A la memoria de Blanquita: grande y humilde, madre
eterna.
Temprano en la mañana del día martes 20 de noviembre
del 2012 buscaba un cable para conectar mi cámara Sony Digital con el MacBook
cuando me llamó la atención un viejo archivador que por años no lo abría. Al
hacerlo encontré, en medio de recortes de artículos publicados en periódicos
chilenos en tiempos de Pinochet, bajo mi nombre y foto, un documento donde
profesores del liceo en que estudié escribieron frases de despedida al egresar
del sexto año de humanidades, el último de la educación media. Frases tales como
“al mejor de mis alumnos le deseo éxito en la vida”; “la vida está llena de
problemas, tú tienes la capacidad para enfrentarlos”.
¿Ha sido mi vida tal como esos buenos maestros la
sugerían o es que simplemente esos deseos se desvanecieron en el aire como las
burbujas de jabón que los niños lanzan al viento en parques y plazas? Hasta ese
entonces la cosa parecía ir bien, mirada desde la perspectiva del punto de
partida.
En lo que sigue no se intenta hacer una crónica ni
un balance del conjunto de mi experiencia de vida sino sólo del paso por las
aulas a las que concurrí en el proceso, algo titubeante, de educación formal.
Son mis recuerdos espontáneos que surgen al tecleo del ordenador.
LA ESCUELA
RURAL. APRENDIENDO A LEER Y CONTAR
El largo camino de la formación comenzó en una
escuela rural, que sólo impartía los tres primeros años de la educación
básica. Se ingresaba a los siete años de edad, aunque yo lo hice a los seis,
quizás porque vivía muy cerca de ella. La escuela de “El Almendral”, una calle
longitudinal y otra perpendicular, estaba a cargo de la Srta. Virginia, maestra
amable y acogedora la que, casi con certeza era la única profesora. Con ella aprendí las primeras letras y los números iniciales.Tengo una
imagen muy tenue, algo borrosa de ella, pero mis sentimientos son de agrado
cuando recuerdo esas vivencias infantiles. Gustaba de agradar a los niños regalándoles golosinas que había que obtener de una cajita de música. Mi hermana María Eliana, sin
embargo, no tiene una imagen tan amable de esta escuela. Cuenta que, teniendo
ella cortos cinco años de edad mi prima Lucy y yo la llevamos a visitar la
pequeña escuela. No sabemos el motivo pero algunos niños y niñas la
emprendieron contra ella dándole una golpiza, precursora de las ahora tan
frecuentes agresiones envueltas en el proceso del bullying. Esta poca cordial
recepción a una inadvertida visitante tuvo sus consecuencias ya que ella, tres
años menor que yo no quiso, razonablemente, matricularse en la escuela, lo que
obligó a la familia a diseñar otra estrategia para que iniciara sus estudios.
Hubo que enseñarle en casa las primeras letras y los primeros números, siendo
su hermano mayor y único, el docente. ¿Una vocación temprana? Cuando ingresó a
un colegio ella se incorporó directamente a tercer año primario, en Santiago.
EL SEMINARIO
FRANCISCANO. INICIO DE UNA PROFUNDA FE RELIGIOSA
Sospecho que la Srta. Virginia y mi madre, Blanca
Luisa, alguna vez conversaron acerca de cómo proseguir mis estudios. De esa
conversación, quizás, surgió la idea de hablar con el señor cura de la
parroquia franciscana de la pequeña aldea donde transcurrió mi primera
infancia, antes cercana a la ciudad de San Felipe, hoy contigua a ella. No se
corrió la geografía sino que, como suele suceder, se extendió la ciudad De esa
conversación habría emanado la idea de intentar el ingreso a un internado que
la congregación franciscana tenía en San Francisco de Mostazal, pueblo cercano
a la ciudad de Rancagua. Su impresionante nombre era: “Colegio Seráfico de San
Antonio de Padua” (Seminario Franciscano). Sus lemas en latín: “Deus meus et
Omnia” y en castellano: “Ciencia y Virtud”.
Siempre que pienso en ello concluyo que los tres
años que estuve en dicho internado (seminario así llamado) fueron decisivos
para formar parte sustantiva de mi actitud frente a la vida, el trabajo, los
hábitos personales, la relación con los demás, el estudio y principales valores.
En sentido de la disciplina, de la responsabilidad, el respeto por la palabra
empeñada, el hábito de decir la verdad, el respeto por el otro, la honradez
fueron valores que empezaron a forjarse ahí. A pesar de haber abandonado en la
adolescencia las creencias religiosas de la niñez he considerado al Seminario
Franciscano una temprana “Alma Mater” en el proceso de mi formación.
El régimen de vida y de estudio era estricto.
Levantada a las seis de la mañana; enseguida ducha y, luego, gimnasia en los
corredores del patio central al aire libre, invierno y verano. Misa diaria,
desayuno y hora de estudio. Enseguida, la enseñanza de las materias, latín y
griego incluidos. Almuerzo con énfasis en legumbres y en silencio escuchando
una lectura de libros religiosos. Hay que recordar que la orden franciscana se
caracteriza por el voto de pobreza y ello quedaba bien claro en la alimentación
e infraestructura que proveían. En este sentido están en el extremo opuesto de
los jesuitas, por ejemplo. Tanto es así que los paquetes de alimentos que
padres y apoderados llevaban a sus hijos y pupilos eran secuestrados por los hermanos
(que visten hábitos sin ser sacerdotes) para, según decían, repartirlos entre
los internos. Nunca tuve una prueba concreta de tal reparto. Al revés tengo la
impresión de haber echado de menos el haber probado esos manjares que, en su
ingenuidad, mi familia me los preparaba con especial cariño. Bueno, el voto de
pobreza no impedía a los sacerdotes y hermanos gozar de buena comida no
comprada ni regalada. ¡No había pecado en ello!

Aún conservo diplomas por reconocimiento de buen
aprendizaje y conducta.
Las historias
religiosas con el diablo incluido
No solo disciplina y rezos contenía el bagaje
pedagógico del Padre Superior franciscano. También el miedo al demonio era una
herramienta eficaz en el proceso de formación. Dios y el diablo una pareja imbatible
frente a niños que iniciaban el proceso de la formación del carácter y la
adquisición cultural. El Padre Superior era el padre Retamal. En la oscuridad
de la playa de Matanzas, en época de vacaciones escolares, contaba historias
religiosas y cuando mentaba al inevitable maligno, repentinamente, prendía su
linterna y apuntaba a los alrededores del grupo. Entonces no había más remedio que
encomendarse a Dios y a la Santísima Virgen. En contradicción con su apellido
el Padre Retamal era un educador bien intencionado que trataba de estimular a
los pupilos en el aprendizaje. No tengo claro cuánto éxito obtuvo con el latín
y el griego viniendo los pupilos mayoritariamente de áreas rurales.
El establecimiento no era propiamente un seminario.
Yo seguía la escolaridad normal, aunque con énfasis religioso. El egresado de
sexto de humanidades podía postular a un seminario propiamente tal, ubicado en
otro pueblo, donde la meta era el sacerdocio.
En el curso posterior de mi vida sólo encontré a una persona que había estudiado también en este establecimiento. Un abogado de profesión que se había incorporado a la carrera diplomática. Le encontré trabajando en esa función en Ginebra en un grado relativamente alto de la correspondiente escala funcionaria. Un hombre inteligente, bastante más alto de estatura que el promedio de los chilenos, casado a la sazón con suiza, aunque a la vuelta de pocos años de nuestro encuentro se separó de ella. Hicimos buenas migas. Solía pasarle mis escritos para recoger sus observaciones que, al contrario de muchos de mis colegas sociólogos, los devolvía con útiles comentarios.
Dado que los diplomáticos de carrera cumplen periodos de cinco años fuera del país y dos años en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago, tuve ocasión de reencontrarme con él al regreso de mi trabajo en Ginebra. Ya estaba separado de su señora suiza a quién conocí en recepciones de la Embajada chilena y en mutuas invitaciones a su casa y a mi departamento. Era una profesional universitaria culta, más atractiva intelectual que físicamente, de personalidad cordial, aunque más seria que lo valorado por los chilenos. Apreciamos la “chispa” femenina aunque, no obstante, los varones somos de carácter más apagado que la mayor parte de los latinoamericanos.
En Santiago mi compañero de seminario conoció a una dama mapuche con quién entabló una relación íntima. El solía ir a almorzar a un restaurante en la Plaza de Armas de la capital donde ella oficiaba de mesera. Desconozco que sucedió luego con esta relación, aunque alguna vez me contó que en verano se iban a la casa de la familia de Viviana en la Araucanía. Fue nombrado cónsul de Chile en Amsterdam, ciudad a la cual invitó a su nueva pareja, la que no tuvo problemas de adaptación en la “Venecia del Norte”, no obstante ser su primera salida del país. En una conversación Galvarino me confidenció que el entendimiento sexual era su principal nexo con Guacolda. Tanto que incluía la práctica del "swinger" en locales de Santiago que lo facilitaban. Vaya, este hombre evidentemente no tenía vocación de fraile franciscano.
En una de sus estadas en Santiago fuimos los tres a San Francisco de Mostazal a visitar el colegio del padre Retamal en el cual ambos, en distintas épocas, habíamos estudiado. Todo estaba muy cambiado. No pudimos reconocer casi nada. Almorzamos en el pueblo y volvimos a Santiago. Con el tiempo dejamos de vernos con Galvarino Espina y Guacolda. A fines de 2012 nos saludamos vía e-mail con ocasión de las fiestas. No sé cual fue el destino de su relación ni tampoco cuál es la actual destinación en su trabajo diplomático. Tiene merecimientos intelectuales y profesionales para culminar su carrera profesional como embajador. Tanto en Ginebra como con este amigo pude experimentar la excesiva cautela de los profesionales chilenos de la diplomacia para gastar su dinero aún cuando se trate de su propio consumo. ¡Mano de guagua! dicen en Chile para aludir a lo apretada que son las de los bebés. Nuestros diplomáticos expanden este reflejo tempranero hasta su adultez, a veces de modo vergonzante.
OTRO INTERNADO
RELIGIOSO Y EL INSTITUTO ZAMBRANO
Al cabo de tres años la familia se trasladó a
Santiago y mi madre, muy piadosa, reincidió con otro colegio de curas. Era una
iniciativa distinta, aparentemente buscaba detectar vocaciones sacerdotales.
Consistía en un internado y una capilla a la que concurría gente del barrio San
Eugenio, locación de ferrocarrileros, en época en que estos existían en Chile.
Gremio importante tanto como importantes eran los ferrocarriles en el país.
¡Cómo se añoran los trenes! Tantos accidentes en las carreteras, mucho petróleo
que se necesita y tan poco el que se tiene. ¿Cuál es la razón de la ocurrencia
de los numerosos accidentes carreteros? Muy fácil: la inexistencia de trenes.
Desaparecieron los de pasajeros y los de carga. Los ramales a las ciudades del
interior eran toda una fiesta local. Ahí, en ese barrio santiaguino, estaba
este otro seminario.
El nuevo colegio era una iniciativa distinta pues la escolaridad se
realizaba en el colegio de los Hermanos Maristas, situado en el barrio Estación
Central.
Recuerdos de la Vicaría de
Pastoral Obrera
Colindante con el colegio estaba su Iglesia y con ambos estuvo, años
más tarde, en épocas de la dictadura pinochetista la Vicaría Pastoral Obrera
del Arzobispado de Santiago, liderada por su vicario el venerable Padre Alfonso
Baeza y su secretario ejecutivo, el “obrero oficial” de la Iglesia Católica
chilena, José Aguilera, persona de experiencia directiva a nivel
latinoamericano en el mundo de los trabajadores cristianos, “hombre de Medellín”.
Pues bien, curiosa coincidencia: durante todo el año 1982 trabajé como
asesor de los directivos de esta Vicaría con un horario de medio día y en los
años finales de mi infancia me correspondió ser alumno de ese colegio marista.
Cumpliendo la función de asesor escribí varios trabajos sobre temas laborales y
sindicales, algunos de coyuntura y otros de tesis; organicé también
conferencias de destacados intelectuales y políticos de la oposición al
gobierno militar. Entre otros conferencistas invité a compartir con dirigentes
sindicales, con especialistas en asuntos laborales y con funcionarios de la
Vicaría, al futuro Ministro del Presidente Aylwin, más tarde senador, Edgardo
Boeninger y al que sería Presidente de la República en democracia, Ricardo
Lagos. Boeninger, hoy fallecido, fue reconocido en el país como hombre clave de
todo el proceso de la transición a la democracia.
Así como cuando asistía a la Vicaría en calidad de asesor me recordaba
del colegio de mi pubertad, me ha sucedido ahora que al mencionar al colegio me
recuerdo de la Vicaría. Mi segunda infancia, en calidad de pasado presente
(según la expresión de San Agustín), trae a mi memoria experiencias de adulto,
que para ese pasado eran sólo un insospechado futuro.
El seminario, un intento
fallido
En el colegio de los Hermanos Maristas, el
“Instituto Zambrano”, cursé el primer y segundo años de humanidades.

La iniciativa de Monseñor Menchaca Lira terminó mal.
Tuvo la mala suerte de que precisamente el hermano Homero Martínez, a cargo de
supervisar el estudio de los jóvenes participantes y ayudarlos en el mismo,
tenía inclinaciones pedófilas. El cuasi cura practicaba tocamientos a los niños,
lo que fue descubierto y, luego de una breve investigación, la correspondiente
jerarquía optó por clausurar el intento de Monseñor Menchaca de estimular
vocaciones sacerdotales. Primero fue expulsado el culpable y, terminado el año
escolar, cerrado el internado. ¡No hay nada nuevo, a este respecto, bajo el
sol! Y no lo habrá tampoco en el futuro hasta que la Iglesia Católica deje de
lado su tozudez y permita el matrimonio de sacerdotes y monjas. La institución
del celibato es una trampa para los(as) religiosos(as) y los creyentes, campo
de reclutamiento de las víctimas.
De los compañeros sólo recuerdo a uno de los numerosos hermanos Parra, quizás el menor. Hermano de la multifacética Violeta y de Nicanor, el anti poeta. Este compañero se dedicó, de adulto, al arte circense.
EL LICEO
“JUAN ANTONIO RÍOS”. GIRO AL LAICISMO
El siguiente establecimiento escolar fue el Liceo
Experimental “Juan Antonio Ríos”, situado en la comuna de Quinta Normal. Uno de
los cuatro liceos que pretendía probar empíricamente reformas educacionales a
introducir, posteriormente, en el conjunto de la educación secundaria pública.
Se inspiraban en la experiencia del Liceo Manuel de Salas, a la sazón
dependiente del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Dirigía este
intento la profesora Irma Salas, destacada educadora, hija de otro notable
educador chileno, Darío Salas. Lo hacía desde la sección de experimentación del
Ministerio de Educación. Había sido directora del Liceo Manuel de Salas. Se
trataba de una concepción educacional progresista. En los certificados de nota
se declaraba a los apoderados: “Su pupilo concurre al colegio no sólo para
adquirir conocimientos en los diversos ramos, sino también para vivir en él una
parte importante de su vida que puede tener influencia decisiva en la formación
de su personalidad y de su carácter…El trabajo escolar…(trata de) estimular el
desarrollo integral de cada niño… orientarlo hacia actitudes adecuadas para
consigo mismo y los demás…hacer de él un buen ciudadano”. Una divisa diaria de
los profesores que participaban en este programa, en su gran mayoría jóvenes,
era que su misión consistía tanto en instruir como en educar. Sin duda, un
programa adelantado para la época. Ello atrajo a un grupo significativo de
destacados docentes, al punto que este liceo de un barrio apartado de los
centros culturales importantes de la ciudad, tenía un cuerpo docente “de lujo”.
El liceo se inauguró con primero y segundo grados de
humanidades. Yo había rendido ambos, pero como no había más cursos ingresé, en
el año 1946, al segundo grado por una segunda vez. En todo caso la educación
era diferente a la de los colegios religiosos. Desde luego creo que, por
excepción, habría algún profesor que fuese creyente devoto. Educación pública y
laica, además, experimental con una concepción progresista y una visión
democrática de las relaciones entre profesor, alumno e institución escolar. Un
ambiente social cálido, con énfasis en la autodisciplina (así, por ejemplo, no
existían los clásicos “inspectores”, a cargo de vigilar a los estudiantes y
reprimir la mala conducta) ni tampoco el temible y temido Inspector General.
Mi perfomance
escolar en el liceo
Respecto del rendimiento escolar en el liceo fui de
menos a más. Las calificaciones en las diferentes materias iban del uno (malo)
al cinco (muy bueno), siendo el tres (satisfactorio) la nota mínima para
aprobar el ramo.
En el segundo año obtuve notas mediocres. A partir
del tercer año fueron paulatinamente mejorando hasta su culminación en sexto
año. En el certificado de promoción al curso cuarto hay una anotación del
profesor jefe que reza: “Como presidente del Consejo de curso actuó con
eficacia, acierto, responsabilidad y energía. Su participación en Horas
Correlacionadas fue intensa. Actuó con frecuencia en el Club de Ajedrez”.
En relación al ajedrez debo decir que a poco
comenzar el segundo grado, me había aficionado al juego, por lo cual nos
sentábamos con el compañero contendor en la parte de atrás de la sala para
jugar también durante la clases…cuando fuese posible. Nombrado presidente del
Consejo de Curso esta afición se canalizó en el citado Club. Este Consejo era
uno de los mecanismos pedagógicos para estimular la participación y la
responsabilidad acerca de los temas que concernían al colectivo curso. Ayudaba
a la formación de hábitos de auto disciplina.
Al hacer un recuento y una evaluación del total de
mi trayectoria educacional, aprecio como decisivas la incorporación a este
liceo y la permanencia en el hasta el fin del ciclo secundario, tanto por los
apoyos de hecho recibidos como por la formación en un ambiente de libertad intelectual
tan diferente al de los colegios religiosos. Desplegué mis aptitudes
intelectuales, descubrí la vocación por la lectura, el estudio, la apreciación
artística; me ejercité en el trabajo de grupo y en la dirección de los mismos.
La dirección del consejo de curso, primero, luego la presidencia del primer
gobierno estudiantil del colegio fueron los campos principales para tal
ejercitación.
Llamado el alumnado a elegir un gobierno estudiantil
(o centro de alumnos) se presentaron dos candidaturas para el cargo de
presidente. Ambas provenían del curso superior: mi compañero Emerson Roach y yo
como su contendor. Lo curioso del asunto es que yo vivía, en ese entonces, en
la casa de su familia, donde pagaba pensión. También su hermana Miriam estaba
en el mismo curso, igual que otra compañera de nombre Berta Ojeda. Berta y yo
éramos los únicos extraños a la familia que vivíamos en casa de su patriarca
don Arístides, padre de cinco hijos. Pues bien, para dar a conocer las
candidaturas se convocó a una asamblea de todo el alumnado. En ella debían
hablar los candidatos, previa presentación a cargo de sus correspondientes
apoderados. El de Emerson era Berta y el mío Guillermo Campos, también
compañero de curso. En casa la situación era, por cierto, algo desbalanceada a
favor de Emerson, siendo yo mismo una incomodidad para ellos y ellos un grupo
potencialmente hostil para mí. La familia, obviamente, esperaba un triunfo de
mi contendor, quién –por otro lado- era mi mejor amigo. Un día antes de la
asamblea había mucha agitación en el entorno. Los detalles concernientes a la
candidatura de mi contendor eran secretos para mí y los míos para él.
La asamblea fue decisiva. Habló primero Berta, quien
tenía por Emerson algo más que simpatía. Ahí leyó un discurso de alabanzas hacia
su candidato que culminó con una frase que era, de seguro, el secreto mejor
guardado y que causó impacto en la concurrencia. “Les pido que voten por
Emerson Roach quien es un cerebro que asombrará al mundo”. Entre su hermana y
su apoderada amañaron esta frase que volcó la mayoría de las preferencias hacia
mí. Mi apoderado, al parecer, tenía más sensibilidad o experiencia política
que todos nosotros. Dijo, en su turno, que Manuel Barrera aunque no era un
cerebro que asombraría al mundo sería un buen presidente del gobierno
estudiantil. Y así fue.
En casa este episodio fue olvidado o silenciado en
mi presencia. En cuanto a felicitaciones no recibí, como era de esperar,
ninguna.
Otro mecanismo de formación y participación eran los
diarios murales, uno por curso y uno general del Liceo. Este fue el primer
“diario” donde publiqué artículos, costumbre que mantuve de adulto, incluyendo
épocas de restricción de las libertades en Chile, cuando pocos políticos de
oposición se atrevían a hacerlo. El Mercurio, El Diario Financiero, El Fortín
Mapocho, La Época, diarios locales de provincias, recibieron mis aportes.
Todo este ambiente de progresismo y participación en
los asuntos generales de la vida escolar fue, al paso, modificando mi visión de
la vida desde una profunda fe religiosa a un profundo descreimiento. No
recuerdo haber concurrido regularmente a la Iglesia en ninguno de los años de
la educación secundaria. Ocasionalmente entraba a una Iglesia para meditar un
rato, pero no a seguir un rito religioso. Pasé, entonces, desde una vida de
misa y comunión diarias a una de abstención total, la que dura hasta el día de
hoy. No obstante, en el curso de mis viajes tanto en América como en Europa he
entrado a muchas iglesias, la gran mayoría del rito católico y, la minoría, del
ortodoxo ruso, anglicano y otras confesiones cristianas, siempre con respeto y
recogimiento. La motivación, sin embargo, ha sido estética más que religiosa.
Las calificaciones se realizaban, en el liceo, según
una escala que iba del 1 al 5, como señalé. Además se consignaban algunas
apreciaciones sobre actividades generales diversas y no solamente de
asignaturas formales. Es así como en el certificado de tercer año se consigna
la frase ya citada sobre mi actuación como presidente del Consejo de curso. De
doce asignaturas obtuve como nota final en tres ramos nota tres; y, en nueve,
nota cuatro (diciembre del 1947). En el cuarto año las calificaciones fueron
semejantes a las del tercer grado, sin nada especial que consignar. Fue un año
de transición.
En el quinto aparece, en las notas finales, la
tendencia hacia la mejoría como estudiante. Obtuve 11 cuatros (bueno); 4 tres
(satisfactorio) y 2 cincos (muy bueno). El resultado expresa claramente un
cambio en mi relación con el estudio, el esfuerzo y la responsabilidad
escolares. Como observaciones se anota: “Ha sobresalido durante el año escolar
por su constancia y dedicación al estudio. Se ha distinguido por la excelente
colaboración prestada a la organización del Gobierno estudiantil”.
Las calificaciones del sexto año de humanidades
fueron 8 cincos (muy bueno); 6 cuatros (bueno) y 1 tres (satisfactorio). El
tres lo obtuve en el ramo de Inglés, predictor de mis dificultades en idiomas
extranjeros, aunque en francés obtuve 4 (bueno). Se anota que la participación
en el Consejo de Curso fue “intensa” y en el Gobierno estudiantil también
“intensa”. Con estos resultados ocupé el primer lugar en la promoción del
último grado de la educación secundaria. El segundo lugar fue para una
compañera de apellido Ruz. En quinto año había sido al revés: ella primera y yo
segundo. En efecto, en el Liceo fui de menos a más, tanto en las asignaturas
como en las actividades generales de la comunidad escolar.
Un aspecto de la experimentación pedagógica de estos
cuatro establecimientos llamados “liceos renovados” resultó para mí
inconveniente dada mi vocación intelectual. Se trataba de elegir una especie de
especialización temprana en la formación. Al iniciar el cuarto año de
humanidades los alumnos debíamos elegir un “plan diferencial”, humanístico o
científico. Dicha elección implicaba un énfasis en las respectivas ramas del
conocimiento y una disminución de horas de clases y de profundidad de las
materias del sector no preferido. Al comienzo yo elegí el plan científico que
ponía el acento en matemáticas, biología, física, química. Esa elección estaba
impulsada por una pretendida vocación matemática que yo me imaginaba que tenía.
Pero a poco andar me encontré con grandes dificultades para entender a la
profesora de matemáticas que enseñaba en esta, por así llamarla, prematura
especialización. Esta profesora, la Srta. Erika Grassau, era, o fue más tarde,
una muy distinguida educadora del Instituto Pedagógico de la Universidad de
Chile, la principal del país. Desde su especialización (estadística
educacional) se destacó por la publicación de un texto de esa especialidad y,
sobretodo, por su participación en la construcción de un test que los
egresados de secundaria de todo el país, debían aprobar para ingresar a la
educación superior. Test decisivo en la suerte de los jóvenes, toda vez que en
el Chile de aquéllos años tener un título profesional o no tenerlo marcaba,
para las clases media y baja, una diferencia ocupacional, económica y social
fundamental. Más aún que hoy.
Pues bien, esta profesora destacada no era la mejor
docente para enseñar a niños de 14, 15, 16 años. Al revés, a lo menos en mi
caso, fui ahuyentado del estudio de las matemáticas por su forma de impartir
la docencia. Más tarde he sabido que una de las razones del fracaso de los
escolares chilenos en matemáticas se debe, en parte importante, a los
profesores del ramo. Antes se creía que los chilenos, por ser tales, éramos en
general lerdos para este aprendizaje, que esta tierra da mejores frutos en
poesía que en números.
Y así fue como pedí mi traslado al sector
humanístico. Mi calificación en matemáticas en sexto año fue “muy bueno”, pero
sobre una materia menos profunda y con exigencias menores tanto en horas de
clases como en el contenido. Este cambio marcó mi destino profesional, ya que
el test para entrar a la Universidad, llamado “bachillerato”, también
distinguía entre materias humanísticas y científicas. Las diversas carreras
seguían esa línea en sus exigencias para incorporarse a ellas. Más tarde consideré
muy prematura esta delimitación. Fue mi principal, quizás única, discrepancia
con el liceo “renovado”, la que no me surgió como algo conflictivo en el curso
de los estudios secundarios sino cuando en la Universidad hice una evaluación
de ellos.
Empeora la
situación de la economía familiar pero surge una solución inesperada
Si bien la situación escolar se presentaba exitosa,
la económica familiar iba de bajada. Sobre ello y de otros aspectos de la vida
familiar trataré de hacer un abordaje en otro escrito. Pero aquí debo decir
que tal deterioro impactó mi inserción en el liceo y, posteriormente, en la
Universidad. La familia no podía seguir financiando por sí sola mi estada en la
casa donde pagaba pensión a partir de un alza de su valor. Eso puso en signo de
interrogación a la continuidad de mis estudios.
Ya antes, en cuarto año de la secundaria (15 años)
en tiempos de vacaciones escolares había realizado un primer trabajo
remunerado. En efecto, no recuerdo cómo, ingresé a trabajar, durante los meses
de vacaciones de verano, en un edificio en construcción en la zona central de
Santiago. El puesto de trabajo era el de ayudante de un maestro carpintero. Lo
principal consistía a acarrear materiales y entregárselos a él. Ello incluía
llevar al hombro montones de tablas que a mí me parecían demasiado largas. El
carpintero de la construcción y sus colegas eran buenos para hacer bromas a un
estudiante que no conocía nada del oficio. Recuerdo que me daba órdenes tales
como “vaya a buscarme el martillo de goma” o “vaya a buscarme la escuadra
redonda” y otras por el estilo. Los otros obreros me “ayudaban” indicándome al
jefe de la cuadrilla para que le preguntase. De seguro que alguna vez caí en la
pillería y se habrán reído, pero la verdad es que no recuerdo haber cumplido
órdenes tan astutas. Fue mi primera experiencia de trabajo remunerado y la
última vez que hice uno manual. Es posible que esta experiencia de bisoño
obrero haya influido en mi vocación profesional, ya que mi especialidad
académica fue la sociología laboral y llevé adelante por varios lustros iniciativas
de investigación sindical y capacitación de dirigentes sindicales.
Pero el trabajo en los meses de vacaciones escolares
no era suficiente para resolver el problema planteado respecto a la continuación
de los estudios. Conocido el tema en el colegio surgió una solución inesperada,
aunque compatible con el espíritu amable y solidario que impregnaba la visión
educacional del mismo. Y con la generosidad con que sus profesores entregaban
el mensaje educacional y con su profunda vocación docente. La solución:
mensualmente una profesora me entregaba una cantidad de dinero para solventar
los gastos que mi madre no podía pagar. Nunca pude saber exactamente qué
mecanismo se utilizó para reunir ese dinero, a pesar de mis indagaciones. Fue así
como pude terminar mi escolaridad secundaria.
Yo imaginé que ese dinero salvador lo reunía la
profesora entre un grupo de sus colegas. Ella era profesora de matemáticas de
origen y en el liceo desempeñaba la Secretaría General, segunda autoridad, a
cargo de la marcha interna del proyecto educacional que encarnaban estos cuatro
establecimientos. Era algo así como mi apoderada, la que me ayudaba a resolver
los problemas escolares. Su familia tenía una casa con gran patio en San
Bernardo, comuna aledaña a Santiago. Yo fui invitado a visitarla. Ahí conocí a
su madre, a su hermano (persona gentil y sumamente entretenida), a su hermana
menor y al esposo de ella quienes me recibían con cariño y amabilidad. El
nombre de pila de mi apoderada no era ciertamente común: Ildocira. Su apellido,
Vera. En el colegio se la llamaba Srta. Ildocira. Actualmente me comunico con
ella por teléfono; estoy al tanto del estado de su salud y ella de mis
achaques. La llamo Srta. Hilda. Es una anciana muy lúcida, atenta a los
acontecimientos nacionales, en especial a los vinculados con la educación.
Conserva la orientación valórica (incluyendo la política) progresista que la
caracterizó en su ejercicio profesional y que, probablemente, influyó más que
las de otros profesores en mi renovada visión del mundo luego de renunciar a la
del catolicismo infantil. Las multitudinarias protestas, lideradas por los
estudiantes en el año 2011, proveyeron bastante material para alimentar nuestras
charlas telefónicas. Como la Srta. Hilda no se ha entusiasmado con las nuevas
tecnologías y es difícil que lo haga, le relataba algunos artículos sobre tales
movilizaciones que publiqué en varios sitios web basados en Chile y otros
países del continente.
Desde la relación que tuvimos en el colegio
secundario y hasta nuestro reencuentro de los últimos siete años hubo un largo
intermedio en el cual en escasas ocasiones tuvimos algún contacto. Sin embargo,
en el curso de esos años el recuerdo suyo y del liceo “Juan A. Ríos” siempre
estuvo pronto a hacerse presente. Con motivo de haber quedado otra vez soltero
y cuando mi hija Paula llegó a la adolescencia y mi hijo Manuel era niño, ingresamos
como socios al Stade Francés, club deportivo y social, donde solíamos almorzar
los días sábados o domingos. Ahí nos encontramos con el profesor, también
socio del Stade, Mariano Rocabado, quien era rector del liceo en el año de mi
egreso. Obviamente que ambos añorábamos los años aquéllos, aunque en ese
entonces yo lo percibía, quizás por respeto, algo distante de nosotros, los
estudiantes.
El profesor de
Filosofía y el viaje de estudio
No puedo terminar estas líneas sobre el liceo sin
mencionar al profesor de filosofía, Leonardo Phillips. También abogado,
dedicado como juez a impartir justicia en la comuna de Quinta Normal. Un hombre
bajo de estatura, medianamente regordete, ancho de narices, algo encorvado de
espaldas, soltero de joven, solterón de viejo. Emanaba de él una gran
inteligencia, tanto en sus clases como, especialmente en conversaciones fuera
del aula. Siempre decía una frase espiritualmente inspiradora. Era su regalo
para sus alumnos que, en nuestra inmadurez no entendíamos, quizás, cabalmente
sus enseñanzas formales. Fui en sexto grado un alumno de nota “muy bueno” en
su ramo. Aún conservo el libro de Boecio; De
la Consolación por la Filosofía, publicado por Emecé editores; Buenos
Aires, 1944; que empastado y con dedicatoria me regaló este profesor. La
dedicatoria dice: “A Manuel Barrera por su ensayo ‘La ciudad de Platón’
Santiago 20 de diciembre 1950”, timbre del Liceo y su firma de juez. Tenía
por él una gran admiración al punto que lo considero el gran “culpable” por mi
decisión de estudiar, posteriormente, justamente pedagogía en filosofía.
El profesor Phillips nos acompañó, junto a otros de
sus colegas, al tradicional “viaje de estudios” que realizaban los colegios en
el quinto o sexto año de humanidades. Los sectores pudientes lo hacían (y lo
hacen) fuera de Chile. Nosotros fuimos a la ciudad de Concepción y sus
alrededores. Viajamos en tren lo que ya constituía una agradable aventura más
aún cuando el tren salía de tarde y el viaje se realizaba de noche.
Tres recuerdos tengo de este viaje. Uno, en la ida
me senté junto a una compañera de apellido Moraga. Cubrimos nuestras piernas
con un chal para ambos y de ese modo el viaje era cálido y amable. Ella no era
una muchacha bonita ni llamativa, pero yo me sentía cómodo a su lado. A pesar
de ser nuestro liceo coeducacional (mixto) no había en el curso más de cinco
mujeres de un total de aproximadamente 30 alumnos. Tampoco se supo de
“pololeos” entre compañeros, incluyendo a los otros cursos. El tren había
avanzado algunos kilómetros cuando se produce un conflicto en uno de los
asientos ocupados por el curso. Los profesores se encargan del asunto y el
profesor Phillips me llama y me pide que cambie de asiento con uno de los
conflictivos. El pensó, de seguro, que esa era una solución fácil. Pero como
yo iba tranquilo y agradado le dije que no. Supongo que para él este incidente
y negación fue algo corriente en el desempeño de su rol, pero para mí
constituye uno de los principales recuerdos que tengo de esta excursión. Dos,
visitamos el “campus” de la Universidad de Concepción con su típico campanil;
el cerro/parque “Nielol” de la ciudad; también el pueblo de Lota con su mina de
carbón y el adyacente hermoso jardín; la ciudad de Tomé y su fábrica textil,
icono de la gran industria textil chilena de esa época, donde compré un chal de
lana que aún conservo. Hoy esa gran industria textil ha desaparecido. Tres, sucedió
que en el paseo al cerro Nielol estuvimos dándonos unos besos con mi vecina del
tren, culminación de nuestra pasajera relación. Fueron las primeras caricias
que expresaban mi masculinidad. Muy inocentes y a una edad en la cual los
jóvenes de hoy han recorrido un largo, variado y profundo trecho.
La experiencia vivida en este colegio más los
desarrollos propios de la adolescencia en el entorno social en que se dio, me
empujaron a valorar el laicismo entendido, al decir de Edgar Morin, como “la
problematicidad permanente, el cuestionamiento ininterrumpido, la dialógica
siempre renaciente”, distante tanto del dogma religioso como del espíritu de
secta político.
EL INGRESO A
LA UNIVERSIDAD: ENSAYO Y ERROR.
Para ingresar a estudiar en la Universidad había que
aprobar un conjunto de pruebas con énfasis en materias humanísticas, matemáticas
o de ciencias naturales. Le llamaban bachillerato. En aquellos tiempos no
había en Santiago sino dos universidades: la de Chile y la Pontificia
Universidad Católica. Hoy, algo así como 60 (sesenta), que publicitan sus
ofertas del modo como se publicitan las longanizas o las marcas de autos. El
gobierno militar aprobó una legislación que introdujo la lógica del libre
mercado en la educación superior de modo que ahora se mueven grandes capitales
y jugosas ganancias en esta “industria”. Un egresado de la educación pública
seguía sus estudios, por lógica, en la Universidad de Chile. Ahí fui. Pero
antes debí aprobar el test de ingreso.
Yo percibía que los profesores del liceo, en
especial sus autoridades, estaban expectantes en relación a los resultados en
el bachillerato de sus primeros egresados. Mal que mal éramos un fruto de sus
experiencias pedagógicas, con las cuales estaban muy comprometidos. De nuestro
éxito o fracaso dependía, en parte, la evaluación que se hiciera de ellas. Dado
que yo había sido el alumno con mejores notas en el último curso sentía que
esas expectativas se posaban en mí especialmente, de un modo no explícito pero
sensible.
Así pues concurrí, con explicable ansiedad, a la
primera prueba, la de Filosofía. El examinador leía un texto y uno debía comentarlo.
Lo primero que llamó mi atención, algo extrañado, fue que el profesor Moisés Mussa
usaba unos anteojos de vidrios muy gruesos conocidos popularmente como “poto de
botella”. Por si fuese poco, portaba en uno de sus ojos un parche que lo tapaba
completamente. Yo me preguntaba durante y después del examen cómo podría leer
las pruebas este señor. Fue lo que más me preocupó. Pero sucedió algo peor para
mí. Al escribir mi nombre mi lapicera (de mala calidad) dejó caer una lamentable
gota tan gruesa como aquéllos vidrios en el papel que nos habían entregado.
Entonces pensé que mi suerte estaba echada, para mal por supuesto. Al salir,
los profesores del liceo que habían concurrido a este local, a pesar de estar
ubicado en el centro de Santiago, lejos de la comuna de Quinta Normal me
preguntaron cómo me había ido. Traté de esconder mis temores, pero algo se dejó
ver.
Después dí las otras pruebas de lo cual mi memoria,
algo deteriorada y asaz selectiva, no recuerda nada. El resultado del conjunto
de pruebas, es decir, el puntaje obtenido en el bachillerato fue de 22 puntos, entiendo
que en un máximo de 30 ó 35. Aprobado, con una nota no mala, aunque tampoco tan
buena como la esperada.
¿Pero qué estudiar con un bachillerato humanístico?
Las posibilidades: Derecho, Pedagogía en ciertos ramos, Arte, etc. En el Liceo
existía un servicio de Consejería Vocacional, que lo ejercía el profesor
Armando Pereda, que tenía una personalidad atrayente con rasgos carismáticos.
Mi trayectoria en secundaria apuntaba a que lo lógico era tratar de ingresar a
la Escuela de Leyes. Ese fue el Consejo del Orientador y esa era la expectativa
de los profesores. Sin embargo, influido quizás por el grato ambiente del liceo
y la naturaleza de la pedagogía ahí impartida me incliné por el Instituto Pedagógico.
Fue una decisión que tomé en solitario; no había en mi entorno de la época
ningún familiar con quién intercambiar ideas al respecto o de parte del cual
podría recibir algún consejo. Ingresé a Castellano. En el primer año, entre
otros, hacía clases el Dr. Rodolfo Oroz, famoso filólogo chileno, y otro
especialista destacado, el gramático Claudio Rosales. Muy curioso que en el
primer año de Universidad, cuando los jóvenes empiezan a adaptarse a un nuevo
régimen escolar, fueran estos especialistas de alto nivel los que los
recibieran. Para mí fue peor que para los que venían de un colegio tradicional.
En el “Juan A. Ríos” los alumnos, en tanto personas, eran muy centrales de todo
el proceso educativo. Acá los estudiantes eran muchos y su contacto con los
profesores, al margen de las conferencias, inexistente. Por otro lado, nadie
se atrevía a preguntar. La participación en clases, ausente. El profesor
Rosales solicitó realizar un trabajo de gramática, pero yo nunca entendí de qué
se trataba el asunto. Ello me llevó a repensar mis estudios de pedagogía en
Castellano, que yo imaginaba más enfáticos en literatura que en lingüística.
Para salir del paso no encontré mejor solución que
pedir mi traslado a Historia y Geografía. Allí me encontré con el historiador
Guillermo Feliú Cruz, con don Juan Gómez Millas (dos veces Ministro de
Educación y diez años Rector de la Universidad de Chile), un filósofo de la
historia. Y con otro profesor cuya fama como historiador eminente comenzaba,
Mario Góngora. Otro docente era un profesor de geografía destacado en su
especialidad. Demasiado para un adolescente que recién se iniciaba en los
estudios superiores. Habría sido estupendo tenerlos de profesores en el último
año de estos estudios. Al inicio, poco se entendía.
¿Qué pretendían estos pedagogos al colocar sus
mejores cartas en el primer semestre del primer año de la carrera? Al pensar en
ello recuerdo que al bailarín Nureyev le preguntaron qué le diría a un joven
que desea estudiar ballet, a lo que respondió: “que lo deje, es mucho
sacrificio”. Dijo luego, “sólo pueden soportar estos sacrificios los que no
puedan dejarlo”.
Yo pude, lo dejé. Entonces mi desconcierto se
constituyó en un real problema, grande, muy grande: ¿Qué hacer?
Debo agregar que para colmo de males mi
financiamiento provenía de una beca de una organización que sospecho está ligada
a la masonería, de nombre muy explícito: la “Liga Protectora de Estudiantes
Pobres”(LPEP) Si uno utiliza en Internet el buscador Google con ese nombre no
encontrará ninguna clara identificación de esta organización, la que, sin
embargo, aparece dando muestras de su actual funcionamiento en diversas
ciudades del país. En esas mismas páginas encontrará entradas para la
“Sociedad Protectora de los Animales”. Bueno, como los creadores de Google
saben “la vida es toda una”. Así lo han demostrado los investigadores que
estudian el ADN. Ellos han comprobado que, como mínimo, el 90% de los genes
humanos son básicamente los mismos que se encuentran en los ratones. Y que compartimos
más del 60% de los genes con la mosca de la fruta. Entonces, ¡a qué hacerse
problemas con este alcance de nombres! Como en el poema “Los motivos del lobo”
de Rubén Darío digamos como Francisco de Asís :“Paz, hermano lobo”.
La beca de la “Liga….”me permitió cursar y terminar
mis estudios de pedagogía, del modo que luego relataré. Me proveía del dinero
para la matrícula, para comprar ropa y libros a comienzos del año y, luego,
para el bolsillo austero. Para todos estos propósitos y para dar cuenta de mis
estudios debía entenderme con el historiador, de renombre en el país, Profesor
Eugenio Pereira Salas, quien pronto asumiría el decanato de la Facultad de Educación,
de la cual el Pedagógico era sólo una parte aunque la principal.
Los estudios
de filosofía y algo más
Para responder a la famosa pregunta de qué hacer (famosa porque
Wladimir I. Lenin se la hizo y la respondió escribiendo un libro con ese
nombre, básico para el actuar de los bolcheviques en la revolución rusa) no
atiné a nada mejor que a retirarme, no a mis cuarteles de invierno, sino al
fondo de la casa –un patio con árboles y flores- de los Roach, donde seguía
viviendo. A leer. Empezaba la primavera y con ella el segundo semestre. Perdí
el primero y no tomé cursos en el segundo. Entre otros libros cayó en mis manos
uno de filosofía marxista sobre el materialismo dialéctico, sus principios
básicos: “Cuestiones del leninismo”. Su autor, según se leía, era nada menos
que el mismísimo José Stalin. Años después, a consecuencia del golpe de Estado
del 11 de septiembre de 1973, perdí ese libro y otros muchos de marxismo o que
parecieran como tales porque en el nombre incluyeran palabras como, clase
obrera, revolución, socialismo (sociología, por confusión), Cuba (también cubismo,
por su parecido). Miles y miles de libros fueron a dar a ríos, canales, mar o,
simplemente, hogueras en todo el país. Algunos de los míos fueron a dar al San
Carlos, un canal santiaguino y la mayoría a una casa en las afueras de Santiago,
donde fueron quemados, a pedido mío, por el abuelo materno de mi hijo. Lamenté
perder en esos trajines una versión de “EL Capital”, de Carlos Marx, en tres
tomos, papel biblia, edición del Fondo de Cultura Económico, México. Poco
después de deshacerme de tales lacras apareció en mi departamento una patrulla militar
que revisaba todo el edificio. No se llevaron nada de las tres estanterías que
tenía. A las pocas horas ardía en la calle una gran hoguera con los hallazgos
realizados, en el central barrio San Borja donde vivía. Y en Chile sucedió lo
que predijo el poeta y escritor alemán Heinrich Heine, cuando dijo:
“Allí donde se
queman los libros, se acaba por quemar a los hombres”.
Aunque él no fue
quemado, sin embargo, hubo de exiliarse ya que fue perseguido por adherir a
las ideas de Saint Simon, el “socialista utópico”.
En el fondo de aquella casa leí, además, poesía,
afición juvenil que se prolongó largamente en la vida, alguna novela de Herman
Hesse, política contingente, revistas de arte. Las lecturas y la meditación
consiguiente me llevaron a decidirme por dar el examen de admisión a pedagogía
en Filosofía, en marzo del año siguiente. Los cupos eran quince. La mayoría de
los postulantes habían estudiado antes otras materias o eran ya profesionales o
pensaban compartir estos estudios con otros, como derecho, que tenían
avanzados. Uno de ellos fue Guillermo Briones: tenía estudios de matemáticas,
pasaba la treintena, trabajaba en el Instituto de Investigaciones Sociológicas,
en formación; fue posteriormente compañero y amigo. La examinadora en este test
de admisión consistente en una prueba escrita fue la actualmente famosa
filósofa chilena Carla Cordua, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias
Sociales, 2011. En ese tiempo una joven y estupenda ayudante de cátedra. El
resultado del examen de admisión se preveía para finales de marzo y se
publicaría en los murales del Instituto.
Yo me jugaba no sólo la admisión a Filosofía sino
también la beca, por lo que concurría expectante casi a diario al Instituto.
Los compañeros
y amigos de Filosofía
Los resultados se publicaron el día 25 de marzo,
justo cuando cumplí 20 años. Y fue una gran y agradable sorpresa: ¡un siete!,
la nota máxima. Hubo sólo dos 7. El otro lo obtuvo Guillermo Briones, cuya
formación universitaria estaba avanzada y quien sería, al pasar de los años, mi
profesor de Estadística en estudios de post grado. También fue seleccionado
Pedro Miras quien llegaría a ser un buen amigo por largos años. Joven
inteligente, que se movía en ambientes artísticos, original de conversación y
notoriamente culto para su edad. A la larga desempeñaría el importante cargo de
Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile, donde
enseñaba Estética, rama de la Filosofía que se avenía con su personalidad y
vocación. El golpe militar del 11 de septiembre de 1973 ocurrió siendo Pedro Decano.
Viajó a Francia como exiliado, obtuvo una beca que debía cumplirla en una
ciudad de provincia, pero se las arregló para quedarse, por largos años, en
París. Siempre he pensado que en el caso de Pedro si no hubiese existido
Pinochet y el exilio habría que haberlos creado. ¿Este cruce histórico
/Pinochet/exilio/Pedro/París estaría predeterminado desde siempre? Al poco
tiempo viajó a la bella capital francesa su esposa, Patricia Bonzi, que también
había cursado Filosofía, un año posterior al nuestro. Al retornar al país
profesaron sus especialidades en la misma Casa de Estudios en que habían sido
alumnos. Actualmente ambos están jubilados, aunque ella persiste en participar
en charlas y conferencias. Un compañero de curso de Patricia era Humberto
Giannini, algo mayor que nosotros ya que había sido durante dos años marino.
Con el tiempo se transformó en el filósofo más notable y más reconocido de toda
la generación. En 1999 su obra filosófica lo hizo merecedor del Premio Nacional
de Humanidades y Ciencias Sociales, fue declarado Profesor Emérito de la
Universidad de Chile y Doctor Honoris Causa por la Universidad de París 8.
Actualmente, sigue realizando con Patricia, reflexiones, conferencias y
publicaciones. Se contaba en aquellos años la siguiente anécdota, de cuya certeza no tengo constancia. Humberto
vivía con su pareja con la cual rompió. Un amigo, suyo y nuestro, que estudiaba
Castellano, ingenuamente, lo invitó a vivir a su casa en la emergencia.
Humberto, joven simpático y multifacético tocaba la guitarra que la acompañaba
con canciones. Sucedió que la esposa del amigo se enamoró de él y él de ella.
Organizaron su propio nido: se casaron. Su matrimonio fue (quizás sigue siendo)
de larga duración. El compañero de Castellano deambulaba por los prados del
pedagógico “como alma en pena”. ¡Cuidado con los filósofos!, no son, necesariamente,
inofensivos. Ingresó también ese año a Filosofía otra persona interesante con
quien también hice buenas migas, Fernando Valenzuela. Era algo mayor, casado,
con hijos y trabajo que realizar. De mente reflexiva y analítica. Avanzado sus
estudios de Filosofía se interesó por estudiar leyes, las que probablemente
terminó. A mi egreso no nos vimos más, aunque me enteré que durante el gobierno
militar había alcanzado un alto puesto burocrático en la Universidad
intervenida. De todo había en esta viña del señor, aunque predominaban en
Filosofía, pero no en todo el Pedagógico, las tendencias políticas de
izquierda. También debo consignar mi compañerismo con Emma Serra, que ya era
Enfermera Universitaria, trabajaba como tal en el Hospital “San Borja”, ubicado
en esos tiempos en la Alameda Bernardo O´Higgins, cerca de la Plaza Italia. A
propósito de una serie de molestos y dolorosos abscesos que solían maltratarme
con una frecuencia más que tediosa, ella me hacía las curaciones. A mi egreso
de Filosofía no supe más de ella, ya que me fui a trabajar a Valparaíso: nueva
vida. También recuerdo a dos compañeras una alta y delgada, de apellido Guerrero políticamente orientada, y otra bajita, muy amistosa y agradable, Drina Vuskovic. Tampoco me las encontré luego de egresar.
Los aprobados en la prueba de admisión fuimos estudiantes
regulares de pedagogía en la especialidad. A ellos se agregaban, en algunos cursos,
en calidad de “oyentes” o alumnos informales, personas venidas de otras
escuelas que generalmente cursaban en ellas los últimos semestres de sus
carreras. De modo que la fauna intelectual que se reunía era variada,
interesante y desafiante.
Obviamente que mi apoderado de la LPEP, don Eugenio
Pereira Salas, se mostró muy complacido con el resultado de mi examen de
admisión y junto con felicitarme, puso en marcha los mecanismos para la
implementación de la beca.
Y es así como comencé de nuevo. Esta vez persistí en
los estudios regulares y obtuve mi título a los cinco años de estudio, con
tesis y práctica docente incluidas. Aún más, dado que la mayor parte de los cursos
se daban en las tardes, en horarios dispersos, empecé, una vez ambientado, a
tomar también los ramos específicos de Educación. Había, naturalmente, materias
generales que todos los estudiantes de pedagogía debían aprobar, pero existía,
además, un Departamento de Educación con dos especialidades que daba los
siguientes títulos profesionales: Profesor de Educación; y Consejero
Educacional y Vocacional. Yo realicé los estudios y recibí este último título.
En la foto: Profesor Luis Oyarzún Peña
En los cursos de Filosofía me encontré con notables
profesores: Luis Oyarzún (Estética); Jorge Millas (Lógica); Félix Schwartzmann
(Filosofía de las Ciencias), Bogumil Jasinowski (Filosofía Medieval), entre
otros. A Carla Cordua no la vimos más ya que viajó con beca a realizar estudios
en Universidades alemanas: la de Colonia y de Friburgo. Tal como sucedía tanto en
Castellano como en Historia también en Filosofía había, pues, una
concentración de profesores extraordinariamente destacados. Por su docencia,
por sus publicaciones, sus conferencias, por su reconocimiento nacional e
internacional (premios nacionales; distinciones diversas, investiduras
universitarias). Las aulas donde el filósofo, poeta y literato Luis Oyarzún
hacía sus clases eran las más amplias del Instituto y se repletaban de
concurrentes. Su Diario Intimo es considerado "una de las escrituras estéticamente más seductoras de la literatura chilena de no ficción" (Leonidas Morales T.; Crítica de la vida cotidiana chilena; Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2012; p.128. Morales realiza un análisis muy erudito de este Diario en el capítulo IV de su libro "El diario íntimo como diario de viaje. Modernidad y Cultura cotidiana chilena" pp.127-151).
Hubo una época en que la prensa hacía encuestas donde preguntaba
quién era el chileno en vida más inteligente. En casi todas ellas aparecía en
primer lugar el nombre de Jorge Millas, a veces en disputa con su primo Juan
Gómez Millas. Las clases de lógica de Jorge Millas eran muy claras y su
exposición ordenada. Este profesor tenía un solo problema que, de por sí, era
decisivo: no asistía regularmente a dictar las lecciones que por horario le
correspondían. Era el único al que le ocurría este descuido. De modo que los
alumnos nos preguntábamos en el patio ¿viene el profesor? ¿Vendrá?. Nadie
sabía. Pero cuando venía sus clases eran brillantes. Una visión acerca del lugar de Jorge Millas en la Filosofía nacional y, específicamente, en la Filosofía del Derecho, además del papel político que le tocó vivir durante la dictadura militar se puede ver en el estimulante libro de Agustín Squella; Deudas intelectuales; Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2013. El capítulo que dedica al Profesor Millas se titula "Irremediablemente Filósofo" pp.123-177).
Félix Schwartzmann hablaba
como escribía: muchas ideas, mucha información, algo de confusión en la
expresión. Oraciones muy largas, al estilo alemán. En mis escritos yo siempre
busqué la ocasión de colocar el punto seguido…muy seguido. En lo que respecta a
Bogumil Jasinowski, un sabio polaco, había que poner permanente atención para
entender su castellano. Superada esa dificultad todo iba bien.
De lo que resulta que tales profesores atraían a
tales alumnos. Fue un privilegio estudiar en el Instituto Pedagógico de la
Universidad de Chile en los años 1950’s. Lo siguió siendo en los sesentas. Fue
en esas décadas el ágora donde se concentró la cultura humanística nacional.
Ello termina cuando el gobierno de Pinochet interviene militarmente a las
Universidades y escinde la Universidad de Chile en varias entidades
independientes. Una de ellas sería la Universidad Metropolitana de Ciencias de
la Educación. De este modo el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile desaparece
y se convierte en aquello. El mando militar persigue a profesores y alumnos
progresistas, o que ellos piensen que son tales. Se establece un control
represivo, lo que produce un masivo éxodo. Nunca más se reconstituyó en el país
ese encuentro intergeneracional en forma de “paideia”, de formación cultural, a
un alto nivel.
Un recuerdo
para los compañeros y amigos del Instituto Pedagógico
En el Instituto Pedagógico lo que se fraguaba en los
patios eran también interesante. Dos son los contenidos que recuerdo con mayor
nitidez. Por un lado, lo cultural artístico y, por otro, lo político. En los
patios se mezclaban estudiantes de las distintas especialidades. Yo me juntaba
con un grupo interesado en literatura. Unos ejercían de poetas o trataban de
hacerlo. Otros aficionados al teatro y la lectura de las grandes obras
literarias.

“Cuando todos se vayan a
otros planetas/ yo quedaré en la ciudad abandonada/ bebiendo un último vaso de
cerveza,/ y luego volveré al pueblo donde siempre regreso/ como el borracho a
la taberna/ y el niño a cabalgar/ en el balancín roto”.
Conservo
varios de sus libros con su dedicatoria. En una de sus alusiones típicas dice:
“Para Manuel Barrera, esperando que estos poemas le parezcan mejor que la
chicha del St L. Su amigo, Jorge 28-IV- 1959”. Seguimos en contacto después de
egresar del Instituto. Sucedió que después del Pedagógico Jorge trabajó como
secretario de redacción del boletín de
la universidad de chile, primero y, luego, de la Revista de Educación, editada por el Ministerio respectivo. En ambas, yo publiqué colaboraciones
siendo ya profesor universitario. El director de ellas era Enrique Bello,
conocido editor de revistas culturales.
Otros
poetas de este grupo eran: David Turkeltaub quien, además de libros de poesía,
publicó uno político, “Ese señor Lagos”, en 1988 cuando se aproximaba el
plebiscito acerca de la prolongación o el término de Augusto Pinochet en la
Presidencia de la República. En esas circunstancias publiqué un artículo en el
diario opositor “El Fortín Mapocho” (20 de agosto de 1988) sobre este libro de
David. Ahí digo: “En efecto, ‘Ese señor Lagos’ es todo un bosquejo talentoso
de estos años difíciles del país”. Y sobre el autor aludo al joven David : “De
carácter introvertido, tenía una mirada entre lejana y taciturna…” Otro poeta
era el venezolano Carlos Rebolledo, estudiante de Historia. Regresó a su tierra
al egresar, años después viajó a Europa donde visitó, en Palmas de Mallorca, a
nuestro común amigo el pintor chileno (de Valparaíso) Gastón Orellana, enamoró
a la mujer también porteña de Gastón con la que, según cuentan, tuvo un hijo.
Gastón y su musa salieron muy jóvenes de Chile. Fueron con destino a España.
Pero con Franco de gobernante se fueron a vivir por 15 años a Italia, más
tarde Gastón se trasladó a Nueva York, donde vivió por 17 años. Regresó a
Europa radicándose, por último, en Madrid. Tuvo un triunfo singular como
pintor. A veces se le menciona como pintor español. De su pintura dijo Neruda:
“Tal vez su arte encarnizado es una extensión de su alma, pero tan material,
táctil, rugosa y fértil como la envoltura de un fruto” En Palmas de Mallorca
tenía su casa (castillo) de vacaciones. Rebolledo, no persistió como poeta,
sino como cineasta.
Vino, de tarde en tarde, de visita a Chile.
Otro poeta,
Jorge Naranjo. Estudiaba Castellano y publicó sus poemas como todos los
nombrados. Oscar Stuardo, que también estudiaba Historia, se convertiría
posteriormente en el mejor director teatral de Valparaíso. Compartía pieza en
el pabellón para internos del Instituto con el viñamarino Jaime Oxley,
estudiante de psicología, no vidente. También participaba en este grupo Jorge
Vélez, colombiano, excelente cantante. A veces compartía con nosotros Poli Délano,
estudiante de Castellano que vivió, posteriormente, muchos años en México ganándose
una buena reputación internacional con sus numerosas novelas. Jaime Oxley
sería un amigo de muchos años, amistad que actualmente continúa mi hermana.
Jubiló trabajando como psicólogo en el Hospital del Salvador. Gunther Boroschek
y Dina Krauskopf, aunque no pertenecían a este grupo de literatos fueron más
tarde, en algunos hitos de mi vida, bastante cercanos. Ambos estudiaban
psicología, se convirtieron en matrimonio, tuvieron dos hijos, se separaron y cada
uno por su lado se volvió a casar. Gunther ha vivido muchos años en Estados
Unidos (coincidimos dos semestres en Cornell, al cabo de los cuales nos
aventuramos a una gira por dos meses en Europa), donde actualmente trabaja en
la Universidad de Harvard, en tanto que Dina hizo una notable carrera
profesional y académica en Costa Rica adonde llegó en calidad de exiliada.
Desde hace algunos años trabaja en Chile en varios puestos, como es habitual en
los psicólogos. Curiosamente, mi mayor cercanía con ella transcurrió mientras
vivía en Centroamérica, donde organizamos de conjunto seminarios de
investigadores latinoamericanos en ciencias sociales. Ella me enseñó un deslumbrante
Caribe costarricense, en Puerto Viejo, poblado por negros emigrados de Jamaica,
que hablan un Inglés creole, es decir, mezclado y se dedican a la gastronomía. Con
Gunther, que viene cada verano meridional a Valdivia, pasando por Santiago,
tenemos un encuentro tanto en el viaje de ida como en el de vuelta a esa ciudad
sureña.
Al margen de todos ellos entablé una cordial amistad con Nicha Bronfman,
que estudiaba Francés. Caminábamos de salida de clases por la calle Macul hasta
separarnos en Irarrázabal, ya que vivíamos en direcciones opuestas: ella más al
oriente en la calle A. Villanueva, yo más al poniente. Ella era una joven
tierna, muy entretenida, con una apariencia de cierta debilidad física. En
ocasiones fui a su casa, donde conocí al que sería, más tarde, su marido. A. Villanueva
era una hermosa avenida en aquella época con casas de extensos patios y muchos
árboles. Al paso del tiempo yo también viví allí. Nicha, exiliada en Francia derivó
a la investigación. Hizo publicaciones sobre género e identidad. En París se
convirtió, además, en exitosa novelista, muy leída. Su obra “Los mundos de
Circe” es una de las más conocidas. Publicaba como Ana Vásquez Bronfman, por el
apellido de su esposo. Falleció en la ciudad luz en el 2009.
Donde madre y hermana también participan
A varios de
estos colegas del Pedagógico los invitaba a casa donde disfrutaban de la
cocina de mi madre. Es así como se hicieron también amigos de mi hermana.
Ambas, madre y hermana, compartían conversación y alegría con ellos. Estas
amistades del mundo del arte se incrementaron cuando nuestra familia tuvo como
vecinos de barrio a un peculiar matrimonio: se trataba del compositor musical
chileno Gustavo Becerra y su esposa Ulda Vera. Mi madre siempre fue buena
lectora y lo mismo ha sido mi hermana, de modo que surgió pronto una amistad
entre las dos casas. Gustavo, como buen músico, disfrutaba hablando de lógica y
matemáticas, más aún cuando en esa época estaba entusiasmado con la música
dodecafónica. Yo, como quedó explícito más arriba, pocas matemáticas había
estudiado en secundaria, pero en mis estudios de Filosofía me interesó asomarme
de reojo a la lógica matemática, disciplina enseñada por el profesor Stähl,
recién llegado a Chile. De modo que ahí teníamos un campo común a compartir.
Además había una cierta complicidad con Ulda, que antes había estado casada con
un compañero mío de Filosofía de curso superior, Alfonso Bulnes. Su familia también
era de San Felipe, donde poseían una importante propiedad agrícola. Tuvieron un
hijo y una hija en común, que vivían con su madre y Gustavo, su nuevo esposo.
El matrimonio de Ulda y Gustavo terminó por fracasar. Ella y sus hijos se
fueron a San Felipe y Gustavo vivió, después del golpe, muchos años en
Alemania, país en que su talento musical fue celebrado, lo que también
aconteció posteriormente en Chile. Falleció en Alemania.
En este
ambiente pocos eran los que pensaban en términos de su formación profesional,
la pedagogía. Era sobretodo un círculo cultural. Se hablaba de libros, de
política, de teatro. Eran tiempos de gloria para los teatros universitarios. El
Teatro Experimental, de la Universidad de Chile, presentaba las obras más
importantes de la literatura universal, con gran éxito de público, entusiasta y
fiel. En el mismo Instituto Pedagógico existía un conjunto teatral donde se
formaron algunos actores de exitosa trayectoria en el teatro, el cine y la TV
chilenos. Fuimos contemporáneos con Luis Alarcón y Jaime Vadell, dos de ellos.
En el
Pedagógico había, como es casi natural en pedagogía, más mujeres que hombres. La
convivencia de unas y otros se facilitaba por el entorno físico del Instituto,
que con sus pabellones para la docencia, la biblioteca y los dormitorios de
hombres y de mujeres, en medio de prados de árboles, flores y césped
constituía un verdadero campus universitario, hermoso y bucólico. Ubicado en la
Avenida Macul, comuna de Ñuñoa, recibía a estudiantes tanto de Santiago, la
capital, como de provincias. También a jóvenes de otros países
latinoamericanos. Las mujeres preferían los estudios de idiomas, en tanto que en
Historia, Ciencias y Filosofía predominaban los hombres. Las carreras de
Psicología, Periodismo y Sociología también se seguían allí a pesar de no ser
pedagógicas propiamente tales. En tanto que Educación Física, Artes Plásticas
y Educación Musical, a pesar de serlo se ubicaban en otros recintos.
Durante los
recreos, los jardines y corredores se llenaban de estudiantes principalmente en
las mañanas, en que se impartían los ramos generales. Algunas carreras,
Filosofía una de ellas, tenían sólo horarios vespertinos para sus ramos
específicos. También Educación. La mayor intensidad de interacciones sociales
ocurría a mitad de la mañana y al mediodía cuando al terminar las clases los
estudiantes se daban un descanso previo a los trajines del almuerzo. Lo más frecuente
era que tales interacciones de amistad, pololeo u otras, se dieran entre los
compañeros del mismo curso, aunque también de otros cursos de la misma
especialidad, entre los que tuviesen una misma sensibilidad política, o entre
los que compartían similares intereses culturales aunque fuesen de distintas
disciplinas. Según mis actuales vivencias, yo era amigo de cuatro o cinco
compañeros de curso; de jóvenes que tenían intereses literarios, especialmente
poesía, y de estudiantes de diversas especialidades de tendencias políticas de
izquierda, hombres y mujeres. La mayoría de ellos o pertenecían al núcleo
juvenil comunista o eran simpatizantes de tal tendencia. Tal simpatía era más
cultural que política partidista. Era una época en que en la Universidad se
disputaban la hegemonía los grupos católicos y los marxistas. El Pedagógico
sólo por excepción aportaba algún dirigente universitario de nivel nacional,
cosa que hacían regularmente la Escuela de Derecho y la de Medicina. Por lo
general, en este universo de amistades, se encontraban personas inteligentes
con inclinaciones culturales claras, como he dicho, que no perseveraron en la
docencia secundaria. La belleza femenina abundaba. Varias de ellas sentían una
atracción indisimulada por los poetas. Por ejemplo, Sybila Arredondo, muy
atractiva, de belleza imponente y despierta inteligencia se enamoró de Jorge
Teillier con quien contrajo matrimonio y tuvo hijos. Ella era hija de la
escritora Matilde Ladrón de Guevara. Posteriormente se separó de Jorge, se fue
al Perú donde se casó, en 1967, con el escritor indigenista y antropólogo José
María Arguedas, se vinculó al grupo Sendero Luminoso (o fue acusada de tal
cosa) y estuvo en cárceles peruanas varios años, después de la muerte de Arguedas
ocurrida en 1969. Volvió a Chile en el 2002. Sybila se acompañaba con una amiga de apellido Carrasco, de hermosísima estampa, que atrapó las ilusiones de Pedro Miras, sin resultados positivos. También Pedro se vinculó sentimentalmente con nuestra común compañera de Filosofía Drina Vuskovic, bella y simpática, de lentes, baja de estatura, amiga de todos. Estos afanes de Pedro culminaron con su compromiso definitivo con Patricia, una buenamoza inteligente, tierna amiga. Yo sentí una fuerte atracción por
una estudiante de Biología y Química, que venía del Instituto Hebreo, muy
tierna, bonita, simpática y con ideas muy claras sobre su futuro: un kibutz en
Israel. Para eso se preparaba y allá se fue, apenas se recibió. Su nombre:
Viviana (¿o Aviva?) Schwartz. Siempre que coincidíamos en los jardines, lo que frecuentemente
acontecía temprano en la tarde, nos reuníamos a conversar en compañía de una
compañera suya que al revés de la blancura de la piel de Viviana tenía una cara
morena típica de Chile, asaz atrayente. ¿Qué será de ellas? Una vez una amiga
descendiente de judíos checos me dijo que recordaba a Viviana y que le constaba
que seguía en Israel. Cuando estuve ahí (doce años atrás) no visité ningún
kibutz, los que según entiendo han declinado en número y en el entusiasmo
ideológico que existía en la época de la consolidación del Estado. En Chile los
jóvenes que se fueron, recién titulados de alguna profesión, tenían gran fe y
alegría por ir a vivir una experiencia como la descrita por los autores del
“socialismo utópico”. Con el tiempo, al parecer, el ideario original de vida
comunitaria cambió mucho. Pero no he leído ningún análisis confiable al
respecto.
También
hice amistad con una estudiante de matemáticas que, aunque lejos de la belleza
de Viviana (¿o Aviva?), era también una chica simpática, progresista y
amigable. Con ella fui más lejos que una mera admiración de jardines.
Curiosamente en los inicios de mi vida académica fui compañero de trabajo con
su hermano, abogado laboralista, quien después de la Universidad de Chile se
incorporó a trabajar en la Organización de Estados Americanos. Era militante
activo del Partido Radical y miembro regular de la Orden Masónica. Coincidió
que en Chile el gobierno de Jorge Alessandri nombró como embajador en Naciones
Unidas a un dirigente radical, también masón, Carlos Martínez Sotomayor y que el
Secretario General de Naciones Unidas era U Thant, también miembro de la
Orden. Ello “facilitó” que estos colegas chilenos fuesen, más tarde, uno,
Director Ejecutivo de la UNICEF para América Latina y el Caribe (ALyC)y, el
otro, pasase de experto de la OEA (de escaso prestigio en el área laboral) a
experto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para ALyC, primero,
y luego directivo de ella, la entidad más prestigiosa en su especialidad. No se
conocía en la época un cambio como el que inauguró este compatriota, desde la
OEA a la OIT. Nunca dejé de encontrar más tarde en mi vida profesional, a
chilenos en altos cargos de organismos internacionales, tanto en América Latina
como en Estados Unidos y en Europa.
Pero la
interacción estudiantil me tenía reservada la primera auténtica relación
sentimental de mi vida. Se trataba de la estudiante de Inglés Nedda Cárcamo
Schlicht, rubia, alta, muy suave, de carácter amable. Conocía el alemán, la
lengua que hablaba su madre. Junto a su hermana Nadia, que estudiaba derecho,
vivía en un pensionado para señoritas en la Avenida España, algo alejada del
Instituto. Su padre vivía en Valparaíso y su madre había fallecido. El padre
era una persona simpática y sociable, que conciliaba mejor su carácter con
Nedda que con Nadia. Sus nombres los había tomado el padre de la literatura
rusa. El vivía, cuando lo conocí, en Valparaíso en una digna estrechez
económica y, me parece que, aparte del afecto, poco más podía entregarle a sus
hijas. Pronto Nedda conoció a mi madre y a mi hermana, con las que entabló una
relación de afecto y cariño. Era una persona fácil de querer. Mi relación con
ella duró dos o tres años y se fue terminando al trasladarme a Valparaíso luego
de recibir mi título de profesor de Filosofía.
Ella recibiría
pronto el diploma de profesora de Inglés. Recuerdo que le ayudé, a través de
conversaciones, a definir el tema de su tesis y a avanzar en el diseño de la
metodología de trabajo. Su tema versaba sobre parte de la obra del autor
teatral norteamericano Arthur Miller o, quizás, sobre uno de sus dramas. Mi
ayuda consistía en estimularla en su esfuerzo y hacerle sugerencias prácticas
acerca de cómo avanzar aunque yo no sabía sobre el contenido más que el público
aficionado. Al finalizar la tesis y obtener su aprobación ella me agradeció
con emoción. Reflexionar más sobre esta relación y su término me alejaría mucho
del tema en tratamiento. Es asunto complejo y ha sido causa de emociones a lo
largo de los años. Me he impuesto por la prensa que ella fue profesora del
colegio “Nido de Águilas”. que jubiló y que ha publicado, en el 2011, un libro
sobre pedagogías innovadoras.
La experiencia política en el Instituto
En
noviembre del año 1952 terminó el periodo presidencial del último de tres
presidentes radicales que tuvo Chile. Culminación del ascenso de la clase media
en la política chilena. Gabriel González Videla llegó al poder en los hombros
de una alianza de ese partido con los propiamente izquierdistas, incluyendo al
Partido Comunista, que accedió al gabinete. Pablo Neruda, que tuvo un rol
importante en esa campaña, escribió un poema denominado “El pueblo te llama
Gabriel”. Sin embargo, en el mundo se instalaba la guerra fría y un gobierno
con participación comunista en América Latina, llamada en la época “el patio
trasero de los Estados Unidos”, resultaba toda una originalidad demasiado
peligrosa. El Presidente González Videla reaccionó con fuerza en contra de su
aliado, patrocinó y promulgó la Ley de Defensa de la Democracia, llamada por la
izquierda “Ley Maldita”, que ilegalizaba al Partido Comunista. Neruda, senador
de la República, escribió en esta inesperada situación política un poema
titulado “El pueblo te llama traidor”. Además pronunció en el Senado el famoso
discurso “Yo acuso”; fue destituido y pasó a la clandestinidad por largo tiempo
hasta aparecer, posteriormente, en Europa.
El Partido
Comunista (PC) y, en general, la izquierda tenían una fuerte presencia en las
organizaciones sociales, en especial las sindicales y las estudiantiles
universitarias. La lucha por la derogación de la mencionada ley fue permanente
y encauzó muchas manifestaciones callejeras y varias otras iniciativas opositoras.
Ello se vio favorecido por la elección como presidente de la República de
Carlos Ibáñez del Campo, quien asumió el 3 de noviembre de 1952. La campaña de
Ibáñez se realizó bajo el símbolo de la escoba, que barrería a los radicales
del Estado. Fue apoyado, entre otros, por el Partido Socialista comprometido
con la derogación de la “Ley Maldita”, lo que se realizó al final del mandato
del Presidente Ibáñez. En este contexto político (impacto de la guerra fría en
un país pequeño con un PC poderoso y lucha por la democratización) se vivió una
activa movilización de los estudiantes universitarios, que incluyó al
entusiasta alumnado izquierdista del Pedagógico. Desfiles, concentraciones
masivas en ocasiones como el Primero de Mayo, participación en el Centro de
Alumnos y en la Federación de Estudiantes del Universidad de Chile (FECH),
militancia en las organizaciones juveniles de los partidos políticos eran
formas de participación frecuentes. En una de esas fui candidato a delegado del
Pedagógico a la FECH. En la campaña hube de decir un discurso ante la Asamblea
de alumnos, el primero frente a un grupo de adultos jóvenes y el último como
candidato a algo. Salí electo. En la FECH lideraban a los grupos de izquierda
Laureano León, que de abogado fue Subsecretario del Trabajo con el gobierno de
Salvador Allende y Nurieldín Hermosilla, que de abogado se transformaría en
todo una estrella del litigio en lo penal y comercial en la plaza de Santiago.
De modo que
mi experiencia personal fue una combinación de estudio de ideas filosóficas,
por un lado, y discusión política contingente, por otro. El involucramiento en
las actividades de los grupos estudiantiles de izquierda y la asistencia a las
concentraciones obreras tenían un fuerte parecido, en lo subjetivo, a la
experiencia religiosa. Era la sensación de estar en contacto con algo
trascendente a la situación personal. Después de todo, tanto en la Iglesia como
en la concentración, yo era un individuo que ingresaba anónimamente a una
comunión con una entidad mayor: la transcendencia religiosa, por un lado; la
clase, el movimiento social y político como superación de la individualidad,
por otro.
La
experiencia de discusiones, lecturas de diarios, acontecimientos que tenían un
contenido social transformaron levemente al comienzo y con fuerza, después, mis
intereses intelectuales. Comprendí que los estudios de Filosofía no
incorporaban esa variable social que me resultó atrayente. Platón, Sócrates y
Aristóteles estaban muy lejos de la realidad social chilena. Aunque hoy en día
(S. XXI), sin embargo, la filosofía se preocupa más de las angustias
intelectuales y de las vivencias de la gente que de las reflexiones atenienses.
Fue entonces cuando me dije, yo debí estudiar Economía. Para ello necesitaba
aprobar el bachillerato en matemáticas, pero en la enseñanza media, yo había
optado, en el liceo, tempranamente por los estudios humanísticos. Opción entre
énfasis en lo humanístico o en lo científico que consideraba demasiado
prematura. Ante esta dificultad, que estimé imposible de superar, me propuse
obtener lo más pronto posible el título de profesor de Filosofía. Y así fue.
La obtención del título
Después de
cursados todos los ramos del programa realicé la práctica profesional. Ella
consistía en la realización de clases en los cursos de quinto y sexto de
humanidades. Para mí fue un trámite fácil ya que, después de cursar los tres
primeros años de la carrera yo había empezado a trabajar como profesor de la
especialidad. Este trabajo lo realizaba en un colegio particular muy especial.
Se llamaba “Academia de Estudios Excélsior”, su dueño y director un hombre muy
hábil, Guillermo Henríquez. Encontró un “nicho” económicamente atractivo para
el cual no había una oferta educacional, la que no sólo era necesaria sino,
potencialmente, muy rendidora en lo económico. Se trataba de los jóvenes que
por razones de conducta u otras habían sido suspendidos en los colegios
particulares del barrio alto, es decir, de colegios caros para hijos de
familias adineradas. El los recibía. De modo que hacer clases en esta Academia
era un entrenamiento exigente. Trabajé ahí dos años hasta recibirme y concursar
a un liceo fiscal.
Al dejar este trabajo recomendé a un compañero de más edad y
de promoción anterior, el panameño Néstor Porcell, quién por no se sabe qué
razón solía emitir juicios peyorativos sobre nosotros, sus compañeros. Yo, por
supuesto, no había escapado de sus envenenadas alusiones. Nunca me agradeció la
recomendación no sé si por su ácida personalidad o por alguna mala experiencia
con el tipo de alumnos que heredaba, pero esas clases eran bien pagadas, si se
consideran los precios del mercado de la época para no titulados. Néstor había
ganado fama, además, de buen conocedor de la filosofía marxista, aunque
Guillermo Henríquez no se fijaba en esos detalles si los profesores cumplían
con el desafío de enseñar a sus alumnos, tan especiales. Conmigo, por ejemplo,
fue siempre muy gentil en su trato, sin indagar acerca de preferencias
políticas o religiosas. Además, como pagaba bien, yo hacía mis mejores
esfuerzos para educar a esos jóvenes díscolos, platudos e indiferentes ante la
cultura. Pero todo adolescente tiene algún resquicio por donde principios de
psicología y filosofía pueden atraer o, al menos, tolerar.
La tesis: el tema de los movimientos estudiantiles
Yo quedé
fogueado con la experiencia de la “Academia de Estudios Excélsior”. El
profesor de práctica, Arturo Piga, me calificó con la nota superior, un siete.
Con él como profesor guía realicé la tesis o memoria que versó sobre el
movimiento de reforma universitaria que desde los años 1919/1920 había surgido
en la mayoría de los países de la región. En Chile tuvo un gran impacto en la
juventud universitaria de la época. En la revista “Claridad”, que editaba la
FECH, Pablo Neruda publicó sus primeros poemas.
Además de
los antecedentes históricos del movimiento de reforma universitario chileno
consideré, en la tesis, el libro de Germán Arciniegas “El estudiante de la mesa
redonda”, la famosa carta de José Ortega y Gasset “Carta a un joven argentino
que estudia Filosofía”, de 1924, y la correspondencia posterior con
observaciones recogidas durante sus varios viajes al país trasandino;
documentos sobre la rebelión estudiantil en Córdoba, Argentina, donde se
inició para luego extenderse por varios países de la región. Fue el llamado
“grito de Córdoba”. También en la época se leían los libros de viaje del
discutido filósofo alemán, nacido en Estonia, el Conde de Keyserling quien,
como varios intelectuales europeos, viajó por América Latina, en la primera
mitad del S. XX. Estuvo en Argentina, Chile y México. Entre otras de sus
observaciones decía que éstos eran países del último día de la creación. La
memoria quedó acotada al periodo 1920-1945. Algunas de las frases que más me
impactaron de Ortega y Gasset: “Nada urge tanto en Sudamérica como una general
estrangulación del énfasis”; “Son ustedes más sensibles que precisos”;
(Necesitan)…”una rigurosa disciplina interior”.
Basándome en
la memoria escribí, años después, un artículo que publicó la Revista “Journal of
Inter-American Studies” de la Universidad de Miami : ”Trayectoria del
movimiento de reforma universitaria en Chile” (October, 1968; Volume X; NO. 4,
pp. 617-636).
Recepción del diploma y discurso algo extenso
Aprobada la
tesis di el examen de grado que versaba sobre ella. En el plazo de cinco años
había aprobado todas las obligaciones para obtener el título de docente en la
especialidad. Hacía muchos años, quince me dijeron en la oficina
correspondiente, que no se titulaba un profesor de Filosofía. Esto comprueba el
hecho de que muchos de los que ingresaban a estos estudios no tenían como
motivación principal la docencia en colegios secundarios, quinto y sexto años
de la educación secundaria. No se trataba de que yo fuese el alumno más
destacado de la generación. En todo caso el diploma deja constancia que he sido
“aprobado con distinción unánime”, la máxima calificación. Lo firma en diciembre
de 1956 el Rector de la Universidad de Chile profesor Juan Gómez Millas. No me
imaginaba en esa época que, con el paso del tiempo, él sería mi suegro y yo su
yerno.
Ha sido
tradicional que a fines de año se realice una ceremonia en la Casa Central de
la Universidad donde se entregan los títulos a los nuevos profesionales
recibidos en el curso del año. Tal ceremonia tiene lugar en el Salón de Honor
de dicha Casa. Por el hecho de que no se había titulado desde largo tiempo un
profesor de Filosofía ese año me llamaron de la Oficina de Títulos y Grados
para encomendarme a mí una honrosa e inesperada misión: decir el discurso a
nombre de los nuevos profesionales, médicos, arquitectos, ingenieros,
profesores; etc. La excepción eran y son los abogados a quienes les otorga el
título de tales la Corte Suprema. Con esta responsabilidad terminaban mis
deberes escolares en la Universidad.
Imbuido como estaba del papel de los
estudiantes en el desarrollo social, elegí esa temática como motivo central del
discurso. Me ayudaban la memoria (tesis) presentada y mi amigo Pedro Miras, a
quien reconocía yo ventajas acerca del buen decir. Así fue como el entusiasmo
suyo y el mío dio origen a una buena pieza oratoria, pero demasiado larga para
la ocasión. En verdad en la Oficina mencionada no me habían dado ninguna
instrucción o consejo y yo he sido toda la vida corto de genio para solicitar
ayuda a fin de aliviar las responsabilidades que han caído sobre mí, buscadas o
impuestas por las circunstancias. Así fue como al avanzar la lectura del
discurso empecé a pensar en cómo acortarlo. Encontré la ocasión en un punto
aparte. Salté 2 ó 3 páginas y pronto puse punto final. Recibí grandes aplausos,
aunque nunca supe si fue por el contenido del discurso o por su acortamiento.
En todo caso en el momento en que la autoridad universitaria me llamó para
entregarme el diploma los aplausos fueron notoriamente mayores que los ofrendados
a los demás.
Antes de la
ceremonia yo estaba preocupado por la ausencia de mi madre que deseaba
estuviese. Llegó algo atrasada, pero llegó. La divisé y su presencia me puso
contento. Nedda también asistió a la ceremonia. A la salida un joven me pidió
el discurso que no pude dárselo por tener el único ejemplar. Hoy día tanto la
memoria de título como este discurso han desaparecido de mi biblioteca. Ambos
tenían sólo un valor sentimental. Al ir a trabajar a Europa dejé parte de mis
papeles al cuidado de mi hija Paula dentro de una maletita, recuerdo de mi
madre. Al volver años más tarde todos mis documentos habían sido reemplazados
en la maletita por papeles suyos. Los míos habían desaparecido, perdidos en el
desorden hogareño. Tampoco recuperé aquél recuerdo materno. Otra posibilidad es
que hayan sido prestados por mí a alguien interesado en esa temática, en un
país donde pocos tienen el cuidado de devolver libros o escritos que han pedido
en préstamo. Así se cerró el ciclo de los estudios de Filosofía.
CONSEJERO EDUCACIONAL Y VOCACIONAL
Con el
título en la mano analicé el llamado a concurso del Ministerio de Educación en
la asignatura de Filosofía. Lo más conveniente para mí fue el concurso por 24
horas en el Liceo “Eduardo de la Barra” de Valparaíso. Dada la escasa
competencia obtuve el puesto. Abocado a la experiencia de dictar clases 24
horas semanales, pronto me di cuenta que el esfuerzo que implicaba era superior
a la fortaleza de mi cuerdas vocales. Ya antes hube de seguir un tratamiento con
un foniatra porque algo andaba mal con mis órganos de la fonación. Me era
difícil hablar un rato largo sin cansarme y sentir molestias en mis cuerdas
vocales. Tuve que hacer ejercicios tendientes a ajustar el habla con la
respiración, entre otros. Los hice en el “Hospital J. J. Aguirre”,
perteneciente a la Universidad de Chile. Había mejorado sin duda. Pero para
aumentar el salario yo debía tener un horario mayor: 36 horas de clases
semanales, el máximo en colegios fiscales. Muchos profesores realizan más
trabajo que éste ya que agregan horas en colegios particulares. Yo, sin
embargo, estaba en problemas con mi horario de 24 horas. ¿Qué hacer?
Revisé el currículo
de la especialidad de Consejería Educacional y Vocacional. Al contrastarlo con
los cursos del Departamento de Educación que yo había aprobado comprobé que con
un pequeño esfuerzo adicional podría obtener el diploma correspondiente. Ajusté
el horario y concurrí nuevamente al Instituto Pedagógico desde Valparaíso todas
las semanas. Completé todos los requisitos contemplados en el curriculum. El
diploma correspondiente me fue otorgado con fecha 25 de junio de 1958 con la
firma, otra vez del Rector Juan Gómez Millas. El título otorgado es el de
“Consejero Educacional y Vocacional”. De este modo tenía una respuesta más que
conveniente para superar las debilidades para el mucho hablar. En la primera
ocasión que se presentó, lo que aconteció muy pronto ya que en el Liceo
“Eduardo de la Barra” no existía un Orientador postulé al cargo y obtuve el
nombramiento. A partir de ese momento repartía mi trabajo del siguiente modo:
12 horas de Filosofía y 24 de Orientador. Para ejercer esta función ocupaba una
oficina donde atendía las consultas de los alumnos y preparaba distintas
actividades.
Desde
entonces no volví en toda mi trayectoria laboral a priorizar la docencia sino
que, al contrario, el número de clases fue disminuyendo hasta llegar a 4 horas
en la Universidad y, luego, a 0 en los centros de estudio independientes. Ello
a favor de la investigación y la dirección de estos institutos. Pero la
experiencia laboral pertenece a otro sector de mi vida, un tanto compleja.
Este
regreso al Instituto Pedagógico fue muy distinto a la estada anterior. Desde
luego iba en tiempos acotados. Los profesores y compañeros de clase no tenían
intereses culturales amplios sino específicos. Yo mismo tenía puesta mi mente
en el desempeño profesional, lo que no ocurría cuando estudiaba Filosofía donde
pocos, si alguno, pensaba que después de egresar había que hacer clases en un
colegio. Yo mismo veía tal actividad como una ocupación transitoria.
La decepción con el socialismo real
Sin
embargo, una tarde tuve un encuentro que, mirado a la distancia, fue importante
en mi orientación política. Fue una conversación con un ex dirigente del
Centro de Alumnos del Instituto, perteneciente a la organización católica que
contendía con la izquierdista, la Unión de Estudiantes Católicos del Pedagógico
(UECP). Ella que fue mayoritaria en la mayor parte de mis años en el Instituto,
contaba con asesoría y apoyo de la Compañía de Jesús, congregación
especializada en la orientación de las juventudes universitarias católicas. Disponía
la UECP de un pensionado en donde podían vivir jóvenes de provincias, de ambos
sexos, lo que facilitaba su accionar proselitista ante el estudiantado. La
conversación con este dirigente juvenil del movimiento estudiantil católico
versó acerca de la reacción de la izquierda chilena ante el discurso de Nikita
Jruschov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el 25 de
febrero de 1956. Dado que fue dicho en sesión secreta su contenido fue conocido
sólo tiempo después en el resto del mundo. Aunque yo estaba en mis funciones
docentes en Valparaíso, alejado de toda actividad con connotaciones políticas
quedé, a partir del conocimiento de lo que Jruschov relató, impregnado de un escepticismo
un tanto angustioso respecto de la política de partidos, en especial de los
partidos comunistas. Particularmente me desilusionaron actitudes de
intelectuales como las de Pablo Neruda y Volodia Teitelboim, quienes habiendo
estado en múltiples ocasiones en la Unión Soviética, no se dieron cuenta de nada
discordante con la propaganda oficial. Siguieron trasmitiendo un mensaje color
de rosa acerca del mundo comunista. Nada dijeron de la realidad social, de la
falta de libertades, de los derechos humanos ausentes, del antisemitismo. Ni
siquiera del fracaso de la economía soviética. La verdad es que la Unión
Soviética no era como muchos creían que era. La ilusión se desvaneció con solo
un discurso. Fue el poder de la palabra.
Al margen
de este vuelco espectacular de la cúpula soviética, yo había desarrollado una
vaga noción sobre el paralelismo existente entre la visión totalizadora del
catolicismo acerca del hombre y la sociedad (o de mi experiencia infantil de ella),
que pretendía una coherencia total y la visión del mundo del marxismo
comunista que postulaba tener una respuesta verdadera para cada problema, desde
el tema del Estado hasta el de la lingüística pasando por el mundo de la ética
y el de la estética. A mí, que venía de experimentar por años cotidianamente el
contacto con la visión católica, me parecía que la concepción de la izquierda
marxista no era muy diferente de aquella desde el punto de vista de sus afanes
totalizadores. La actitud analítica, propia de la Filosofía, había echado raíces.
Tal actitud está más cerca del escepticismo intelectual que de la creencia
dogmática.
Fue a
partir de esta situación que di por concluida mi eventual vinculación militante
en un grupo político lo que, en un país como Chile, significa cerrar las
puertas a puestos de trabajo, buenos ingresos y mejores oportunidades de vida. Chile
era y sigue siendo un país donde los méritos personales, si no están
sustentados en relaciones familiares, políticas o económicas, tienen escaso
valor. Mi conciencia social tomaría un sendero ligado al estudio de los temas
socio-económicos a través de la investigación y a su difusión por medio de
publicaciones y seminarios, programas de capacitación y otros. Más otras
diversas iniciativas.
FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES (FLACSO).
AÑOS 1960-1961
Retomando
el hilo de la formación corresponde hacer mención de aquí en más a los estudios
de post-grado. En el contexto de mis actividades profesionales en Valparaíso
recibí una documentación para postular a una beca para realizar estudios de
antropología en México. Obtuve una beca de la Unión Panamericana (Proyecto No.
104) para estudiar en la escuela Nacional de Antropología e Historia de la
Ciudad de México. Comenté esta posibilidad con Guillermo Briones, excompañero
del curso de Filosofía, quién me informó que en Santiago estaba funcionando un
programa de post-grado en Sociología para estudiantes de América Latina
patrocinado por la UNESCO. El marzo del año 1960 empezaría la segunda
promoción, cuyos estudios durarían dos años. Agregaba Guillermo que en Chile la
Antropología no tenía el campo ocupacional que sí lo tenía en México. Además,
que los estudios de Sociología se avenían más con mis intereses culturales y
sociales. Todo lo cual lo encontré muy razonable por lo que desistí de la beca
de la Unión Panamericana. De modo que procedí a la postulación al curso de la
Flacso. En mi postulación a los antecedentes de los dos títulos profesionales
de la Universidad de Chile yo agregué otro. Durante un semestre académico yo
había reemplazado al profesor de Sociología Educacional del Instituto
Pedagógico de la Universidad de Chile, sede Valparaíso. En efecto, mi colega
del Liceo “Eduardo de la Barra” Juan Montedónico (director también de la
“Scuola Italiana” del puerto), titular de esa cátedra, me pidió que hiciera
esas clases debido a un viaje suyo a Europa. Así lo hice.
Cuatro
chilenos fuimos aceptados junto a otros quince postulantes de varios países de
América Latina. Dicha aceptación suponía el otorgamiento de una beca.
Terminados los dos años se otorgaba un “Diploma de Estudios de
Post-Graduación” en que se “acredita la competencia para la ENSEÑANZA E
INVESTIGACIÓN UNIERSITARIAS EN SOCIOLOGIA” (en mayúsculas en el original).
Firmado por el Secretario General de la FLACSO, a la sazón Gustavo Lagos Matus,
quién sería posteriormente Ministro de Justicia en el gobierno del Presidente
Frei Montalva y por el profesor Peter Heintz, Director de la Escuela
Latinoamericana de Sociología, sociólogo suizo, quien era el animador
intelectual del programa.
Las clases
se realizaban de lunes a viernes. En el comienzo del funcionamiento de Flacso
se habilitó un local con oficinas administrativas, sala de clases y biblioteca,
en el campus del Instituto Pedagógico. Este local estaba contiguo al Centro
Latinoamericano de Demografía y, ambos, vecinos del Instituto de
Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Chile. Con posterioridad esta
institución creció multiplicando sus escuelas y actividades en diversos países
de América Latina. El impulso para su expansión lo dio el golpe de Estado en
Chile. Hoy cuenta, la sección chilena, con un importante edificio en el entorno
de la CEPAL en Santiago, donde se han reunido varias agencias de Naciones
Unidas.
Yo asistía
a clases de lunes a viernes. En la tarde del viernes viajaba a Viña del Mar
para hacer clases el día Sábado en la Escuela de Economía de la Universidad de
Chile, donde profesaba las cátedra de Sociología y Relaciones Humanas.
Mis compañeros chilenos y los profesores
Los
participantes chileno éramos Carlota Ríos, abogado (Univ. de Chile); Edmundo
Fuenzalida, abogado (Univ. de Chile); Hugo Zemelman, abogado (Univ. de
Concepción); Manuel Barrera, profesor de Filosofía (Univ. de Chile). Todos apartamos
nuestras profesiones originales y abrazamos el ejercicio de la Sociología
principalmente la investigación y la dirección de programas u organizaciones de
investigación, docencia y consultoría. Los cuatro hemos estado comprometidos en
trabajos internacionales y/o nacionales de otros países. Zemelman trabajó,
primero en Chile y, luego, se radicó definitivamente en México después del
golpe militar. Durante los dos años de Flacso fuimos una “yunta”, compañeros y
amigos. Visité su casa donde conocí a su simpática esposa Nancy, de vivaz
inteligencia. Por desgracia perdí contacto con ellos a partir del egreso y mi
retorno a Valparaíso; Fuenzalida estuvo en Inglaterra, Suiza, Estados Unidos, Chile.
Venía patrocinado por el mismo Secretario General de Flacso y su carrera
consistió en el desempeño de posiciones de privilegio, en Chile y en el
extranjero. Muy formal en su vestir y en su decir. No creo que compañero alguno
haya tenido una relación de amistad con él. Estaba orientado no hacia sus pares
sino hacia las autoridades. Carlota tampoco compartía con nosotros, salvo con el
médico argentino Juan César García con quién muy tempranamente tuvo una
relación de simpatía. Se radicó en Estados Unidos, no sé por cuanto tiempo. Formó
pareja con García quién al egreso del curso comenzó a realizar un importante
trabajo pionero en el campo de la medicina social en América Latina. Ambos
establecieron su base en Washington. Yo mismo trabajé en Argentina, Suiza y en
diversos países de América Latina a veces con el patrocinio de programas de
Naciones Unidas, aunque la mayor parte del tiempo lo he hecho en Chile. Mi
historia laboral la abordaré, según mi actual propósito, en otro intento
inmediatamente posterior a éste.
Los
profesores que tuvimos en Flacso fueron, en su mayor parte europeos,
especialmente franceses. Excepcionalmente había un chileno, Guillermo Briones,
mi compañero de Filosofía, que enseñaba estadística, herramienta fundamental en
el trabajo de investigación empírica, tanto como criterio general para orientarse
en el trabajo como en su utilización para la prueba de hipótesis o la validación
de resultados. Las materias enseñadas por Guillermo superaban las necesidades
de la investigación empírica que acostumbraban a realizar los sociólogos en
Chile, como comprobé en los años que duró mi ejercicio profesional. El
profesor de metodología fue el francés Lucien Brams, quién había participado en
una investigación realizada por el Instituto de Investigaciones Sociológicas de
la Universidad de Chile. El Rector de la Universidad, profesor Juan Gómez
Millas había solicitado a Georges Friedmann, destacado sociólogo del trabajo
francés, que ayudara al Instituto a emprender investigaciones en el área de la
sociología industrial. Alain Touraine formó un quipo de investigación, eligió
el tema y las industrias a investigar, Lota y Huachipato. En este equipo
participaba Lucien Brams. (El libro publicado al respecto llevó por título en
francés Huachipato et Lota. Sub-título: “Etude sur la conscience ouvriere dans
deux entreprises chiliennes”). El término de esa misión coincidió con la
iniciación de Flacso. Me es difícil referirme al aporte de este profesor, a
quién percibí algo indolente y displicente. Lo que tengo claro es que nunca me
sentí cómodo con la forma y el contenido de su enseñanza. No era fácil seguir
la lógica de sus charlas aunque era admirable su habilidad para trasladar el
cigarrillo, mientras hablaba, de un extremo a otro de su boca.
A Flacso
vino, durante un semestre un profesor francés admirable. Edgar Morin. De pensamiento
original, exposición brillante, entusiasmo pedagógico. En aquellos años había
publicado su libro “El cine o el hombre imaginario” e hizo una explicación del
mismo en sus clases. Antes había tomado parte en la resistencia frente a la
ocupación alemana al tiempo que militaba en el Partido Comunista francés
mientras era perseguido por la Gestapo por su origen sefardí. Al término de la
guerra asumía como teniente del ejército francés de ocupación en Alemania.
Posteriormente se da de baja tanto del Ejército como del Partido Comunista y
inicia una carrera académica que abarcó numerosos ámbitos de estudio,
publicaciones e iniciativas pedagógicas. Su país lo condecoró con la Legión de
Honor en 1983. En fin, fue un deleite tenerlo entre nosotros. ¡Todo un
personaje!
Otro
francés de gran prestigio que dio varias conferencias fue el sociólogo Alain
Touraine. Ligado a Chile con fuertes lazos: casado con chilena (actualmente
viudo), realiza investigaciones en Chile, escribe libros sobre el país y sobre
América Latina, apoya a chilenos que van a doctorarse a París y a los que desde
acá realizamos publicaciones durante la dictadura. Así, por ejemplo, escribió
el Prefacio del estudio Sindicatos y
estado en el Chile actual de Manuel Barrera, Helia Henríquez. Teresita
Selamé. Publicado en Ginebra en Castellano, Inglés y Francés por el United
Nations Research Institute for Social Development (UNRISD), 1985. Touraine ha
sido premiado por varias universidades latinoamericanas con doctorados honoris
causa. En 2010 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades.
También participó
como expositor, con una unidad sobre la organización militar y la sociedad, el
sociólogo polaco Stanislav Andresky, quién hizo su carrera en Inglaterra en la
Universidad de Reading. Sobre la región publicó, en 1967, el libro “Parasitismo
y subversión en América Latina”. Es sabido que Polonia se destaca por su aporte
a la sociología a través de notables especialistas.
El profesor
que durante los dos años marcó la concepción sociológica de Flacso y que puso
su seño personal en la formación del grupo fue Peter Heintz. Su enfoque era un
término medio entre las grandes concepciones sobre la sociedad, visiones de
alto nivel de abstracción y el empiricismo microsocial. Lo llamaba “teorías de
alcance medio”. Argumentaba que la sociología no ha alcanzado aún la madurez
para construir una explicación científica coherente y probada que de cuenta del
conjunto de los fenómenos sociales. Pero que, no obstante, puede explicar
sectores de la realidad social con hipótesis que deben y pueden someterse a una
prueba empírica. Así, por ejemplo, sucede con temas como la burocracia en la
sociedad moderna; la migración del campo a la ciudad; el poder y el prestigio;
la familia moderna; las clases medias; etc. Según este enfoque la sociología
moderna no está ligada a una posición ideológica, como lo estuvo en sus inicios
donde aparecía como una “ciencia de oposición”. Cuando con el proceso de
democratización la sociedad determina al Estado, y no al revés, hay campo para
la constitución de una ciencia de lo social. Es el método científico aplicado a
la realidad social el que le permitiría a la sociología tener una nueva
integración en la sociedad.
Este
enfoque se contrapone, naturalmente, con el de los grandes sistemas
filosóficos, que no utilizan como instrumento para alcanzar el conocimiento al
método científico. Y es aquí donde mi divorcio de la Filosofía se constituye. Y
también desaparece el tipo de relación que se establece en la religión entre la
conciencia individual y el dogma o verdad fundamental. No es conocimiento, no
es intelección, es creencia. Como decían los curas predicadores franceses en
los siglos XVII y XVIII el mejor cristiano es el que no sabe leer ni escribir.
La creencia es lo fundamental en ella, dispensa a la reflexión.
Una misma
persona puede trabajar con el método científico y ser creyente, pero debe
separar los planos. Al fin me sentí cómodo con una forma de trabajo que
orientara satisfactoriamente mi vida. Había apartado la religión de la
infancia, había apartado la adhesión semi religiosa a un credo político, ahora
debía apartar la Filosofía, constituida por los grandes sistemas que explicaban
el ser y la visión del mundo.
Recuerdo de algunos compañeros no chilenos
De esta
promoción de Flacso, aparte de los chilenos, debo mencionar al que parecía ser
el más brillante de los participantes, el argentino Gerardo Andújar.
Desgraciadamente, finalizado el curso nunca lo vi. Al paso de algunos años supe
de su desgraciada muerte. Estando en Puerto Rico como buen porteño (Buenos
Aires) fue a un restaurante a comer carne. Se atragantó con en pedazo de ella y
pese a los esfuerzos de sus acompañantes falleció. Otro compañero a quién debo
recordar aquí es al peruano Aníbal Quijano, que sin hacer caso de las “teorías
de alcance medio” se convirtió en un importante referente intelectual no sólo
en el Perú sino también en el continente, de un cierto sector ideológico
político. Interesado en el destino de estos pueblos no surgió como líder
político en el Perú quizás por su sagaz espíritu crítico.
A propósito de Aníbal,
vaya una anécdota. Estando en Ginebra el embajador de Chile ante los organismos
internacionales Juan Enrique Vega, sociólogo, me pidió que le escuchara los
apuntes que había escrito para los efectos de un discurso, en su función
diplomática. En un párrafo decía “las ideas son cárceles de larga duración”. Al
dejar él de leer y yo de opinar, le pregunté ¿estuviste en el Congreso de
CLACSO (organismo de coordinación de ciencias sociales en A. L.) que se realizó
en Puerto Rico? Sí, me dijo ¿por qué? Bueno, porque transcribiste una frase
que Quijado utilizó en su intervención en ese Congreso. Nunca más me pidió que
opinara sobre sus intervenciones.
Otro
compañero argentino con quién me relacioné posteriormente fue el arquitecto
tucumano Raúl Hernández, quién fue Director muchos años de un Instituto de
Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Tucumán y durante varios años
fue el capo de esta disciplina en tal ciudad y sus alrededores. Raúl me invitó,
en 1962, a entrenar a un equipo de jóvenes investigadores para replicar la
tesis que yo presenté para finalizar las obligaciones escolares en Flacso. Ella
consistía en la aplicación de un cuestionario a una población de clases media y
baja en Viña del Mar, sobre la cual informaré más abajo. Viajé a Tucumán,
trabajé con los jóvenes en la ciudad y en la tarde me iba a alojar a una
residencia que la Universidad tenía en las afueras en medio de un naranjal. En
el velador me pusieron una canasta llena de naranjas que perfumaban el ambiente
deliciosamente. También estaban en esa residencia por esos días un grupo de
profesores (as) de California. Muchos de los cuales volvían de noche a la
ciudad a jugar al Casino, de modo que mi convivencia con ellos era corta pero
intensa, en especial con una de las profesoras, con la cual mantuvimos
correspondencia por un breve tiempo.
Después de
esta colaboración no vi más a Raúl Hernández, a pesar de mis frecuentes viajes
a Buenos Aires y mis vínculos con CLACSO, que tenía sede ahí y tampoco lo
encontré en las variadas actividades internacionales.
De dos
compañeros mexicanos, un brasileño de origen japonés, un matrimonio argentino
proveniente de Rosario, el guatemalteco Carlos Guzmán, ingenioso animador de
los recreos, del cual varios estábamos alerta por los numerosos asesinatos de
opositores políticos en esos años en ese país, no tuve nunca noticias ni
directas ni por terceros.
La tesis: encuesta en una población de trabajadores de
Viña del Mar
El
curriculum de segundo año contemplaba la realización de una tesis indispensable
para la obtención del diploma. Mi profesor guía para su desarrollo fue el
Director Peter Heintz. El tema consistía en las aspiraciones de un grupo de pobladores,
los medios, colectivos o individuales, que percibían como eficaces para
lograrlas y la percepción acerca de los posibles resultados de los esfuerzos
para alcanzarlas. Se trataba de realizar un estudio exploratorio. Siguiendo las
normas metodológicas se definió el tema a estudiar, se definieron las variables
principales y se explicitaron las hipótesis orientadoras del estudio. El
instrumento para recoger la información consistía en un cuestionario con
preguntas abiertas y semi cerradas. Considerando las normas metodológicas pertinentes
se redactaron las preguntas, se realizó un pre-test con obreros de Santiago y
se corrigió el instrumento. Luego se realizó otra prueba previa con obreros en
Viña del Mar que no quedarían entre los seleccionados finales. Después de todo
ello se redactó el cuestionario definitivo a aplicar.
El estudio
se realizó en una población ubicada en la ciudad de Viña del Mar, de nombre
“Chorrillos”. Estaba, en la época, en un extremo de la ciudad, ocupaba una
estrecha faja de tierra en su parte plana y un sector más amplio en cerros.
Constaba de una superficie aproximada a 120 hectáreas. Era una población sólo
residencial. En el cerro vivía la gente obrera y en el plano habitaba gente
de clase media, un total aproximado a 7.000 personas.
Se
realizaron 19 entrevistas en el sector obrero, que era el que interesaba
desde el punto de vista sociológico y 19 en el sector de clase media, con fines
comparativos.
Para
recoger las encuestas trabajé con un ayudante mío de la Escuela de Economía de
Valparaíso, el joven Gustavo Boye, quién había sido excelente alumno en el
Liceo “Eduardo de la Barra” y quién persistía con entusiasmo en su militancia
en el Partido Radical, que a esas alturas estaba en franca decadencia. Tenía
una gran lealtad con el líder radical Luis Bossay, quién hizo su carrera de
dirigente partidario, diputado, senador en la región de Valparaíso. Exalumno
del Liceo “Eduardo de la Barra”, fue ministro en un gobierno radical y,
candidato a Presidente de la República en 1958. Yo había seleccionado a
Gustavo como ayudante convencido de que una formación suya en ciencias
sociales le ayudaría a desarrollar una conciencia crítica, que estimaba
indispensable para un buen político. Entre los dos completamos las 38
entrevistas programadas. Hicimos un buen trabajo en terreno. Con mi traslado a
Santiago perdí contacto con este joven que, al revés de su hermano Otto, no
persistió ni en política ni en ciencias sociales. Supe, posteriormente, que
incursionó en los campos del periodismo y del turismo.
Cumplida
esta fase, quizás la más difícil, se completó la tesis con el análisis de los
datos, la redacción del informe y su publicación. Una tesis de este tipo no es
posible de realizar sin apoyo institucional. En este caso confluyeron tres
instituciones: la Flacso, que aportaba la guía y supervisión técnica, en la
persona del profesor Peter Heintz; la Escuela de Economía de Valparaíso con
apoyo para levantar las encuestas (acceso a personas que conocían la población,
contacto con la Escuela de Servicio Social que había realizado trabajo en ella,
tiempo de ayudantía, etc.); el Centro de Planificación Económica de la Facultad
de Ciencias Económicas de la Universidad de Chile, que acordó un convenio
especial, en 1961, cuando yo cursaba el segundo año de Sociología, según el
cual mi tesis formaba parte del programa de investigaciones del Centro. Algo
similar se hizo con Hugo Zemelman. El Centro de Planificación Económica publicó
el informe final de mi tesis: “Estructura Social, Aspiraciones y Medios para
Alcanzarlas”, noviembre de 1962. Su director, el economista José Vera Lamperein
escribió el Prefacio donde deja constancia del hecho de que hube de dar
conferencias a los alumnos del Centro detallando la parte teórica y
metodológica del estudio. ¡Y otra vez me encontré con un Vera Lamperein!
Recuerdo al lector que su hermano Hernán era Rector del Liceo “Juan A. Ríos”
cuando ingresé en él. El profesor Heintz escribió una breve introducción,
enfatizando la teoría involucrada. La tesis, culminación de los estudios de
Flacso, fue muy bien valorada, con nota siete, de modo que obtuve el Diploma
correspondiente.
Terminado
el curso se produjo en Flacso un período de reflexión y desorientación acerca
del grado a otorgar. Los directivos opinaban que la maestría (o magíster) no
correspondía toda vez que los estudios eran más complejos y avanzados que las
maestrías que daban las universidades. Por otro lado algunos estudiantes eran
partidarios de obtener algún grado, aunque fuese la maestría. Los directivos
decidieron entregar un diploma con la indicación que señalamos al empezar el
apartado sobre Flacso. Además, indicaron que procurarían convenir con alguna
universidad europea o americana un programa de doctorado para los egresados.
Así fue como pasado algunos meses fui contactado por el profesor Heintz
preguntándome si yo estaría dispuesto a seguir estudios de doctorado. Mi
respuesta fue afirmativa. Sin embargo, ello no se hizo efectivo, cambiaron las
autoridades y también los profesores. El profesor Heintz volvió a la
Universidad de Zurich y la iniciativa quedó en nada.
Nunca el estudiar Filosofía es una pérdida de tiempo, a
pesar del economicismo imperante
El Diploma
de Flacso me habilitó formalmente para la docencia y la investigación
universitarias en Sociología. Aunque antes de obtenerlo ya hacía docencia de
dicha disciplina en la Escuela de Economía de Valparaíso y anteriormente, como
indiqué, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile de esa misma
ciudad. Pero es a partir de mi egreso de Flacso que mi camino queda diseñado
definitivamente. En adelante fui un profesional de la Sociología y no de la
docencia en Filosofía. No obstante, nunca me arrepentí de haber estudiado la
disciplina de los grandes pensadores ya que, a mi nivel, tenía la sensación de
haber transitado algunos senderos culturales no hollados por mis nuevos
colegas.
La Filosofía le otorga una mayor densidad intelectual a cualquier
especialista de otra disciplina. Ello me era evidente al momento de redactar
informes de investigación que se convertirían en libros, artículos de revistas
científicas e, incluso, artículos de prensa. Por otro lado, a pesar de que mi
especialidad fue el tema laboral nunca dejé de tener interés en otros temas más
generales. Es así como realicé investigaciones y publicaciones sobre asunto
tan amplios como los aspectos sociológicos y culturales de la globalización y
sobre las nuevas tecnologías. Tampoco dejé de lado análisis sobre el desarrollo
político y socioeconómico del país.
CORNELL UNIVERSITY, SCHOOL OF INDUSTRIAL AND LABOR
RELATIONS
A partir
del año siguiente me reintegré a la Escuela de Economía en Valparaíso. ahora
con dedicación de tiempo completo, a cargo de todos los ramos de ciencias
sociales en la carrera de Administración de Empresas que en esa unidad docente
se impartía. Ello me permitió avanzar en la jerarquía académica de la Facultad,
al ser nombrado profesor titular e incorporarme al Consejo de la Facultad, que
tenía tuición sobre todas las actividades de la Facultad en el país.
La Facultad
había convenido con la Universidad de Cornell, en el Estado de Nueva York, un
programa de formación de un grupo de sus académicos en el área de las
relaciones industriales, tanto en docencia como en investigación. Para ello vinieron
a Chile profesores norteamericanos y se enviaron a Cornell a cursos de
perfeccionamiento a profesores jóvenes de la Facultad. La idea era organizar en
el Instituto de Administración un departamento de Relaciones Industriales. Yo
fui invitado a incorporarme a esta iniciativa, de modo que en Julio de 1963
partí a Nueva York para incorporarme a la Escuela de Relaciones Industriales y
Laborales, situada en el campus de la Universidad de Cornell, en la pequeña
ciudad de Ithaca, al noreste del Estado, cercana a la frontera con Canadá.
Para poder
obtener la beca era requisito esencial aprobar un examen de Inglés, el famoso
TOEFL, que mide la fluidez y el conocimiento del idioma. Antes de dar el test
hube de seguir clases con una profesora chilena propuesta por del Instituto
Chileno Norteamericano, en Valparaíso. Fueron clases particulares financiadas
por el convenio, tendientes a manejar el Inglés escrito y hablado. Después de
algunos meses de estudio y conversación la profesora estimó que estaba en condiciones de dar y aprobar el TOEFL. Así lo hice y obtuve un puntaje más alto
que mis más optimistas pronósticos. Me subí al avión que me llevaría a la
ciudad de Nueva York, donde debía llegar a una casa de parientes de mi amigo
Gunther Boroschek, el psicólogo, quién también iba al mismo programa. Sucedió
que al pisar tierra me encuentro en el aeropuerto con maleteros negros que me
hablaban en un Inglés del no entendí nada. Muy frustrado llamé por teléfono a
la casa de la familia donde iba a pasar una o dos noches antes de tomar el
avión a Ithaca. Pues bien el Inglés telefónico de estos emigrados judío alemanes
era también diferente al de los americanos negros y, muy distinto, al de mi
profesora chilena de Valparaíso que me hablaba, de seguro, a la medida, de mis
posibilidades de entendimiento. Fue un shock grave para mis perspectivas como
estudiante en USA. Me fui formando la idea que el Inglés más manejable para mí
era el hablado por chilenos.
Reunido con
Gunther nos fuimos a Cornell. Tres becarios chilenos de este programa fuimos a
un internado para hombres, Cascadilla Hall, porque íbamos sin familia. Gunther,
yo y un economista egresado de la Universidad Católica, Adelio Pipino. Los tres
llegamos a la cola del programa, es decir, a los dos últimos semestres de su
duración. Desde Agosto 1963 a Septiembre 1964.
Otros que
viajaron con familia tenían residencias individuales. Emilio Morgado, abogado,
y Roberto Oyaneder, ingeniero comercial, jefe del futuro departamento de
Relaciones Industriales, quién había arribado un semestre antes.
La
Universidad de Cornell forma parte del grupo de universidades privadas del noreste
de Estados Unidos denominado Ivy League, la “Liga de la Hiedra”. Tienen en
común una academia de excelencia, cierto elitismo por su antigüedad y admisión
selectiva. Son las Universidades de Brown, Columbia, Cornell, Harvard,
Princeton, Yale, Dartmouth College, Pensilvania. Cornell es la más nueva, fue
fundada en 1865.
Cascadilla
Hall
Los becados que fuimos sin familia a Cornell
vivíamos en un antiguo edificio llamado Cascadilla Hall que constaba de cuatro pisos
amplios y que estaba ubicado en la frontera del campus con el pueblo, Ithaca. Había
la posibilidad de elegir piezas individuales o dobles (más baratas). Del grupo
de becarios chilenos tres nos quedamos en este internado: Gunther, Adelio y yo.
Gunther y yo elegimos piezas individuales, ambas en el segundo piso. Yo elegí
una pieza de las más amplias, donde tenía por vecino a un estudiante hindú
cuya habitación se distinguía por los penetrantes olores a especies que de ahí
fluían hacia el largo pasillo, que comunicaba con los baños comunes y con el
camino hacia los otros pisos y el exterior. Gunther tenía una pieza más chica y
más barata. Adelio se ubicó en el primer piso en una pieza para dos
estudiantes. Su compañero, un estudiante filipino que tenía la extraña
costumbre de dormir con las luces encendidas y con una temperatura elevada,
para asegurar lo cual colocaba un termómetro bajo la almohada. Ambas costumbres
fueron un martirio para nuestro compatriota, que falto de sueño debía cumplir
con las obligaciones escolares y con el tenis, su deporte favorito. Solía subir
al segundo piso para compartir con cualquiera de los dos que estuviese
disponible. Cerca de Cascadilla se ubicaban edificios de departamentos que
arrendaban estudiantes de diversas nacionalidades. En uno de ellos vivían dos
estudiantes puertorriqueñas. Con una de ellas, Wanda, entablé una relación que
podría haber pasado a mayores si hubiese pasado a verla a su país al venir de
vuelta del viaje a Europa. No lo hice porque consideraba que tenía una moral
algo pacata para su edad. Juzgaba infantil su actitud reticente frente al sexo
y provinciana su determinación de llegar virgen al matrimonio. Actitud y
determinación que impidieron una relación amorosa más profunda y que me
causaron fuertes tensiones ante la forzada abstinencia. Nunca entendí el que
entrara a mi pieza y mi cama, pero que no obstante se negara a consumar el
acto. Adelio solía golpear la puerta de mi pieza cuando, luego de los horarios
de clases, solíamos descansar en cama con Wanda. Entonces, debíamos quedarnos
mudos y quietos para que mi compatriota no nos sorprendiera lo que ella era de
importancia. Más tarde Adelio me preguntaría ¿dónde estabas que no te pude
ubicar?
Cornell
está situada en un hermoso y extenso campus lejos de una gran ciudad. Cuenta
como todas ellas de un infraestructura material y docente sobresaliente. En
invierno el campus está nevado y el lago se congela. En primavera, el hielo del
lago se quiebra y ello constituye un momento lleno de emoción para los estudiantes,
que han patinado varios meses sobre él.
Inserto la siguiente información que encontré en estos días del mes de noviembre de 2013:
Ithaca is the top college town for college students, according to the American Institute for Economic Research College Destinations Index 2013-2014, out today.
La
actividad cultural es intensa. Artistas de las diversas especialidades concurren
al campus. Recuerdo que tuve la ocasión de asistir, con Gunther, en una de las
primera filas de un teatro lleno de público, a un concierto de Satchmo,
sobrenombre de Louis Armstrong, que como trompetista y vocalista entusiasmó al
público. Había revolucionado la música negra en Estados Unidos. Fue una noche
llena de emoción. Yo veía como Satchmo (abreviatura de Satchelmouth) traspiraba
y usaba un pañuelo y otro en cada interpretación, para limpiar su rostro. Interpretó
y cantó todo lo que le pidió la muchachada. NOTABLE.
El
curriculum de la escuela de Relaciones Laborales e Industriales (ILR) consistía
en una combinación de materias de Psicología Social, Economía Laboral,
Administración de Personal y Sociología Organizacional. El énfasis estaba
puesto en la conducta de los participantes en las organizaciones de trabajo.
Uno podía elegir como “minor” algunos ramos fuera de ese curriculum dependiendo
de los intereses personales. Yo lo hice con sociología del desarrollo.
Los
estudios se basaban en conferencias y en largas listas de lecturas. De modo que
la concurrencia a la excelente biblioteca era obligatoria, para los lentos con
el Inglés, hasta su hora de cierre, las 12 de la noche, a lo menos cinco días a
la semana. La noche del viernes los estudiantes americanos lo dedicaban, en su
mayoría, a beber monótonamente grandes cantidades de cerveza, en los bares a
las afueras del campus. Los latinos nos reuníamos a conversar, comer y beber en
algún departamento ocupado, generalmente, por mujeres. En especial nos reuníamos en el departamento de Reymi Urrich, chilena, ingeniero comercial, mujer bondadosa y sociable que nos hizo la vida más agradable a los que estábamos más solos. Ella vivía en el mismo edificio que dos estudiantes de Puerto Rico, con las que compartíamos.
Una de las
obligaciones de los cursos era escribir un “paper” (monografía). Para mí lo más
dificultoso fue lidiar con el idioma. Pero en uno de los ramos más importantes
el profesor conocía el castellano. Era un sociólogo destacado en la
Universidad. Me permitió escribir el “paper” en castellano. Realicé un trabajo
sobre la “Sociedad de la Igualdad” fundada en 1850 en Santiago, por Francisco
Bilbao y Santiago Arcos, que constituyó un hito importante en el cuestionamiento
de las ideas conservadoras que imperaban en la política y la sociedad chilenas.
El trabajo fue evaluado como el mejor de todos los realizado en el curso, lo
que contrarrestó la mediocre impresión dejada por los escritos en Inglés. Ello
fue convenciéndome que escribir en Inglés constituía para mi una desventaja
casi imposible de superar. Yo apreciaba que en ese idioma podía expresar las
ideas más gruesas y no aquellas más sutiles, las que pensaba en castellano. Y
son las ideas sutiles las que hacen la diferencia en el trabajo intelectual.
El paso por
Cornell me acentuó la idea que mi interés sociológico no se agotaba en los
temas que se dan al interior de las empresas sino en aquellos que tienen como
ámbito la sociedad global, algunos de los cuales repercuten en las empresas.
Así, por ejemplo, la estructura y las tendencias del sindicalismo como movimiento
social o las características de la fuerza de trabajo. Son fenómenos que ocurren
en la sociedad y que inciden en las empresas. Y así varios otros como el
desarrollo tecnológico y los nuevos fenómenos surgidos con la globalización de
la economía.
El paso por
la Universidad de Cornell no se agotaba en el curriculum ni en las obligaciones
que de él emanaban. Varias experiencias importantes complementaban la
formación. Junto a Gunther y Adelio visitamos varias ciudades a fin de conocer
algunas importantes industrias. En Detroit visitamos la más importante fábrica de
automóviles, la Ford Motor Company donde vimos el funcionamiento de la famosa
cadena de montaje donde se armaban los automóviles, a través de tareas mecánicas
y repetitivas, hasta que al final de la cinta salía un automóvil cada cinco
minutos manejado por un trabajador. Era una nueva modalidad de organización del
trabajo, el “fordismo” una superación del “taylorismo”. También fuimos a
Chicago a conocer la industria de la carne en grandes fábricas frigoríficos. En
Washington pudimos visitar el Instituto
Smithsonian, un centro de educación e investigación; el
Capitolio; la Gallería Nacional de Arte, donde están el impresionante Cristo en
la Cruz, de Salvador Dalí y los cuadros en azul de Henri Matisse. También
visitamos Nueva York.
Cada vez que
realizábamos estas visitas teníamos la posibilidad de tomar un café y comer
algún sandwich en el aeropuerto. En el momento de pagar Adelio y Gunther
ejercían su dotes dialécticas en torno a cuánto les correspondía pagar a cada
uno de la cuenta. Si había tiempo suficiente estos verdaderos gladiadores
prolongaban su discusión realizando elaborados cálculos en los cuales cada uno
salía favorecido por algunos centavos de dólar. Yo observaba, a veces, con
cierto deleite; a veces, con desgano el curioso combate.
Otro
beneficio de la beca consistía en una determinada cantidad de dinero para la
compra de libros, en la librería de la Universidad.
Es obvio
que al estar un año viviendo en una sociedad tan compleja como Estados Unidos,
mirándola desde una atalaya tan importante como una universidad de prestigio
es, de por sí, una experiencia significativa. Más aún si en ese periodo ocurren
acontecimientos nacionales de impacto mundial. Es lo que sucedió el 22 de
noviembre de 1963.
Yo iba
caminando hacia la biblioteca por el pasillo de entrada a mi escuela. Era un
viernes de tarde cuando los estudiantes se empezaban a retirar a sus
dormitorios a prepararse para disfrutar la noche de descanso y diversión. De
pronto veo a una muchacha corriendo despavorida. Le preguntó que pasa:
“President Kennedy was shot” grita y sigue huyendo hacia lo suyo. El campus en
pocos momentos queda solitario. Yo tengo que caminar varias cuadras para llegar
a Cascadilla Hall, donde han empezado a reunirse todos los residentes, gran
parte de ellos extranjeros: hindúes, rusos, latinos, ingleses, etc. Expectantes
nos agolpamos alrededor de la televisión. Y mudos de asombro vimos las
increíbles imágenes del magnicidio.
Se suceden
escena de dolor y una que parecía propia de un película de ganster: Lee Oswald
es trasladado de un lugar a otro por la policía en la cárcel de la ciudad de
Dallas cuando aparece un hombre, Jack Ruby, que le dispara de muerte. La
televisión estaba trasmitiendo en vivo, en directo. ¿Cómo es posible que al
único sospechoso del asesinato del Presidente le puedan disparar en las mismas
barbas de la policía? A mi me parecía que Estados Unidos era en esos momentos
un gigante con pies de barro. Los estudiantes extranjeros que estábamos en el
salón no lo podíamos creer.
El
asesinato del Presidente John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) y los
acontecimientos de los días posteriores fueron una experiencia inolvidable. La
viuda, los pequeños hijos, sus hermanos, los dignatarios extranjeros, la
emocionante pompa en Arlington National Cemetery, el juramento de Lyndon B.
Johnson, la angustia de los jóvenes cornellianos y la del pueblo, todo eso
junto confluyó para hacer de esos días unos de profunda emoción y de respeto
por las insondables sorpresas que nos depara el destino.
La vida en
Cornell transcurría habitualmente entre clases, biblioteca, preparación de
trabajos, cartas a la familia y reuniones de colegas y amigos. En ocasiones se
rompía esta rutina con otras actividades. Los estudiantes latinos teníamos una
asociación que, en lo fundamental, se dedicaba a invitar a personeros de algún
país de América Latina que visitaba Nueva York. En el segundo semestre de mi
estada fui elegido para presidir dicha asociación. La principal actividad que
me tocó organizar fue una conferencia dada por el Embajador de Chile ante
Naciones Unidas, Carlos Martínez Sotomayor, en el gobierno del Presidente Jorge
Alessandri. Carlos Martínez era un joven político perteneciente al Partido
Radical, que posteriormente sería Ministro de Relaciones Exteriores del ese
mimo gobierno. El Presidente Alessandri había iniciado una política de apertura
hacia Cuba, estableciendo relaciones diplomáticas con el gobierno de Fidel
Castro. Ello provocaba un gran interés entre los estudiantes latinoamericanos
de Cornell. Viajé a Nueva York (en avión pequeño el viaje duraba una hora y
media, con paradas intermedias). En el espacioso y elegante departamento del
embajador chileno ante Naciones Unidas, situado en la Quinta Avenida, me reuní
con él y convinimos su visita a Cornell. La Universidad lo recibió en su hotel
para visitantes VIP.
La
conferencia fue todo un éxito. La política exterior del gobierno conservador de
Jorge Alessandri aparecía como abierta y progresista. Luego de la exposición el
Embajador respondió varias inquietudes y nuestra asociación ganó en prestigio
tanto entre los estudiantes latinos como entre los profesores interesados y los
directivos de la Universidad.
Terminada
esta actividad, ya de noche, Carlos Martínez me invitó a que lo acompañase al
hotel. Fuimos a su habitación donde desenfundó una fina botella de Scotch Whisky
e iniciamos una grata conversación. Estaba muy contento con su desempeño y con
la acogida del público. Era un joven político que tendría, posteriormente, una
larga carrera tanto en la diplomacia nacional como en las Naciones Unidas.
Mientras
estaba en Cornell la Escuela de Relaciones Industriales y Laborales publicó en
su revista Industrial and Labor
Relations Review el artículo de Henry A. Landsberger, Manuel Barrera, and
Abel Toro; “The chilean labor union leader: a preliminary report on his
background and attitudes”, Vol.17, No. 3, April, 1964; pp. 399-420.
Para
terminar estos pinceladas sobre mi estada en Cornell recuerdo que, como es
habitual en las reuniones de latinoamericanos, a veces se juega y otras se
producen confusiones de verdad con los significados locales de algunas palabras.
Así los chilenos para aludir a personas usamos algunas palabras que designan
animales, tales como “gallo”, “cabras”. Así fue como me encontré en una esquina
en un día en que todo estaba cubierto de nieve con una amiga puertorriqueña. Y
le pregunto ¿qué haces aquí? Me responde, espero guagua. Insisto ¿desde cuando?
Responde: desde hace cinco minutos. ¿Pero cómo? y miro a todos lados. Le digo,
todo está cubierto de nieve y no se divisa ningún varón. Pronto se acerca un
microbus y ella dice, ahí viene la “guagua”.
Con esta
muchacha de Puerto Rico entablé una amistad íntima que puso calidez al
invierno del año 1964. Quedé de pasar por su país de regreso a Chile, pero no
lo hice por mis dudas acerca de nuestras compatibilidades en el terreno de los
intereses intelectuales. Además, yo juzgaba que sus valores eran muy
conservadores para la mentalidad chilena, en especial en lo sexual. Ella seguía
un master en Nutrición y yo me inclinaba por lo social, sobre lo cual ella tenía
escaso interés.
Por mi paso
por Cornell University recibí un “Certificate of Achievement” en la
especialidad de “Organizational Behavior”. Aquí termina la historia de mi
educación formal. De aquella que ocurre en salas de clases, donde se rinden
exámenes y/o se entregan trabajos y se reciben calificaciones.
Sin
embargo, la Universidad de Chile tuvo interés en que continuase estudios de doctorado.
En efecto, siendo Rector el profesor Eugenio González Rojas convino con la
Universidad de California la formación de doctores en ella en distintas
especialidades. En la ocasión yo trabajaba en el Instituto de Administración,
en Santiago, cuando la rectoría me ofreció una beca para incorporarme a ese
programa. Pero, para ese entonces mi vida familiar se había complicado y decidí
no aceptar ese ofrecimiento. También otras razones, no tan importantes, no
ayudaron a entusiasmarme con esa posibilidad. De haberla aprovechado, quizás,
mi destino habría ido por otros senderos.
Durante el
último semestre convinimos con Gunther Boroschek organizar un viaje a Europa
antes del regreso a Chile. Compramos un ticket Euralpass, por dos meses, que
nos permitía viajar por toda Europa en tren, tomar un buque en Brindisi,
Italia, para ir a Grecia, y hacer algunos recorridos en magníficos barcos por
el Danubio y el Rhin. En uno de ellos entramos a Viena. Aprovechamos, además,
los albergues para estudiantes disponibles en toda Europa. Ello nos permitió visitar
casi todos los países de Europa Occidental e, incluso, pasar a Berlín Oriental
a visitar el magnífico museo Pergamon. Gunther hizo un desvío para ir a Israel
y yo fui a Atenas donde tuve en el Partenón (en la foto) una profunda conmoción espiritual
influido, quizás, por mis estudio de Filosofía. En Londres pasamos un par de
días en casa de la familia de un compañero de Cornell, que disponía de un amplia
cama para nosotros dos. Su madre nos llevaba al dormitorio temprano la típica
taza de té inglés que, contrario a lo que se cree en Chile, siempre lleva
leche. Cuando fuimos a Roma llegamos de noche, era tarde para encontrar
albergue. Entonces tomamos un tren que salía hacia las afueras y le pedimos al
conductor que nos despertara a las dos de la madrugada. Nos bajamos y subimos a
un tren de vuelta a Roma, adonde arribamos a las siete de la mañana; en la
estación había de todo para el aseo. En un tren que iba del norte de Alemania a
Dinamarca había que superar un trecho de mar. El tren fue introducido a un
transbordador en cuyo piso superior se podía comer a destajo. Compramos los
tickets para este buffet y subimos a disfrutar del magnífico espectáculo con
infinitos manjares nórdicos. Para nuestra desgracia en lugar destacado se veía
una fuente repleta de huevos duros y dado nuestro apetito pocas veces saciado
en esta gira nos dirigimos hacia ella con paso seguro. Fue así como los huevos
nos dejaron poco espacio estomacal para arenques, caviar y demás delicatessen,
lo que fue muy lamentado cuando llegó la hora de abandonar el transbordador. Al
terminar exitosamente la gira volvimos a Nueva York, pasando por casa de
parientes de Gunther, y de ahí a Santiago.
EPILOGO
A partir
desde estos recuerdos podría decir que los tres hitos principales de mi
formación se ubicaron en el seminario franciscano en la niñez, en el Liceo
“Juan A. Ríos” en la adolescencia, y en la Flacso, como adulto. Los dos
primeros fueron las fuentes donde se forjaron los valores principales: el
sentido de la responsabilidad; la honradez; la sensibilidad social con su
vertiente, la solidaridad con los más débiles; el respeto al otro (equivalente
laico del “amor al prójimo” religioso). También la tendencia a tomar decisiones
solo, sin consultar la opinión o consejo de otras personas; el procurar superar
las dificultades con el propio esfuerzo; cierta despreocupación por los bienes
materiales y recompensas económicas; el dar sin esperar ni pedir retribución,
actitudes que marcaron, para bien y para mal, mucho de mi actividad adulta,
sobretodo en los momentos históricos difíciles que le ha tocado vivir a mi
generación. Al punto que me he definido a mí mismo como un
“solitario/solidario”, es decir, un solitario que busca la comunión.
En cuanto a
Flacso ahí se afianzó el modo en que me iba a ganar la vida de adulto, mi
aporte a la sociedad a través del trabajo, las oportunidades de vida de este
trabajo específico para mi y familia, esposas e hijos. Hubo en momentos
difíciles de nuestra historia serios problemas laborales. El principal de todos
el quiebre en mi carrera académica al ser obligado a jubilarme prematuramente
en la Universidad de Chile y, luego, el término de todos los contratos de la
unidad en que trabajaba como investigador en la Pontificia Universidad
Católica. Es decir, en plenitud de mis condiciones intelectuales se interrumpió
mi carrera universitaria.
Entonces,
hube que enfrentar la situación adaptándome a una realidad inédita: crear una
solución personalmente al margen de las instituciones del Estado o patrocinadas
por éste. Enfrenté el desafío dirigiendo instituciones privadas y también
creando yo mismo un centro de investigación y capacitación, que llegó a dar
trabajo a 25 profesionales.
Cuando
pienso que desde chico hasta hoy he estado siempre instalado en lo cultural no
puedo asignar a ninguna institución escolar en especial una influencia mayor.
Desde luego no puedo dejar de lado la experiencia vital del Instituto Pedagógico
de la Universidad de Chile. El total de la experiencia escolar y el tipo de
personalidad que se fue construyendo me facilitaron el permanecer habitando el
mundo social y cultural a pesar de los problemas, sinsabores, injusticias,
conflictos psicológicos, fracasos familiares, rupturas laborales vividos. Aprecio
que encontré alivio, en las situaciones especialmente dolorosas, en la
dedicación al trabajo; en la lectura y el estudio; en la concurrencia a
seminarios en Chile y en el extranjero; en la visita a museos; en las
publicaciones; en el conocimiento de numerosos países diversos al nuestro y,
muy especialmente, en las relaciones amorosas y de amistad. Sobretodo
alimentaban mi satisfacción (y mi ego) las publicaciones, algunas en humildes
ediciones, otras en ediciones de Naciones Unidas o de Universidades de
prestigio.
En ninguno
de los establecimientos que he mencionado se formaron redes de amistad y
protección permanentes tan propias de los colegios de la clase alta chilena. El
Saint George’s College de la Congregación de Santa Cruz (C.S.C.) de los Estados
Unidos, donde se han educado un gran número de los integrantes de la elite
política (de derecha y de izquierda) y de la elite empresarial chilenas no
tiene correlato en ningún colegio de comuna popular.
Puedo
decir, para terminar que, a lo menos en parte, los profesores que a fines de la
enseñanza media me predecían éxito en el enfrentamiento a los desafíos de la
vida no anduvieron equivocados. No hubo riqueza material, ni grandes cargos con
sus honores mundanos, pero hubo consecuencia con los valores asumidos, rectitud
y, en la mayor parte de mi vida laboral, gozo por la tarea realizada. La
satisfacción con el trabajo con el cual uno se gana la vida y el disfrute con
el proceso de su realización son regalos del destino. Ello está para el hombre
corriente asociado, casi siempre, a su trayectoria escolar si alcanza niveles
superiores. Es lo que a mi me pasó.
dulce voz,
lobo furioso dijo: —¡Paz, h
Vista de la aldea "El Almendral", aledaña a San Felipe: nacimiento y primera infancia.
1 comentario:
Protesto! Cómo es posible que, trasncurrido un tiempo más que prudencial, no encuentre ningún comentario?
Quiere decir entonces que me corresponde el honor de ser el primero en romper este "silencio" entre escritor y lector en este blogger. Pero para emitir mi modesto comentario o, mejor dicho, para escribir mis mal hilvanadas reflexiones sobre esta biografía, tendré que inspirarme para darme a entender en alguna medida. Mi dificultad para expresar lo que quisiera justifica una vez más mi condición de "pedagogo fracasado", como acostumbro a calificarme o definirme.
Estimado Manuel, sin tener aún el agrado y satisfacción de conocerte personalmente, prometo volver con lo menos alguna opinión. Además, sería un privilegio poder dialogar "en vivo y en directo" contigo.
Muy fraternalmente, un lector no anónimo pero si desconocido, que no es lo mismo.
Luis Gálvez
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