular la edad de su propio planeta." (Bill Bryson; Una breve historia de casi todo; Editorial Océano; México DF : mayo 2006, tercera edición; pp. 67-68)
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