lunes, 19 de septiembre de 2016

Bases psicosociales de la (des)confianza. MB


Una aproximación desde la perspectiva de la psicología social sobre este fenómeno que ha irrumpido en la sociedad global, no solo en nuestro país, podría rendir frutos que lo harían mas inteligible. ¿Por qué en las sociedades abiertas, con regímenes políticos democráticos, la confianza se ha vuelto un sentimiento disminuido dando paso a un inédito descrédito de personas, colectivos sociales e instituciones?

La confianza, o su ausencia, es un sentimiento que puede referirse a uno mismo, hacia otras personas o hacia entes impersonales como las instituciones políticas, jurídicas y económicas. La confianza es el sentimiento de que algo es real, verdadero o correcto, y que el futuro será mejor. Se expresa en la conocida frase de los optimistas: “somos nosotros quienes hacemos que las cosas sucedan” Es un estado subjetivo más emocional que intelectual. La confianza y su contrario la desconfianza, no requieren una justificación lógica, no aluden a evidencias empíricas. Dado lo cual confianza y desconfianza son más “estados de ánimo” que actitudes basadas en ejercicios racionales. Pueden estar dirigido hacia un gobierno; hacia el yo, la identidad personal; o hacia el prójimo, el otro, o a la sociedad misma. La falta de confianza en un gobierno consiste habitualmente en que la gente no siente que su políticas sean sabias y convenientes, o que sus dichos sean creíbles. La desconfianza en sí mismo, en el otro y en las instituciones es una experiencia social cada más frecuente en los tiempos actuales, alrededor del mundo.

Es evidente que si la confianza es el sentimiento dominante en una sociedad, sus posibilidades de desarrollo, de paz social, de bienestar y satisfacción para las personas podrán desplegarse de modo armonioso y grato. La falta de este sentimiento impide la concreción de esas posibilidades. De modo que la confianza es condición necesaria, aunque no suficiente, para el crecimiento económico y, más aún, para el desarrollo socioeconómico. Confianza en el presente es indispensable para alcanzar metas futuras.

La confianza en sí mismo es un sentimiento que se ha visto disminuido por las características de la modernidad avanzada que ha dado origen, al decir del sociólogo alemán Ulrich Beck, a la sociedad del riesgo. El conjunto de la vida económica, social y política ha evolucionado de modo tal que modelan una época incierta y azarosa. En efecto, una característica de nuestras sociedades es que el individuo debe enfrentar, con sus fuerzas y flaquezas, las contingencias de la vida que se presenta plena de incertidumbres. La vida para la persona común está pletórica de riesgos. Muchos de ellos son reales. A los cuales hay que añadir la “percepción de riesgos” que, en esta época de intensa comunicación audiovisual, aumenta la sensación de inseguridad y peligro, aunque dicha percepción no tenga un correlato en la realidad. Riesgos reales y percepción de riesgos, por tanto, no siempre coinciden. Frente a los riesgos, reales o imaginarios, los individuos están cada vez más solos. Con menos protección deben enfrentar más peligros. Es la “jaula del riesgo” como dice U. Beck. Cada uno es responsable de cada uno. En estas circunstancias el individuo tiene menos confianza en sí mismo que la que poseía en las sociedades estamentales o en las sociedades de clases tradicionales. La desconfianza alude a su destino personal, a sus capacidades para enfrentar los eventuales e inesperados desafíos del futuro. Todo lo cual se acentúa cuando el individuo percibe la sobreabundancia de riqueza en el entorno.

Este proceso de individualización repercute en la relación entre el individuo y la sociedad. Surge una nueva relación entre el yo y el otro. En una sociedad individualista es infrecuente tener seguridad en la solidaridad del próximo.
La confianza en el otro disminuye también por la evolución de la vida económica, social y política. En ella se constata la desaparición de las clases y capas sociales en su sentido clásico. La clase obrera minera e industrial, la clase campesina ya no existen y, con ello, su ethos (misión histórica) dejó de tener vigencia no sólo para los obreros sino también para los partidos políticos marxistas (como PC y PS chilenos), anarco sindicalistas y otros. La mayoría de la población en las sociedades avanzadas y también en las que transitan hacia allá, como Chile, nominalmente se adscribe a la clase media, que siendo tan numerosa y heterogénea, no se identifica con una ideología, con valores o expectativas de clase social tradicional. En ella el proceso de individualización es cada vez más nítido. El individuo es responsable de su destino; solo debe enfrentar los riesgos que pueden desafiar su presente status, para muchos, recién adquirido o amenazar sus expectativas de ascenso social. Tiene pocas, si alguna, instancias de acogida. Las reivindicaciones planteadas al Estado o a la sociedad son específicas. Aluden a un determinado tema que les concierne a los participantes (educación de calidad, No+AFP, médicos especialistas) y no a su situación de vida en general. Lo más cercano a esto último, pero limitado a un grupo, es la movilización del colectivo LGBT, de por sí acotado. Si a esta falta de valores y acciones comunes se añaden las agresiones de grupos delictivos la solidaridad tiende a desaparecer. Además, en nuestro país la desconfianza en el otro se ha exacerbado con los escándalos empresariales, eclesiásticos, políticos e institucionales. La lucha individual por la vida favorece la desconfianza en el otro. Las relaciones competitivas, el consumo ostentoso, el trabajo asociado al compadrazgo y a las vinculaciones políticas crean el sustrato en el cual la desconfianza en el otro se despliega.
La falta de confianza en sí mismo y en el otro facilita la desconfianza en las instituciones sobretodo en épocas de crisis económica y/o política. Ella aparece cuando las instituciones, en la percepción del ciudadano, funcionan mal. ¿Funcionan o no lo hacen?. Cuando las personas perciben que las instituciones no son eficientes en el cumplimiento de sus tareas la discusión acerca de si funcionan o no, carece de sentido.

Sí, las instituciones funcionan. Tienen ejecutivos, funcionarios, horarios de trabajo, atienden público, etc. Pero su funcionamiento se percibe como ineficiente. Alejado, a veces, de las necesidades de la gente. Por ejemplo, el Poder Judicial funciona. Los delincuentes, en muchas ocasiones, son detenidos por la policía. Esta los lleva al juzgado correspondiente. Ahí son procesados, pero las penas que se les aplica son tan leves que la ciudadanía se ha vuelto tan escéptica al respecto que declara que en el país “no hay justicia”, que la justicia no sirve para nada. Los jueces dicen que ellos aplican la ley. Es el caso, por ejemplo, de los delincuentes menores de edad, un fenómeno nuevo. Incitados por sus padres niños de hasta doce años participan, armados, en delitos. Como son inimputables de acuerdo a la ley quedan en libertad. Gran frustración de las víctimas. Mayor aún porque los Poderes Legislativo y Ejecutivo (que en Chile es co-legislador) no reaccionan prestamente para proteger al ciudadano común de las variadas estrategias delictivas, que cambian con rapidez. En este escenario la percepción pública es que los políticos parecieran vivir en una burbuja bien protegida con altos salarios, numerosas granjerías y dedicados a lo que más les place: la política menor: acusaciones mutuas, candidaturas diversas, querellas menores, pero mediáticas.

¿Cómo enfrentar y reparar las crisis de confianza?
Sabemos que hay factores estructurales y otros coyunturales, que las han provocado. Desde luego subsanar la falta de confianza en si mismo es una tarea de largo plazo ya que sus causas dicen relación con las características de las sociedades avanzadas y en desarrollo de esta etapa histórica. Llámese modernización avanzada; aldea global; sociedad digital.

Restaurar la confianza en el otro es una tarea que puede cumplirse en el mediano plazo. Si el Estado atiende con eficiencia a los grupos más vulnerables y la sociedad de clase media desarrolla a niveles local, intermedio y nacional posibilidades de acciones solidarias participativas. La educación, en el sentido griego de paideia (formación del ciudadano), más esas iniciativas locales que inserten a los vecinos en actividades solidarias, mucho ayudarían. (La ciudadanía que alude al “bien común” contrarresta a la individualización que prioriza el personal). Si todo ello se complementa con acciones de organismos estatales se abriría la posibilidad de recomponer el tejido social que el devenir de la economía y la reestructuración de la sociedad han deshilvanado. La participación popular es un antídoto a la carencia de representatividad de instituciones y autoridades.

La crisis de confianza en las instituciones es una tarea que puede enfrentarse en el corto plazo. Incluyendo la crisis de confianza en el funcionamiento del mercado. Puede que ello sea difícil, pero es indispensable para el eficaz desempeño de la vida política y de la economía. Además, desde el punto de vista político es muy conveniente que la situación de la confianza empiece a mejorar antes que el populismo haga su cosecha.. No hay que olvidar que el ciudadano común aspira y requiere que sus problemas más acuciantes se resuelvan “aquí y ahora”. El largo plazo en las áreas del desarrollo y del destino de la sociedad, no obstante ser indispensable, es preocupación casi en exclusividad de las élites. En especial de las intelectuales.

Probidad y transparencia, eficiencia institucional de todos los Poderes del Estado y de toda su burocracia, regulación y control de la actividad económica, obligatoriedad del cumplimiento de la ley para todos, liderazgo político, separación de política y dinero. Esfuerzos para disminuir las desigualdades, los abusos derivados del poder y la riqueza , la larga permanencia en cargos públicos, el nepotismo y la endogamia en la política. Perfeccionamiento de la constitución, la actividad y la gestión de los partidos políticos. Todo ello podría allanar el camino para la recuperación de las confianzas. Primero en las instituciones, luego ello permitiría iniciar los esfuerzos por hacerlo en los otros dos niveles: la confianza en los demás (el otro) y la confianza en sí mismo (el yo).




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