jueves, 14 de diciembre de 2017

La investigación científica y las empresas


                                                                              
Es notoria la desconexión de la investigación científica (universitaria en la mayor parte) y las organizaciones públicas y privadas, económicas y de servicios. También lo es la invisibilidad del quehacer científico universitario para la opinión pública. ¿Cuáles son los temas de preocupación?; ¿Qué conexión tienen con la realidad nacional?; ¿Las empresas públicas y privadas se benefician con ese trabajo?; ¿Dan lugar esos estudios innovaciones útiles para la economía y el bienestar social?;¿Cuántas patentes de innovaciones significativas se registran al año? La vinculación de la investigación científica con las políticas públicas y con las empresas podría rendir excelentes resultados en beneficio del desarrollo económico y social del país. El aporte potencial de las Universidades y otros centros de investigación científica rebasa el marco de la mera formación de profesionales calificados. La actualización de ese potencial es perentoria. La creación de vías de integración entre Estado, empresas e investigación científica a lo menos en áreas estratégicas de nuestro desarrollo es indispensable. Algunos de nuestros centros de investigación hacen contribuciones importantes en su campo de especialización en ciencias básicas, en medicina, en economía, en humanidades. Sin embargo, son centros que en el país están aislados, carecen de mecanismos de interrelación con otras entidades educacionales, con empresas económicas, con instituciones estatales, lo que impide la difusión y comercialización de ideas valiosas. Más que poner el acento en crear instituciones esos centros debieran asumir mecanismos de interrelación: encadenamientos de investigación, innovación, producción, financiamiento, marketing, educación y más. Es una interdependencia funcional la que aplicada a la producción económica, fue denominada por el Profesor de Harvard Michael Porter, como “clusters”.
Una institución distinta de esos centros sería de utilidad si estuviese capacitada para relacionar los diversos resultados emanados de ellos en un nivel de amplitud mayor
Vías diferentes son las que instituciones educativas debieran establecer con empresas públicas y privadas a los fines de una mayor interacción para los efectos de la formación de los recursos humanos en los distintos niveles de calificación. 
El país debiera ya estar alerta acerca de lo que los expertos en el tema de la innovación tecnológica vaticinan para un futuro próximo. Es lo que se ha dado en llamar la cuarta revolución industrial, cuyos artífices serían: las nanotecnologías, las neurotecnologías, los robots, la inteligencia artificial (AI), la biotecnología, los sistemas de almacenamiento de energía, los drones y las impresoras 3D. Vaticinios que en algunos países ya se trabaja para concretarlos. Ejemplos de lo anterior es el desarrollo de los robots en Japón, de los drones en Estados Unidos y otros países, el despliegue de la utilización de las impresoras 3D, los proyectos fabriles de alta tecnología en que se trabaja en Alemania, entre otros. En el ámbito industrial se trata de la automatización total de la manufactura. Las fábricas serían verdaderamente inteligentes. En un sector tan alejado del industrial como el legal estas tecnologías están penetrando. Véase al respecto el artículo “Inteligencia Artificial y Big Data cobran fuerza en estudios de abogados internacionales” (Diario Financiero, versión Online, 5 de octubre 2017) Y, claro, los drones ya están participando en labores de vigilancia en Santiago detectando el micro tráfico de drogas en las comunas del sector oriente de la ciudad. Lo dramático es lo que en el Foro Económico Mundial se ha señalado. Estos cambios que se avecinan significarían la pérdida de cinco millones de empleos en los quince países más industrializados. Es un ejemplo de los riesgos que acarrean los cambios mayores para sociedades e individuos. Y de los desafíos que implican. ¿Cuántos empleos se perderán con la introducción de los vehículos autónomos, sin conductor, por ejemplo? En el artículo citado del Diario Financiero se informa que a nivel global las nuevas tecnologías impactarán al 15% de la empleabilidad del sector legal.
Frente a estos desafíos los países deben estar preparados. Los emergentes en Asia ya comienzan a hacerlo, no así en América Latina. Sólo los países capaces de innovar y adaptarse podrán aprovechar los beneficios que esta revolución tecnológica traerá consigo. Ello hará necesario realizar cambios no sólo en la producción sino también en la sociedad a fin de incluir al conjunto de la población en un nuevo orden económico y social. Este nuevo orden requerirá otros servicios y otras habilidades. La sana recreación, las actividades artísticas y la infraestructura para ellas, las necesidades de la tercera edad, la educación tanto formal como informal sin límites de edad serán demandadas en los países con políticas públicas que estimulen la innovación y premien la imaginación. Ello tenderá a mejorar la calidad de vida de las todos, la habitabilidad y belleza de las ciudades, la inclusión social. De modo que el desempleo no es una consecuencia necesaria del cambio tecnológico.
El statu quo no es de esta época y tampoco lo será del futuro. De lo contrario las actuales desigualdades se llevarán a un extremo. La tarea es, como dice Klaus Schwab, fomentar “un futuro que funcione para todos al poner a la gente primero, potenciándola y recordando constantemente que todas estas nuevas tecnologías son, ante todo, herramientas hechas por las personas y para las personas” (La cuarta revolución industrial; Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial; 2016; pág.143).
El empleo del futuro será en trabajos que actualmente no conocemos, en fábricas que no existen, donde la maquinaria será coordinada con los   procesos digitales, de modo independiente de la mano de obra. Carlos Marx lo enfatizó en el S.XIX: son los medios de producción, la base material de la sociedad, los que determinan la superestructura social, cultural y política de ella. Dado que el capitalismo del S.XX ha demostrado la verdad de este aserto, debemos atender cuidadosamente a este cambio que surge en la producción material de la sociedad, gestado en lo esencial por la innovación tecnológica. Este desarrollo podría prescindir de una gran proporción de la mano de obra actualmente existente. ¿Cómo se organizará la sociedad si no hay trabajo para todos?; ¿Cómo subsistirán aquellos que no tengan empleo?; ¿Habrá realmente un grupo numeroso totalmente superfluo?; ¿Qué habilidades laborales se demandarán?; ¿Qué oficios y profesiones se estiman desde ya que desaparecerán en el futuro próximo? 
Respecto de la formación para el trabajo en Chile estamos al debe. Así lo ha declarado el presidente de la Comisión Nacional de Productividad. “El sistema de formación profesional en Chile no satisface las necesidades actuales ni futuras del país…tenemos que educar para la tecnología del futuro. No solo hay que asegurar que todos sean alfabetos funcionales, sino que tienen que ser alfabetos digitales” (Joseph Ramos; El Mercurio; 24 de septiembre de 2017: pág. C 6). 
Preocupaciones similares a las anteriores ha manifestado Eduardo Bitran, Vicepresidente Ejecutivo de CORFO cuando escribe: “La emergencia de tecnologías disruptivas amenaza con dejar obsoletas las formas de trabajo y de producción que conocemos” Y luego se interroga: “¿Cómo enfrentamos la revolución digital y su impacto en la producción y los servicios?; ¿Cómo nos subimos a las nuevas tendencias tecnológicas asociadas al desafío de la sustentabilidad y el cambio climático, y permitimos a su vez generar nuevas actividades económicas con un mayor componente de servicios sofisticados?” (Columna “Estado y la transformación productiva”; La Tercera; 23 de septiembre de 2017, pág.10).
Escrito por Manuel Barrera Romero
Octubre de 2017. Las Condes, Santiago


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