jueves, 30 de octubre de 2014

Una taza de café con amistades


Para combinar entretención y cultivo de la amistad nada mejor que un buen café.
Oh! Mi taza de café
recuerdos me trae del ayer
con ánimo de revivir
vivencias que no han de volver.

Aquí en el barrio tenemos varios locales para elegir. Vamos unas tres veces a la semana a tomar un café, hacia el final de la mañana, con uno o dos amigos del barrio. Los otros días vamos los dos con Emilia. Nosotros tenemos preferencia por un café al aire libre, si el tiempo lo permite. De éstos, dos son nuestros privilegiados. Uno el “Café +”, al que llamamos el aritmético. Aquí tenemos reservada una mesa para no fumadores. Como las sillas son un poco duras a mí, que soy flaco de asentaderas, me tienen guardado un cojín que me lo pasan apenas llego y que, al irnos, lo devuelvo. A este café llegan muchas mujeres, especialmente de la llamada tercera edad, que vienen de realizar ejercicios gimnásticos. Ellas se instalan en la parte interior, donde no se permite fumar, pero sí hablar en voz alta y al unísono. ¿Cómo se entienden? Es un misterio vigente. Al parecer entablan conversaciones cruzadas varias parejas, las que parlotean en simultáneo. Por eso nosotros nunca ocupamos mesas al interior. Al exterior se instalan las damas que fuman y hablan, en mesas medianamente retiradas de la nuestra. En Chile las mujeres que fuman superan con creces a los varones que lo hacen. Las fumadoras son de todas las edades incluidas, lastimosamente, muchas jovencitas. Compartimos por alrededor de una hora charlando de temas baladíes, livianos para reírnos y comentar, con algo de ironía, lo que ocurre alrededor y más allá. Esta liviandad en el conversar no es fácil ya que el gremio de los adultos mayores siente, en general, un especial atractivo por el “parlar” acerca de enfermedades y sus costos.

Otro, es el café “Lo Saldes”, de Avda. Colón, al que concurrimos especialmente sábados y domingos dado que el aritmético no abre esos días. Es nuestro preferido cuando no hemos convenido juntarnos con los amigos. La venta de la tacita de café es, para este negocio, secundaria ya que expenden pan, pasteles, queques, empanadas y una variedad de productos semejantes. De modo que es necesario tener paciencia para acceder a una taza del solicitado líquido, que la acompañan con un trozo de excelente queque o dos estupendas galletas. Yo soy cliente de dos meseras a las que saludo de beso y me despido de mano, donde incluyo la propina.
¿Cómo está don Manuel?/ Bien mijita y a usted ¿cómo le va?/Aquí trabajando como siempre./¡Qué bueno que está aquí linda! Estamos afuera, por favor, lo mismo de siempre./Espere un momento, se los llevo pronto./ Gracias.
La clientela de este negocio es curiosa. Llegan, hombres y mujeres, conduciendo lujosos automóviles de marcas de prestigio, sedanes de alta gama, caros por supuesto. Otros vienen en unos 4 x 4, todo terreno, que más parecen tanques que vehículos para la ciudad. Portan vestimentas informales, a veces demasiado informales, al punto que algunos señores parecen obreros de la construcción que recién salen del trabajo; otros usan short, como en la playa, aún con tiempo frío. Son nuestros ricos, no sé si se trata sólo de los nuevos o, también, de los antiguos. Hombres y mujeres comparten conversaciones en las que usan palabras groseras (“bad words”) más frecuentemente que lo aconsejable. Años atrás estas groserías sólo las usaban la clase baja. Hoy el lenguaje se ha homogeneizado, el de la clase alta, media y baja. La cultura popular ha triunfado. En materia de lenguaje esa cultura es la dominante. A mí me llama la atención que personas de edad madura utilicen estos vocablos delante de sus parientes mujeres, o amigas, con total naturalidad y en voz alta. Como estas palabrotas (en Chile llamadas garabatos), se usan para significar una variedad enorme de contenidos, el vocabulario se restringe en gran número. La más común de ellas es “weon” , “weona”, deformación lingüística de “huevón”, que quiere decir de grandes testículos. Se supone que quién así los tiene carece de inteligencia, aún en su grado menor. Este significado se ha perdido toda vez que, si así no fuera, no sería pertinente dirigirla a las mujeres. En la entretenida plaza del barrio los jóvenes adolescentes, muchachos y muchachas, la usan una vez cada tres voces del castellano/chilensis. De vez en cuando sueltan la exclamación “concha’e tu madre” sin destinatario fijo. En mis tiempos juveniles, ya lejanos, si esa expresión se le endilgara a uno mismo, había que responder con una trompada. Pero actualmente ha devenido a una simple interjección, es una pérdida de estatus. Son conversaciones en muy alta voz, quién esté por los alrededores les tienen sus cuidado sean ancianos(as); niños, señoras maduras, etc. Emilia me dice que no se da cuenta de ello ya que desconoce el significa de esas expresiones. Como los jóvenes chilenos, en su mayoría, leen poquísimo usan un vocabulario escaso. ¿Podrá la escuela contrarrestar esta tendencia propia de los tiempos que corren en nuestra sociedad? No creo, sinceramente. El sistema educacional es, al revés, una víctima más de estas fuerzas subterráneas de la convivencia social. Es así como no pocos profesores son, indoors, víctimas de la violencia, el irrespeto, el lenguaje soez.
Lo más preocupante es que según la lógica, en tanto disciplina filosófica, enseña que las palabras representan conceptos y éstos son indispensables para enhebrar un pensamiento. De modo que pensamientos sutiles requieren de un vocabulario correspondiente. Y, a contrario sensu, con el uso de pocos vocablos que aludan a multitud de realidades e irrealidades es improbable que se puedan armar pensamientos abstractos. Con solo concreciones pensadas con pocas palabras no hay inteligencia ni medianamente superior.
En efecto, como nos recuerda Giovanni Sartori, la especie humana (el homo sapiens) no posee, fisiológicamente, nada que lo distinga del resto de los primates (el género al cual pertenecemos). “Lo que hace único al homo sapiens es su capacidad simbólica… Y no sólo el comunicar, sino también el pensar y el conocer que caracterizan al hombre como animal simbólico se construyen en el lenguaje y con el lenguaje” Homo videns. La sociedad teledirigida; Madrid: Taurus; 1998; pp. 23-24.
El hombre es un animal parlante. Y lo que vemos en nuestro país es, justamente, la degradación del lenguaje. Con ello queda debilitada la capacidad de abstracción, es decir, la esencia de lo cultural en sus distintas manifestaciones: ciencia, arte, filosofía, religión, tecnología.

Al interior del mall Apumanque existen varios negocios de café. Nuestro amigo Roberto los prefiere porque están cerca de su casa y, también, por costumbre. Como es sabido la costumbre en las personas mayores es como una coraza de cemento, difícil de erradicar, ya que evaden la constante elección, lo que les facilita el diario vivir aunque, también, se lo empobrece.
Últimamente concurre a uno atendido por colombianos, propiedad de un chileno, también dueño de una peluquería en este mismo recinto. A este café lo llamamos “el rojo” por el mobiliario de ese color. Nada de originalidad. Roberto es el mayor de todos los contertulios, habla en voz baja, apenas audible sobretodo en un ambiente, como el mall, que es bullicioso: música permanente y la nueva costumbre nacional de hablar en voz alta. Incluso con altos decibeles se conversa por los celulares, así se trate de asuntos privados. Es sabido que en Chile existen más celulares habilitados que habitantes en el país. El utilizarlos, en sus diversas funciones, se ha convertido en una actividad omnipresente. Por ejemplo, en la movilización colectiva, (metro, buses) ya no se ven personas leyendo libros sino mirando sus móviles. También, ensimismados, caminando por las calles.
Antes Roberto tenía por costumbre de hablar, repetidamente, de sus logros profesionales. Hasta el cansancio de sus acompañantes. Luego enfermó gravemente su señora y tiene ahora a ese como tema principal. No se aleja de su casa, ya que debe estar “a tiro de escopeta” por si su señora necesita algo urgente. Para alivianar la conversación procuramos ir “al rojo” con Roberto y, además, Antonio. Así entre los cuatro los temas varían, lo que es más grato para todos, especialmente para Emilia que, a veces, le cuesta entender el idioma de los chilenos, un castellano mal pronunciado. Lo más notorio: nos “comemos” los finales de las palabras, si terminan en “s” y, a veces, agregamos un poh, innecesario: no poh; si poh.; no distinguimos “ch” de “sh”. Tampoco, la “v” de la “b” ni en el hablar ni en el oír. Una muletilla muy popular es “cachai” para ¿entiendes?. Para saludar se dice ¿cómo estai?. Para designar personas usamos nombres de animales, tales como “cabro” y “cabra” para chicos y jóvenes; “gallo” y “galla” para personas de cualquier edad. Y más.
El día 12 de octubre 2014 el sacerdote Ignacio Valente, crítico literario, escribió en la sección “Artes y Letras” de El Mercurio la crónica “Pobre castellano criollo” donde asevera que el “deterioro del castellano hablado y escrito en Chile es innegable”. Y se pregunta “¿No constatamos hoy que un número cada vez menor de nuestros hombres públicos es capaz de hablar de corrido con sujeto, verbo y predicado?” Tiene razón en esto del maltrato de la lengua por parte de la elite política. Es así, por ejemplo, que yo escuché por la televisión a un actual senador y ex Ministro de Relaciones Exteriores decir: “Habemos muchos que pensamos….”

Otro local al que concurrimos los tres con Antonio es el Bonafide, algo más alejado, que tiene un amplio ambiente que permite una visión hacia el exterior, una vereda concurrida, por donde transita harta gente. Lo hace porque tiene grandes ventanales, sin vidrios en tempo cálido, con plástico en tiempo frío. Pedimos, como en todas partes, un cortado, mediano de porte. Lo acompañan con unas galletas recubierta con chocolate. Si queremos más nos traen adicionales sin costo.
La atención, salvo en “el rojo”, es amable y distendida. Siempre dejamos una propina calculada en el diez por ciento del total. La cuenta se divide de modo que cada cual pague su consumo. “Cada uno mata su toro”, según el chilenismo. O “cada uno mata su chancho”, que también lo usan los campesinos. Con la misma excepción anterior en todos estos establecimientos se dispone de diarios para leer en el lugar y también de wi fi . Y algo muy importante: no ponen música, de modo que se puede conversar.
¡Oh grano molido!/
¡Oh grano divino!/

Agitas mis neuronas
cuando deambulan/ dormilonas
por mi sesera,/ las muy cabronas.
(“Oda al café”, del grupo de rock argentino Demencia).
Todos los locales de este rubro en el barrio son relativamente modestos, con un mobiliario utilitario, nada elegante. No resisten una comparación con las cadenas Tavelli o Starbucks de Santiago, así como estos no resisten una comparación con los acogedores locales de Buenos Aires y menos aún con los muy bellos, nobles y solicitados cafés del barrio latino de París, con densa historia intelectual. Aunque el brebaje en Francia es muy inferior al que se consume en Italia, donde se expende el mejor café de Europa. Desafortunadamente para un chileno, el expreso italiano es apenas un suspiro, tan corto es. En Viña del Mar existía el tradicional Café Samoiedo, todo un símbolo de la vida social, cultural y política de la ciudad que, desafortunadamente, cerró años atrás. Procura reemplazarlo, aunque no tiene igual señorío, el “Anayac”. En algunas ciudades de las más importantes provincias chilenas, se encuentran locales agradables. Llama la atención que a pesar que en América Latina se produce tanto y tan buen café (Brasil, Colombia, Costa Rica y seis países más) en Chile en la mayoría de estos negocios, fuera del radio central de Santiago y del sector oriente, es difícil encontrar donde usen café de grano, el que ha sido reemplazado por el popular y plebeyo nescafé, que abunda también en los hogares. Esta palabra es una compuesta. El “nes” viene de Nestlé. Sólo los suizos son capaces de tal hazaña. Claro que en Chile no la encontraron difícil, dado que por psicología somos proclives al facilismo más que al buen sabor o al comer sano, si eso implica mayor esfuerzo.
El amigo Luis Rafael Silva me escribe desde Quilpué y apunta: “…la Cafeto filia y la Amistad. Al menos soy uno de ir al Café Mussetti frente a la Municipalidad de Quilpué a tomarme un Goteado, como se le conoce en ese Café, para otros es un manchado, pero lo esencial es la degustación de este liquido extraordinario que nos levanta el ánimo y junto con ello acrecentar el sentido de la Amistad”. Bueno, en Quilpué (la ciudad de la eterna primavera, como la llaman sus habitantes) también se cuecen estas habas.
En el centro de Santiago se puede apreciar, y observar, una innovación nacional: los “cafés con piernas”: chabacano. Las mujeres que sirven el café en la barra, usan permanentemente mini faldas, excesivamente minis. Aún más, había (quizás aún existe) un local, cerca del Teatro Municipal, llamado “el varón rojo”, en el cual a las 11 en punto de la mañana las chicas que atendían descubrían, por pocos segundos, sus pechos. ¡El que pestañea, pierde!. Con tal de vender vale, por estos lados, cualquier cosa. A esa hora el local se llenaba; de caballeros, por supuesto. ¿Estará todavía vigente esta singular estrategia de marketing?

¿Será cierto?
La cadena hotelera Le Meridiem, de origen francés, encuestó a 7.455 personas consumidores de café. El 55% de ellas, mujeres, según informa el sitio web “Planeta Joy”. Algunos resultados: el 51% admitió que podría vivir más tiempo sin tener sexo que sin beber café.
El 53% elegiría un café caliente antes que una “pareja caliente”.
El 78% optaría por dejar el alcohol, las redes sociales y las relaciones sexuales durante un año antes de tener que abandonar el café por esa misma cantidad de tiempo.
Espero que usted estimado(a) lector(a) no sea tan adicto al café como estas buenas personas.
Cuando recién compramos un departamento en este barrio, de vuelta de Suiza, concurríamos a la Pastelería y Cafetería Alemana. A poco andar nos encontramos con Roberto como vecino que vivía a una cuadra y media de ese negocio. Pronto adhirió Adelio, quién vive más retirado, no precisamente en este barrio. Nosotros tres estuvimos, como ya relaté en su lugar, becados en la Universidad de Cornell. En los primeros tiempos de nuestro reencuentro Adelio estaba a medio jubilar y nosotros totalmente. Pero él ya tenía la envidiable costumbre de viajar, de cuando en cuando, a Europa, en son turístico. Años más tarde aumentó la frecuencia de sus viajes a no menos de tres al año, según nuestras cuentas. Esa entretención sólo es posible sobrellevarla si se tiene tiempo, salud y, muy especialmente, “bolsillos profundos”. Es un hombre de fuerte determinación cuando se trata de profundizar en aquello que le interesa, sea importante o no. Este 2014 nos hemos juntado con él sólo a comienzos de año, unas dos veces. Pero antes lo hacíamos con más frecuencia. Cuando viene a Chile Gunther, otro ex compañero de Cornell, que actualmente vive en Boston, donde ha jubilado de su trabajo en Harvard, nos juntamos con él. Adelio le tiene gran aprecio y admiración a Gunther, por lo que frecuentemente me pregunta por él ya que yo he retomado esta relación, vía Internet. Estos ex becarios, ahora en edad provecta, nos hemos reencontrado, ya que los acontecimientos dramáticos de la historia del país nos llevaron, a cada cual por sus propios caminos. Es el pasado que nos muestra, desde la penumbra, su rostro. Aquí estamos cada uno con su propia historia que no la comentamos ya que, entre otras razones, esos caminos corrían paralelos: distintos, contrarios, diversos, gozosos, amargos, fáciles, difíciles. Como la suerte misma del país.
Siempre acudimos cuando viene Adelio, a la Pastelería Alemana, un lugar fácil de encontrar. Con la ventaja, además, de tener estacionamiento en un sector plagado de vehículos. La desventaja es que la máquina que prepara el ilustre brebaje mete un ruido soberbio, que a nadie permite hablar. Posee pocas mesas afuera del local donde suelen ubicarse las damas fumadoras. Es por estas razones que Emilia ya no la frecuenta, aparte de que tiene algunas observaciones sobre la calidad de sus pasteles y tortas, para el nivel de sus precios. De modo que sin Adelio a la vista ya no vamos a este local, que administra su simpática dueña, descendiente de alemanes, frecuente visitante del país de origen de sus ancestros.
El año 2008 comenzó la crisis financiera en Estados Unidos. En Chile, no percibimos la magnitud de la misma y al comienzo ni siquiera su existencia. Muy pocos, si lo hicieron. Uno de ellos fue, justamente, nuestro amigo Adelio. Con Roberto tuvimos ocasión los tres de conversar al respecto, aunque sin darle a la conversación mucha trascendencia, a pesar de los argumentos técnico que daba Adelio. Todo mientras degustábamos, cada uno, su café cortado; es decir, alivianado con leche. Yo tenía mis ahorros que me permitían vivir holgadamente en Fondos Mutuos accionarios. En esos días mis ahorros habían descendido en 5 millones de pesos. Lo hice presente. Entonces, Adelio me dijo tajantemente “haz la pérdida”. Y ¿qué hago? pregunto. “Ponlo en renta fija”. Nos separamos y, como siempre, Adelio sube a su auto y nosotros vamos caminando hacia la casa de Roberto, primero, y después yo hacia la mía. En el camino comentamos la conversación. Ninguno de los dos estaba muy convencido. Roberto dijo que tenía sus ahorros en una modalidad en que los cambios los hacía el equipo del Banco, en tanto que yo debía tomar por mi mismo cualquier decisión. Decidí esperar a recuperar los 5 millones de pérdida y, luego, estudiar qué hacer. La espera fue fatal. La pérdida se fue incrementando y en la AFP Habitat, en que estaba el depósito, los expertos no tenían claridad sobre lo que acontecía. Yo estaba, con el transcurrir de las semanas y el agravamiento de la crisis, muy nervioso y, de noche, insomne. Cuando la pérdida llegó al 40% de los ahorros retiré el total y me salí del Fondo accionario. Eso me produjo un desastre financiero que hasta el día de hoy perdura. Fue una pérdida definitiva que ha afectado mis oportunidades de vida y la del matrimonio. Después de este traspiés he apreciado más esta estrofa del famoso poema de Francisco de Quevedo:
“Pues al natural destierra/ Y hace propio al forastero/ Poderoso caballero/ Es don Dinero”.
Si eso fue cierto en el Siglo XVI cuanto más veraz lo es en el XXI.

Un tema de conversación en estos encuentros amistosos ha sido, en los últimos meses, el trámite que venimos haciendo desde enero del 2014, ante el Estado chileno, para obtener la nacionalidad chilena para Emilia. Debido a las increíbles arbitrariedades que el consulado de Kazajstán en Praga le impuso para renovar su pasaporte, ella no pudo hacerlo. Viajó a Chile con él y acá el documento cumplió su fecha de vencimiento. De modo que la mayor parte de este año no ha tenido pasaporte hábil. Por razones de salud y de vigencia de su permanencia en la República Checa, donde viven sus únicas hija y nieta, ella debía volver en octubre. Es chilena desde el 10 de septiembre del 2014, fecha del correspondiente decreto. Obtuvo, luego, cédula de identidad como chilena lo mismo que pasaporte. El 12 de octubre vuela a París para seguir, enseguida, a Praga. Mañana 7 de octubre haremos una pequeña recepción celebrando su nueva nacionalidad.
Yo me quedaré solo por cuatro meses, pero cuento con los amigos para disfrutar de un buen café varios días a la semana y comentar lo que se nos venga en mente. Trataré de recorrer el camino que permite alcanzar objetivos difíciles, tal como el filósofo Ernst Bloch recomienda: “con el paso erguido del hombre”.
Espero que se reintegre a estos corrillos el buen amigo Julio quién, debido a razones de fuerza mayor, se ha ausentado en los últimos meses de esta tan saludable entretención. Lo esperamos con un café servido.
Tengo tu mismo color
Y tu misma procedencia,
Somos aroma y esencia
Y amargo es nuestro sabor...

¡Vamos hermanos, valor,
El café nos pide fe;
Y Changó y Ochún y Agué
Piden un grito que vibre
Por nuestra América Libre,
Libre como su café!

(Estrofa del poema “El Café” de Nicomedes Santa Cruz)











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