domingo, 15 de agosto de 2010

EN EL CAMINO HACIA UNA NUEVA EPOCA: LA NOCIÓN DE GLOBALIZACIÓN.


Manuel Barrera

I.- INTRODUCCION

Los chilenos vivimos en uno de los países geográficamente más lejanos y aislados del mundo, rodeados de aguas, de montañas y de hielos, distantes también de las grandes ciudades en que se aglomeran nuestros vecinos. Quizás por ello nos hemos preocupado en nuestra historia, con alguna pasión, acerca de los procesos y fenómenos que viven los países centrales que desde siempre han sido para nosotros los de Europa y los Estados Unidos. Este afán obedece, naturalmente, al deseo de ser parte constitutiva de la civilización que de esos países emana, al deseo de no quedar al margen, rezagados o, quizás, por siempre olvidados. Es esta voluntad de pertenecer la que nos mantiene vinculado a lo nuevo que en el mundo de hoy se da en la ciencia, la cultura, la tecnología y la política.

¿Qué de extraño tiene, entonces, que estemos en estos días abocados al estudio de los flujos del comercio internacional, de Internet y la nueva economía, del terrorismo en el mundo, de la inversión externa? Justamente, anotándose en esta tendencia el autor de este opúsculo quiere decir una palabra sobre el fenómeno de la globalización, aunque no desde el ángulo de las relaciones internacionales, sino desde la perspectiva socioeconómica y, en parte, desde el punto de vista de las consecuencias culturales que estos fenómenos desencadenan sobre nuestra realidad. La globalización está ya presente en nuestras vidas, en cuanto está modificando nuestras sociedades, nuestras economías y nuestras visiones del mundo.

En este proceso que expande todas las escalas y todos los horizontes está en juego la suerte del hombre común. El mayor riesgo para éste es el de quedar al margen de los acontecimientos y de los procesos de una sociedad que se globaliza y que puede constituirse en un sistema que excluya a algunos, no por un afán de explotación, como en el primer capitalismo, sino por la irrelevancia económica, cultural y social de esos desafortunados.

Es un lugar común decir que la nuestra es una época de cambios. Pero dada la aglomeración de ellos se ha dicho que es también apropiado afirmar que se vive un cambio de época. Si ello fuese así deberíamos estar en presencia de un quiebre muy profundo en el devenir histórico de los últimos siglos. En este contexto la globalización, aunque importante, sería sólo uno de los pilares de ese vuelco. En verdad este fenómeno se ha constituido en una puerta de entrada para hablar de los radicales cambios que están ocurriendo desde los años iniciales del siglo XX y que han madurado hacia las dos últimas décadas de él. Si relacionamos la globalización con el cambio tecnológico y con otros factores asociados temporalmente a ella, pronto caeremos en cuenta que el fenómeno causal es la tecnología y algunos de esos otros factores y la globalización es más bien un resultado de ellos. De ahí que algunos hayan afirmado que más que un propósito, más que un programa la globalización es una consecuencia. Y si no existe un plan ni una ideología de la globalización, entonces, ella viene cargada de incertidumbres, más aún si ella es en nuestros días, un proceso que se desenvuelve y no un resultado final. Nuestro mundo es uno sin certezas, es una frase que se ha constituido en definitoria de una situación que no podemos caracterizar con precisión.

La globalización, por tanto, no tiene banderas, ni himnos, ni desfiles a favor, ni partidos propios. Es, sin embargo, un fenómeno tan rotundo en cuanto a sus consecuencias que tiene al Estado/nación en la duda acerca de su capacidad para manejar este proceso que puede terminar con la existencia misma de los Estados autónomos tal como se han conocido en los últimos dos siglos. También es rotundo por sus consecuencias negativas en lo político, económico, social y cultural. A la fecha algunos países se han beneficiado del proceso, otros se han perjudicado. Así es posible distinguir países ganadores y países perdedores. Entre los primeros están claramente los países desarrollados más la India y China. Entre los segundos están la mayoría de los países de África y otros del mundo en desarrollo. Chile, con su apertura comercial, su política macroeconómica y la modernización de la minería y agricultura se encuentra entre los ganadores y, potencialmente, podría ser un gran ganador, si modernizara su industria y aumentara su capacidad de innovación e inversión productiva. En los países perdedores han aumentado las desigualdades, la pobreza, el desempleo, la exclusión. Al interior de los países de uno y otro conjunto podría hacerse un análisis similar en relación a sectores económicos, grupos de trabajadores, regiones, etc. Como en todos lados hay perdedores lo que sí existen son himnos, banderas y desfiles en contra de la globalización, sobretodo debido a que este proceso se ha dado enlazado con la concepción económica neoliberal, que es más funcional al capital que a otros factores de la economía y la sociedad. ¿Podremos distinguir entre el fenómeno de la globalización propiamente tal y el patrón actual de desarrollo de la economía mundial y de la vigente configuración del poder internacional.? Una respuesta negativa a esta interrogante conduce a una visión pesimista de la mundialización en tanto que una positiva lleva a un esfuerzo por separar el fenómeno de nuestro interés tanto del actual patrón de desarrollo como del ordenamiento de las relaciones internacionales, en el que hacen falta normas y mecanismos capaces de ordenar el proceso y paliar sus efectos negativos.

Es obvio que un fenómeno tan importante como la globalización y como los cambios que la han acompañado hacia finales del siglo XX, harán variar de un modo profundo la sociedad que hemos conocido y en la que hemos hecho nuestras vidas. Muchos apuestan, hoy en día, a que la sociedad del futuro próximo, la que se está empezando a construir en estos días, será una sociedad global basada en la información y el conocimiento, donde el factor fundamental de la producción será el valor conocimiento. Sea que subsista el Estado/nación, sea que lo que viene es una sociedad mundial o, más probablemente, sea que tengamos una situación intermedia entre esas posibilidades el valor principal en ella será el saber, el conocimiento, la información. Actualmente, utilizando este factor, aparentemente neutral desde el punto de vista del poder, las Empresas Transnacionales (ET) que residen en la tríada Estados Unidos, Europa y Japón se han constituido en el motor principal de la realización práctica de las tendencias globalizadoras. Esta tríada concentra la producción de conocimientos e información y, muy especialmente, su transformación en mercancías para el mercado. Sin embargo, un país como la India basa su actual despliegue económico justamente en su creatividad en el terreno del software.

Si concordamos en que se está viviendo un cambio de época, entonces, conviene buscar los indicios de ese cambio en los acontecimientos y los procesos que lo anuncian o preceden. Y, a partir de ellos, desentrañar las características más visibles de la sociedad que viene. Los que han seguido ese camino han llegado a establecer la siguiente disyuntiva: la futura será una sociedad industrial avanzada en la cual el espíritu del industrialismo seguirá informando tanto el devenir de la economía como los valores sociales. Para caracterizar esa sociedad futura bastaría con proyectar las actuales tendencias de un país como Japón, y tendríamos los rasgos de la sociedad ultra industrial del futuro:

"....la estructura social japonesa está perfectamente adaptada a la producción masiva en gran escala de productos estandarizados como los automóviles y los aparatos eléctricos. El Japón se ha transformado en el epítome de la sociedad industrial"

(Taichi Sakaiya, 1994, p. 298)

La otra postura es que la sociedad del futuro será una sociedad posindustrial, cualitativamente diferente, que se apartará de las características y los valores del industrialismo, la sociedad de la información o del saber. Será una economía de servicios en que los productores más importantes estarán en el sector terciario. No serán ni campesinos ni obreros sino profesionales del saber y el conocimiento. Los Estados Unidos, Singapur, Suecia serían los países más adelantados al respecto. La mayoría de los analistas se inclinan por esta segunda posibilidad.

Frente a la una potencial nueva sociedad surgen muchos interrogantes, algunos de los cuales son los siguientes:

¿Será la futura sociedad una sociedad poscapitalista?

¿Será una sociedad mundial que reemplace a los Estados nacionales?

¿Qué sucederá con los grandes ideales liberales del siglo XVIII, la libertad, la igualdad y la fraternidad?

¿Habrá un gobierno mundial y, si fuese así, qué será de la democracia?

En una eventual sociedad del conocimiento, ¿cuáles serán los criterios de estratificación social?

En el futuro ¿seguirá siendo el trabajo el eje orientador de la existencia adulta? ¿será reemplazado por el saber, o quizás por el ocio, en tal función?

¿El actual trabajo humano será realizado por máquinas?

¿La gente continuará en el futuro consumiendo cada vez más cosas materiales como lo imponía la sociedad industrial?

¿Nuestros gustos y la ética económica se seguirán basando en el supuesto de que un consumo mayor de cosas materiales es conveniente para todos o, si no es así, en qué supuestos se basarán?

Las preguntas podrían multiplicarse. Las anteriores constituyen algunos de los interrogantes que preocupan ante el cambio que está ocurriendo en nuestro tiempo. Emanan de fenómenos presentes en la sociedad que rompen la lógica de la sociedad industrial capitalista tal como la hemos conocido y que inauguran nuevas maneras de hacer las cosas, nuevas perspectivas valóricas y culturales, nuevas estructuras sociales, económicas y políticas. Lo que sucede es que la globalización y los cambios que la acompañan en el orden de la tecnología, de la política y de la economía son fenómenos inseparables. Sólo son discernibles para fines puramente analíticos, es decir, abstractos, pero en la realidad conviven una con los otros. Algunos de ellos se mencionan en lo que siguen.

II.- LOS CAMBIOS MÁS SIGNIFICATIVOS A INICIOS DEL SIGLO XXI

1.- El avance de la ciencia y la tecnología constituye, sin duda, el rasgo positivo más sobresaliente del siglo XX y el desarrollo de la tecnología de la información y de las comunicaciones el más notable del último cuarto de siglo. Ha sido este desarrollo el que ha permitido ir creando un ámbito comunicacional de alcance mundial que de un modo significativo está cambiando las dimensiones de la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo. Estas tecnologías han provocado una compresión del espacio, a tal punto que las distancias, en muchos aspectos, se han reducido a cero. El acortamiento de las distancias relativiza las diferencias derivadas de ellas. Desaparece la lejanía como grave -a veces, definitivo- inconveniente para la comunicación. Si la distancia no es ya más un obstáculo insalvable para la comunicación, entonces, la humanidad ha dado un paso inmenso en el camino de la constitución de una sociedad integrada. Pero la nueva tecnología no solo ha abolido la dificultad del espacio sino que ha posibilitado la comunicación casi instantánea y eso es algo realmente sorprendente. Espacio y tiempo han cambiado su relación con el ser humano y la sociedad.

2.- Quizás el mayor cambio político ocurrido en los últimos lustros fue el fin de la Guerra Fría, que puso término a un mundo escindido, separado por sólidas murallas materiales y también ideológicas, económicas y sociales. Al caer esas murallas se puso fin al sentido, u orientación vital, y a la estructura del ordenamiento mundial que la Guerra Fría implicaba. La caída de los muros dejó al descubierto los males de la experiencia del "socialismo real" y con ello se dio, para todos los efectos tanto prácticos como teóricos, por finalizada la misma concepción marxista de la historia y la sociedad, en su función de sustento para los partidos políticos de denominación socialista. Como ha dicho Anthony Giddens, autor ligado al laborismo británico, "no existe un socialismo nuevo; está muerto" (entrevista en El Mercurio; 2 de julio de 2000, p. E4). La afirmación según la cual el socialismo actual consiste en la concepción política que ofrece mayores grados de libertad y de igualdad es una manera ingeniosa de decir que el "socialismo" sería algo más de lo mismo que la concepción liberal. Mayores grados de libertad y de igualdad es lo que en Chile ofrece un partido no ideológico, como el Partido por la Democracia. Para saber si la oferta teórica corresponde a la acción política se acude al test de la realidad, y ya no a la ideología, porque la política se ha desideologizado.

El fin de la Guerra Fría trajo consigo una obsolescencia de las grandes concepciones del mundo como sustento teórico de los partidos políticos. Desde entonces los partidos que fijaban posiciones generales sobre la sociedad, la economía, el destino del hombre, la vida y la muerte literalmente se desinflaron de su bagaje filosófico y quedaron convertidos en asociaciones constituidas alrededor de uno o más líderes y de “sentimientos generales” acerca de las nociones de libertad, igualdad, solidaridad, que todavía sustentan la diferenciación entre derechas e izquierdas, alrededor de las cuales siguen dándose las orientaciones generales de la población. Esta consecuencia del fin de la Guerra Fría ha modificado, en Occidente, la vida política de los países.

3.- Otra novedad, que se hizo notoria en los años ochenta, fue la notable expansión de los mercados, de modo de constituir un mercado mundial, aunque no total, bajo el liderazgo de las empresas transnacionales (ET). Ello ha sido encabezado por el sector financiero. Para muchos la globalización consiste justamente en esto: el mundo como un solo mercado, lo que aún no ocurre a pesar de todo lo que se ha avanzado en ese sentido. Junto a la expansión de los mercados, acompañándola y estimulándola, se ha producido el hecho del consenso intelectual en torno a la economía de mercado. La caída del Muro, al despejar la disputa ideológica, favoreció el acuerdo acerca del papel principal del mercado y los privados en la actividad económica. El Estado pasa con ello ha jugar un rol secundario, subsidiario, pero conservando importantes funciones en la orientación del desarrollo y la regulación de la acción económica. La querella de política económica entre mercado y Estado terminó a favor del primero. Sin embargo, el proceso globalizador está solicitando cada vez más un papel muy activo del Estado tanto para preservar las economías nacionales de los riesgos e incertidumbres que tal proceso conlleva como para orientarlo por cauces normados democráticamente.

4.- El otro enorme consenso en el terreno de las ideas polñíticas es el acuerdo acerca de la democracia como el régimen político que mejor asegura la convivencia humana civilizada. La valoración de la democracia y, con ella, de los derechos humanos, es otro de los cambios que han surgido en el fin de siglo. La institucionalidad democrática del Estado tiene un valor decisivo e irrenunciable para la democratización de la vida social: poderes del Estado independientes; elecciones periódicas, competitivas, informadas, universales, secretas; las libertades individuales, en especial la de expresión; pluralidad de partidos. Ya nadie justifica hacer una revolución social para conseguir los anhelos de "justicia social" si se sacrifican en dicha revolución las instituciones del Estado de Derecho. Pero también existe consenso, a lo menos verbal, acerca de la validez de los valores democráticos para todas las esferas de la vida social y económica, a la vez que se aseguran radicalmente los derechos de la persona, de todas y cada una de las que integran la sociedad. Hoy se está más cerca del concepto participativo de la democracia -que acentúa el intercambio, la discusión, la incorporación de los individuos a las decisiones- que del representativo, donde las autoridades se erigen en élite dirigente que definen "la voluntad general". La democracia participativa se expresa en el diario vivir de la gente común.

Lo más pertinente de esto para el proceso de globalización es el hecho de la expansión a nivel mundial de los valores democráticos y de respeto a los derechos humanos. Esta es una prueba o indicador de la constitución de una conciencia mundial en torno a un valor de la vida política que se ha globalizado. Es otro de los fenómenos que surgieron como consecuencia de la caída del Muro. En efecto, pocos son los que, ahora, prefieren el gobierno de un partido único al sistema de competición política entre varios partidos. Pocos son los que siguen prefiriendo el autoritarismo en vez del sistema democrático. Tanto la evidencia acerca de la realidad de la vida en el interior del bloque comunista como la dura experiencia de las dictaduras militares en varios lugares del planeta terminaron por convencer a la conciencia mundial de las bondades de la democracia con elecciones periódicas, limpias y competitivas.

5.- Un fenómeno que nos da certezas acerca del fin de la sociedad industrial es la drástica disminución de la fuerza de trabajo industrial y agrícola y, con ella, de la clase obrera y la clase campesina. Durante muchos años mucha gente estuvo convencida de que el futuro de la humanidad pertenecía a dichas clases, alrededor de las cuales se estructuraría la nueva sociedad. La clase media se proletarizaría y la burguesía capitalista pasaría al desván de la historia. Sin embargo, el desarrollo tecnológico y la organización y administración de la producción produjeron el inesperado fenómeno del paulatino desvanecimiento estadístico de ambas clases. Hoy por hoy en los países de capitalismo avanzado el porcentaje de trabajadores industriales y el del agro corresponde a una minoría de la fuerza de trabajo. Es así, por ejemplo, como en Estados Unidos la fuerza de trabajo industrial es del orden del 12,4 % y la agrícola del 2,2 % (datos para 2002, Bulletin of Labour Statistics; Ginebra: O.I.T.; 2003) Sin embargo, muchos de estos trabajadores realizan al interior de las empresas labores propiamente administrativas. El obrero industrial asalariado, que realiza labores predominantemente manuales, miembro de un sindicato, militante de un partido de clase es algo cada vez más escaso, a veces, difícil de conseguir incluso por los encuestadores más avezados.

6.- Hay autores que creen que la misma estética de la sociedad industrial está dejando de tener vigencia. La sensibilidad estética, es decir, la apreciación de la belleza, que desde siempre ha tenido una fuerte vinculación con la economía, varía según las coordenadas de tiempo y espacio. Sin embargo, con las tendencias globalizadoras que se han desplegado en los últimos tiempos, las diferencias en la apreciación estética, derivadas de la distancia, tienden a disminuir. El mayor conocimiento del arte de las diferentes culturas, el intercambio de sus productos, la acción de la publicidad, la frecuente exposición de las personas a la sensibilidad ajena son experiencias que han ido homogeneizando la apreciación de la belleza al punto que se puede decir que existe una cierta tendencia general de nuestra época en materia de gusto artístico. Esta tendencia se refleja en las preferencias de los consumidores, no sólo de los objetos de arte, sino también de los productos industriales de consumo masivo. Las expresiones artísticas propiamente tales, como la música, las artes plásticas, la literatura, la arquitectura y otras suelen adelantarse al "gusto de la época", es decir, a la percepción de la belleza por parte del conjunto de la sociedad. Es así como la estética de la sociedad industrial se corresponde con el arte de los siglos XVIII y XIX, el arte moderno, más que con el arte del siglo XX, que está profundamente teñido de una visión posmoderna de la belleza.

La estética de la sociedad industrial ha estado muy vinculada a su visión de los recursos naturales como bienes inagotables y baratos al servicio del hombre, a la abundancia de energía, a la ciencia y la técnica como instrumentos para la "conquista de la naturaleza" por la especie humana. De ahí el gusto por los automóviles, los refrigeradores, los equipos de música, las computadoras de gran tamaño. Los edificios, los estadios, los monumentos, los puentes, todo lo "más grande del mundo". Lo monumental, lo inmenso, lo dispendioso como sinónimo de lo bello. Junto a ello también se dio el gusto por los productos desechables: usar y botar. Como parte de la misma sensibilidad las personas pudientes acostumbraban a cambiar su automóvil cada dos años, a lo máximo, por otro modelo, más grande y más caro, lo que apreciaban como un símbolo de estatus. Como parte del buen gusto de la sociedad industrial moderna estaba también la tendencia al consumo abundante. No sólo el comprar objetos grandes, caros y de alto gasto energético, sino también la adquisición de gran cantidad de ellos.

Pues bien, esta estética está en retirada. Y, al revés, la nueva estética, la posmoderma, valoriza lo pequeño, lo ligero, lo delgado, "small is beautiful". Los rascacielos de vidrio ("las cajas de vidrio"), resabios de la época del petróleo barato, que hemos visto proliferar en el último tiempo en Santiago, constituyen un inquietante rezago respecto a las nuevas tendencias de la arquitectura y la economía. Estas "cajas de vidrio" consumen en invierno y verano una gran cantidad de energía para crear en su interior un clima artificial permanente. Van en contra no sólo del buen criterio económico sino también en contra de la sensibilidad de la nueva época, que no valoriza más el gran tamaño dispendioso sino su contrario. El equipo de música y el automóvil compactos, el refrigerador esbelto, la computadora personal, el ser humano delgado. Ya no es de buen gusto lo desechable sino lo durable, no es de buen gusto el derroche sino la parquedad, la discreción. Edificios con cientos de departamentos son más bien horrorosos y de hecho difíciles de vivir en ellos, en todo caso poco elegantes. El auto se conserva cada vez más. Ya no se desean aviones más veloces. La naturaleza no es más un recurso inagotable al servicio del hombre y su irracionalidad, la energía ya no es ni abundante ni barata es, más bien, escasa y cara. El cuidado y la preservación de la naturaleza, los objetos de uso diario a escala humana, el ahorro de la energía son valores que van consolidando tanto una nueva ética como una nueva estética, en el trato con el mundo natural y con las creaciones industriales.

Lo bello actualmente es más diversificado, tiene una mayor tendencia a la individuación y al trato amistoso con el mundo natural. La atracción subjetiva que ejercen los productos tiene tanta importancia como sus precios. La estética posmoderna, que está entre nosotros en el arte, estará pronto también en la apreciación de los productos económicos. Es otro de los notables cambios de la historia reciente.

7.- Otro de los cambios que ha ocurrido a fines del siglo ha sido la creciente, y hoy casi universal, aceptación de la concepción que valoriza el respeto por el mundo natural y la obligación de la actual generación de preservarlo para las futuras generaciones. La fecha de comienzo de esta nueva percepción, fecha meramente simbólica por supuesto, es la de publicación del informe del Grupo de Roma "Los límites del crecimiento", realizada en 1972, que hace mención a aquél crecimiento basado en la explotación extensiva de los recursos naturales y al hecho de que éstos son agotables, tanto los del reino mineral, como los del reino animal y vegetal. La idea militarista de la "conquista de la naturaleza" como una misión del hombre, propia del pensamiento moderno, está obsoleta. La idea de que el hombre acompaña, se integra, o es parte de ella, de ahí viene y ahí volverá, es más amigable a la visión del mundo que está surgiendo con el nuevo siglo. El respeto y cuidado del mundo natural es lo contrario de lo que hizo el industrialismo que, por afán de lucro, arrasó por todas partes con los recursos naturales del modo más brutal, especialmente de aquéllos localizados en el llamado tercer mundo. El segundo mundo también hizo lo suyo en sus propios territorios, también de modo brutal, pero más por ignorancia y desaprensión que por lucro. En efecto, la industrialización de los actuales países avanzados se benefició grandemente de materias primas abundantes y baratas, extraídas de los territorios colonizados o dependientes, y muy especialmente de la energía. El petróleo abundante y barato fue de gran importancia para el desarrollo industrial y para la obtención de grandes ganancias, que capitalizó a esas economías de un modo jamás conocido. También su calidad de vida se benefició de ello. Así crecieron las ciudades de las que se enorgullecen. Uno de los países que más se benefició de este esquema, de materias primas baratas fue Japón, un país sin recursos naturales en su territorio, pero que compró a bajos precios la materia prima y vendió caro los productos con ella fabricados. La conciencia actual es la del cuidado y ahorro de los recursos naturales, de una relación amistosa con la naturaleza. El concepto de desarrollo sustentable es tributario se esta nueva conciencia.

Estos son, quizás, los principales cambios que a partir de la década de los setenta del siglo XX han marcado la evolución de la humanidad y que han transformado variados aspectos de la vida social y personal. Entre otras de las consecuencias que derivan de esos cambios del fin del milenio está el proceso de globalización, que habiendo comenzado algunos lustros atrás se desplegó con intensidad en la última década del siglo. Hay que decir que este proceso, con sus características, antecedentes y condiciones es inédito en la historia de la humanidad. No es comparable ni tiene precedentes en otras situaciones históricas, como el descubrimiento de América en que también se ampliaba el horizonte, si no de todos, a lo menos de los países conquistadores. Tampoco es comparable con otras ampliaciones de los mercados toda vez que ahora ese ensanche se da acompañado de los notables cambios que hemos mencionado y que aluden a aspectos más amplios que los meros mercados. Uno de ellos es el de las nuevas tecnologías y su impacto sobre lo social y lo económico.


III.- NUEVAS TECNOLOGÍAS Y CAMBIO SOCIAL


Las nuevas tecnologías no sólo han modificado grandemente la estructura productiva, el ambiente del lugar de trabajo, la calidad de las tareas que se realizan sino también, en una forma menos conocida, la vida cotidiana de los usuarios y las mismas estructuras sociales. En efecto, la rutina diaria de las personas y de los hogares se han modificado bajo la influencia de la televisión y de los electrodomésticos, especialmente. La naturaleza de la televisión, la forma y el contenido de sus mensajes plantea un nuevo modo de aprehender la realidad social por parte de las personas. Esa misma realidad es definida dentro de los marcos que este artefacto mediático impone. Al convertirse en la principal fuente de entretención e información, en una fuente casi universal, ella actúa no sólo como emisora de mensajes con determinados contenidos sino que, además, como mecanismo que influye en los procesos cognitivos mismos. De ese modo la TV impone sus condicionantes sobre la vida social. Un ejemplo claro de ello es su notable impacto sobre la actividad política, cuya naturaleza ha pasado a ser otra cosa a partir del hecho de que la TV comunica a los políticos con los ciudadanos. La política está, actualmente, supeditada a la imagen.

Si bien los cambios que las nuevas tecnologías acarrean al interior de la actividad productiva son materia de reflexión y análisis por toda la infraestructura de investigación que gira alrededor de ella, en nuestro medio, no se ha generado una "masa crítica" de reflexión sobre los cambios sociales que las nuevas tecnologías provocan o ayudan a provocar. No obstante, está claro que las transformaciones se han expandido por todos los ámbitos en que se despliega la actividad humana.

Dos son los escenarios en que actúan las nuevas tecnologías que han resultado estratégicos para penetrar, a partir de ellos, en la naturaleza misma del fenómeno social. Ellos son el hogar y la escuela. Ambos son los agentes principales de la socialización y, por tanto, de la formación de la conciencia de las personas. La televisión y las computadoras están cambiando profundamente la vida de las familias. El acontecimiento nacional y el internacional, las imágenes de los ídolos, las series noveladas, los dibujos animados, en verdad todo el mensaje televisivo tiene una fuerza de atracción que, favorecida por su bajo costo, penetra en los hogares de modo que coloca a los miembros de comunidades extensas frente a los mismos estímulos, lo que produce una homogeneización cultural a los niveles nacionales e internacionales. Por su lado, la tecnología computacional ha tenido un fuerte impacto transformador en la vida escolar, posibilitando ampliar los horizontes culturales de los estudiantes de muy diversas comunidades educativas; de variadas localizaciones culturales, económicas y étnicas. Es posible observar que el mayor cambio se produjo en la educación superior, en la cual la computación tuvo una temprana penetración, estimulada por la política de las grandes empresas proveedoras de equipos, luego en la educación secundaria y, ahora, cuando las computadoras están en los hogares, en la educación elemental.

El impacto combinado de la televisión y la computación, incluyendo Internet y correo electrónico, hace a los individuos y a las familias más centrados en sí mismos, más autosuficientes psicológica y culturalmente, y a la sociedad civil y a la sociedad política menos atractivas y más distantes. Las nuevas tecnologías favorecen el individualismo, el aislamiento de las personas respecto de sus comunidades inmediatas y la fragmentación social, en la misma medida que colocan al individuo ante un horizonte espacial global. Algunos postulan que ellas han provocado una pérdida de "capital social", es decir, de los rasgos esenciales de la organización social: de sus normas, de la confianza mutua y de las redes que mejoran la eficiencia de la sociedad al facilitar sus acciones de coordinación y solidaridad. De acuerdo a un estudio realizado por Norman Nie, cientista político de la Universidad de Stanford, la Web convierte a los usuarios en gente más solitaria y aislada. (The New York Times; 18 de febrero de 2000). Sin embargo, muchos han refutado a través del mismo periódico, esta conclusión diciendo que Internet ayuda a mantener o a establecer lazos sociales que de otro modo serían de existencia imposible, al superarse las restricciones impuestas por la distancia. Para ellos el escenario alternativo a Internet es mirar la televisión, que no tiene las posibilidades de interacción de la red de redes. Si bien ello es cierto no lo menos el hecho de que cibernautas se alejan del entorno inmediato.

Las nuevas tecnologías han posibilitado una comunicación instantánea de personas y comunidades que viven separadas por la geografía, a bajo costo, lo que provoca una interacción cultural que ayuda a la formación de "un espacio cultural común", que trasciende a las sociedades nacionales. Esta es una realidad principal del proceso que denominamos globalización. Estos efectos disímiles y combinados, unos actuando frente a la comunidad local, otros frente a la realidad internacional, nos instan a preguntarnos por la posibilidad de la formación de una sociedad mundial, unida por la exposición de sus integrantes a estímulos culturales similares. La información instantánea acerca de los acontecimientos ocurridos en cualquier lugar del planeta, trasmitida a todo o casi todo el mundo, tiene una fuerza enorme en la formación de la conciencia de pertenencia a una realidad social transnacional. Estas posibilidades se dan por primera vez en la historia de la humanidad y no tienen nada que ver con antecedentes de la historia remota.

IV.- HACIA UNA DEFINICIÓN DE GLOBALIZACIÓN

A estas alturas vale la pena procurar definir más precisamente el concepto de globalización, aludiendo a sus rasgos principales. Una de las razones de las tensiones actuales en torno a ella es que no hay un entendimiento común acerca del término y del fenómeno. El mayor equívoco asocia este concepto con la predominancia del capital estadounidense en la economía mundial, lo que se conjuga con el poder político y militar del país, en su calidad de única super potencia. Así la globalización se asimila al dominio del mercado mundial por las ETs, especialmente de Estados Unidos; a la influencia de su cultura en los medios de comunicación de masas; y al intento por parte del gobierno de ese país por fijar unilateralmente la agenda mundial. Este enfoque subraya la internacionalización financiera y la variable poder. Esta sería la globalización económica del Gran Capital, con su secuela de pauperización, exclusión, desigualdad y dependencia de individuos, grupos y países. Sin embargo, se debe recordar que las situaciones son más complejas, aún en el campo puramente financiero y económico. Incluso en el mundo en desarrollo están surgiendo nuevos polos de enorme influencia en la economía mundial como los casos de la China y, en menor grado por ahora, de la India. Por otro lado, algunos de los procesos asociados a la globalización se contraponen con cualquier dominio unilateral del Capital o de un país en particular, como la expansión de la democracia y del respeto por los derechos humanos; la conciencia acerca del desarrollo sustentable con respeto por la naturaleza; una ética política de participación, transparencia y equidad; las posibilidades de comunicación instantánea y barata. Algunas de las innovaciones tecnológicas son más neutrales y ambivalentes, en relación al poder, de lo parece a primera vista. Tal sucede con Internet, que ha sido un instrumento decisivo para la formación y acción justamente de los grupos antiglobilización. De modo que surge la posibilidad de tener una definición más compleja que aquélla que alude sólo al dominio del Gran Capital. Para ello seguiremos los lineamientos de Zadi Laïdi, autor que hace un clarificador aporte en su libro "Un mundo sin sentido", publicado en español en 1997.

Laïdi señala que en lo que se llama globalización se pueden distinguir tres procesos distintos, aunque complementarios. Ellos son:

-La interdependencia creciente de las actividades humanas, sin importar su espacialización.

-Las lógicas de compresión del espacio bajo sus formas simbólicas y territoriales.

-La interpenetración creciente de las sociedades.

Son procesos simultáneos, vinculados y ambivalentes que hacen de la globalización una tendencia, un devenir, no un sistema estructurado ni, por tanto, tampoco un resultado final. Ello marcaría un futuro tan abierto como incierto.

El primer proceso es la creciente interdependencia de las actividades humanas, sin consideración del espacio; lo que significa que ningún campo de actividad, ninguna disciplina científica o tecnológica, ninguna estrategia social o política podrá desenvolverse, en el futuro, sin una intensa interacción con otras actividades, disciplinas o actores. Se inaugura de este modo la era del "actuar comunicacional", al modo de Habermas, donde la acción comunicativa es la fuente de integración social. La acción social se define por la interacción, que significa actuar y hablar, de modo que los planes de acción de varios actores puedan coordinarse a fin de que las acciones de alter puedan hacerlo con las de ego. Habermas resalta que las energías que el lenguaje posee para crear vínculos se tornan eficaces para la una acción ordenada con vistas a un propósito. El entendimiento lingüístico es una fuerza generadora de consensos. (Puede verse, entre otras obras de este autor; El discurso filosófico de la modernidad).

La interdependencia de las actividades humanas, que conocemos hoy, conduce a la globalización de las actividades humanas. Y es gracias a ella que se han dado y se darán más aún en el futuro los desarrollos más importantes en los variados campos de la actividad humana. Así, por ejemplo, ha sucedido con la mundialización financiera, pionera y adelantada de la globalización, que se potenció con la fuerte alianza entre las telecomunicaciones y la informática que hasta ese entonces "trabajaban" por separado. Su interacción ha hecho posible la revolución del tiempo real, que ha traído enormes consecuencias en nuestra relación cotidiana con el tiempo. La lógica de la inmediatez, que es válida tanto en el terreno de los negocios como en el mundo social en su conjunto, es una derivación de tal revolución.

La investigación organizacional llama a este proceso "convergencia". Las fronteras tradicionales entre industrias tienden a desaparecer y surgen oportunidades económicas del hecho del acercamiento de sectores que hasta la fecha han sido claramente independientes. Es lo que sucede en el sector de la banca y los seguros, las telecomunicaciones y la tecnología informática, los transportistas terrestres y los ferrocarriles, las empresas del emergente sector de "multimedia". De estos acercamientos, alianzas o fusiones emanan nuevas industrias, distintas a las primitivas que lo dieron origen. Así es el caso, por ejemplo, de la nueva industria de la bancaseguros surgida recientemente en Suiza, por supuesto. En agosto de 1997 el banco Credit Suisse, basado en Zurich, se fusionó con la empresa de seguros Winterthur y nació el Grupo Credit Suisse, con una capitalización de 33 mil millones de dólares. La fusión permitió un ahorro de 100 millones de dólares y produjo la eliminación de 500 puestos de trabajo. Pero la motivación principal fue el interés de ambas partes por compartir sus bases de clientes y la posibilidad de ofrecer a los clientes corporativos nuevos productos que por separado no podían ofrecer. Esos productos son los que permiten unir las fronteras de los sectores de banca y de seguros.(Información tomada David Oliver et. al. en "Estrategias para industrias convergentes", 2000). La historia reciente de las ciencias ofrece notables ejemplos de convergencia de disciplinas independientes que da lugar a nuevas especialidades científicas con gran impacto para el avance del conocimiento.

La globalización posibilita interacciones en un plano universal en campos donde ellas eran especialmente locales. De modo que los estándares locales quedan rápidamente obsoletos. Así sucede, por ejemplo, en el trabajo intelectual, que siempre ha tendido, teóricamente, a la universalidad pero que sólo con la nueva tecnología puede aplicar tal pretensión a su quehacer cotidiano. En efecto, hoy día el grupo de referencia del científico en todas las disciplinas, incluyendo las sociales, ha dejado de ser el de los colegas de la universidad local o del país y ha pasado a ser el del mundo internacional. Esto trae, entre otras cosas, la posibilidad de distinguir más claramente la identidad de los científicos, de los profesores y de los administradores. La identidad del científico, por ejemplo, no se asimila a la posesión de un cargo de investigador en una universidad u otra corporación, por alto y bien remunerado que sea, sino al tipo de relaciones (de conversaciones) que establezca con los científicos de su especialidad en el ámbito mundial.

El segundo proceso definitorio de la globalización es la compresión del espacio. Las innovaciones tecnológicas están aboliendo en todas partes las restricciones a la acción humana impuestas por la geografía. Tales innovaciones y la reducción del costo de transmisión de la información han comprimido el espacio con importantes consecuencias políticas, sociales y culturales.

Uno de los efectos más importante es la devaluación de las dinámicas espaciales frentes a los temporales. En el momento en que la tecnología permite a los actores económicos y sociales aprovechar la compresión del espacio la competencia se vuelca al dominio del tiempo. Por ello se dice que cuando se trata de una economía interconectada, "no es el grande el que golpea al chico, sino el más veloz el que supera al lento". Este tema del tiempo y sus ritmos no se queda, por supuesto, en el terreno de la competencia económica sino que se expanden al tema de los ritmos sociales, entre los cuales el tiempo de trabajo es el primero que ha comenzado a recomponerse. Cuando la relación del hombre con el espacio y el tiempo es afectada de esta manera se hace indispensable reelaborar la relación de las mismas sociedades humanas con el tiempo y el espacio.

La compresión del espacio ha traído como consecuencia también la devaluación de los territorios a favor de los lugares. Dado que el acceso a los continentes, bloques y países se ha facilitado, entonces, la competencia se da entre las ciudades de esos territorios. Es lo que sucede, por ejemplo, con las plazas financieras. Para los efectos de la dinámica económica de la globalización es posible que en el futuro sea más importante el lugar donde se localiza la inversión o actividad que el continente, bloque o país, lo que conlleva el peligro de aumentar las desigualdades existentes entre las ciudades. Tal peligro se amortigua si se considera que no necesariamente los actuales lugares privilegiados van a ser los elegidos. Pueden ser que localizaciones secundarias al día de hoy presenten, en el futuro, sus candidaturas con buena fortuna. 0 que aparezcan otras absolutamente nuevas. Todo depende de su actual o de su potencial capacidad de atracción. En esto la ubicación en la escala de atractividad jugará un papel importante. El actual auge de la importancia de las autoridades locales aumentará más aún en el futuro. A la fecha en América Latina las capitales de los países aparecen como las más atractivas, pero esto no es claro que siga sucediendo así en el futuro como ya sucede en algunos países. En México, por ejemplo, el borde fronterizo con los Estados Unidos concita una fuerte atracción para el capital transnacional. En China las “zonas especiales” tienen una dinámica de desarrollo basado en su integración a la economía mundial inexistente en el resto del país. Una ciudad como Santiago, por ejemplo, puede dejar de tener un alto nivel de atractividad relativa -por consideraciones ligadas a la calidad de vida- y bien podría perder, en el futuro, el superior estatus económico, tecnológico y cultural que aún mantiene en el país. Obviamente los ejemplos más conspicuos son los de USA y las localizaciones de las empresas de alta tecnología.

De esto podría deducirse que el espacio de la globalización son las ciudades más que los países, a pesar de que ellas concentran no sólo una porción desproporcionada del poder corporativo y de las ganancias sino también una desproporcionada porción de las desventajas de la vida moderna: gente marginalizada, delincuencia, contaminación. La tendencia es, pues, a la integración a escala mundial de un mercado basado en las ciudades. Ello traerá grandes problemas para las ciudades pequeñas "no elegibles" y para los sectores no urbanos alejados de los lugares privilegiados. El Estado mantendrá aquí las funciones que habrá dejado de ejercer respecto de la economía mundializada.

El tercer proceso que define a la globalización es la creciente interpenetración de las sociedades. Ha sucedido en los últimos tiempos que se han intensificado los vínculos individuales y colectivos entre sociedades. Ello mediante fenómenos tan directos como el turismo, las migraciones, las diásporas, la actividad internacional; todos muy intensificados en los últimos años. También ayudan a esta interpenetración de las sociedades los nexos mediatizados por imágenes televisivas y los sistemas de comunicación informáticos. De esta intensificación de las relaciones sociales mundiales ha surgido un "imaginario de la globalización". Destacan en este imaginario tres sensaciones. La primera es la de pertenecer a un mismo mundo. En todos los países nos encontramos con los mismos problemas, iguales preocupaciones, idénticas políticas. Es la convergencia de las agendas nacionales, convergencia exacerbada después de los trágicos sucesos de S-11. Lucha contra el terrorismo; reforma del Estado; desregulación económica y social; respeto de los derechos de las personas; equilibrios macro económicos; lucha contra la corrupción, las drogas, la delincuencia; preocupación por el desempleo, la pobreza, la exclusión; desencanto de la política, crisis del sistema de partidos; fortalecimiento de la sociedad civil. En todas partes los problemas son semejantes y la orientación de las soluciones parecidas. Por otro lado, esta sensación de pertenecer a un mismo mundo se acrecienta por la aparición de formas culturales comunes: la música más escuchada, los grandes hoteles, los malls, los aeropuertos, los servicios de información, la comida rápida, todo semejante. Es el Mc Mundo. Estas formas culturales parecidas adquieren mayor fuerza por la sensación de simultaneidad de los acontecimientos que ocurren en las variadas localizaciones, continentes o países, ciudades o aldeas.

La ambivalencia de la globalización, característica destacada por muchos autores, se manifiesta en este respecto en el hecho del localismo de muchos de los contenidos que interesan a todo el mundo. Así como es ambivalente que lo global privilegie los lugares, también lo es que las formas culturales comunes se acompañen con la relevancia en el interés de los medios y del público, de cotidianidades locales como accidentes de aviación u otros; inclemencias del tiempo, tales como inundaciones, tornados; amores, bodas, divorcios, muerte de celebridades; y crímenes. McLuhan habló del mundo como una aldea planetaria. El planeta se ha vuelto una aldea, una sola, pero también el mundo se ha constituido en una aglomeración de aldeas. En otras palabras, los particularismos se han globalizado.

De modo que podemos definir la globalización por estos tres procesos simultáneos, vinculados y ambivalentes: la interdependencia de las actividades humanas, la compresión del espacio y la interpenetración de las sociedades. Entendido de este modo este proceso rebasa con mucho el marco de los mercados financieros, de bienes y de servicios. Incluye los importantes cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos ocurridos en los últimos lustros.

V.- CONCLUSIONES

Los economistas tienden a identificar la globalización con la expansión de los mercados. La globalización sería el fenómeno que está integrando económicamente a los países. Ella provoca la desaparición paulatina de los mercados nacionales/locales a favor de grandes productores de bienes y servicios que actúan a escala mundial, en un mercado global cada vez más integrado y homogéneo. En efecto, a partir de los años 80 las empresas transnacionales se han constituido en los árbitros principales de la división del trabajo internacional, utilizando sistemas de producción integrados internacionalmente. La globalización de la economía internacional se sustenta en un notable incremento de la inversión extranjera directa realizada por tales empresas. Ello implica procesos de transferencia tecnológica lo que aumenta los niveles de productividad y competitividad de las economías que se articulan en el proceso, el desarrollo de líneas de producción más rápidas y una mayor adaptación al cambio tecnológico.

Con la globalización económica las políticas locales de un país, así como sus crisis económicas, pueden afectar gravemente a otros países. Lo que no sucede en la misma medida cuando existen barreras económicas nacionales. Donde los países son económicamente interdependientes las políticas nacionales autónomas van perdiendo viabilidad. Por otro lado, con el proceso de globalización la economía, guiada por el mercado, va desarrollando procesos automáticos. Por ello se hace cada vez más evidente que algunos de los problemas más graves que se presentan a las economías nacionales surgen de fenómenos que no tienen control para los gobiernos individuales y menos para los de los países de desarrollo bajo o medio, como el nuestro. Por todo lo anterior es legítimo preguntarse, si la Ley del mercado no prevalecerá sobre la Constitución nacional. Aunque así no fuera es evidente que en muchos países, aunque especialmente en los chicos, la economía empieza a predominar sobre la política.

¿Por qué, entonces, los países se incorporan al mercado global? Dos respuestas pueden mencionarse como las principales: los países en desarrollo perciben que ese es el camino más rápido para lograr estándares de vida parecidos a los países desarrollados. La segunda es que la integración a la economía global es el mecanismo más eficaz para lograr la modernización tecnológica. Uno, en verdad, podría hacerse otras preguntas más acuciantes ¿puede un país en el siglo XXI no incorporarse a la economía global? ¿cuál sería la suerte de una sociedad no articulada a ella? Aún sin avanzar en esa reflexión existe la convicción, ex ante, de que la sociedad que quede excluida de este proceso estaría condenada a la pobreza, la marginalidad y el atraso. ¿Quiere decir, entonces, que la globalización es obligatoria, necesaria, y que, por tanto, no hay alternativa? En efecto, el modelo de libre mercado conlleva un tal lógica económica que impone, es decir, obliga a varios procesos o políticas de modo ineluctable, tales como la competitividad a nivel global, la flexibilización laboral, la modernización tecnológica, los equilibrios macroeconómicos, la sanidad fiscal, la idoneidad financiera; las ganancias del capital; las escalas compatibles con un mercado mundial. Los que no se atienen a esa lógica dejan de ser (o nunca llegan a serlo) economías de mercado viables. Sus sociedades serían víctimas de la pobreza y la exclusión.

¿De modo que los cambios que han coexistido en las últimas décadas con la mundialización de la economía sólo pueden resultar en una economía globalizada capitaneada por las empresas multinacionales? Estos cambios, según hemos dicho, van hacia la formación de una nueva sociedad, donde se incluye una superación del industrialismo, un desarrollo respetuoso de la naturaleza; la vigencia de los derechos de las personas y la democracia como régimen político; la innovación científica y tecnológica; unas visiones ética y estética ajenas al consumismo, al derroche y a la grandiosidad; la superación de las limitaciones de la distancia; otra percepción del tiempo. Son cambios que por su amplitud rebasan tanto el marco del mercado como el de la economía financiera. La globalización, tal como se ha definido en este trabajo, se caracterizaría, por un lado, por mercados económicos globales y, por otro lado, por substanciales cambios tecnológicos, sociales, culturales y políticos. Estos últimos, sobretodo los tecnológicos, han hecho posible el fenómeno. Son el producto de la historia económica, política y científica del siglo XX. La globalización es, por tanto, un fenómeno ambivalente. En el momento actual es posible postular que el mundo podría integrarse de un modo más racional y ordenado, a lo menos de dos maneras. Una, vía el dominio de unos pocos grandes país, Estados Unidos y aliados. Otra, mediante una institucionalidad mundial surgida del consenso del conjunto de la comunidad internacional.

Postulamos que las consecuencias negativas de la mundialización propiamente económica -a las cuales hemos apenas aludido en este artículo- más las transformaciones mencionadas que la acompañan crearán un polo conflictivo con la naturaleza actual del proceso globalizador, con el patrón de desarrollo económico que la orienta y con el orden mundial vigente. De esta contradicción podría surgir una superación de esas características indeseables, en especial las que implican dominio económico y cuasi político de las ETs y de las instituciones financieras internacionales comandadas por los Estados Unidos; incremento de las desigualdades inter e intra países; pobreza; dependencia económica y política. Ello sería posible sólo con la modificación substancial del actual patrón de desarrollo económico y la construcción de un orden mundial acorde con los conceptos de libertad, democracia e igualdad consubstanciales al progreso de las ideas y de la conciencia mundial que han caracterizado a las últimas décadas. Pero ello no será fácil, dado que si bien la globalización requiere de instituciones transnacionales, que funcionen democráticamente, los actuales poderes dominantes -y los "poderes fácticos" económicos, militares y sociales adyacentes- prefieren la situación actual donde no tienen nada que perder y mucho que ganar. Una institucionalidad global surgida del consenso mundial pondría en entredicho tanto su hegemonía política como su dominio económico unilaterales. La idea de un gobierno racional y democrático del proceso mundial chocará fuertemente con el actual status quo, surgido del fin de la Guerra Fría y afianzado en los últimos años, que permite a los Estados Unidos fungir de administrador a escala mundial del proceso globalizador. Por tanto, podemos asegurar que tenemos historia más que suficiente para lo que queda de este naciente siglo.

REFERENCIAS

1.- El Mercurio; Santiago: 2 de julio de 2000.

2.- Laïdi, Zaki; Un mundo sin sentido; México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

3.- Meadows, Donella y otros; Los límites del crecimiento; México: Fondo de Cultura Económica, 1972.

4.- Organización Internacional del Trabajo; Bulletin of Labour Statistics; Ginebra: O.I.T., sección Estadísticas; 2003.

5.- Oliver, David y otros; "Estrategias para industrias convergentes" en Nuevas formas de organización; Santiago: El Diario. Ediciones Financieras, 2000.

6.- The New York Times; New York: 18 de febrero de 2000.

7.- Sakaiya, Taichi; Historia del Futuro. La Sociedad del Conocimiento;

Santiago: Andrés Bello, 1994.

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