lunes, 22 de septiembre de 2008

Regulaciones y desregulaciones en la arena internacional. MB



l proceso de globalización se ha beneficiado de la inexistencia de regulación en el área financiera, avanzada del mismo. También de la eliminación de barreras para el comercio de bienes y, no menos, con la desregulación al interior de las sociedades nacionales de las relaciones laborales. Habría que añadir que la tendencia desreguladora ha implicado, además, un fuerte desarrollo de la información y la comunicación globales.

Sin embargo, a medida que avanza la globalización y la interdependencia de las sociedades nacionales y que se va constituyendo una conciencia universal alrededor de ciertos temas las tendencias desreguladoras se acompañan cada vez más de su signo contrario. Es decir, con la necesidad de regular determinados procesos que dejados a la espontaneidad podrían significar serios inconvenientes para la independencia de los Estados, para la vigencia de los valores democráticos o para la sostenibilidad económica y medioambiental. La tendencia reguladora aparece en la escena internacional sobretodo en torno a los nuevos temas de la agenda, como el del desarrollo sustentable, los derechos humanos, el movimiento transnacional de capitales, la sociedad de la información, las migraciones internacionales. En tanto que su contraria, la desreguladora, aparece más nítida en relación a los temas que vienen desde antiguo preocupando a la comunidad internacional, como los aspectos laborales, la salud y, en general, aquellos aludidos por el concepto “Estado de Bienestar”. Esta realidad se puede comprobar en la acción de los organismos especializados de las NN. UU. y otras agencias internacionales; mientras unos como la OIT y la OMC promueven normativas más flexibles que las antiguas (incluyendo, a veces, su derogación) otros, como los dedicados a los DD. HH., al medio ambiente y a las comunicaciones, están abocados a la tarea de promover nuevas normativas. Podríamos decir, pues, que en el actual escenario coexisten ambas tendencias.

Al nivel de los Estados nacionales, las tendencias reguladoras y las desreguladoras son parte de la arena política vigente hoy día. Así, mientras los gobiernos, en especial, sus directivos económicos, y los empresarios, son partidarios de la desregulación laboral; los sindicatos y los trabajadores en general defienden las antiguas normas que fueron construidas a través de una historia larga, con triunfos políticos y batallas sociales, a veces, violentas. Como resultado de las tensiones sociales ocurridas en el proceso de industrialización se fue creando a la largo del tiempo, el llamado Estado de Bienestar en los países desarrollados y esbozos de él en muchos otros. El Estado de Bienestar implicó la construcción de una densa malla normativa que aludía tanto a las relaciones sociales al interior de las organizaciones de trabajo como a los ámbitos de la salud, la educación, la familia, el retiro jubilatorio y otros. Todo ese entramado está hoy día transformándose por la vía de la flexibilización de su normativa.

La tendencia es, pues, a desregular lo regulado y a regular lo desregulado. O lo nunca regulado. En torno al mayor peso de uno u otro extremo de la contradicción, o al equilibrio entre ambos, se dan hoy día, muchas batallas en el terreno de las ideas teóricas y también en los debates sobre legislación nacional y tratados internacionales. En muchos foros se procura actualmente acordar una solución adecuada a los problemas, a los intereses nacionales y a la realidad internacional.

Las regulaciones emanadas de órganos supranacionales se intensificaron a lo largo del S. XX. Pero fue en los últimos 25 años cuando se han propuesto y aprobado regulaciones en torno a problemas globales surgidos, a la conciencia universal, después de la segunda guerra mundial. Muchas de ellas fueron adoptadas por numerosos países e implementadas con diversos grados de rigurosidad. Ahora bien, con la implantación del modelo neoliberal tanto las primitivas normas como las últimas han sido consideradas excesivas, sobre todo desde la lógica de la competitividad, a veces, razonablemente. Esta es otra fuente de donde se nutre la corriente desreguladora.

En la arena internacional ambos procesos juegan, pues, un papel significativo en el choque de opiniones e intereses. Ese juego se realiza, sin embargo, al compás de los intereses políticos y económicos. Dada la correlación de fuerzas surgida de la caída del muro de Berlín y la orientación prevaleciente en el actual gobierno de USA, la regulación que tiende a poner algún orden racional en los asuntos mundiales suele chocar con la posibilidad cierta de que la gran potencia dicte un ordenamiento de esos asuntos acorde con sus intereses de Potencia Unica. Es así como, paradojalmente, USA que ha ganado más que ningún otro país con la globalización financiera y la construcción, aún no acabada, de un mercado mundial aparece hoy como una fuerza opuesta a la regulación transnacional de los importantes problemas globales. Ejemplos como el de la Corte Penal Internacional y el del Protocolo de Kioto son emblemáticos de cómo esfuerzos por normar asuntos de derechos humanos y medioambientales con una lógica transnacional son rechazados por conveniencias políticas y económicas unilaterales.

Es obvio que para los países que carecen de poder económico y político es conveniente que los asuntos de pertinencia general sean regulados con una lógica que tenga una racionalidad global y por medio de procedimientos participativos democráticamente consensuados. Ello les permitiría protegerse del imperio de una lógica que emane sólo del poder. La contradicción entre unilateralismo y multilateralismo está en medio de esta peligrosa disyuntiva que se ha hecho más nítida a partir de los funestos acontecimientos de S-11. El multilateralismo se constituye en una metodología de relación y negociación internacionales fundamental para avanzar hacia una globalización regida por principios democráticos. Ello en contraste con una globalización orientada, gobernada y vigilada por la Potencia Unica, posibilidad que constituye el mayor peligro de la política internacional en los tiempos que corren.

En efecto, el neoliberalismo económico ha puesto el acento en la desregulación de las economías nacionales y del movimiento internacional de los capitales. El libre mercado significa menos normativas emanadas de los Estados con una mínima o, mejor, ninguna intervención en la economía. Ello no sólo en la propiedad de las empresas sino también en el manejo de la fuerza de trabajo y en la fijación de los precios a sus productos. A la vez, el comercio internacional se ha promovido con la eliminación de trabas para-arancelarias y la rebaja de los mismos aranceles. En la nueva configuración de los fenómenos económicos, sociales y políticos –tanto a nivel de los Estados nacionales como a nivel global- los procesos de regulación y desregulación tienen, hoy en día, una importante presencia.

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