viernes, 8 de marzo de 2013

Desde la escuela rural adelante.



A la memoria de Blanquita: grande y humilde, madre eterna.

Temprano en la mañana del día martes 20 de noviembre del 2012 buscaba un cable para conectar mi cámara Sony Digital con el MacBook cuando me llamó la atención un viejo archivador que por años no lo abría. Al hacerlo encontré, en medio de recortes de artículos publicados en periódicos chilenos en tiempos de Pinochet, bajo mi nombre y foto, un documento donde profesores del liceo en que estudié escribieron frases de despedida al egresar del sexto año de humanidades, el último de la educación media. Frases tales como “al mejor de mis alumnos le deseo éxito en la vida”; “la vida está llena de problemas, tú tienes la capacidad para enfrentarlos”.
¿Ha sido mi vida tal como esos buenos maestros la sugerían o es que simplemente esos deseos se desvanecieron en el aire como las burbujas de jabón que los niños lanzan al viento en parques y plazas? Hasta ese entonces la cosa parecía ir bien, mirada desde la perspectiva del punto de partida.
En lo que sigue no se intenta hacer una crónica ni un balance del conjunto de mi experiencia de vida sino sólo del paso por las aulas a las que concurrí en el proceso, algo titubeante, de educación formal. Son mis recuerdos espontáneos que surgen al tecleo del ordenador.

LA ESCUELA RURAL. APRENDIENDO A LEER Y CONTAR

El largo camino de la formación comenzó en una escuela rural, que sólo impartía los tres primeros años de la educación básica. Se ingresaba a los siete años de edad, aunque yo lo hice a los seis, quizás porque vivía muy cerca de ella. La escuela de “El Almendral”, una calle longitudinal y otra perpendicular, estaba a cargo de la Srta. Virginia, maestra amable y acogedora la que, casi con certeza era la única profesora. Con ella aprendí las primeras letras y los números iniciales.Tengo una imagen muy tenue, algo borrosa de ella, pero mis sentimientos son de agrado cuando recuerdo esas vivencias infantiles. Gustaba de agradar a los niños regalándoles golosinas que había que obtener de una cajita de música. Mi hermana María Eliana, sin embargo, no tiene una imagen tan amable de esta escuela. Cuenta que, teniendo ella cortos cinco años de edad mi prima Lucy y yo la llevamos a visitar la pequeña escuela. No sabemos el motivo pero algunos niños y niñas la emprendieron contra ella dándole una golpiza, precursora de las ahora tan frecuentes agresiones envueltas en el proceso del bullying. Esta poca cordial recepción a una inadvertida visitante tuvo sus consecuencias ya que ella, tres años menor que yo no quiso, razonablemente, matricularse en la escuela, lo que obligó a la familia a diseñar otra estrategia para que iniciara sus estudios. Hubo que enseñarle en casa las primeras letras y los primeros números, siendo su hermano mayor y único, el docente. ¿Una vocación temprana? Cuando ingresó a un colegio ella se incorporó directamente a tercer año primario, en Santiago.

EL SEMINARIO FRANCISCANO. INICIO DE UNA PROFUNDA FE RELIGIOSA

Sospecho que la Srta. Virginia y mi madre, Blanca Luisa, alguna vez conversaron acerca de cómo proseguir mis estudios. De esa conversación, quizás, surgió la idea de hablar con el señor cura de la parroquia franciscana de la pequeña aldea donde transcurrió mi primera infancia, antes cercana a la ciudad de San Felipe, hoy contigua a ella. No se corrió la geografía sino que, como suele suceder, se extendió la ciudad De esa conversación habría emanado la idea de intentar el ingreso a un internado que la congregación franciscana tenía en San Francisco de Mostazal, pueblo cercano a la ciudad de Rancagua. Su impresionante nombre era: “Colegio Seráfico de San Antonio de Padua” (Seminario Franciscano). Sus lemas en latín: “Deus meus et Omnia” y en castellano: “Ciencia y Virtud”.

Siempre que pienso en ello concluyo que los tres años que estuve en dicho internado (seminario así llamado) fueron decisivos para formar parte sustantiva de mi actitud frente a la vida, el trabajo, los hábitos personales, la relación con los demás, el estudio y principales valores. En sentido de la disciplina, de la responsabilidad, el respeto por la palabra empeñada, el hábito de decir la verdad, el respeto por el otro, la honradez fueron valores que empezaron a forjarse ahí. A pesar de haber abandonado en la adolescencia las creencias religiosas de la niñez he considerado al Seminario Franciscano una temprana “Alma Mater” en el proceso de mi formación.

El régimen de vida y de estudio era estricto. Levantada a las seis de la mañana; enseguida ducha y, luego, gimnasia en los corredores del patio central al aire libre, invierno y verano. Misa diaria, desayuno y hora de estudio. Enseguida, la enseñanza de las materias, latín y griego incluidos. Almuerzo con énfasis en legumbres y en silencio escuchando una lectura de libros religiosos. Hay que recordar que la orden franciscana se caracteriza por el voto de pobreza y ello quedaba bien claro en la alimentación e infraestructura que proveían. En este sentido están en el extremo opuesto de los jesuitas, por ejemplo. Tanto es así que los paquetes de alimentos que padres y apoderados llevaban a sus hijos y pupilos eran secuestrados por los hermanos (que visten hábitos sin ser sacerdotes) para, según decían, repartirlos entre los internos. Nunca tuve una prueba concreta de tal reparto. Al revés tengo la impresión de haber echado de menos el haber probado esos manjares que, en su ingenuidad, mi familia me los preparaba con especial cariño. Bueno, el voto de pobreza no impedía a los sacerdotes y hermanos gozar de buena comida no comprada ni regalada. ¡No había pecado en ello!
Aún conservo diplomas por reconocimiento de buen aprendizaje y conducta.



Las historias religiosas con el diablo incluido

No solo disciplina y rezos contenía el bagaje pedagógico del Padre Superior franciscano. También el miedo al demonio era una herramienta eficaz en el proceso de formación. Dios y el diablo una pareja imbatible frente a niños que iniciaban el proceso de la formación del carácter y la adquisición cultural. El Padre Superior era el padre Retamal. En la oscuridad de la playa de Matanzas, en época de vacaciones escolares, contaba historias religiosas y cuando mentaba al inevitable maligno, repentinamente, prendía su linterna y apuntaba a los alrededores del grupo. Entonces no había más remedio que encomendarse a Dios y a la Santísima Virgen. En contradicción con su apellido el Padre Retamal era un educador bien intencionado que trataba de estimular a los pupilos en el aprendizaje. No tengo claro cuánto éxito obtuvo con el latín y el griego viniendo los pupilos mayoritariamente de áreas rurales.

El establecimiento no era propiamente un seminario. Yo seguía la escolaridad normal, aunque con énfasis religioso. El egresado de sexto de humanidades podía postular a un seminario propiamente tal, ubicado en otro pueblo, donde la meta era el sacerdocio.


En el curso posterior de mi vida sólo encontré a una persona que había estudiado también en este establecimiento. Un abogado de profesión que se había incorporado a la carrera diplomática. Le encontré trabajando en esa función en Ginebra en un grado relativamente alto de la correspondiente escala funcionaria. Un hombre inteligente, bastante más alto de estatura que el promedio de los chilenos, casado a la sazón con suiza, aunque a la vuelta de pocos años de nuestro encuentro se separó de ella. Hicimos buenas migas. Solía pasarle mis escritos para recoger sus observaciones que, al contrario de muchos de mis colegas sociólogos, los devolvía con útiles comentarios.

Dado que los diplomáticos de carrera cumplen periodos de cinco años fuera del país y dos años en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago, tuve ocasión de reencontrarme con él al regreso de mi trabajo en Ginebra. Ya estaba separado de su señora suiza a quién conocí en recepciones de la Embajada chilena y en mutuas invitaciones a su casa y a mi departamento. Era una profesional universitaria culta, más atractiva intelectual que físicamente, de personalidad cordial, aunque más seria que lo valorado por los chilenos. Apreciamos la “chispa” femenina aunque, no obstante, los varones somos de carácter más apagado que la mayor parte de los latinoamericanos.

En Santiago mi compañero de seminario conoció a una dama mapuche con quién entabló una relación íntima. El solía ir a almorzar a un restaurante en la Plaza de Armas de la capital donde ella oficiaba de mesera. Desconozco que sucedió luego con esta relación, aunque alguna vez me contó que en verano se iban a la casa de la familia de Viviana en la Araucanía. Fue nombrado cónsul de Chile en Amsterdam, ciudad a la cual invitó a su nueva pareja, la que no tuvo problemas de adaptación en la “Venecia del Norte”, no obstante ser su primera salida del país. En una conversación Galvarino me confidenció que el entendimiento sexual era su principal nexo con Guacolda. Tanto que incluía la práctica del "swinger" en locales de Santiago que lo facilitaban. Vaya, este hombre evidentemente no tenía vocación de fraile franciscano. 

En una de sus estadas en Santiago fuimos los tres a San Francisco de Mostazal a visitar el colegio del padre Retamal en el cual ambos, en distintas épocas, habíamos estudiado. Todo estaba muy cambiado. No pudimos reconocer casi nada. Almorzamos en el pueblo y volvimos a Santiago. Con el tiempo dejamos de vernos con Galvarino Espina y Guacolda. A fines de 2012 nos saludamos vía e-mail con ocasión de las fiestas. No sé cual fue el destino de su relación ni tampoco cuál es la actual destinación en su trabajo diplomático. Tiene merecimientos intelectuales y profesionales para culminar su carrera profesional como embajador. Tanto en Ginebra como con este amigo pude experimentar la excesiva cautela de los profesionales chilenos de la diplomacia para gastar su dinero aún cuando se trate de su propio consumo. ¡Mano de guagua! dicen en Chile para aludir  a lo apretada que son las de los bebés. Nuestros diplomáticos expanden este reflejo tempranero hasta su adultez, a veces de modo vergonzante.  



OTRO INTERNADO RELIGIOSO Y EL INSTITUTO ZAMBRANO

Al cabo de tres años la familia se trasladó a Santiago y mi madre, muy piadosa, reincidió con otro colegio de curas. Era una iniciativa distinta, aparentemente buscaba detectar vocaciones sacerdotales. Consistía en un internado y una capilla a la que concurría gente del barrio San Eugenio, locación de ferrocarrileros, en época en que estos existían en Chile. Gremio importante tanto como importantes eran los ferrocarriles en el país. ¡Cómo se añoran los trenes! Tantos accidentes en las carreteras, mucho petróleo que se necesita y tan poco el que se tiene. ¿Cuál es la razón de la ocurrencia de los numerosos accidentes carreteros? Muy fácil: la inexistencia de trenes. Desaparecieron los de pasajeros y los de carga. Los ramales a las ciudades del interior eran toda una fiesta local. Ahí, en ese barrio santiaguino, estaba este otro seminario.
El nuevo colegio era una iniciativa distinta pues la escolaridad se realizaba en el colegio de los Hermanos Maristas, situado en el barrio Estación Central.

Recuerdos de la Vicaría de Pastoral Obrera

Colindante con el colegio estaba su Iglesia y con ambos estuvo, años más tarde, en épocas de la dictadura pinochetista la Vicaría Pastoral Obrera del Arzobispado de Santiago, liderada por su vicario el venerable Padre Alfonso Baeza y su secretario ejecutivo, el “obrero oficial” de la Iglesia Católica chilena, José Aguilera, persona de experiencia directiva a nivel latinoamericano en el mundo de los trabajadores cristianos, “hombre de Medellín”.

Pues bien, curiosa coincidencia: durante todo el año 1982 trabajé como asesor de los directivos de esta Vicaría con un horario de medio día y en los años finales de mi infancia me correspondió ser alumno de ese colegio marista. Cumpliendo la función de asesor escribí varios trabajos sobre temas laborales y sindicales, algunos de coyuntura y otros de tesis; organicé también conferencias de destacados intelectuales y políticos de la oposición al gobierno militar. Entre otros conferencistas invité a compartir con dirigentes sindicales, con especialistas en asuntos laborales y con funcionarios de la Vicaría, al futuro Ministro del Presidente Aylwin, más tarde senador, Edgardo Boeninger y al que sería Presidente de la República en democracia, Ricardo Lagos. Boeninger, hoy fallecido, fue reconocido en el país como hombre clave de todo el proceso de la transición a la democracia.

Así como cuando asistía a la Vicaría en calidad de asesor me recordaba del colegio de mi pubertad, me ha sucedido ahora que al mencionar al colegio me recuerdo de la Vicaría. Mi segunda infancia, en calidad de pasado presente (según la expresión de San Agustín), trae a mi memoria experiencias de adulto, que para ese pasado eran sólo un insospechado futuro.

El seminario, un intento fallido

En el colegio de los Hermanos Maristas, el “Instituto Zambrano”, cursé el primer y segundo años de humanidades.
Esta iniciativa de un internado y una Iglesia con un grupo de eventuales futuros sacerdotes fue impulsada por Monseñor Alejandro Menchaca Lira, quién tenía un hermano a la sazón Obispo de Temuco, si mal no recuerdo, de nombre Manuel. A pesar de mi mal oído musical, yo formaba parte del coro dominical, no por mis aptitudes en el canto sino por escaso número de participantes en el seminario. Sin embargo, el formar parte de un coro no siempre significa que uno cante. En mi caso sólo debía mover los labios al compás de la letra de los cánticos en latín durante la misa. Estando en primera fila en el coro, su director podía controlar mi gesticulación silenciosa. Fue una experiencia simpática vivida con buena voluntad.                                                   

La iniciativa de Monseñor Menchaca Lira terminó mal. Tuvo la mala suerte de que precisamente el hermano Homero Martínez, a cargo de supervisar el estudio de los jóvenes participantes y ayudarlos en el mismo, tenía inclinaciones pedófilas. El cuasi cura practicaba tocamientos a los niños, lo que fue descubierto y, luego de una breve investigación, la correspondiente jerarquía optó por clausurar el intento de Monseñor Menchaca de estimular vocaciones sacerdotales. Primero fue expulsado el culpable y, terminado el año escolar, cerrado el internado. ¡No hay nada nuevo, a este respecto, bajo el sol! Y no lo habrá tampoco en el futuro hasta que la Iglesia Católica deje de lado su tozudez y permita el matrimonio de sacerdotes y monjas. La institución del celibato es una trampa para los(as) religiosos(as) y los creyentes, campo de reclutamiento de las víctimas.

De los compañeros sólo recuerdo a uno de los numerosos hermanos Parra, quizás el menor. Hermano de la multifacética Violeta y de Nicanor, el anti poeta. Este compañero se dedicó, de adulto, al arte circense. 

EL LICEO “JUAN ANTONIO RÍOS”. GIRO AL LAICISMO

El siguiente establecimiento escolar fue el Liceo Experimental “Juan Antonio Ríos”, situado en la comuna de Quinta Normal. Uno de los cuatro liceos que pretendía probar empíricamente reformas educacionales a introducir, posteriormente, en el conjunto de la educación secundaria pública. Se inspiraban en la experiencia del Liceo Manuel de Salas, a la sazón dependiente del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Dirigía este intento la profesora Irma Salas, destacada educadora, hija de otro notable educador chileno, Darío Salas. Lo hacía desde la sección de experimentación del Ministerio de Educación. Había sido directora del Liceo Manuel de Salas. Se trataba de una concepción educacional progresista. En los certificados de nota se declaraba a los apoderados: “Su pupilo concurre al colegio no sólo para adquirir conocimientos en los diversos ramos, sino también para vivir en él una parte importante de su vida que puede tener influencia decisiva en la formación de su personalidad y de su carácter…El trabajo escolar…(trata de) estimular el desarrollo integral de cada niño… orientarlo hacia actitudes adecuadas para consigo mismo y los demás…hacer de él un buen ciudadano”. Una divisa diaria de los profesores que participaban en este programa, en su gran mayoría jóvenes, era que su misión consistía tanto en instruir como en educar. Sin duda, un programa adelantado para la época. Ello atrajo a un grupo significativo de destacados docentes, al punto que este liceo de un barrio apartado de los centros culturales importantes de la ciudad, tenía un cuerpo docente “de lujo”.

El liceo se inauguró con primero y segundo grados de humanidades. Yo había rendido ambos, pero como no había más cursos ingresé, en el año 1946, al segundo grado por una segunda vez. En todo caso la educación era diferente a la de los colegios religiosos. Desde luego creo que, por excepción, habría algún profesor que fuese creyente devoto. Educación pública y laica, además, experimental con una concepción progresista y una visión democrática de las relaciones entre profesor, alumno e institución escolar. Un ambiente social cálido, con énfasis en la autodisciplina (así, por ejemplo, no existían los clásicos “inspectores”, a cargo de vigilar a los estudiantes y reprimir la mala conducta) ni tampoco el temible y temido Inspector General.

Mi perfomance escolar en el liceo

Respecto del rendimiento escolar en el liceo fui de menos a más. Las calificaciones en las diferentes materias iban del uno (malo) al cinco (muy bueno), siendo el tres (satisfactorio) la nota mínima para aprobar el ramo.

En el segundo año obtuve notas mediocres. A partir del tercer año fueron paulatinamente mejorando hasta su culminación en sexto año. En el certificado de promoción al curso cuarto hay una anotación del profesor jefe que reza: “Como presidente del Consejo de curso actuó con eficacia, acierto, responsabilidad y energía. Su participación en Horas Correlacionadas fue intensa. Actuó con frecuencia en el Club de Ajedrez”.
En relación al ajedrez debo decir que a poco comenzar el segundo grado, me había aficionado al juego, por lo cual nos sentábamos con el compañero contendor en la parte de atrás de la sala para jugar también durante la clases…cuando fuese posible. Nombrado presidente del Consejo de Curso esta afición se canalizó en el citado Club. Este Consejo era uno de los mecanismos pedagógicos para estimular la participación y la responsabilidad acerca de los temas que concernían al colectivo curso. Ayudaba a la formación de hábitos de auto disciplina.

Al hacer un recuento y una evaluación del total de mi trayectoria educacional, aprecio como decisivas la incorporación a este liceo y la permanencia en el hasta el fin del ciclo secundario, tanto por los apoyos de hecho recibidos como por la formación en un ambiente de libertad intelectual tan diferente al de los colegios religiosos. Desplegué mis aptitudes intelectuales, descubrí la vocación por la lectura, el estudio, la apreciación artística; me ejercité en el trabajo de grupo y en la dirección de los mismos. La dirección del consejo de curso, primero, luego la presidencia del primer gobierno estudiantil del colegio fueron los campos principales para tal ejercitación.

Llamado el alumnado a elegir un gobierno estudiantil (o centro de alumnos) se presentaron dos candidaturas para el cargo de presidente. Ambas provenían del curso superior: mi compañero Emerson Roach y yo como su contendor. Lo curioso del asunto es que yo vivía, en ese entonces, en la casa de su familia, donde pagaba pensión. También su hermana Miriam estaba en el mismo curso, igual que otra compañera de nombre Berta Ojeda. Berta y yo éramos los únicos extraños a la familia que vivíamos en casa de su patriarca don Arístides, padre de cinco hijos. Pues bien, para dar a conocer las candidaturas se convocó a una asamblea de todo el alumnado. En ella debían hablar los candidatos, previa presentación a cargo de sus correspondientes apoderados. El de Emerson era Berta y el mío Guillermo Campos, también compañero de curso. En casa la situación era, por cierto, algo desbalanceada a favor de Emerson, siendo yo mismo una incomodidad para ellos y ellos un grupo potencialmente hostil para mí. La familia, obviamente, esperaba un triunfo de mi contendor, quién –por otro lado- era mi mejor amigo. Un día antes de la asamblea había mucha agitación en el entorno. Los detalles concernientes a la candidatura de mi contendor eran secretos para mí y los míos para él.

La asamblea fue decisiva. Habló primero Berta, quien tenía por Emerson algo más que simpatía. Ahí leyó un discurso de alabanzas hacia su candidato que culminó con una frase que era, de seguro, el secreto mejor guardado y que causó impacto en la concurrencia. “Les pido que voten por Emerson Roach quien es un cerebro que asombrará al mundo”. Entre su hermana y su apoderada amañaron esta frase que volcó la mayoría de las preferencias hacia mí. Mi apoderado, al parecer, tenía más sensibilidad o experiencia política que todos nosotros. Dijo, en su turno, que Manuel Barrera aunque no era un cerebro que asombraría al mundo sería un buen presidente del gobierno estudiantil. Y así fue.
En casa este episodio fue olvidado o silenciado en mi presencia. En cuanto a felicitaciones no recibí, como era de esperar, ninguna.

Otro mecanismo de formación y participación eran los diarios murales, uno por curso y uno general del Liceo. Este fue el primer “diario” donde publiqué artículos, costumbre que mantuve de adulto, incluyendo épocas de restricción de las libertades en Chile, cuando pocos políticos de oposición se atrevían a hacerlo. El Mercurio, El Diario Financiero, El Fortín Mapocho, La Época, diarios locales de provincias, recibieron mis aportes.

Todo este ambiente de progresismo y participación en los asuntos generales de la vida escolar fue, al paso, modificando mi visión de la vida desde una profunda fe religiosa a un profundo descreimiento. No recuerdo haber concurrido regularmente a la Iglesia en ninguno de los años de la educación secundaria. Ocasionalmente entraba a una Iglesia para meditar un rato, pero no a seguir un rito religioso. Pasé, entonces, desde una vida de misa y comunión diarias a una de abstención total, la que dura hasta el día de hoy. No obstante, en el curso de mis viajes tanto en América como en Europa he entrado a muchas iglesias, la gran mayoría del rito católico y, la minoría, del ortodoxo ruso, anglicano y otras confesiones cristianas, siempre con respeto y recogimiento. La motivación, sin embargo, ha sido estética más que religiosa.

Las calificaciones se realizaban, en el liceo, según una escala que iba del 1 al 5, como señalé. Además se consignaban algunas apreciaciones sobre actividades generales diversas y no solamente de asignaturas formales. Es así como en el certificado de tercer año se consigna la frase ya citada sobre mi actuación como presidente del Consejo de curso. De doce asignaturas obtuve como nota final en tres ramos nota tres; y, en nueve, nota cuatro (diciembre del 1947). En el cuarto año las calificaciones fueron semejantes a las del tercer grado, sin nada especial que consignar. Fue un año de transición.
En el quinto aparece, en las notas finales, la tendencia hacia la mejoría como estudiante. Obtuve 11 cuatros (bueno); 4 tres (satisfactorio) y 2 cincos (muy bueno). El resultado expresa claramente un cambio en mi relación con el estudio, el esfuerzo y la responsabilidad escolares. Como observaciones se anota: “Ha sobresalido durante el año escolar por su constancia y dedicación al estudio. Se ha distinguido por la excelente colaboración prestada a la organización del Gobierno estudiantil”.
Las calificaciones del sexto año de humanidades fueron 8 cincos (muy bueno); 6 cuatros (bueno) y 1 tres (satisfactorio). El tres lo obtuve en el ramo de Inglés, predictor de mis dificultades en idiomas extranjeros, aunque en francés obtuve 4 (bueno). Se anota que la participación en el Consejo de Curso fue “intensa” y en el Gobierno estudiantil también “intensa”. Con estos resultados ocupé el primer lugar en la promoción del último grado de la educación secundaria. El segundo lugar fue para una compañera de apellido Ruz. En quinto año había sido al revés: ella primera y yo segundo. En efecto, en el Liceo fui de menos a más, tanto en las asignaturas como en las actividades generales de la comunidad escolar.

Un aspecto de la experimentación pedagógica de estos cuatro establecimientos llamados “liceos renovados” resultó para mí inconveniente dada mi vocación intelectual. Se trataba de elegir una especie de especialización temprana en la formación. Al iniciar el cuarto año de humanidades los alumnos debíamos elegir un “plan diferencial”, humanístico o científico. Dicha elección implicaba un énfasis en las respectivas ramas del conocimiento y una disminución de horas de clases y de profundidad de las materias del sector no preferido. Al comienzo yo elegí el plan científico que ponía el acento en matemáticas, biología, física, química. Esa elección estaba impulsada por una pretendida vocación matemática que yo me imaginaba que tenía. Pero a poco andar me encontré con grandes dificultades para entender a la profesora de matemáticas que enseñaba en esta, por así llamarla, prematura especialización. Esta profesora, la Srta. Erika Grassau, era, o fue más tarde, una muy distinguida educadora del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, la principal del país. Desde su especialización (estadística educacional) se destacó por la publicación de un texto de esa especialidad y, sobretodo, por su participación en la construcción de un test que los egresados de secundaria de todo el país, debían aprobar para ingresar a la educación superior. Test decisivo en la suerte de los jóvenes, toda vez que en el Chile de aquéllos años tener un título profesional o no tenerlo marcaba, para las clases media y baja, una diferencia ocupacional, económica y social fundamental. Más aún que hoy.
Pues bien, esta profesora destacada no era la mejor docente para enseñar a niños de 14, 15, 16 años. Al revés, a lo menos en mi caso, fui ahuyentado del estudio de las matemáticas por su forma de impartir la docencia. Más tarde he sabido que una de las razones del fracaso de los escolares chilenos en matemáticas se debe, en parte importante, a los profesores del ramo. Antes se creía que los chilenos, por ser tales, éramos en general lerdos para este aprendizaje, que esta tierra da mejores frutos en poesía que en números.                                                                                                  

Y así fue como pedí mi traslado al sector humanístico. Mi calificación en matemáticas en sexto año fue “muy bueno”, pero sobre una materia menos profunda y con exigencias menores tanto en horas de clases como en el contenido. Este cambio marcó mi destino profesional, ya que el test para entrar a la Universidad, llamado “bachillerato”, también distinguía entre materias humanísticas y científicas. Las diversas carreras seguían esa línea en sus exigencias para incorporarse a ellas. Más tarde consideré muy prematura esta delimitación. Fue mi principal, quizás única, discrepancia con el liceo “renovado”, la que no me surgió como algo conflictivo en el curso de los estudios secundarios sino cuando en la Universidad hice una evaluación de ellos.

Empeora la situación de la economía familiar pero surge una solución inesperada

Si bien la situación escolar se presentaba exitosa, la económica familiar iba de bajada. Sobre ello y de otros aspectos de la vida familiar trataré de hacer un abordaje en otro escrito. Pero aquí debo decir que tal deterioro impactó mi inserción en el liceo y, posteriormente, en la Universidad. La familia no podía seguir financiando por sí sola mi estada en la casa donde pagaba pensión a partir de un alza de su valor. Eso puso en signo de interrogación a la continuidad de mis estudios.

Ya antes, en cuarto año de la secundaria (15 años) en tiempos de vacaciones escolares había realizado un primer trabajo remunerado. En efecto, no recuerdo cómo, ingresé a trabajar, durante los meses de vacaciones de verano, en un edificio en construcción en la zona central de Santiago. El puesto de trabajo era el de ayudante de un maestro carpintero. Lo principal consistía a acarrear materiales y entregárselos a él. Ello incluía llevar al hombro montones de tablas que a mí me parecían demasiado largas. El carpintero de la construcción y sus colegas eran buenos para hacer bromas a un estudiante que no conocía nada del oficio. Recuerdo que me daba órdenes tales como “vaya a buscarme el martillo de goma” o “vaya a buscarme la escuadra redonda” y otras por el estilo. Los otros obreros me “ayudaban” indicándome al jefe de la cuadrilla para que le preguntase. De seguro que alguna vez caí en la pillería y se habrán reído, pero la verdad es que no recuerdo haber cumplido órdenes tan astutas. Fue mi primera experiencia de trabajo remunerado y la última vez que hice uno manual. Es posible que esta experiencia de bisoño obrero haya influido en mi vocación profesional, ya que mi especialidad académica fue la sociología laboral y llevé adelante por varios lustros iniciativas de investigación sindical y capacitación de dirigentes sindicales.

Pero el trabajo en los meses de vacaciones escolares no era suficiente para resolver el problema planteado respecto a la continuación de los estudios. Conocido el tema en el colegio surgió una solución inesperada, aunque compatible con el espíritu amable y solidario que impregnaba la visión educacional del mismo. Y con la generosidad con que sus profesores entregaban el mensaje educacional y con su profunda vocación docente. La solución: mensualmente una profesora me entregaba una cantidad de dinero para solventar los gastos que mi madre no podía pagar. Nunca pude saber exactamente qué mecanismo se utilizó para reunir ese dinero, a pesar de mis indagaciones. Fue así como pude terminar mi escolaridad secundaria.

Yo imaginé que ese dinero salvador lo reunía la profesora entre un grupo de sus colegas. Ella era profesora de matemáticas de origen y en el liceo desempeñaba la Secretaría General, segunda autoridad, a cargo de la marcha interna del proyecto educacional que encarnaban estos cuatro establecimientos. Era algo así como mi apoderada, la que me ayudaba a resolver los problemas escolares. Su familia tenía una casa con gran patio en San Bernardo, comuna aledaña a Santiago. Yo fui invitado a visitarla. Ahí conocí a su madre, a su hermano (persona gentil y sumamente entretenida), a su hermana menor y al esposo de ella quienes me recibían con cariño y amabilidad. El nombre de pila de mi apoderada no era ciertamente común: Ildocira. Su apellido, Vera. En el colegio se la llamaba Srta. Ildocira. Actualmente me comunico con ella por teléfono; estoy al tanto del estado de su salud y ella de mis achaques. La llamo Srta. Hilda. Es una anciana muy lúcida, atenta a los acontecimientos nacionales, en especial a los vinculados con la educación. Conserva la orientación valórica (incluyendo la política) progresista que la caracterizó en su ejercicio profesional y que, probablemente, influyó más que las de otros profesores en mi renovada visión del mundo luego de renunciar a la del catolicismo infantil. Las multitudinarias protestas, lideradas por los estudiantes en el año 2011, proveyeron bastante material para alimentar nuestras charlas telefónicas. Como la Srta. Hilda no se ha entusiasmado con las nuevas tecnologías y es difícil que lo haga, le relataba algunos artículos sobre tales movilizaciones que publiqué en varios sitios web basados en Chile y otros países del continente.
Desde la relación que tuvimos en el colegio secundario y hasta nuestro reencuentro de los últimos siete años hubo un largo intermedio en el cual en escasas ocasiones tuvimos algún contacto. Sin embargo, en el curso de esos años el recuerdo suyo y del liceo “Juan A. Ríos” siempre estuvo pronto a hacerse presente. Con motivo de haber quedado otra vez soltero y cuando mi hija Paula llegó a la adolescencia y mi hijo Manuel era niño, ingresamos como socios al Stade Francés, club deportivo y social, donde solíamos almorzar los días sábados o domingos. Ahí nos encontramos con el profesor, también socio del Stade, Mariano Rocabado, quien era rector del liceo en el año de mi egreso. Obviamente que ambos añorábamos los años aquéllos, aunque en ese entonces yo lo percibía, quizás por respeto, algo distante de nosotros, los estudiantes.

El profesor de Filosofía y el viaje de estudio

No puedo terminar estas líneas sobre el liceo sin mencionar al profesor de filosofía, Leonardo Phillips. También abogado, dedicado como juez a impartir justicia en la comuna de Quinta Normal. Un hombre bajo de estatura, medianamente regordete, ancho de narices, algo encorvado de espaldas, soltero de joven, solterón de viejo. Emanaba de él una gran inteligencia, tanto en sus clases como, especialmente en conversaciones fuera del aula. Siempre decía una frase espiritualmente inspiradora. Era su regalo para sus alumnos que, en nuestra inmadurez no entendíamos, quizás, cabalmente sus enseñanzas formales. Fui en sexto grado un alumno de nota “muy bueno” en su ramo. Aún conservo el libro de Boecio; De la Consolación por la Filosofía, publicado por Emecé editores; Buenos Aires, 1944; que empastado y con dedicatoria me regaló este profesor. La dedicatoria dice: “A Manuel Barrera por su ensayo ‘La ciudad de Platón’ Santiago 20 de diciembre 1950”, timbre del Liceo y su firma de juez. Tenía por él una gran admiración al punto que lo considero el gran “culpable” por mi decisión de estudiar, posteriormente, justamente pedagogía en filosofía.
El profesor Phillips nos acompañó, junto a otros de sus colegas, al tradicional “viaje de estudios” que realizaban los colegios en el quinto o sexto año de humanidades. Los sectores pudientes lo hacían (y lo hacen) fuera de Chile. Nosotros fuimos a la ciudad de Concepción y sus alrededores. Viajamos en tren lo que ya constituía una agradable aventura más aún cuando el tren salía de tarde y el viaje se realizaba de noche.

Tres recuerdos tengo de este viaje. Uno, en la ida me senté junto a una compañera de apellido Moraga. Cubrimos nuestras piernas con un chal para ambos y de ese modo el viaje era cálido y amable. Ella no era una muchacha bonita ni llamativa, pero yo me sentía cómodo a su lado. A pesar de ser nuestro liceo coeducacional (mixto) no había en el curso más de cinco mujeres de un total de aproximadamente 30 alumnos. Tampoco se supo de “pololeos” entre compañeros, incluyendo a los otros cursos. El tren había avanzado algunos kilómetros cuando se produce un conflicto en uno de los asientos ocupados por el curso. Los profesores se encargan del asunto y el profesor Phillips me llama y me pide que cambie de asiento con uno de los conflictivos. El pensó, de seguro, que esa era una solución fácil. Pero como yo iba tranquilo y agradado le dije que no. Supongo que para él este incidente y negación fue algo corriente en el desempeño de su rol, pero para mí constituye uno de los principales recuerdos que tengo de esta excursión. Dos, visitamos el “campus” de la Universidad de Concepción con su típico campanil; el cerro/parque “Nielol” de la ciudad; también el pueblo de Lota con su mina de carbón y el adyacente hermoso jardín; la ciudad de Tomé y su fábrica textil, icono de la gran industria textil chilena de esa época, donde compré un chal de lana que aún conservo. Hoy esa gran industria textil ha desaparecido. Tres, sucedió que en el paseo al cerro Nielol estuvimos dándonos unos besos con mi vecina del tren, culminación de nuestra pasajera relación. Fueron las primeras caricias que expresaban mi masculinidad. Muy inocentes y a una edad en la cual los jóvenes de hoy han recorrido un largo, variado y profundo trecho.

La experiencia vivida en este colegio más los desarrollos propios de la adolescencia en el entorno social en que se dio, me empujaron a valorar el laicismo entendido, al decir de Edgar Morin, como “la problematicidad permanente, el cuestionamiento ininterrumpido, la dialógica siempre renaciente”, distante tanto del dogma religioso como del espíritu de secta político.

EL INGRESO A LA UNIVERSIDAD: ENSAYO Y ERROR.

Para ingresar a estudiar en la Universidad había que aprobar un conjunto de pruebas con énfasis en materias humanísticas, matemáticas o de ciencias naturales. Le llamaban bachillerato. En aquellos tiempos no había en Santiago sino dos universidades: la de Chile y la Pontificia Universidad Católica. Hoy, algo así como 60 (sesenta), que publicitan sus ofertas del modo como se publicitan las longanizas o las marcas de autos. El gobierno militar aprobó una legislación que introdujo la lógica del libre mercado en la educación superior de modo que ahora se mueven grandes capitales y jugosas ganancias en esta “industria”. Un egresado de la educación pública seguía sus estudios, por lógica, en la Universidad de Chile. Ahí fui. Pero antes debí aprobar el test de ingreso.

Yo percibía que los profesores del liceo, en especial sus autoridades, estaban expectantes en relación a los resultados en el bachillerato de sus primeros egresados. Mal que mal éramos un fruto de sus experiencias pedagógicas, con las cuales estaban muy comprometidos. De nuestro éxito o fracaso dependía, en parte, la evaluación que se hiciera de ellas. Dado que yo había sido el alumno con mejores notas en el último curso sentía que esas expectativas se posaban en mí especialmente, de un modo no explícito pero sensible.

Así pues concurrí, con explicable ansiedad, a la primera prueba, la de Filosofía. El examinador leía un texto y uno debía comentarlo. Lo primero que llamó mi atención, algo extrañado, fue que el profesor Moisés Mussa usaba unos anteojos de vidrios muy gruesos conocidos popularmente como “poto de botella”. Por si fuese poco, portaba en uno de sus ojos un parche que lo tapaba completamente. Yo me preguntaba durante y después del examen cómo podría leer las pruebas este señor. Fue lo que más me preocupó. Pero sucedió algo peor para mí. Al escribir mi nombre mi lapicera (de mala calidad) dejó caer una lamentable gota tan gruesa como aquéllos vidrios en el papel que nos habían entregado. Entonces pensé que mi suerte estaba echada, para mal por supuesto. Al salir, los profesores del liceo que habían concurrido a este local, a pesar de estar ubicado en el centro de Santiago, lejos de la comuna de Quinta Normal me preguntaron cómo me había ido. Traté de esconder mis temores, pero algo se dejó ver.
Después dí las otras pruebas de lo cual mi memoria, algo deteriorada y asaz selectiva, no recuerda nada. El resultado del conjunto de pruebas, es decir, el puntaje obtenido en el bachillerato fue de 22 puntos, entiendo que en un máximo de 30 ó 35. Aprobado, con una nota no mala, aunque tampoco tan buena como la esperada.

¿Pero qué estudiar con un bachillerato humanístico? Las posibilidades: Derecho, Pedagogía en ciertos ramos, Arte, etc. En el Liceo existía un servicio de Consejería Vocacional, que lo ejercía el profesor Armando Pereda, que tenía una personalidad atrayente con rasgos carismáticos. Mi trayectoria en secundaria apuntaba a que lo lógico era tratar de ingresar a la Escuela de Leyes. Ese fue el Consejo del Orientador y esa era la expectativa de los profesores. Sin embargo, influido quizás por el grato ambiente del liceo y la naturaleza de la pedagogía ahí impartida me incliné por el Instituto Pedagógico. Fue una decisión que tomé en solitario; no había en mi entorno de la época ningún familiar con quién intercambiar ideas al respecto o de parte del cual podría recibir algún consejo. Ingresé a Castellano. En el primer año, entre otros, hacía clases el Dr. Rodolfo Oroz, famoso filólogo chileno, y otro especialista destacado, el gramático Claudio Rosales. Muy curioso que en el primer año de Universidad, cuando los jóvenes empiezan a adaptarse a un nuevo régimen escolar, fueran estos especialistas de alto nivel los que los recibieran. Para mí fue peor que para los que venían de un colegio tradicional. En el “Juan A. Ríos” los alumnos, en tanto personas, eran muy centrales de todo el proceso educativo. Acá los estudiantes eran muchos y su contacto con los profesores, al margen de las conferencias, inexistente. Por otro lado, nadie se atrevía a preguntar. La participación en clases, ausente. El profesor Rosales solicitó realizar un trabajo de gramática, pero yo nunca entendí de qué se trataba el asunto. Ello me llevó a repensar mis estudios de pedagogía en Castellano, que yo imaginaba más enfáticos en literatura que en lingüística.

Para salir del paso no encontré mejor solución que pedir mi traslado a Historia y Geografía. Allí me encontré con el historiador Guillermo Feliú Cruz, con don Juan Gómez Millas (dos veces Ministro de Educación y diez años Rector de la Universidad de Chile), un filósofo de la historia. Y con otro profesor cuya fama como historiador eminente comenzaba, Mario Góngora. Otro docente era un profesor de geografía destacado en su especialidad. Demasiado para un adolescente que recién se iniciaba en los estudios superiores. Habría sido estupendo tenerlos de profesores en el último año de estos estudios. Al inicio, poco se entendía.
¿Qué pretendían estos pedagogos al colocar sus mejores cartas en el primer semestre del primer año de la carrera? Al pensar en ello recuerdo que al bailarín Nureyev le preguntaron qué le diría a un joven que desea estudiar ballet, a lo que respondió: “que lo deje, es mucho sacrificio”. Dijo luego, “sólo pueden soportar estos sacrificios los que no puedan dejarlo”.

Yo pude, lo dejé. Entonces mi desconcierto se constituyó en un real problema, grande, muy grande: ¿Qué hacer?
Debo agregar que para colmo de males mi financiamiento provenía de una beca de una organización que sospecho está ligada a la masonería, de nombre muy explícito: la “Liga Protectora de Estudiantes Pobres”(LPEP) Si uno utiliza en Internet el buscador Google con ese nombre no encontrará ninguna clara identificación de esta organización, la que, sin embargo, aparece dando muestras de su actual funcionamiento en diversas ciudades del país. En esas mismas páginas encontrará entradas para la “Sociedad Protectora de los Animales”. Bueno, como los creadores de Google saben “la vida es toda una”. Así lo han demostrado los investigadores que estudian el ADN. Ellos han comprobado que, como mínimo, el 90% de los genes humanos son básicamente los mismos que se encuentran en los ratones. Y que compartimos más del 60% de los genes con la mosca de la fruta. Entonces, ¡a qué hacerse problemas con este alcance de nombres! Como en el poema “Los motivos del lobo” de Rubén Darío digamos como Francisco de Asís :“Paz, hermano lobo”.

La beca de la “Liga….”me permitió cursar y terminar mis estudios de pedagogía, del modo que luego relataré. Me proveía del dinero para la matrícula, para comprar ropa y libros a comienzos del año y, luego, para el bolsillo austero. Para todos estos propósitos y para dar cuenta de mis estudios debía entenderme con el historiador, de renombre en el país, Profesor Eugenio Pereira Salas, quien pronto asumiría el decanato de la Facultad de Educación, de la cual el Pedagógico era sólo una parte aunque la principal.

Los estudios de filosofía y algo más

Para responder a la famosa pregunta de qué hacer (famosa porque Wladimir I. Lenin se la hizo y la respondió escribiendo un libro con ese nombre, básico para el actuar de los bolcheviques en la revolución rusa) no atiné a nada mejor que a retirarme, no a mis cuarteles de invierno, sino al fondo de la casa –un patio con árboles y flores- de los Roach, donde seguía viviendo. A leer. Empezaba la primavera y con ella el segundo semestre. Perdí el primero y no tomé cursos en el segundo. Entre otros libros cayó en mis manos uno de filosofía marxista sobre el materialismo dialéctico, sus principios básicos: “Cuestiones del leninismo”. Su autor, según se leía, era nada menos que el mismísimo José Stalin. Años después, a consecuencia del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, perdí ese libro y otros muchos de marxismo o que parecieran como tales porque en el nombre incluyeran palabras como, clase obrera, revolución, socialismo (sociología, por confusión), Cuba (también cubismo, por su parecido). Miles y miles de libros fueron a dar a ríos, canales, mar o, simplemente, hogueras en todo el país. Algunos de los míos fueron a dar al San Carlos, un canal santiaguino y la mayoría a una casa en las afueras de Santiago, donde fueron quemados, a pedido mío, por el abuelo materno de mi hijo. Lamenté perder en esos trajines una versión de “EL Capital”, de Carlos Marx, en tres tomos, papel biblia, edición del Fondo de Cultura Económico, México. Poco después de deshacerme de tales lacras apareció en mi departamento una patrulla militar que revisaba todo el edificio. No se llevaron nada de las tres estanterías que tenía. A las pocas horas ardía en la calle una gran hoguera con los hallazgos realizados, en el central barrio San Borja donde vivía. Y en Chile sucedió lo que predijo el poeta y escritor alemán Heinrich Heine, cuando dijo:

“Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres”.
Aunque él no fue quemado, sin embargo, hubo de exiliarse ya que fue perseguido por adherir a las ideas de Saint Simon, el “socialista utópico”.

En el fondo de aquella casa leí, además, poesía, afición juvenil que se prolongó largamente en la vida, alguna novela de Herman Hesse, política contingente, revistas de arte. Las lecturas y la meditación consiguiente me llevaron a decidirme por dar el examen de admisión a pedagogía en Filosofía, en marzo del año siguiente. Los cupos eran quince. La mayoría de los postulantes habían estudiado antes otras materias o eran ya profesionales o pensaban compartir estos estudios con otros, como derecho, que tenían avanzados. Uno de ellos fue Guillermo Briones: tenía estudios de matemáticas, pasaba la treintena, trabajaba en el Instituto de Investigaciones Sociológicas, en formación; fue posteriormente compañero y amigo. La examinadora en este test de admisión consistente en una prueba escrita fue la actualmente famosa filósofa chilena Carla Cordua, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, 2011. En ese tiempo una joven y estupenda ayudante de cátedra. El resultado del examen de admisión se preveía para finales de marzo y se publicaría en los murales del Instituto.

Yo me jugaba no sólo la admisión a Filosofía sino también la beca, por lo que concurría expectante casi a diario al Instituto.

Los compañeros y amigos de Filosofía

Los resultados se publicaron el día 25 de marzo, justo cuando cumplí 20 años. Y fue una gran y agradable sorpresa: ¡un siete!, la nota máxima. Hubo sólo dos 7. El otro lo obtuvo Guillermo Briones, cuya formación universitaria estaba avanzada y quien sería, al pasar de los años, mi profesor de Estadística en estudios de post grado. También fue seleccionado Pedro Miras quien llegaría a ser un buen amigo por largos años. Joven inteligente, que se movía en ambientes artísticos, original de conversación y notoriamente culto para su edad. A la larga desempeñaría el importante cargo de Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde enseñaba Estética, rama de la Filosofía que se avenía con su personalidad y vocación. El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 ocurrió siendo Pedro Decano. Viajó a Francia como exiliado, obtuvo una beca que debía cumplirla en una ciudad de provincia, pero se las arregló para quedarse, por largos años, en París. Siempre he pensado que en el caso de Pedro si no hubiese existido Pinochet y el exilio habría que haberlos creado. ¿Este cruce histórico /Pinochet/exilio/Pedro/París estaría predeterminado desde siempre? Al poco tiempo viajó a la bella capital francesa su esposa, Patricia Bonzi, que también había cursado Filosofía, un año posterior al nuestro. Al retornar al país profesaron sus especialidades en la misma Casa de Estudios en que habían sido alumnos. Actualmente ambos están jubilados, aunque ella persiste en participar en charlas y conferencias. Un compañero de curso de Patricia era Humberto Giannini, algo mayor que nosotros ya que había sido durante dos años marino. Con el tiempo se transformó en el filósofo más notable y más reconocido de toda la generación. En 1999 su obra filosófica lo hizo merecedor del Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, fue declarado Profesor Emérito de la Universidad de Chile y Doctor Honoris Causa por la Universidad de París 8. Actualmente, sigue realizando con Patricia, reflexiones, conferencias y publicaciones. Se contaba en aquellos años la siguiente anécdota, de cuya certeza no tengo constancia. Humberto vivía con su pareja con la cual rompió. Un amigo, suyo y nuestro, que estudiaba Castellano, ingenuamente, lo invitó a vivir a su casa en la emergencia. Humberto, joven simpático y multifacético tocaba la guitarra que la acompañaba con canciones. Sucedió que la esposa del amigo se enamoró de él y él de ella. Organizaron su propio nido: se casaron. Su matrimonio fue (quizás sigue siendo) de larga duración. El compañero de Castellano deambulaba por los prados del pedagógico “como alma en pena”. ¡Cuidado con los filósofos!, no son, necesariamente, inofensivos. Ingresó también ese año a Filosofía otra persona interesante con quien también hice buenas migas, Fernando Valenzuela. Era algo mayor, casado, con hijos y trabajo que realizar. De mente reflexiva y analítica. Avanzado sus estudios de Filosofía se interesó por estudiar leyes, las que probablemente terminó. A mi egreso no nos vimos más, aunque me enteré que durante el gobierno militar había alcanzado un alto puesto burocrático en la Universidad intervenida. De todo había en esta viña del señor, aunque predominaban en Filosofía, pero no en todo el Pedagógico, las tendencias políticas de izquierda. También debo consignar mi compañerismo con Emma Serra, que ya era Enfermera Universitaria, trabajaba como tal en el Hospital “San Borja”, ubicado en esos tiempos en la Alameda Bernardo O´Higgins, cerca de la Plaza Italia. A propósito de una serie de molestos y dolorosos abscesos que solían maltratarme con una frecuencia más que tediosa, ella me hacía las curaciones. A mi egreso de Filosofía no supe más de ella, ya que me fui a trabajar a Valparaíso: nueva vida. También recuerdo a dos compañeras una alta y delgada, de apellido Guerrero políticamente orientada, y otra bajita, muy amistosa y agradable, Drina Vuskovic. Tampoco me las encontré luego de egresar.

Los aprobados en la prueba de admisión fuimos estudiantes regulares de pedagogía en la especialidad. A ellos se agregaban, en algunos cursos, en calidad de “oyentes” o alumnos informales, personas venidas de otras escuelas que generalmente cursaban en ellas los últimos semestres de sus carreras. De modo que la fauna intelectual que se reunía era variada, interesante y desafiante.

Obviamente que mi apoderado de la LPEP, don Eugenio Pereira Salas, se mostró muy complacido con el resultado de mi examen de admisión y junto con felicitarme, puso en marcha los mecanismos para la implementación de la beca.

Y es así como comencé de nuevo. Esta vez persistí en los estudios regulares y obtuve mi título a los cinco años de estudio, con tesis y práctica docente incluidas. Aún más, dado que la mayor parte de los cursos se daban en las tardes, en horarios dispersos, empecé, una vez ambientado, a tomar también los ramos específicos de Educación. Había, naturalmente, materias generales que todos los estudiantes de pedagogía debían aprobar, pero existía, además, un Departamento de Educación con dos especialidades que daba los siguientes títulos profesionales: Profesor de Educación; y Consejero Educacional y Vocacional. Yo realicé los estudios y recibí este último título.         
                                  
Los profesores de Filosofía                                                        
            En la foto: Profesor Luis Oyarzún Peña                                                                                           
En los cursos de Filosofía me encontré con notables profesores: Luis Oyarzún (Estética); Jorge Millas (Lógica); Félix Schwartzmann (Filosofía de las Ciencias), Bogumil Jasinowski (Filosofía Medieval), entre otros. A Carla Cordua no la vimos más ya que viajó con beca a realizar estudios en Universidades alemanas: la de Colonia y de Friburgo. Tal como sucedía tanto en Castellano como en Historia también en Filosofía había, pues, una concentración de profesores extraordinariamente destacados. Por su docencia, por sus publicaciones, sus conferencias, por su reconocimiento nacional e internacional (premios nacionales; distinciones diversas, investiduras universitarias). Las aulas donde el filósofo, poeta y literato Luis Oyarzún hacía sus clases eran las más amplias del Instituto y se repletaban de concurrentes. Su Diario Intimo es considerado "una de las escrituras estéticamente más seductoras de la literatura chilena de no ficción" (Leonidas Morales T.; Crítica de la vida cotidiana chilena; Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2012; p.128. Morales realiza un análisis muy erudito de este Diario en el capítulo IV de su libro "El diario íntimo como diario de viaje. Modernidad y Cultura cotidiana chilena" pp.127-151).

Hubo una época en que la prensa hacía encuestas donde preguntaba quién era el chileno en vida más inteligente. En casi todas ellas aparecía en primer lugar el nombre de Jorge Millas, a veces en disputa con su primo Juan Gómez Millas. Las    clases de lógica de Jorge Millas eran muy claras y su exposición ordenada. Este profesor tenía un solo problema que, de por sí, era decisivo: no asistía regularmente a dictar las lecciones que por horario le correspondían. Era el único al que le ocurría este descuido. De modo que los alumnos nos preguntábamos en el patio ¿viene el profesor? ¿Vendrá?. Nadie sabía. Pero cuando venía sus clases eran brillantes. Una visión acerca del lugar de Jorge Millas en la Filosofía nacional y, específicamente, en la Filosofía del Derecho, además del papel político que le tocó vivir durante la dictadura militar se puede ver en el estimulante libro de Agustín Squella; Deudas intelectuales; Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2013. El capítulo que dedica al Profesor Millas se titula "Irremediablemente Filósofo" pp.123-177).

Félix Schwartzmann hablaba como escribía: muchas ideas, mucha información, algo de confusión en la expresión. Oraciones muy largas, al estilo alemán. En mis escritos yo siempre busqué la ocasión de colocar el punto seguido…muy seguido. En lo que respecta a Bogumil Jasinowski, un sabio polaco, había que poner permanente atención para entender su castellano. Superada esa dificultad todo iba bien.
                                                                                                                                 
De lo que resulta que tales profesores atraían a tales alumnos. Fue un privilegio estudiar en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en los años 1950’s. Lo siguió siendo en los sesentas. Fue en esas décadas el ágora donde se concentró la cultura humanística nacional. Ello termina cuando el gobierno de Pinochet interviene militarmente a las Universidades y escinde la Universidad de Chile en varias entidades independientes. Una de ellas sería la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. De este modo el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile desaparece y se convierte en aquello. El mando militar persigue a profesores y alumnos progresistas, o que ellos piensen que son tales. Se establece un control represivo, lo que produce un masivo éxodo. Nunca más se reconstituyó en el país ese encuentro intergeneracional en forma de “paideia”, de formación cultural, a un alto nivel.

Un recuerdo para los compañeros y amigos del Instituto Pedagógico

En el Instituto Pedagógico lo que se fraguaba en los patios eran también interesante. Dos son los contenidos que recuerdo con mayor nitidez. Por un lado, lo cultural artístico y, por otro, lo político. En los patios se mezclaban estudiantes de las distintas especialidades. Yo me juntaba con un grupo interesado en literatura. Unos ejercían de poetas o trataban de hacerlo. Otros aficionados al teatro y la lectura de las grandes obras literarias.

De los poetas recuerdo con emoción el nombre de mi amigo Jorge Teillier, reconocido hoy como uno de los mejores poetas chilenos post nerudianos. Jorge estudiaba Historia. Era un joven tierno, agudo y sensible. Tenía la apariencia de persona indefensa ante los vaivenes de la vida. Por desgracia lo venció, prematuramente, el alcohol. Venía del sur, de Lautaro, inauguró en el país la “poesía lárica”. Decía Jorge que los poetas atacados por la nostalgia “el mal poético por excelencia” se volcarían a la infancia y a la provincia. Y escribió:

“Cuando todos se vayan a otros planetas/ yo quedaré en la ciudad abandonada/ bebiendo un último vaso de cerveza,/ y luego volveré al pueblo donde siempre regreso/ como el borracho a la taberna/ y el niño a cabalgar/ en el balancín roto”.                             

Conservo varios de sus libros con su dedicatoria. En una de sus alusiones típicas dice: “Para Manuel Barrera, esperando que estos poemas le parezcan mejor que la chicha del St L. Su amigo, Jorge 28-IV- 1959”. Seguimos en contacto después de egresar del Instituto. Sucedió que después del Pedagógico Jorge trabajó como secretario de redacción del boletín de la universidad de chile, primero y, luego, de la Revista de Educación, editada por el Ministerio respectivo. En ambas, yo publiqué colaboraciones siendo ya profesor universitario. El director de ellas era Enrique Bello, conocido editor de revistas culturales.

Otros poetas de este grupo eran: David Turkeltaub quien, además de libros de poesía, publicó uno político, “Ese señor Lagos”, en 1988 cuando se aproximaba el plebiscito acerca de la prolongación o el término de Augusto Pinochet en la Presidencia de la República. En esas circunstancias publiqué un artículo en el diario opositor “El Fortín Mapocho” (20 de agosto de 1988) sobre este libro de David. Ahí digo: “En efecto, ‘Ese señor Lagos’ es todo un bosquejo talentoso de estos años difíciles del país”. Y sobre el autor aludo al joven David : “De carácter introvertido, tenía una mirada entre lejana y taciturna…” Otro poeta era el venezolano Carlos Rebolledo, estudiante de Historia. Regresó a su tierra al egresar, años después viajó a Europa donde visitó, en Palmas de Mallorca, a nuestro común amigo el pintor chileno (de Valparaíso) Gastón Orellana, enamoró a la mujer también porteña de Gastón con la que, según cuentan, tuvo un hijo. Gastón y su musa salieron muy jóvenes de Chile. Fueron con destino a España. Pero con Franco de gobernante se fueron a vivir por 15 años a Italia, más tarde Gastón se trasladó a Nueva York, donde vivió por 17 años. Regresó a Europa radicándose, por último, en Madrid. Tuvo un triunfo singular como pintor. A veces se le menciona como pintor español. De su pintura dijo Neruda: “Tal vez su arte encarnizado es una extensión de su alma, pero tan material, táctil, rugosa y fértil como la envoltura de un fruto” En Palmas de Mallorca tenía su casa (castillo) de vacaciones. Rebolledo, no persistió como poeta, sino como cineasta.
 Vino, de tarde en tarde, de visita a Chile.

Otro poeta, Jorge Naranjo. Estudiaba Castellano y publicó sus poemas como todos los nombrados. Oscar Stuardo, que también estudiaba Historia, se convertiría posteriormente en el mejor director teatral de Valparaíso. Compartía pieza en el pabellón para internos del Instituto con el viñamarino Jaime Oxley, estudiante de psicología, no vidente. También participaba en este grupo Jorge Vélez, colombiano, excelente cantante. A veces compartía con nosotros Poli Délano, estudiante de Castellano que vivió, posteriormente, muchos años en México ganándose una buena reputación internacional con sus numerosas novelas. Jaime Oxley sería un amigo de muchos años, amistad que actualmente continúa mi hermana. Jubiló trabajando como psicólogo en el Hospital del Salvador. Gunther Boroschek y Dina Krauskopf, aunque no pertenecían a este grupo de literatos fueron más tarde, en algunos hitos de mi vida, bastante cercanos. Ambos estudiaban psicología, se convirtieron en matrimonio, tuvieron dos hijos, se separaron y cada uno por su lado se volvió a casar. Gunther ha vivido muchos años en Estados Unidos (coincidimos dos semestres en Cornell, al cabo de los cuales nos aventuramos a una gira por dos meses en Europa), donde actualmente trabaja en la Universidad de Harvard, en tanto que Dina hizo una notable carrera profesional y académica en Costa Rica adonde llegó en calidad de exiliada. Desde hace algunos años trabaja en Chile en varios puestos, como es habitual en los psicólogos. Curiosamente, mi mayor cercanía con ella transcurrió mientras vivía en Centroamérica, donde organizamos de conjunto seminarios de investigadores latinoamericanos en ciencias sociales. Ella me enseñó un deslumbrante Caribe costarricense, en Puerto Viejo, poblado por negros emigrados de Jamaica, que hablan un Inglés creole, es decir, mezclado y se dedican a la gastronomía. Con Gunther, que viene cada verano meridional a Valdivia, pasando por Santiago, tenemos un encuentro tanto en el viaje de ida como en el de vuelta a esa ciudad sureña.

Al margen de todos ellos entablé una cordial amistad con Nicha Bronfman, que estudiaba Francés. Caminábamos de salida de clases por la calle Macul hasta separarnos en Irarrázabal, ya que vivíamos en direcciones opuestas: ella más al oriente en la calle A. Villanueva, yo más al poniente. Ella era una joven tierna, muy entretenida, con una apariencia de cierta debilidad física. En ocasiones fui a su casa, donde conocí al que sería, más tarde, su marido. A. Villanueva era una hermosa avenida en aquella época con casas de extensos patios y muchos árboles. Al paso del tiempo yo también viví allí. Nicha, exiliada en Francia derivó a la investigación. Hizo publicaciones sobre género e identidad. En París se convirtió, además, en exitosa novelista, muy leída. Su obra “Los mundos de Circe” es una de las más conocidas. Publicaba como Ana Vásquez Bronfman, por el apellido de su esposo. Falleció en la ciudad luz en el 2009.

Donde madre y hermana también participan

A varios de estos colegas del Pedagógico los invitaba a casa donde disfrutaban de la cocina de mi madre. Es así como se hicieron también amigos de mi hermana. Ambas, madre y hermana, compartían conversación y alegría con ellos. Estas amistades del mundo del arte se incrementaron cuando nuestra familia tuvo como vecinos de barrio a un peculiar matrimonio: se trataba del compositor musical chileno Gustavo Becerra y su esposa Ulda Vera. Mi madre siempre fue buena lectora y lo mismo ha sido mi hermana, de modo que surgió pronto una amistad entre las dos casas. Gustavo, como buen músico, disfrutaba hablando de lógica y matemáticas, más aún cuando en esa época estaba entusiasmado con la música dodecafónica. Yo, como quedó explícito más arriba, pocas matemáticas había estudiado en secundaria, pero en mis estudios de Filosofía me interesó asomarme de reojo a la lógica matemática, disciplina enseñada por el profesor Stähl, recién llegado a Chile. De modo que ahí teníamos un campo común a compartir. Además había una cierta complicidad con Ulda, que antes había estado casada con un compañero mío de Filosofía de curso superior, Alfonso Bulnes. Su familia también era de San Felipe, donde poseían una importante propiedad agrícola. Tuvieron un hijo y una hija en común, que vivían con su madre y Gustavo, su nuevo esposo. El matrimonio de Ulda y Gustavo terminó por fracasar. Ella y sus hijos se fueron a San Felipe y Gustavo vivió, después del golpe, muchos años en Alemania, país en que su talento musical fue celebrado, lo que también aconteció posteriormente en Chile. Falleció en Alemania.

En este ambiente pocos eran los que pensaban en términos de su formación profesional, la pedagogía. Era sobretodo un círculo cultural. Se hablaba de libros, de política, de teatro. Eran tiempos de gloria para los teatros universitarios. El Teatro Experimental, de la Universidad de Chile, presentaba las obras más importantes de la literatura universal, con gran éxito de público, entusiasta y fiel. En el mismo Instituto Pedagógico existía un conjunto teatral donde se formaron algunos actores de exitosa trayectoria en el teatro, el cine y la TV chilenos. Fuimos contemporáneos con Luis Alarcón y Jaime Vadell, dos de ellos.

La belleza del campus estimula la amistad y el amor juveniles                   

En el Pedagógico había, como es casi natural en pedagogía, más mujeres que hombres. La convivencia de unas y otros se facilitaba por el entorno físico del Instituto, que con sus pabellones para la docencia, la biblioteca y los dormitorios de hombres y de mujeres, en medio de prados de árboles, flores y césped constituía un verdadero campus universitario, hermoso y bucólico. Ubicado en la Avenida Macul, comuna de Ñuñoa, recibía a estudiantes tanto de Santiago, la capital, como de provincias. También a jóvenes de otros países latinoamericanos. Las mujeres preferían los estudios de idiomas, en tanto que en Historia, Ciencias y Filosofía predominaban los hombres. Las carreras de Psicología, Periodismo y Sociología también se seguían allí a pesar de no ser pedagógicas propiamente tales. En tanto que Educación Física, Artes Plásticas y Educación Musical, a pesar de serlo se ubicaban en otros recintos.

Durante los recreos, los jardines y corredores se llenaban de estudiantes principalmente en las mañanas, en que se impartían los ramos generales. Algunas carreras, Filosofía una de ellas, tenían sólo horarios vespertinos para sus ramos específicos. También Educación. La mayor intensidad de interacciones sociales ocurría a mitad de la mañana y al mediodía cuando al terminar las clases los estudiantes se daban un descanso previo a los trajines del almuerzo. Lo más frecuente era que tales interacciones de amistad, pololeo u otras, se dieran entre los compañeros del mismo curso, aunque también de otros cursos de la misma especialidad, entre los que tuviesen una misma sensibilidad política, o entre los que compartían similares intereses culturales aunque fuesen de distintas disciplinas. Según mis actuales vivencias, yo era amigo de cuatro o cinco compañeros de curso; de jóvenes que tenían intereses literarios, especialmente poesía, y de estudiantes de diversas especialidades de tendencias políticas de izquierda, hombres y mujeres. La mayoría de ellos o pertenecían al núcleo juvenil comunista o eran simpatizantes de tal tendencia. Tal simpatía era más cultural que política partidista. Era una época en que en la Universidad se disputaban la hegemonía los grupos católicos y los marxistas. El Pedagógico sólo por excepción aportaba algún dirigente universitario de nivel nacional, cosa que hacían regularmente la Escuela de Derecho y la de Medicina. Por lo general, en este universo de amistades, se encontraban personas inteligentes con inclinaciones culturales claras, como he dicho, que no perseveraron en la docencia secundaria. La belleza femenina abundaba. Varias de ellas sentían una atracción indisimulada por los poetas. Por ejemplo, Sybila Arredondo, muy atractiva, de belleza imponente y despierta inteligencia se enamoró de Jorge Teillier con quien contrajo matrimonio y tuvo hijos. Ella era hija de la escritora Matilde Ladrón de Guevara. Posteriormente se separó de Jorge, se fue al Perú donde se casó, en 1967, con el escritor indigenista y antropólogo José María Arguedas, se vinculó al grupo Sendero Luminoso (o fue acusada de tal cosa) y estuvo en cárceles peruanas varios años, después de la muerte de Arguedas ocurrida en 1969. Volvió a Chile en el 2002. Sybila se acompañaba con una amiga de apellido Carrasco, de hermosísima estampa, que atrapó las ilusiones de   Pedro Miras, sin resultados positivos. También Pedro se vinculó sentimentalmente con nuestra común compañera de Filosofía Drina Vuskovic, bella y simpática, de lentes, baja de estatura, amiga de todos. Estos afanes de Pedro culminaron con su compromiso definitivo con Patricia, una buenamoza inteligente, tierna amiga. Yo sentí una fuerte atracción por una estudiante de Biología y Química, que venía del Instituto Hebreo, muy tierna, bonita, simpática y con ideas muy claras sobre su futuro: un kibutz en Israel. Para eso se preparaba y allá se fue, apenas se recibió. Su nombre: Viviana (¿o Aviva?) Schwartz. Siempre que coincidíamos en los jardines, lo que frecuentemente acontecía temprano en la tarde, nos reuníamos a conversar en compañía de una compañera suya que al revés de la blancura de la piel de Viviana tenía una cara morena típica de Chile, asaz atrayente. ¿Qué será de ellas? Una vez una amiga descendiente de judíos checos me dijo que recordaba a Viviana y que le constaba que seguía en Israel. Cuando estuve ahí (doce años atrás) no visité ningún kibutz, los que según entiendo han declinado en número y en el entusiasmo ideológico que existía en la época de la consolidación del Estado. En Chile los jóvenes que se fueron, recién titulados de alguna profesión, tenían gran fe y alegría por ir a vivir una experiencia como la descrita por los autores del “socialismo utópico”. Con el tiempo, al parecer, el ideario original de vida comunitaria cambió mucho. Pero no he leído ningún análisis confiable al respecto.

También hice amistad con una estudiante de matemáticas que, aunque lejos de la belleza de Viviana (¿o Aviva?), era también una chica simpática, progresista y amigable. Con ella fui más lejos que una mera admiración de jardines. Curiosamente en los inicios de mi vida académica fui compañero de trabajo con su hermano, abogado laboralista, quien después de la Universidad de Chile se incorporó a trabajar en la Organización de Estados Americanos. Era militante activo del Partido Radical y miembro regular de la Orden Masónica. Coincidió que en Chile el gobierno de Jorge Alessandri nombró como embajador en Naciones Unidas a un dirigente radical, también masón, Carlos Martínez Sotomayor y que el Secretario General de Naciones Unidas era U Thant, también miembro de la Orden. Ello “facilitó” que estos colegas chilenos fuesen, más tarde, uno, Director Ejecutivo de la UNICEF para América Latina y el Caribe (ALyC)y, el otro, pasase de experto de la OEA (de escaso prestigio en el área laboral) a experto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para ALyC, primero, y luego directivo de ella, la entidad más prestigiosa en su especialidad. No se conocía en la época un cambio como el que inauguró este compatriota, desde la OEA a la OIT. Nunca dejé de encontrar más tarde en mi vida profesional, a chilenos en altos cargos de organismos internacionales, tanto en América Latina como en Estados Unidos y en Europa.

Pero la interacción estudiantil me tenía reservada la primera auténtica relación sentimental de mi vida. Se trataba de la estudiante de Inglés Nedda Cárcamo Schlicht, rubia, alta, muy suave, de carácter amable. Conocía el alemán, la lengua que hablaba su madre. Junto a su hermana Nadia, que estudiaba derecho, vivía en un pensionado para señoritas en la Avenida España, algo alejada del Instituto. Su padre vivía en Valparaíso y su madre había fallecido. El padre era una persona simpática y sociable, que conciliaba mejor su carácter con Nedda que con Nadia. Sus nombres los había tomado el padre de la literatura rusa. El vivía, cuando lo conocí, en Valparaíso en una digna estrechez económica y, me parece que, aparte del afecto, poco más podía entregarle a sus hijas. Pronto Nedda conoció a mi madre y a mi hermana, con las que entabló una relación de afecto y cariño. Era una persona fácil de querer. Mi relación con ella duró dos o tres años y se fue terminando al trasladarme a Valparaíso luego de recibir mi título de profesor de Filosofía.
                                                                                                                
Ella recibiría pronto el diploma de profesora de Inglés. Recuerdo que le ayudé, a través de conversaciones, a definir el tema de su tesis y a avanzar en el diseño de la metodología de trabajo. Su tema versaba sobre parte de la obra del autor teatral norteamericano Arthur Miller o, quizás, sobre uno de sus dramas. Mi ayuda consistía en estimularla en su esfuerzo y hacerle sugerencias prácticas acerca de cómo avanzar aunque yo no sabía sobre el contenido más que el público aficionado. Al finalizar la tesis y obtener su aprobación ella me agradeció con emoción. Reflexionar más sobre esta relación y su término me alejaría mucho del tema en tratamiento. Es asunto complejo y ha sido causa de emociones a lo largo de los años. Me he impuesto por la prensa que ella fue profesora del colegio “Nido de Águilas”. que jubiló y que ha publicado, en el 2011, un libro sobre pedagogías innovadoras.

La experiencia política en el Instituto

En noviembre del año 1952 terminó el periodo presidencial del último de tres presidentes radicales que tuvo Chile. Culminación del ascenso de la clase media en la política chilena. Gabriel González Videla llegó al poder en los hombros de una alianza de ese partido con los propiamente izquierdistas, incluyendo al Partido Comunista, que accedió al gabinete. Pablo Neruda, que tuvo un rol importante en esa campaña, escribió un poema denominado “El pueblo te llama Gabriel”. Sin embargo, en el mundo se instalaba la guerra fría y un gobierno con participación comunista en América Latina, llamada en la época “el patio trasero de los Estados Unidos”, resultaba toda una originalidad demasiado peligrosa. El Presidente González Videla reaccionó con fuerza en contra de su aliado, patrocinó y promulgó la Ley de Defensa de la Democracia, llamada por la izquierda “Ley Maldita”, que ilegalizaba al Partido Comunista. Neruda, senador de la República, escribió en esta inesperada situación política un poema titulado “El pueblo te llama traidor”. Además pronunció en el Senado el famoso discurso “Yo acuso”; fue destituido y pasó a la clandestinidad por largo tiempo hasta aparecer, posteriormente, en Europa.

El Partido Comunista (PC) y, en general, la izquierda tenían una fuerte presencia en las organizaciones sociales, en especial las sindicales y las estudiantiles universitarias. La lucha por la derogación de la mencionada ley fue permanente y encauzó muchas manifestaciones callejeras y varias otras iniciativas opositoras. Ello se vio favorecido por la elección como presidente de la República de Carlos Ibáñez del Campo, quien asumió el 3 de noviembre de 1952. La campaña de Ibáñez se realizó bajo el símbolo de la escoba, que barrería a los radicales del Estado. Fue apoyado, entre otros, por el Partido Socialista comprometido con la derogación de la “Ley Maldita”, lo que se realizó al final del mandato del Presidente Ibáñez. En este contexto político (impacto de la guerra fría en un país pequeño con un PC poderoso y lucha por la democratización) se vivió una activa movilización de los estudiantes universitarios, que incluyó al entusiasta alumnado izquierdista del Pedagógico. Desfiles, concentraciones masivas en ocasiones como el Primero de Mayo, participación en el Centro de Alumnos y en la Federación de Estudiantes del Universidad de Chile (FECH), militancia en las organizaciones juveniles de los partidos políticos eran formas de participación frecuentes. En una de esas fui candidato a delegado del Pedagógico a la FECH. En la campaña hube de decir un discurso ante la Asamblea de alumnos, el primero frente a un grupo de adultos jóvenes y el último como candidato a algo. Salí electo. En la FECH lideraban a los grupos de izquierda Laureano León, que de abogado fue Subsecretario del Trabajo con el gobierno de Salvador Allende y Nurieldín Hermosilla, que de abogado se transformaría en todo una estrella del litigio en lo penal y comercial en la plaza de Santiago.

De modo que mi experiencia personal fue una combinación de estudio de ideas filosóficas, por un lado, y discusión política contingente, por otro. El involucramiento en las actividades de los grupos estudiantiles de izquierda y la asistencia a las concentraciones obreras tenían un fuerte parecido, en lo subjetivo, a la experiencia religiosa. Era la sensación de estar en contacto con algo trascendente a la situación personal. Después de todo, tanto en la Iglesia como en la concentración, yo era un individuo que ingresaba anónimamente a una comunión con una entidad mayor: la transcendencia religiosa, por un lado; la clase, el movimiento social y político como superación de la individualidad, por otro.

La experiencia de discusiones, lecturas de diarios, acontecimientos que tenían un contenido social transformaron levemente al comienzo y con fuerza, después, mis intereses intelectuales. Comprendí que los estudios de Filosofía no incorporaban esa variable social que me resultó atrayente. Platón, Sócrates y Aristóteles estaban muy lejos de la realidad social chilena. Aunque hoy en día (S. XXI), sin embargo, la filosofía se preocupa más de las angustias intelectuales y de las vivencias de la gente que de las reflexiones atenienses. Fue entonces cuando me dije, yo debí estudiar Economía. Para ello necesitaba aprobar el bachillerato en matemáticas, pero en la enseñanza media, yo había optado, en el liceo, tempranamente por los estudios humanísticos. Opción entre énfasis en lo humanístico o en lo científico que consideraba demasiado prematura. Ante esta dificultad, que estimé imposible de superar, me propuse obtener lo más pronto posible el título de profesor de Filosofía. Y así fue.

La obtención del título

Después de cursados todos los ramos del programa realicé la práctica profesional. Ella consistía en la realización de clases en los cursos de quinto y sexto de humanidades. Para mí fue un trámite fácil ya que, después de cursar los tres primeros años de la carrera yo había empezado a trabajar como profesor de la especialidad. Este trabajo lo realizaba en un colegio particular muy especial. Se llamaba “Academia de Estudios Excélsior”, su dueño y director un hombre muy hábil, Guillermo Henríquez. Encontró un “nicho” económicamente atractivo para el cual no había una oferta educacional, la que no sólo era necesaria sino, potencialmente, muy rendidora en lo económico. Se trataba de los jóvenes que por razones de conducta u otras habían sido suspendidos en los colegios particulares del barrio alto, es decir, de colegios caros para hijos de familias adineradas. El los recibía. De modo que hacer clases en esta Academia era un entrenamiento exigente. Trabajé ahí dos años hasta recibirme y concursar a un liceo fiscal. 
Al dejar este trabajo recomendé a un compañero de más edad y de promoción anterior, el panameño Néstor Porcell, quién por no se sabe qué razón solía emitir juicios peyorativos sobre nosotros, sus compañeros. Yo, por supuesto, no había escapado de sus envenenadas alusiones. Nunca me agradeció la recomendación no sé si por su ácida personalidad o por alguna mala experiencia con el tipo de alumnos que heredaba, pero esas clases eran bien pagadas, si se consideran los precios del mercado de la época para no titulados. Néstor había ganado fama, además, de buen conocedor de la filosofía marxista, aunque Guillermo Henríquez no se fijaba en esos detalles si los profesores cumplían con el desafío de enseñar a sus alumnos, tan especiales. Conmigo, por ejemplo, fue siempre muy gentil en su trato, sin indagar acerca de preferencias políticas o religiosas. Además, como pagaba bien, yo hacía mis mejores esfuerzos para educar a esos jóvenes díscolos, platudos e indiferentes ante la cultura. Pero todo adolescente tiene algún resquicio por donde principios de psicología y filosofía pueden atraer o, al menos, tolerar.

La tesis: el tema de los movimientos estudiantiles

Yo quedé fogueado con la experiencia de la “Academia de Estudios Excélsior”. El profesor de práctica, Arturo Piga, me calificó con la nota superior, un siete. Con él como profesor guía realicé la tesis o memoria que versó sobre el movimiento de reforma universitaria que desde los años 1919/1920 había surgido en la mayoría de los países de la región. En Chile tuvo un gran impacto en la juventud universitaria de la época. En la revista “Claridad”, que editaba la FECH, Pablo Neruda publicó sus primeros poemas.


Ese movimiento agitó las aguas de una sociedad muy conservadora. A partir de ahí, entre otros factores, se produjeron transformaciones sociales y políticas profundas. Dos ejemplos: uno, se dictó el primer Código del Trabajo del país, el que regiría las relaciones laborales hasta que la dictadura de Pinochet, promulgara una nueva ley laboral. Dos, se aprobó una nueva Constitución Política del Estado que abolió el régimen parlamentario y significó una gran democratización del país, la Constitución de 1925. También duró hasta que el régimen militar aprobó otra que, salvo algunas modificaciones importantes, está vigente hasta hoy. Un político que fue esencial en esta nueva conciencia social fue Arturo Alessandri Palma, electo presidente en 1920 y derrocado en 1924. Mi tesis de grado, reunía pues dos temas de mi interés: el movimiento social y la institución universitaria. A ambos los seguiría cultivando a lo largo de mi carrera académica.
                                                                                                                
Además de los antecedentes históricos del movimiento de reforma universitario chileno consideré, en la tesis, el libro de Germán Arciniegas “El estudiante de la mesa redonda”, la famosa carta de José Ortega y Gasset “Carta a un joven argentino que estudia Filosofía”, de 1924, y la correspondencia posterior con observaciones recogidas durante sus varios viajes al país trasandino; documentos sobre la rebelión estudiantil en Córdoba, Argentina, donde se inició para luego extenderse por varios países de la región. Fue el llamado “grito de Córdoba”. También en la época se leían los libros de viaje del discutido filósofo alemán, nacido en Estonia, el Conde de Keyserling quien, como varios intelectuales europeos, viajó por América Latina, en la primera mitad del S. XX. Estuvo en Argentina, Chile y México. Entre otras de sus observaciones decía que éstos eran países del último día de la creación. La memoria quedó acotada al periodo 1920-1945. Algunas de las frases que más me impactaron de Ortega y Gasset: “Nada urge tanto en Sudamérica como una general estrangulación del énfasis”; “Son ustedes más sensibles que precisos”; (Necesitan)…”una rigurosa disciplina interior”.

Basándome en la memoria escribí, años después, un artículo que publicó la Revista “Journal of Inter-American Studies” de la Universidad de Miami : ”Trayectoria del movimiento de reforma universitaria en Chile” (October, 1968; Volume X; NO. 4, pp. 617-636).

Recepción del diploma y discurso algo extenso

Aprobada la tesis di el examen de grado que versaba sobre ella. En el plazo de cinco años había aprobado todas las obligaciones para obtener el título de docente en la especialidad. Hacía muchos años, quince me dijeron en la oficina correspondiente, que no se titulaba un profesor de Filosofía. Esto comprueba el hecho de que muchos de los que ingresaban a estos estudios no tenían como motivación principal la docencia en colegios secundarios, quinto y sexto años de la educación secundaria. No se trataba de que yo fuese el alumno más destacado de la generación. En todo caso el diploma deja constancia que he sido “aprobado con distinción unánime”, la máxima calificación. Lo firma en diciembre de 1956 el Rector de la Universidad de Chile profesor Juan Gómez Millas. No me imaginaba en esa época que, con el paso del tiempo, él sería mi suegro y yo su yerno.

Ha sido tradicional que a fines de año se realice una ceremonia en la Casa Central de la Universidad donde se entregan los títulos a los nuevos profesionales recibidos en el curso del año. Tal ceremonia tiene lugar en el Salón de Honor de dicha Casa. Por el hecho de que no se había titulado desde largo tiempo un profesor de Filosofía ese año me llamaron de la Oficina de Títulos y Grados para encomendarme a mí una honrosa e inesperada misión: decir el discurso a nombre de los nuevos profesionales, médicos, arquitectos, ingenieros, profesores; etc. La excepción eran y son los abogados a quienes les otorga el título de tales la Corte Suprema. Con esta responsabilidad terminaban mis deberes escolares en la Universidad.
Imbuido como estaba del papel de los estudiantes en el desarrollo social, elegí esa temática como motivo central del discurso. Me ayudaban la memoria (tesis) presentada y mi amigo Pedro Miras, a quien reconocía yo ventajas acerca del buen decir. Así fue como el entusiasmo suyo y el mío dio origen a una buena pieza oratoria, pero demasiado larga para la ocasión. En verdad en la Oficina mencionada no me habían dado ninguna instrucción o consejo y yo he sido toda la vida corto de genio para solicitar ayuda a fin de aliviar las responsabilidades que han caído sobre mí, buscadas o impuestas por las circunstancias. Así fue como al avanzar la lectura del discurso empecé a pensar en cómo acortarlo. Encontré la ocasión en un punto aparte. Salté 2 ó 3 páginas y pronto puse punto final. Recibí grandes aplausos, aunque nunca supe si fue por el contenido del discurso o por su acortamiento. En todo caso en el momento en que la autoridad universitaria me llamó para entregarme el diploma los aplausos fueron notoriamente mayores que los ofrendados a los demás.


Salón de Honor de Universidad de Chile. 15 mayo de 1957. 
                                                                                                           Antes de la ceremonia yo estaba preocupado por la ausencia de mi madre que deseaba estuviese. Llegó algo atrasada, pero llegó. La divisé y su presencia me puso contento. Nedda también asistió a la ceremonia. A la salida un joven me pidió el discurso que no pude dárselo por tener el único ejemplar. Hoy día tanto la memoria de título como este discurso han desaparecido de mi biblioteca. Ambos tenían sólo un valor sentimental. Al ir a trabajar a Europa dejé parte de mis papeles al cuidado de mi hija Paula dentro de una maletita, recuerdo de mi madre. Al volver años más tarde todos mis documentos habían sido reemplazados en la maletita por papeles suyos. Los míos habían desaparecido, perdidos en el desorden hogareño. Tampoco recuperé aquél recuerdo materno. Otra posibilidad es que hayan sido prestados por mí a alguien interesado en esa temática, en un país donde pocos tienen el cuidado de devolver libros o escritos que han pedido en préstamo. Así se cerró el ciclo de los estudios de Filosofía.

CONSEJERO EDUCACIONAL Y VOCACIONAL

Con el título en la mano analicé el llamado a concurso del Ministerio de Educación en la asignatura de Filosofía. Lo más conveniente para mí fue el concurso por 24 horas en el Liceo “Eduardo de la Barra” de Valparaíso. Dada la escasa competencia obtuve el puesto. Abocado a la experiencia de dictar clases 24 horas semanales, pronto me di cuenta que el esfuerzo que implicaba era superior a la fortaleza de mi cuerdas vocales. Ya antes hube de seguir un tratamiento con un foniatra porque algo andaba mal con mis órganos de la fonación. Me era difícil hablar un rato largo sin cansarme y sentir molestias en mis cuerdas vocales. Tuve que hacer ejercicios tendientes a ajustar el habla con la respiración, entre otros. Los hice en el “Hospital J. J. Aguirre”, perteneciente a la Universidad de Chile. Había mejorado sin duda. Pero para aumentar el salario yo debía tener un horario mayor: 36 horas de clases semanales, el máximo en colegios fiscales. Muchos profesores realizan más trabajo que éste ya que agregan horas en colegios particulares. Yo, sin embargo, estaba en problemas con mi horario de 24 horas. ¿Qué hacer?

Revisé el currículo de la especialidad de Consejería Educacional y Vocacional. Al contrastarlo con los cursos del Departamento de Educación que yo había aprobado comprobé que con un pequeño esfuerzo adicional podría obtener el diploma correspondiente. Ajusté el horario y concurrí nuevamente al Instituto Pedagógico desde Valparaíso todas las semanas. Completé todos los requisitos contemplados en el curriculum. El diploma correspondiente me fue otorgado con fecha 25 de junio de 1958 con la firma, otra vez del Rector Juan Gómez Millas. El título otorgado es el de “Consejero Educacional y Vocacional”. De este modo tenía una respuesta más que conveniente para superar las debilidades para el mucho hablar. En la primera ocasión que se presentó, lo que aconteció muy pronto ya que en el Liceo “Eduardo de la Barra” no existía un Orientador postulé al cargo y obtuve el nombramiento. A partir de ese momento repartía mi trabajo del siguiente modo: 12 horas de Filosofía y 24 de Orientador. Para ejercer esta función ocupaba una oficina donde atendía las consultas de los alumnos y preparaba distintas actividades.

Desde entonces no volví en toda mi trayectoria laboral a priorizar la docencia sino que, al contrario, el número de clases fue disminuyendo hasta llegar a 4 horas en la Universidad y, luego, a 0 en los centros de estudio independientes. Ello a favor de la investigación y la dirección de estos institutos. Pero la experiencia laboral pertenece a otro sector de mi vida, un tanto compleja.

Este regreso al Instituto Pedagógico fue muy distinto a la estada anterior. Desde luego iba en tiempos acotados. Los profesores y compañeros de clase no tenían intereses culturales amplios sino específicos. Yo mismo tenía puesta mi mente en el desempeño profesional, lo que no ocurría cuando estudiaba Filosofía donde pocos, si alguno, pensaba que después de egresar había que hacer clases en un colegio. Yo mismo veía tal actividad como una ocupación transitoria.

La decepción con el socialismo real

Sin embargo, una tarde tuve un encuentro que, mirado a la distancia, fue importante en mi orientación política. Fue una conversación con un ex dirigente del Centro de Alumnos del Instituto, perteneciente a la organización católica que contendía con la izquierdista, la Unión de Estudiantes Católicos del Pedagógico (UECP). Ella que fue mayoritaria en la mayor parte de mis años en el Instituto, contaba con asesoría y apoyo de la Compañía de Jesús, congregación especializada en la orientación de las juventudes universitarias católicas. Disponía la UECP de un pensionado en donde podían vivir jóvenes de provincias, de ambos sexos, lo que facilitaba su accionar proselitista ante el estudiantado. La conversación con este dirigente juvenil del movimiento estudiantil católico versó acerca de la reacción de la izquierda chilena ante el discurso de Nikita Jruschov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el 25 de febrero de 1956. Dado que fue dicho en sesión secreta su contenido fue conocido sólo tiempo después en el resto del mundo. Aunque yo estaba en mis funciones docentes en Valparaíso, alejado de toda actividad con connotaciones políticas quedé, a partir del conocimiento de lo que Jruschov relató, impregnado de un escepticismo un tanto angustioso respecto de la política de partidos, en especial de los partidos comunistas. Particularmente me desilusionaron actitudes de intelectuales como las de Pablo Neruda y Volodia Teitelboim, quienes habiendo estado en múltiples ocasiones en la Unión Soviética, no se dieron cuenta de nada discordante con la propaganda oficial. Siguieron trasmitiendo un mensaje color de rosa acerca del mundo comunista. Nada dijeron de la realidad social, de la falta de libertades, de los derechos humanos ausentes, del antisemitismo. Ni siquiera del fracaso de la economía soviética. La verdad es que la Unión Soviética no era como muchos creían que era. La ilusión se desvaneció con solo un discurso. Fue el poder de la palabra.

Al margen de este vuelco espectacular de la cúpula soviética, yo había desarrollado una vaga noción sobre el paralelismo existente entre la visión totalizadora del catolicismo acerca del hombre y la sociedad (o de mi experiencia infantil de ella), que pretendía una coherencia total y la visión del mundo del marxismo comunista que postulaba tener una respuesta verdadera para cada problema, desde el tema del Estado hasta el de la lingüística pasando por el mundo de la ética y el de la estética. A mí, que venía de experimentar por años cotidianamente el contacto con la visión católica, me parecía que la concepción de la izquierda marxista no era muy diferente de aquella desde el punto de vista de sus afanes totalizadores. La actitud analítica, propia de la Filosofía, había echado raíces. Tal actitud está más cerca del escepticismo intelectual que de la creencia dogmática.

Fue a partir de esta situación que di por concluida mi eventual vinculación militante en un grupo político lo que, en un país como Chile, significa cerrar las puertas a puestos de trabajo, buenos ingresos y mejores oportunidades de vida. Chile era y sigue siendo un país donde los méritos personales, si no están sustentados en relaciones familiares, políticas o económicas, tienen escaso valor. Mi conciencia social tomaría un sendero ligado al estudio de los temas socio-económicos a través de la investigación y a su difusión por medio de publicaciones y seminarios, programas de capacitación y otros. Más otras diversas iniciativas.

FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES (FLACSO). AÑOS 1960-1961

Retomando el hilo de la formación corresponde hacer mención de aquí en más a los estudios de post-grado. En el contexto de mis actividades profesionales en Valparaíso recibí una documentación para postular a una beca para realizar estudios de antropología en México. Obtuve una beca de la Unión Panamericana (Proyecto No. 104) para estudiar en la escuela Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México. Comenté esta posibilidad con Guillermo Briones, excompañero del curso de Filosofía, quién me informó que en Santiago estaba funcionando un programa de post-grado en Sociología para estudiantes de América Latina patrocinado por la UNESCO. El marzo del año 1960 empezaría la segunda promoción, cuyos estudios durarían dos años. Agregaba Guillermo que en Chile la Antropología no tenía el campo ocupacional que sí lo tenía en México. Además, que los estudios de Sociología se avenían más con mis intereses culturales y sociales. Todo lo cual lo encontré muy razonable por lo que desistí de la beca de la Unión Panamericana. De modo que procedí a la postulación al curso de la Flacso. En mi postulación a los antecedentes de los dos títulos profesionales de la Universidad de Chile yo agregué otro. Durante un semestre académico yo había reemplazado al profesor de Sociología Educacional del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, sede Valparaíso. En efecto, mi colega del Liceo “Eduardo de la Barra” Juan Montedónico (director también de la “Scuola Italiana” del puerto), titular de esa cátedra, me pidió que hiciera esas clases debido a un viaje suyo a Europa. Así lo hice.

Cuatro chilenos fuimos aceptados junto a otros quince postulantes de varios países de América Latina. Dicha aceptación suponía el otorgamiento de una beca. Terminados los dos años se otorgaba un “Diploma de Estudios de Post-Graduación” en que se “acredita la competencia para la ENSEÑANZA E INVESTIGACIÓN UNIERSITARIAS EN SOCIOLOGIA” (en mayúsculas en el original). Firmado por el Secretario General de la FLACSO, a la sazón Gustavo Lagos Matus, quién sería posteriormente Ministro de Justicia en el gobierno del Presidente Frei Montalva y por el profesor Peter Heintz, Director de la Escuela Latinoamericana de Sociología, sociólogo suizo, quien era el animador intelectual del programa.

Las clases se realizaban de lunes a viernes. En el comienzo del funcionamiento de Flacso se habilitó un local con oficinas administrativas, sala de clases y biblioteca, en el campus del Instituto Pedagógico. Este local estaba contiguo al Centro Latinoamericano de Demografía y, ambos, vecinos del Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Chile. Con posterioridad esta institución creció multiplicando sus escuelas y actividades en diversos países de América Latina. El impulso para su expansión lo dio el golpe de Estado en Chile. Hoy cuenta, la sección chilena, con un importante edificio en el entorno de la CEPAL en Santiago, donde se han reunido varias agencias de Naciones Unidas.

Yo asistía a clases de lunes a viernes. En la tarde del viernes viajaba a Viña del Mar para hacer clases el día Sábado en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile, donde profesaba las cátedra de Sociología y Relaciones Humanas.

Mis compañeros chilenos y los profesores

Los participantes chileno éramos Carlota Ríos, abogado (Univ. de Chile); Edmundo Fuenzalida, abogado (Univ. de Chile); Hugo Zemelman, abogado (Univ. de Concepción); Manuel Barrera, profesor de Filosofía (Univ. de Chile). Todos apartamos nuestras profesiones originales y abrazamos el ejercicio de la Sociología principalmente la investigación y la dirección de programas u organizaciones de investigación, docencia y consultoría. Los cuatro hemos estado comprometidos en trabajos internacionales y/o nacionales de otros países. Zemelman trabajó, primero en Chile y, luego, se radicó definitivamente en México después del golpe militar. Durante los dos años de Flacso fuimos una “yunta”, compañeros y amigos. Visité su casa donde conocí a su simpática esposa Nancy, de vivaz inteligencia. Por desgracia perdí contacto con ellos a partir del egreso y mi retorno a Valparaíso; Fuenzalida estuvo en Inglaterra, Suiza, Estados Unidos, Chile. Venía patrocinado por el mismo Secretario General de Flacso y su carrera consistió en el desempeño de posiciones de privilegio, en Chile y en el extranjero. Muy formal en su vestir y en su decir. No creo que compañero alguno haya tenido una relación de amistad con él. Estaba orientado no hacia sus pares sino hacia las autoridades. Carlota tampoco compartía con nosotros, salvo con el médico argentino Juan César García con quién muy tempranamente tuvo una relación de simpatía. Se radicó en Estados Unidos, no sé por cuanto tiempo. Formó pareja con García quién al egreso del curso comenzó a realizar un importante trabajo pionero en el campo de la medicina social en América Latina. Ambos establecieron su base en Washington. Yo mismo trabajé en Argentina, Suiza y en diversos países de América Latina a veces con el patrocinio de programas de Naciones Unidas, aunque la mayor parte del tiempo lo he hecho en Chile. Mi historia laboral la abordaré, según mi actual propósito, en otro intento inmediatamente posterior a éste.

Los profesores que tuvimos en Flacso fueron, en su mayor parte europeos, especialmente franceses. Excepcionalmente había un chileno, Guillermo Briones, mi compañero de Filosofía, que enseñaba estadística, herramienta fundamental en el trabajo de investigación empírica, tanto como criterio general para orientarse en el trabajo como en su utilización para la prueba de hipótesis o la validación de resultados. Las materias enseñadas por Guillermo superaban las necesidades de la investigación empírica que acostumbraban a realizar los sociólogos en Chile, como comprobé en los años que duró mi ejercicio profesional. El profesor de metodología fue el francés Lucien Brams, quién había participado en una investigación realizada por el Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Chile. El Rector de la Universidad, profesor Juan Gómez Millas había solicitado a Georges Friedmann, destacado sociólogo del trabajo francés, que ayudara al Instituto a emprender investigaciones en el área de la sociología industrial. Alain Touraine formó un quipo de investigación, eligió el tema y las industrias a investigar, Lota y Huachipato. En este equipo participaba Lucien Brams. (El libro publicado al respecto llevó por título en francés Huachipato et Lota. Sub-título:Etude sur la conscience ouvriere dans deux entreprises chiliennes”). El término de esa misión coincidió con la iniciación de Flacso. Me es difícil referirme al aporte de este profesor, a quién percibí algo indolente y displicente. Lo que tengo claro es que nunca me sentí cómodo con la forma y el contenido de su enseñanza. No era fácil seguir la lógica de sus charlas aunque era admirable su habilidad para trasladar el cigarrillo, mientras hablaba, de un extremo a otro de su boca. 


En la sociología norteamericana mucho se ha escrito sobre la metodología de la investigación por lo que es necesario, a mi parecer, apartar con cuidado el trigo de la paja. Los manuales de las universidades norteamericanas a veces se alargan mucho sobre cuestiones obvias. El profesor Brams, a pesar de ser francés, insistía mucho en los contenidos de algunas investigaciones de autores americanos, de las que no siempre emanaban conclusiones metodológicas. Llevado a resumir podría decir que poco me sirvieron sus clases para el trabajo posterior. Bueno a mi me sucedió, más tarde, algo terrible respecto de este tema. Yo participé desde 1965 adelante en varias actividades académicas a nivel latinoamericano, donde presentaba resultados de investigaciones y donde me encontré en algunas ocasiones con un economista laboralista argentino, Julio César Neffa, un gran emprendedor. Este logró que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) organizara, en la Universidad de La Plata, un curso para graduados. Neffa sería el director local del curso. Por su recomendación la OIT me ofreció tomar parte, en calidad de Experto OIT, con el grado más alto, por tanto con excelente salario, en esta iniciativa. Mi turno empezaba en febrero 1974. Tiempos difíciles en la Universidad de Chile, donde había sido juzgado por fiscales y donde en el Departamento de Economía en que trabajaba era el único no economista que quedaba de la “limpieza” ideológica que realizaba la Universidad intervenida. Poner un paréntesis sobre esta situación con este contrato OIT era una maravillosa solución. Problema: yo debía enseñar metodología de la investigación. A pesar de mis argumentos Neffa fue implacable. No contaba con otro académico para esta especialidad. De modo que debí asumir una tarea que no me interesaba y donde no me sentía cómodo. Revisé los apuntes de clases de Brams y concluí que no me servían. Para colmo de males durante la realización del curso murió Juan Domingo Perón, con todo lo que ello implicó para el vecino país. Esta historia deberé retomarla en otro lado.

A Flacso vino, durante un semestre un profesor francés admirable. Edgar Morin. De pensamiento original, exposición brillante, entusiasmo pedagógico. En aquellos años había publicado su libro “El cine o el hombre imaginario” e hizo una explicación del mismo en sus clases. Antes había tomado parte en la resistencia frente a la ocupación alemana al tiempo que militaba en el Partido Comunista francés mientras era perseguido por la Gestapo por su origen sefardí. Al término de la guerra asumía como teniente del ejército francés de ocupación en Alemania. Posteriormente se da de baja tanto del Ejército como del Partido Comunista y inicia una carrera académica que abarcó numerosos ámbitos de estudio, publicaciones e iniciativas pedagógicas. Su país lo condecoró con la Legión de Honor en 1983. En fin, fue un deleite tenerlo entre nosotros. ¡Todo un personaje!

Otro francés de gran prestigio que dio varias conferencias fue el sociólogo Alain Touraine. Ligado a Chile con fuertes lazos: casado con chilena (actualmente viudo), realiza investigaciones en Chile, escribe libros sobre el país y sobre América Latina, apoya a chilenos que van a doctorarse a París y a los que desde acá realizamos publicaciones durante la dictadura. Así, por ejemplo, escribió el Prefacio del estudio Sindicatos y estado en el Chile actual de Manuel Barrera, Helia Henríquez. Teresita Selamé. Publicado en Ginebra en Castellano, Inglés y Francés por el United Nations Research Institute for Social Development (UNRISD), 1985. Touraine ha sido premiado por varias universidades latinoamericanas con doctorados honoris causa. En 2010 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

También participó como expositor, con una unidad sobre la organización militar y la sociedad, el sociólogo polaco Stanislav Andresky, quién hizo su carrera en Inglaterra en la Universidad de Reading. Sobre la región publicó, en 1967, el libro “Parasitismo y subversión en América Latina”. Es sabido que Polonia se destaca por su aporte a la sociología a través de notables especialistas.

La visión de la sociología del profesor Peter Heintz                          
                                                                                                           
El profesor que durante los dos años marcó la concepción sociológica de Flacso y que puso su seño personal en la formación del grupo fue Peter Heintz. Su enfoque era un término medio entre las grandes concepciones sobre la sociedad, visiones de alto nivel de abstracción y el empiricismo microsocial. Lo llamaba “teorías de alcance medio”. Argumentaba que la sociología no ha alcanzado aún la madurez para construir una explicación científica coherente y probada que de cuenta del conjunto de los fenómenos sociales. Pero que, no obstante, puede explicar sectores de la realidad social con hipótesis que deben y pueden someterse a una prueba empírica. Así, por ejemplo, sucede con temas como la burocracia en la sociedad moderna; la migración del campo a la ciudad; el poder y el prestigio; la familia moderna; las clases medias; etc. Según este enfoque la sociología moderna no está ligada a una posición ideológica, como lo estuvo en sus inicios donde aparecía como una “ciencia de oposición”. Cuando con el proceso de democratización la sociedad determina al Estado, y no al revés, hay campo para la constitución de una ciencia de lo social. Es el método científico aplicado a la realidad social el que le permitiría a la sociología tener una nueva integración en la sociedad.

Este enfoque se contrapone, naturalmente, con el de los grandes sistemas filosóficos, que no utilizan como instrumento para alcanzar el conocimiento al método científico. Y es aquí donde mi divorcio de la Filosofía se constituye. Y también desaparece el tipo de relación que se establece en la religión entre la conciencia individual y el dogma o verdad fundamental. No es conocimiento, no es intelección, es creencia. Como decían los curas predicadores franceses en los siglos XVII y XVIII el mejor cristiano es el que no sabe leer ni escribir. La creencia es lo fundamental en ella, dispensa a la reflexión.
Una misma persona puede trabajar con el método científico y ser creyente, pero debe separar los planos. Al fin me sentí cómodo con una forma de trabajo que orientara satisfactoriamente mi vida. Había apartado la religión de la infancia, había apartado la adhesión semi religiosa a un credo político, ahora debía apartar la Filosofía, constituida por los grandes sistemas que explicaban el ser y la visión del mundo.

Recuerdo de algunos compañeros no chilenos

De esta promoción de Flacso, aparte de los chilenos, debo mencionar al que parecía ser el más brillante de los participantes, el argentino Gerardo Andújar. Desgraciadamente, finalizado el curso nunca lo vi. Al paso de algunos años supe de su desgraciada muerte. Estando en Puerto Rico como buen porteño (Buenos Aires) fue a un restaurante a comer carne. Se atragantó con en pedazo de ella y pese a los esfuerzos de sus acompañantes falleció. Otro compañero a quién debo recordar aquí es al peruano Aníbal Quijano, que sin hacer caso de las “teorías de alcance medio” se convirtió en un importante referente intelectual no sólo en el Perú sino también en el continente, de un cierto sector ideológico político. Interesado en el destino de estos pueblos no surgió como líder político en el Perú quizás por su sagaz espíritu crítico.
A propósito de Aníbal, vaya una anécdota. Estando en Ginebra el embajador de Chile ante los organismos internacionales Juan Enrique Vega, sociólogo, me pidió que le escuchara los apuntes que había escrito para los efectos de un discurso, en su función diplomática. En un párrafo decía “las ideas son cárceles de larga duración”. Al dejar él de leer y yo de opinar, le pregunté ¿estuviste en el Congreso de CLACSO (organismo de coordinación de ciencias sociales en A. L.) que se realizó en Puerto Rico? Sí, me dijo ¿por qué? Bueno, porque transcribiste una frase que Quijado utilizó en su intervención en ese Congreso. Nunca más me pidió que opinara sobre sus intervenciones.

Otro compañero argentino con quién me relacioné posteriormente fue el arquitecto tucumano Raúl Hernández, quién fue Director muchos años de un Instituto de Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Tucumán y durante varios años fue el capo de esta disciplina en tal ciudad y sus alrededores. Raúl me invitó, en 1962, a entrenar a un equipo de jóvenes investigadores para replicar la tesis que yo presenté para finalizar las obligaciones escolares en Flacso. Ella consistía en la aplicación de un cuestionario a una población de clases media y baja en Viña del Mar, sobre la cual informaré más abajo. Viajé a Tucumán, trabajé con los jóvenes en la ciudad y en la tarde me iba a alojar a una residencia que la Universidad tenía en las afueras en medio de un naranjal. En el velador me pusieron una canasta llena de naranjas que perfumaban el ambiente deliciosamente. También estaban en esa residencia por esos días un grupo de profesores (as) de California. Muchos de los cuales volvían de noche a la ciudad a jugar al Casino, de modo que mi convivencia con ellos era corta pero intensa, en especial con una de las profesoras, con la cual mantuvimos correspondencia por un breve tiempo.


El contrato fue por dos semanas quedando de seguir el desarrollo del estudio por correspondencia. Al finalizar la quincena Raúl me propuso que comprara un revólver de fabricación argentina, cosa fácil de hacer en Tucumán y a un precio muy conveniente. Yo pensé que era una original forma de promover la industria nacional y, por mi parte, una retribución a la confianza depositada en mí al contratarme en esta misión científica. Luego de resolver en teoría el tema si declararlo o no en aduana y del peligro que involucraría el transportarlo sin el correspondiente permiso procedí a su adquisición. Sería mi primera compra de un arma. Resultó ser un artefacto más voluminoso y pesado de lo que me imaginaba, lo envolví y lo deposité en mi valija. Pasé ambas aduanas sin inconveniente alguno. Al cabo le algunos meses lo inscribí. Sobrevivió en mi poder el golpe militar, escondido en una casa fuera de Santiago, y terminó por ser entregado en un regimiento a la primera oportunidad que se presentó. Antes lo disparé una vez en un episodio a contar en otro lugar.
Después de esta colaboración no vi más a Raúl Hernández, a pesar de mis frecuentes viajes a Buenos Aires y mis vínculos con CLACSO, que tenía sede ahí y tampoco lo encontré en las variadas actividades internacionales.

De dos compañeros mexicanos, un brasileño de origen japonés, un matrimonio argentino proveniente de Rosario, el guatemalteco Carlos Guzmán, ingenioso animador de los recreos, del cual varios estábamos alerta por los numerosos asesinatos de opositores políticos en esos años en ese país, no tuve nunca noticias ni directas ni por terceros.


Aunque no fue estudiante de esta promoción sino de la primera, debo hacer un recuerdo del sociólogo chileno Enzo Faletto, quien se haría famoso en la sociología latinoamericana por su talento y por la publicación, como coautor con Fernando Henrique Cardoso, sociólogo brasileño exiliado en Chile quién sería, más tarde, Presidente del Brasil de un libro sobre la teoría de la dependencia que se usó prácticamente como un manual por los muy numerosos adherentes a tal teoría. Pues bien, Enzo solía visitar, con perseverancia, la biblioteca de Flacso mientras nosotros estábamos en clases, aunque no precisamente para consultar los tratados sociológicos, como podría creerse con buena lógica, sino para leerle poemas a la atrayente bibliotecaria. Desde nuestra sala se escuchaban armoniosos susurros.  

La tesis: encuesta en una población de trabajadores de Viña del Mar

El curriculum de segundo año contemplaba la realización de una tesis indispensable para la obtención del diploma. Mi profesor guía para su desarrollo fue el Director Peter Heintz. El tema consistía en las aspiraciones de un grupo de pobladores, los medios, colectivos o individuales, que percibían como eficaces para lograrlas y la percepción acerca de los posibles resultados de los esfuerzos para alcanzarlas. Se trataba de realizar un estudio exploratorio. Siguiendo las normas metodológicas se definió el tema a estudiar, se definieron las variables principales y se explicitaron las hipótesis orientadoras del estudio. El instrumento para recoger la información consistía en un cuestionario con preguntas abiertas y semi cerradas. Considerando las normas metodológicas pertinentes se redactaron las preguntas, se realizó un pre-test con obreros de Santiago y se corrigió el instrumento. Luego se realizó otra prueba previa con obreros en Viña del Mar que no quedarían entre los seleccionados finales. Después de todo ello se redactó el cuestionario definitivo a aplicar.

El estudio se realizó en una población ubicada en la ciudad de Viña del Mar, de nombre “Chorrillos”. Estaba, en la época, en un extremo de la ciudad, ocupaba una estrecha faja de tierra en su parte plana y un sector más amplio en cerros. Constaba de una superficie aproximada a 120 hectáreas. Era una población sólo residencial. En el cerro vivía la gente obrera y en el plano habitaba gente de clase media, un total aproximado a 7.000 personas.
Se realizaron 19 entrevistas en el sector obrero, que era el que interesaba desde el punto de vista sociológico y 19 en el sector de clase media, con fines comparativos.
Para recoger las encuestas trabajé con un ayudante mío de la Escuela de Economía de Valparaíso, el joven Gustavo Boye, quién había sido excelente alumno en el Liceo “Eduardo de la Barra” y quién persistía con entusiasmo en su militancia en el Partido Radical, que a esas alturas estaba en franca decadencia. Tenía una gran lealtad con el líder radical Luis Bossay, quién hizo su carrera de dirigente partidario, diputado, senador en la región de Valparaíso. Exalumno del Liceo “Eduardo de la Barra”, fue ministro en un gobierno radical y, candidato a Presidente de la República en 1958. Yo había seleccionado a Gustavo como ayudante convencido de que una formación suya en ciencias sociales le ayudaría a desarrollar una conciencia crítica, que estimaba indispensable para un buen político. Entre los dos completamos las 38 entrevistas programadas. Hicimos un buen trabajo en terreno. Con mi traslado a Santiago perdí contacto con este joven que, al revés de su hermano Otto, no persistió ni en política ni en ciencias sociales. Supe, posteriormente, que incursionó en los campos del periodismo y del turismo.

Cumplida esta fase, quizás la más difícil, se completó la tesis con el análisis de los datos, la redacción del informe y su publicación. Una tesis de este tipo no es posible de realizar sin apoyo institucional. En este caso confluyeron tres instituciones: la Flacso, que aportaba la guía y supervisión técnica, en la persona del profesor Peter Heintz; la Escuela de Economía de Valparaíso con apoyo para levantar las encuestas (acceso a personas que conocían la población, contacto con la Escuela de Servicio Social que había realizado trabajo en ella, tiempo de ayudantía, etc.); el Centro de Planificación Económica de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Chile, que acordó un convenio especial, en 1961, cuando yo cursaba el segundo año de Sociología, según el cual mi tesis formaba parte del programa de investigaciones del Centro. Algo similar se hizo con Hugo Zemelman. El Centro de Planificación Económica publicó el informe final de mi tesis: “Estructura Social, Aspiraciones y Medios para Alcanzarlas”, noviembre de 1962. Su director, el economista José Vera Lamperein escribió el Prefacio donde deja constancia del hecho de que hube de dar conferencias a los alumnos del Centro detallando la parte teórica y metodológica del estudio. ¡Y otra vez me encontré con un Vera Lamperein! Recuerdo al lector que su hermano Hernán era Rector del Liceo “Juan A. Ríos” cuando ingresé en él. El profesor Heintz escribió una breve introducción, enfatizando la teoría involucrada. La tesis, culminación de los estudios de Flacso, fue muy bien valorada, con nota siete, de modo que obtuve el Diploma correspondiente.

Terminado el curso se produjo en Flacso un período de reflexión y desorientación acerca del grado a otorgar. Los directivos opinaban que la maestría (o magíster) no correspondía toda vez que los estudios eran más complejos y avanzados que las maestrías que daban las universidades. Por otro lado algunos estudiantes eran partidarios de obtener algún grado, aunque fuese la maestría. Los directivos decidieron entregar un diploma con la indicación que señalamos al empezar el apartado sobre Flacso. Además, indicaron que procurarían convenir con alguna universidad europea o americana un programa de doctorado para los egresados. Así fue como pasado algunos meses fui contactado por el profesor Heintz preguntándome si yo estaría dispuesto a seguir estudios de doctorado. Mi respuesta fue afirmativa. Sin embargo, ello no se hizo efectivo, cambiaron las autoridades y también los profesores. El profesor Heintz volvió a la Universidad de Zurich y la iniciativa quedó en nada.

Nunca el estudiar Filosofía es una pérdida de tiempo, a pesar del economicismo imperante

El Diploma de Flacso me habilitó formalmente para la docencia y la investigación universitarias en Sociología. Aunque antes de obtenerlo ya hacía docencia de dicha disciplina en la Escuela de Economía de Valparaíso y anteriormente, como indiqué, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile de esa misma ciudad. Pero es a partir de mi egreso de Flacso que mi camino queda diseñado definitivamente. En adelante fui un profesional de la Sociología y no de la docencia en Filosofía. No obstante, nunca me arrepentí de haber estudiado la disciplina de los grandes pensadores ya que, a mi nivel, tenía la sensación de haber transitado algunos senderos culturales no hollados por mis nuevos colegas.
La Filosofía le otorga una mayor densidad intelectual a cualquier especialista de otra disciplina. Ello me era evidente al momento de redactar informes de investigación que se convertirían en libros, artículos de revistas científicas e, incluso, artículos de prensa. Por otro lado, a pesar de que mi especialidad fue el tema laboral nunca dejé de tener interés en otros temas más generales. Es así como realicé investigaciones y publicaciones sobre asunto tan amplios como los aspectos sociológicos y culturales de la globalización y sobre las nuevas tecnologías. Tampoco dejé de lado análisis sobre el desarrollo político y socioeconómico del país.

CORNELL UNIVERSITY, SCHOOL OF INDUSTRIAL AND LABOR RELATIONS                                       

A partir del año siguiente me reintegré a la Escuela de Economía en Valparaíso. ahora con dedicación de tiempo completo, a cargo de todos los ramos de ciencias sociales en la carrera de Administración de Empresas que en esa unidad docente se impartía. Ello me permitió avanzar en la jerarquía académica de la Facultad, al ser nombrado profesor titular e incorporarme al Consejo de la Facultad, que tenía tuición sobre todas las actividades de la Facultad en el país.

La Facultad había convenido con la Universidad de Cornell, en el Estado de Nueva York, un programa de formación de un grupo de sus académicos en el área de las relaciones industriales, tanto en docencia como en investigación. Para ello vinieron a Chile profesores norteamericanos y se enviaron a Cornell a cursos de perfeccionamiento a profesores jóvenes de la Facultad. La idea era organizar en el Instituto de Administración un departamento de Relaciones Industriales. Yo fui invitado a incorporarme a esta iniciativa, de modo que en Julio de 1963 partí a Nueva York para incorporarme a la Escuela de Relaciones Industriales y Laborales, situada en el campus de la Universidad de Cornell, en la pequeña ciudad de Ithaca, al noreste del Estado, cercana a la frontera con Canadá.
                                                           
Para poder obtener la beca era requisito esencial aprobar un examen de Inglés, el famoso TOEFL, que mide la fluidez y el conocimiento del idioma. Antes de dar el test hube de seguir clases con una profesora chilena propuesta por del Instituto Chileno Norteamericano, en Valparaíso. Fueron clases particulares financiadas por el convenio, tendientes a manejar el Inglés escrito y hablado. Después de algunos meses de estudio y conversación la profesora estimó que estaba en    condiciones de dar y aprobar el TOEFL. Así lo hice y obtuve un puntaje más alto que mis más optimistas pronósticos. Me subí al avión que me llevaría a la ciudad de Nueva York, donde debía llegar a una casa de parientes de mi amigo Gunther Boroschek, el psicólogo, quién también iba al mismo programa. Sucedió que al pisar tierra me encuentro en el aeropuerto con maleteros negros que me hablaban en un Inglés del no entendí nada. Muy frustrado llamé por teléfono a la casa de la familia donde iba a pasar una o dos noches antes de tomar el avión a Ithaca. Pues bien el Inglés telefónico de estos emigrados judío alemanes era también diferente al de los americanos negros y, muy distinto, al de mi profesora chilena de Valparaíso que me hablaba, de seguro, a la medida, de mis posibilidades de entendimiento. Fue un shock grave para mis perspectivas como estudiante en USA. Me fui formando la idea que el Inglés más manejable para mí era el hablado por chilenos.

Reunido con Gunther nos fuimos a Cornell. Tres becarios chilenos de este programa fuimos a un internado para hombres, Cascadilla Hall, porque íbamos sin familia. Gunther, yo y un economista egresado de la Universidad Católica, Adelio Pipino. Los tres llegamos a la cola del programa, es decir, a los dos últimos semestres de su duración. Desde Agosto 1963 a Septiembre 1964.
Otros que viajaron con familia tenían residencias individuales. Emilio Morgado, abogado, y Roberto Oyaneder, ingeniero comercial, jefe del futuro departamento de Relaciones Industriales, quién había arribado un semestre antes.

La Universidad de Cornell forma parte del grupo de universidades privadas del noreste de Estados Unidos denominado Ivy League, la “Liga de la Hiedra”. Tienen en común una academia de excelencia, cierto elitismo por su antigüedad y admisión selectiva. Son las Universidades de Brown, Columbia, Cornell, Harvard, Princeton, Yale, Dartmouth College, Pensilvania. Cornell es la más nueva, fue fundada en 1865.

Cascadilla Hall

Los becados que fuimos sin familia a Cornell vivíamos en un antiguo edificio llamado Cascadilla Hall que constaba de cuatro pisos amplios y que estaba ubicado en la frontera del campus con el pueblo, Ithaca. Había la posibilidad de elegir piezas individuales o dobles (más baratas). Del grupo de becarios chilenos tres nos quedamos en este internado: Gunther, Adelio y yo. Gunther y yo elegimos piezas individuales, ambas en el segundo piso. Yo elegí una pieza de las más amplias, donde tenía por vecino a un estudiante hindú cuya habitación se distinguía por los penetrantes olores a especies que de ahí fluían hacia el largo pasillo, que comunicaba con los baños comunes y con el camino hacia los otros pisos y el exterior. Gunther tenía una pieza más chica y más barata. Adelio se ubicó en el primer piso en una pieza para dos estudiantes. Su compañero, un estudiante filipino que tenía la extraña costumbre de dormir con las luces encendidas y con una temperatura elevada, para asegurar lo cual colocaba un termómetro bajo la almohada. Ambas costumbres fueron un martirio para nuestro compatriota, que falto de sueño debía cumplir con las obligaciones escolares y con el tenis, su deporte favorito. Solía subir al segundo piso para compartir con cualquiera de los dos que estuviese disponible. Cerca de Cascadilla se ubicaban edificios de departamentos que arrendaban estudiantes de diversas nacionalidades. En uno de ellos vivían dos estudiantes puertorriqueñas. Con una de ellas, Wanda, entablé una relación que podría haber pasado a mayores si hubiese pasado a verla a su país al venir de vuelta del viaje a Europa. No lo hice porque consideraba que tenía una moral algo pacata para su edad. Juzgaba infantil su actitud reticente frente al sexo y provinciana su determinación de llegar virgen al matrimonio. Actitud y determinación que impidieron una relación amorosa más profunda y que me causaron fuertes tensiones ante la forzada abstinencia. Nunca entendí el que entrara a mi pieza y mi cama, pero que no obstante se negara a consumar el acto. Adelio solía golpear la puerta de mi pieza cuando, luego de los horarios de clases, solíamos descansar en cama con Wanda. Entonces, debíamos quedarnos mudos y quietos para que mi compatriota no nos sorprendiera lo que ella era de importancia. Más tarde Adelio me preguntaría ¿dónde estabas que no te pude ubicar? 


Cornell está situada en un hermoso y extenso campus lejos de una gran ciudad. Cuenta como todas ellas de un infraestructura material y docente sobresaliente. En invierno el campus está nevado y el lago se congela. En primavera, el hielo del lago se quiebra y ello constituye un momento lleno de emoción para los estudiantes, que han patinado varios meses sobre él.
Inserto la siguiente información que encontré en estos días del mes de noviembre de 2013:

Ithaca is the top college town for college students, according to the American Institute for Economic Research College Destinations Index 2013-2014, out today.
La actividad cultural es intensa. Artistas de las diversas especialidades concurren al campus. Recuerdo que tuve la ocasión de asistir, con Gunther, en una de las primera filas de un teatro lleno de público, a un concierto de Satchmo, sobrenombre de Louis Armstrong, que como trompetista y vocalista entusiasmó al público. Había revolucionado la música negra en Estados Unidos. Fue una noche llena de emoción. Yo veía como Satchmo (abreviatura de Satchelmouth) traspiraba y usaba un pañuelo y otro en cada interpretación, para limpiar su rostro. Interpretó y cantó todo lo que le pidió la muchachada. NOTABLE.

El curriculum de la escuela de Relaciones Laborales e Industriales (ILR) consistía en una combinación de materias de Psicología Social, Economía Laboral, Administración de Personal y Sociología Organizacional. El énfasis estaba puesto en la conducta de los participantes en las organizaciones de trabajo. Uno podía elegir como “minor” algunos ramos fuera de ese curriculum dependiendo de los intereses personales. Yo lo hice con sociología del desarrollo.

Los estudios se basaban en conferencias y en largas listas de lecturas. De modo que la concurrencia a la excelente biblioteca era obligatoria, para los lentos con el Inglés, hasta su hora de cierre, las 12 de la noche, a lo menos cinco días a la semana. La noche del viernes los estudiantes americanos lo dedicaban, en su mayoría, a beber monótonamente grandes cantidades de cerveza, en los bares a las afueras del campus. Los latinos nos reuníamos a conversar, comer y beber en algún departamento ocupado, generalmente, por mujeres. En especial  nos reuníamos en el departamento  de Reymi Urrich, chilena, ingeniero comercial, mujer bondadosa y sociable que nos hizo la vida más agradable a los que estábamos más solos. Ella vivía en el mismo edificio que dos estudiantes de Puerto Rico, con las que compartíamos. 

Una de las obligaciones de los cursos era escribir un “paper” (monografía). Para mí lo más dificultoso fue lidiar con el idioma. Pero en uno de los ramos más importantes el profesor conocía el castellano. Era un sociólogo destacado en la Universidad. Me permitió escribir el “paper” en castellano. Realicé un trabajo sobre la “Sociedad de la Igualdad” fundada en 1850 en Santiago, por Francisco Bilbao y Santiago Arcos, que constituyó un hito importante en el cuestionamiento de las ideas conservadoras que imperaban en la política y la sociedad chilenas. El trabajo fue evaluado como el mejor de todos los realizado en el curso, lo que contrarrestó la mediocre impresión dejada por los escritos en Inglés. Ello fue convenciéndome que escribir en Inglés constituía para mi una desventaja casi imposible de superar. Yo apreciaba que en ese idioma podía expresar las ideas más gruesas y no aquellas más sutiles, las que pensaba en castellano. Y son las ideas sutiles las que hacen la diferencia en el trabajo intelectual.

El paso por Cornell me acentuó la idea que mi interés sociológico no se agotaba en los temas que se dan al interior de las empresas sino en aquellos que tienen como ámbito la sociedad global, algunos de los cuales repercuten en las empresas. Así, por ejemplo, la estructura y las tendencias del sindicalismo como movimiento social o las características de la fuerza de trabajo. Son fenómenos que ocurren en la sociedad y que inciden en las empresas. Y así varios otros como el desarrollo tecnológico y los nuevos fenómenos surgidos con la globalización de la economía.

El paso por la Universidad de Cornell no se agotaba en el curriculum ni en las obligaciones que de él emanaban. Varias experiencias importantes complementaban la formación. Junto a Gunther y Adelio visitamos varias ciudades a fin de conocer algunas importantes industrias. En Detroit visitamos la más importante fábrica de automóviles, la Ford Motor Company donde vimos el funcionamiento de la famosa cadena de montaje donde se armaban los automóviles, a través de tareas mecánicas y repetitivas, hasta que al final de la cinta salía un automóvil cada cinco minutos manejado por un trabajador. Era una nueva modalidad de organización del trabajo, el “fordismo” una superación del “taylorismo”. También fuimos a Chicago a conocer la industria de la carne en grandes fábricas frigoríficos. En Washington pudimos visitar el Instituto Smithsonian, un centro de educación e investigación; el Capitolio; la Gallería Nacional de Arte, donde están el impresionante Cristo en la Cruz, de Salvador Dalí y los cuadros en azul de Henri Matisse. También visitamos Nueva York.


Cada vez que realizábamos estas visitas teníamos la posibilidad de tomar un café y comer algún sandwich en el aeropuerto. En el momento de pagar Adelio y Gunther ejercían su dotes dialécticas en torno a cuánto les correspondía pagar a cada uno de la cuenta. Si había tiempo suficiente estos verdaderos gladiadores prolongaban su discusión realizando elaborados cálculos en los cuales cada uno salía favorecido por algunos centavos de dólar. Yo observaba, a veces, con cierto deleite; a veces, con desgano el curioso combate.


Otro beneficio de la beca consistía en una determinada cantidad de dinero para la compra de libros, en la librería de la Universidad.
Es obvio que al estar un año viviendo en una sociedad tan compleja como Estados Unidos, mirándola desde una atalaya tan importante como una universidad de prestigio es, de por sí, una experiencia significativa. Más aún si en ese periodo ocurren acontecimientos nacionales de impacto mundial. Es lo que sucedió el 22 de noviembre de 1963.

Yo iba caminando hacia la biblioteca por el pasillo de entrada a mi escuela. Era un viernes de tarde cuando los estudiantes se empezaban a retirar a sus dormitorios a prepararse para disfrutar la noche de descanso y diversión. De pronto veo a una muchacha corriendo despavorida. Le preguntó que pasa: “President Kennedy was shot” grita y sigue huyendo hacia lo suyo. El campus en pocos momentos queda solitario. Yo tengo que caminar varias cuadras para llegar a Cascadilla Hall, donde han empezado a reunirse todos los residentes, gran parte de ellos extranjeros: hindúes, rusos, latinos, ingleses, etc. Expectantes nos agolpamos alrededor de la televisión. Y mudos de asombro vimos las increíbles imágenes del magnicidio.

Se suceden escena de dolor y una que parecía propia de un película de ganster: Lee Oswald es trasladado de un lugar a otro por la policía en la cárcel de la ciudad de Dallas cuando aparece un hombre, Jack Ruby, que le dispara de muerte. La televisión estaba trasmitiendo en vivo, en directo. ¿Cómo es posible que al único sospechoso del asesinato del Presidente le puedan disparar en las mismas barbas de la policía? A mi me parecía que Estados Unidos era en esos momentos un gigante con pies de barro. Los estudiantes extranjeros que estábamos en el salón no lo podíamos creer.

El asesinato del Presidente John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) y los acontecimientos de los días posteriores fueron una experiencia inolvidable. La viuda, los pequeños hijos, sus hermanos, los dignatarios extranjeros, la emocionante pompa en Arlington National Cemetery, el juramento de Lyndon B. Johnson, la angustia de los jóvenes cornellianos y la del pueblo, todo eso junto confluyó para hacer de esos días unos de profunda emoción y de respeto por las insondables sorpresas que nos depara el destino.

La vida en Cornell transcurría habitualmente entre clases, biblioteca, preparación de trabajos, cartas a la familia y reuniones de colegas y amigos. En ocasiones se rompía esta rutina con otras actividades. Los estudiantes latinos teníamos una asociación que, en lo fundamental, se dedicaba a invitar a personeros de algún país de América Latina que visitaba Nueva York. En el segundo semestre de mi estada fui elegido para presidir dicha asociación. La principal actividad que me tocó organizar fue una conferencia dada por el Embajador de Chile ante Naciones Unidas, Carlos Martínez Sotomayor, en el gobierno del Presidente Jorge Alessandri. Carlos Martínez era un joven político perteneciente al Partido Radical, que posteriormente sería Ministro de Relaciones Exteriores del ese mimo gobierno. El Presidente Alessandri había iniciado una política de apertura hacia Cuba, estableciendo relaciones diplomáticas con el gobierno de Fidel Castro. Ello provocaba un gran interés entre los estudiantes latinoamericanos de Cornell. Viajé a Nueva York (en avión pequeño el viaje duraba una hora y media, con paradas intermedias). En el espacioso y elegante departamento del embajador chileno ante Naciones Unidas, situado en la Quinta Avenida, me reuní con él y convinimos su visita a Cornell. La Universidad lo recibió en su hotel para visitantes VIP.
La conferencia fue todo un éxito. La política exterior del gobierno conservador de Jorge Alessandri aparecía como abierta y progresista. Luego de la exposición el Embajador respondió varias inquietudes y nuestra asociación ganó en prestigio tanto entre los estudiantes latinos como entre los profesores interesados y los directivos de la Universidad.
Terminada esta actividad, ya de noche, Carlos Martínez me invitó a que lo acompañase al hotel. Fuimos a su habitación donde desenfundó una fina botella de Scotch Whisky e iniciamos una grata conversación. Estaba muy contento con su desempeño y con la acogida del público. Era un joven político que tendría, posteriormente, una larga carrera tanto en la diplomacia nacional como en las Naciones Unidas.

Mientras estaba en Cornell la Escuela de Relaciones Industriales y Laborales publicó en su revista Industrial and Labor Relations Review el artículo de Henry A. Landsberger, Manuel Barrera, and Abel Toro; “The chilean labor union leader: a preliminary report on his background and attitudes”, Vol.17, No. 3, April, 1964; pp. 399-420.

Para terminar estos pinceladas sobre mi estada en Cornell recuerdo que, como es habitual en las reuniones de latinoamericanos, a veces se juega y otras se producen confusiones de verdad con los significados locales de algunas palabras. Así los chilenos para aludir a personas usamos algunas palabras que designan animales, tales como “gallo”, “cabras”. Así fue como me encontré en una esquina en un día en que todo estaba cubierto de nieve con una amiga puertorriqueña. Y le pregunto ¿qué haces aquí? Me responde, espero guagua. Insisto ¿desde cuando? Responde: desde hace cinco minutos. ¿Pero cómo? y miro a todos lados. Le digo, todo está cubierto de nieve y no se divisa ningún varón. Pronto se acerca un microbus y ella dice, ahí viene la “guagua”.

Con esta muchacha de Puerto Rico entablé una amistad íntima que puso calidez al invierno del año 1964. Quedé de pasar por su país de regreso a Chile, pero no lo hice por mis dudas acerca de nuestras compatibilidades en el terreno de los intereses intelectuales. Además, yo juzgaba que sus valores eran muy conservadores para la mentalidad chilena, en especial en lo sexual. Ella seguía un master en Nutrición y yo me inclinaba por lo social, sobre lo cual ella tenía escaso interés.

Por mi paso por Cornell University recibí un “Certificate of Achievement” en la especialidad de “Organizational Behavior”. Aquí termina la historia de mi educación formal. De aquella que ocurre en salas de clases, donde se rinden exámenes y/o se entregan trabajos y se reciben calificaciones.

Sin embargo, la Universidad de Chile tuvo interés en que continuase estudios de doctorado. En efecto, siendo Rector el profesor Eugenio González Rojas convino con la Universidad de California la formación de doctores en ella en distintas especialidades. En la ocasión yo trabajaba en el Instituto de Administración, en Santiago, cuando la rectoría me ofreció una beca para incorporarme a ese programa. Pero, para ese entonces mi vida familiar se había complicado y decidí no aceptar ese ofrecimiento. También otras razones, no tan importantes, no ayudaron a entusiasmarme con esa posibilidad. De haberla aprovechado, quizás, mi destino habría ido por otros senderos.

Antes del regreso a Chile, un viaje por Europa                                     

Durante el último semestre convinimos con Gunther Boroschek organizar un viaje a Europa antes del regreso a Chile. Compramos un ticket Euralpass, por dos meses, que nos permitía viajar por toda Europa en tren, tomar un buque en Brindisi, Italia, para ir a Grecia, y hacer algunos recorridos en magníficos barcos por el Danubio y el Rhin. En uno de ellos entramos a Viena. Aprovechamos, además, los albergues para estudiantes disponibles en toda Europa. Ello nos permitió visitar casi todos los países de Europa Occidental e, incluso, pasar a Berlín Oriental a   visitar el magnífico museo Pergamon. Gunther hizo un desvío para ir a Israel y yo fui a Atenas donde tuve en el Partenón (en la foto) una profunda conmoción espiritual influido, quizás, por mis estudio de Filosofía. En Londres pasamos un par de días en casa de la familia de un compañero de Cornell, que disponía de un amplia cama para nosotros dos. Su madre nos llevaba al dormitorio temprano la típica taza de té inglés que, contrario a lo que se cree en Chile, siempre lleva leche. Cuando fuimos a Roma llegamos de noche, era tarde para encontrar albergue. Entonces tomamos un tren que salía hacia las afueras y le pedimos al conductor que nos despertara a las dos de la madrugada. Nos bajamos y subimos a un tren de vuelta a Roma, adonde arribamos a las siete de la mañana; en la estación había de todo para el aseo. En un tren que iba del norte de Alemania a Dinamarca había que superar un trecho de mar. El tren fue introducido a un transbordador en cuyo piso superior se podía comer a destajo. Compramos los tickets para este buffet y subimos a disfrutar del magnífico espectáculo con infinitos manjares nórdicos. Para nuestra desgracia en lugar destacado se veía una fuente repleta de huevos duros y dado nuestro apetito pocas veces saciado en esta gira nos dirigimos hacia ella con paso seguro. Fue así como los huevos nos dejaron poco espacio estomacal para arenques, caviar y demás delicatessen, lo que fue muy lamentado cuando llegó la hora de abandonar el transbordador. Al terminar exitosamente la gira volvimos a Nueva York, pasando por casa de parientes de Gunther, y de ahí a Santiago.

EPILOGO

A partir desde estos recuerdos podría decir que los tres hitos principales de mi formación se ubicaron en el seminario franciscano en la niñez, en el Liceo “Juan A. Ríos” en la adolescencia, y en la Flacso, como adulto. Los dos primeros fueron las fuentes donde se forjaron los valores principales: el sentido de la responsabilidad; la honradez; la sensibilidad social con su vertiente, la solidaridad con los más débiles; el respeto al otro (equivalente laico del “amor al prójimo” religioso). También la tendencia a tomar decisiones solo, sin consultar la opinión o consejo de otras personas; el procurar superar las dificultades con el propio esfuerzo; cierta despreocupación por los bienes materiales y recompensas económicas; el dar sin esperar ni pedir retribución, actitudes que marcaron, para bien y para mal, mucho de mi actividad adulta, sobretodo en los momentos históricos difíciles que le ha tocado vivir a mi generación. Al punto que me he definido a mí mismo como un “solitario/solidario”, es decir, un solitario que busca la comunión.

En cuanto a Flacso ahí se afianzó el modo en que me iba a ganar la vida de adulto, mi aporte a la sociedad a través del trabajo, las oportunidades de vida de este trabajo específico para mi y familia, esposas e hijos. Hubo en momentos difíciles de nuestra historia serios problemas laborales. El principal de todos el quiebre en mi carrera académica al ser obligado a jubilarme prematuramente en la Universidad de Chile y, luego, el término de todos los contratos de la unidad en que trabajaba como investigador en la Pontificia Universidad Católica. Es decir, en plenitud de mis condiciones intelectuales se interrumpió mi carrera universitaria.

Entonces, hube que enfrentar la situación adaptándome a una realidad inédita: crear una solución personalmente al margen de las instituciones del Estado o patrocinadas por éste. Enfrenté el desafío dirigiendo instituciones privadas y también creando yo mismo un centro de investigación y capacitación, que llegó a dar trabajo a 25 profesionales.

Cuando pienso que desde chico hasta hoy he estado siempre instalado en lo cultural no puedo asignar a ninguna institución escolar en especial una influencia mayor. Desde luego no puedo dejar de lado la experiencia vital del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. El total de la experiencia escolar y el tipo de personalidad que se fue construyendo me facilitaron el permanecer habitando el mundo social y cultural a pesar de los problemas, sinsabores, injusticias, conflictos psicológicos, fracasos familiares, rupturas laborales vividos. Aprecio que encontré alivio, en las situaciones especialmente dolorosas, en la dedicación al trabajo; en la lectura y el estudio; en la concurrencia a seminarios en Chile y en el extranjero; en la visita a museos; en las publicaciones; en el conocimiento de numerosos países diversos al nuestro y, muy especialmente, en las relaciones amorosas y de amistad. Sobretodo alimentaban mi satisfacción (y mi ego) las publicaciones, algunas en humildes ediciones, otras en ediciones de Naciones Unidas o de Universidades de prestigio.

En ninguno de los establecimientos que he mencionado se formaron redes de amistad y protección permanentes tan propias de los colegios de la clase alta chilena. El Saint George’s College de la Congregación de Santa Cruz (C.S.C.) de los Estados Unidos, donde se han educado un gran número de los integrantes de la elite política (de derecha y de izquierda) y de la elite empresarial chilenas no tiene correlato en ningún colegio de comuna popular.

Puedo decir, para terminar que, a lo menos en parte, los profesores que a fines de la enseñanza media me predecían éxito en el enfrentamiento a los desafíos de la vida no anduvieron equivocados. No hubo riqueza material, ni grandes cargos con sus honores mundanos, pero hubo consecuencia con los valores asumidos, rectitud y, en la mayor parte de mi vida laboral, gozo por la tarea realizada. La satisfacción con el trabajo con el cual uno se gana la vida y el disfrute con el proceso de su realización son regalos del destino. Ello está para el hombre corriente asociado, casi siempre, a su trayectoria escolar si alcanza niveles superiores. Es lo que a mi me pasó.
 dulce voz, lobo furioso dijo: —¡Paz, h




Vista de la aldea "El Almendral", aledaña a San Felipe: nacimiento y primera infancia.

1 comentario:

Pilot dijo...

Protesto! Cómo es posible que, trasncurrido un tiempo más que prudencial, no encuentre ningún comentario?
Quiere decir entonces que me corresponde el honor de ser el primero en romper este "silencio" entre escritor y lector en este blogger. Pero para emitir mi modesto comentario o, mejor dicho, para escribir mis mal hilvanadas reflexiones sobre esta biografía, tendré que inspirarme para darme a entender en alguna medida. Mi dificultad para expresar lo que quisiera justifica una vez más mi condición de "pedagogo fracasado", como acostumbro a calificarme o definirme.
Estimado Manuel, sin tener aún el agrado y satisfacción de conocerte personalmente, prometo volver con lo menos alguna opinión. Además, sería un privilegio poder dialogar "en vivo y en directo" contigo.

Muy fraternalmente, un lector no anónimo pero si desconocido, que no es lo mismo.

Luis Gálvez